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La BMR Riders 2011

Un tiempo magnífico, soleado. Unas montañas estupendas. Miles de moteros acudieron a Formigal a pasar un grandioso fin de semana. Todas la gama BMW para ver, tocar y probar. Stunning, carpas de industria auxiliar, charlas de gente interesantísima… No podía faltar a la cita. Aunque realmente la verdadera razón de subir hasta el Pirineo era conocer a magníficas personas con las que ya había tenido contacto virtual. Miquel Silvestre y Alicia Sornosa, que salían desde allí a dar la vuelta al mundo en busca de los exploradores españoles olvidados. O Charly Sinewan, que decidió llegar a Sydney y ahora va explorando poco a poco África con su BMW F800GS. Estupendas personas y grandes aventureros.


Vi fugazmente a Chris Pfeiffer haciendo cabriolas, no probé ni una sola moto, prácticamente no entré en las carpas… pero fue un gran día. Compartir unas horas y una comida con Miquel, Charlie y Alicia, además de con Sergio, Carlos o Francesc fue inolvidable. Haber tenido el honor de montar un centenar de metros en el asiento trasero de Atrevida, la moto de Silvestre, o rodar con ellos hasta el restaurante, fue sin lugar a dudas lo mejor del fin de semana. No olvidaré nunca la visión de Miquel y Alicia montados en sus motos delante mío, y al mirar el retrovisor ver a Charly Sinewan con su Black Pearl… Excelentes aventureros y mejores personas. A todos ellos, gracias!!

La ruta de Huesca

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Cuando la primavera comienza a desperezarse de su traje de invierno, y las temperaturas son más acordes con el anhelado verano que con el aún cercano invierno, dan más ganas de viajar en moto. El sol y el aire en la cara, los olores de la naturaleza recién despierta, el ocaso que alarga y estira el día… Ha comenzado la época de los placeres!


La Ruta de Huesca per Dr_Jaus

Ese sábado decidimos hacer una ruta por Huesca, partiendo desde Zaragoza. De los sobrios y austeros Monegros, donde cuesta aún sentir la primavera, hasta la explosión de colorido, de agua y aún de nieve de los mejores valles del Pirineo de Huesca. Un abanico de paisajes, colores y olores, todo un muestrario de sensaciones a pocos kilómetros de Zaragoza. En total, algo menos de 600 kilómetros, que servirán de particular entrenamiento del boceto de viaje veraniego que comenzamos a imaginar. Pero no adelantemos acontecimientos.

Los Monegros siempre me han atraído como un imán. Solamente pasar por la autopista, o incluso en el AVE y observar los espacios yermos, únicamente salpicados por algún que otro árbol solitario, me hacen soñar con volar sobre sus polvorientas pistas en busca de alguna aventura cercana. Por ello, no pude dejar de atravesarlos de camino a Alquézar, aunque esta vez por sus escasas carreteras de maltrecho asfalto. A pesar de que la mayoría de sus campos ondulados se encuentran semiabandonados, algunos de ellos mostraban todo el esplendor del verde de los cereales recién brotados, que alfombraban caprichosamente el paisaje con sus formas irregulares y redondeadas. Aquí y allá, de una manera completamente brusca e inesperada, el verde se tornaba de un amarillo intenso por los campos de colza ya florecidos: la sorpresa colorista de la primavera también había llegado al desierto.

Ya más al norte, ya pasados Monegrillos o Castejón de Monegros, el paisaje se volvió más mediterráneo, con encinas y sotobosque por doquier, mientras era la genista la que coloreaba los márgenes de las carreteras con su casi insultante amarillo. La ruta iba transcurriendo poco a poco con la BMW R1200GS absorbiendo los múltiples baches de manera implacable. Este tipo de carreteras secundarias, que son las que realmente te trasladan a lugares remotos lejos de la monotonía de las grandes autopistas o nacionales, parecen especialmente pensadas para las grandes trail. No hacen falta grandes desiertos, agrestes montañas o complicadas pistas para disfrutarlas. La BMW es capaz de convertir como por arte de magia un asfalto precario llenos de baches en suaves y mullidas moquetas gustosas de ser pisoteadas.

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Y como de la nada surgió Alquézar. Sus piedras amarillentas no hacían más que camuflarse con las rocas y los barrancos de los alrededores. Cuando te aproximas al obligatorio parking de visitas, lo haces desde arriba, y la visión de los tejados y sus intrincadas calles, coronado todo por su imponente Colegiata, no deja a nadie indiferente. A pesar del calor, inusual para la época del año, decidimos con buen criterio dar una vuelta por sus empinadas calles, yendo de un barranco a otro, empapándonos del espíritu excursionista y barranquista que destila la población.

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Desde Alquézar hacia Aínsa la carretera sigue siendo fiel a su calificativo de «secundaria», como olvidada -y que así continúe- de las rutas más transitadas de la comarca. Largos rodeos para salvar agrestes barrancos, puentes de vértigo sobre pequeños riachuelos de aguas turquesas, rocas de múltiples colores que forman paisajes difícilmente imaginables… Las nevadas cumbres de los Pirineos se dejaban apenas adivinar en la lejanía, a pesar de la bruma típica de los días de calor bochornoso, mientras valorábamos hacer un alto en el camino para comer, o ya continuar -como finalmente decidimos- hacia la imponente Aínsa.

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El castillo y sus murallas, que ahora cercan de manera inútil una gran esplanada, nos dieron la bienvenida. Más allá, la siempre bella -a pesar de las obras- Plaza Mayor, de la que salen las dos calles principales que recorren las casas más nobles de la antigua villa. Aínsa nunca defrauda. Esta vez nos regaló su vista de pájaro sobre la confluencia de sus dos ríos -el Cinca y el Ara-, mientras dábamos cuenta de nuestro tardío almuerzo. Café bajo los arcos de la plaza, y nuevamente a la carretera, siempre hacia el norte, en busca de las montañas del Pirineo.

De Aínsa a Bielsa, la excelente carretera discurre por curvas rápidas y amables a la vera del Cinca, dejándote oír el refrescante repiqueteo de sus aguas aún vírgenes. Las cumbres nevadas, ya no tan lejanas, comenzaban a protagonizar todo el horizonte de este a oeste, mientras nos acercábamos a Bielsa. Desde allí enfilamos la carretera que lleva al Parador de Pineta, que discurre entre las altísimas montañas presididas, allá al frente, por el Monte Perdido. El sol, que comenzaba a esconderse detrás de las nevadas cumbres, bañaba con esa luz anaranjada cada árbol, cada roca, cada cascada, dándonos una sensación de paz y de harmonía con la naturaleza difícil de explicar encima de un ruidoso enjendro con motor de explosión. Esa paz nos siguió envolviendo una vez paramos los 1200 centímetros cúbicos de la BMW y pudimos apreciar cómo el paisaje mejoraba ostensiblemente con la banda sonora de las cascadas cercanas. Como siempre, el valle de Pineta no defraudó.

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La aventura puede encontrarse en muchos rincones, incluso en los más cercanos. La aventura es la vivencia de los logros imposibles, el reconforte de haber conseguido lo que unas horas antes se antojaba algo menos que imposible. Con ya más de 300 kilómetros recorridos, la carretera que desde Escalona nos llevaría a Broto y al inicio del valle de Ordesa fue casi una aventura. Socavones, gravilla y curvas casi imposibles se iban sucediendo ahora en subida, ahora en bajada pronunciada, perfilando los caprichosos valles prepirenaicos. De vez en cuando, la majestuosa estampa de los picos nevados se asomaba entre los montes. Incluso el cruce con otros moteros y sus BMW en esas carreteras tan estrechas requirió de toda la concentración posible, para repartir el pequeño espacio disponible entre sus maletas y las nuestras. Las comunicaciones entre Belén y yo se restringieron hasta lo imprescindible, y los dos, en nuestras respectivas soledades de nuestros cascos, deseábamos que el martirio concluyera lo antes posible. Pero así es la aventura. Si no fuera por estos momentos de sufrimiento y lucha contigo mismo, ésta no dejaría de ser una simple ruta en moto, y posiblemente no sea tan recordada.

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La recompensa llegó después de Broto en forma de la magnífica carretera que nos acercó hasta Biescas, con excelente y ancho asfalto, previsibles curvas redondeadas y paisajes aún extasiantes. Desde allí, hasta Baños de Panticosa, ya con las últimas luces que aún dejaban ver las improvisadas cascadas que desbordaban agua sobre la carretera, y la nieve que se acumulaba a pocos metros de nosotros. La parada a orillas del lago, con los enormes saltos de agua al fondo, y el balneario a nuestras espaldas, sirvió para reponer algo de fuerzas, que ya comenzaban a escasear. Era momento de recapacitar. Desde los inhabitados campos de los Monegros, hasta varios de los mejores valles del Pirineo de Huesca, todo en un día y con un calor asfixiante en algunos momentos. Un buen entrenamiento para mayores logros que vendrán. Ahora solamente quedaba volver a ponerse el forro de la chaqueta -seguimos estando a principios de primavera, en un valle a más de 1300 metros y ya casi era noche cerrada-, volver a montarse en la GS y enfilar rumbo sur, ahora hacia Sabiñánigo, el puerto de Monrepós y la autovía de Huesca a Zaragoza. Fueron casi 600 kilómetros que comenzaban a pesar a estas horas, pero que como suele pasar, dejaban una sonrisa de satisfacción en nuestras caras, y quiero pensar que también en mi querida BMW. Desde luego, había sido un inicio de primavera genial. Y aún quedaban muchos meses para los fríos. Habrá que aprovecharlos!

Aquí tenéis la ruta del viaje:

La Ruta de Huesca


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La Ruta del Delta

Improvisación programada. Dícese del acto de realizar de manera impulsiva acciones previamente planificadas.

El Delta del Ebro siempre ha sido una especie de imán para mí. Fue uno de los primeros destinos que recuerdo para saciar mis ansias de viajar en moto. No en vano, veraneando cerca de El Vendrell, el Delta queda a un tiro de piedra. Sus espacios inmensos, sus arrozales cambiantes, sus atrayentes dunas de arena hace que vuelva a él una y otra vez con la ilusión casi intacta de la aventura, casi salvaje ante los ojos de un adolescente que comenzaba a saborear esto de los viajes en moto.

El jueves no había nada decidido. Ni siquiera planificado. El viernes lo decidimos, reservamos el hotel y monté una ruta. Un ruta que estaba en mi cabeza desde hacía tiempo. No en vano había explorado varias veces el Delta. Improvisación programada. Tras unas compras por Barcelona, enfilamos la A2 -mi archiconocida A2- hasta Igualada. Y allí comenzó verdaderamente el viaje. Primero con un suave entrenamiento que nos llevó hasta Montblanc. El término “carretera secundaria” alcanza todo su esplendor por esta zona. Asfalto estrecho, a menudo sin líneas centrales, y rodeado de campos, bosques y pueblos casi desconocidos -al menos para mí-. Un buen entrante para lo que sería el menú del día.

La entrada al casco antiguo de Montblanc se mostraba esquiva -como debe de ser tratándose de una ciudad amurallada-. Tras probarlo por el sur y por el oeste, finalmente encontramos una brecha en sus murallas para penetrar en el corazón de la población. Hasta el mismo centro llegamos a lomos de la BMW. Dejamos la moto en su plaza central, donde se amontonaban las terrazas atiborradas de gente al reclamo de la buena temperatura de la primavera ya oficial. Un refrigerio y continuaríamos en nuestra ruta, adentrándonos en las escarpadas y ariscas montañas de Prades.

Llegar a Siurana es siempre emocionante. Comienzas a rodar por una carretera que parece que no vaya a ningún lugar, rodeada de altas paredes rojizas donde tipos igual más locos que tú se empeñan en escalar atados a unas delgadas cuerdas. Después de 4 o 5 vertiginosas paellas, y una vez has llegado a lo alto de la peña, te encuentras con la población. Una callejuela, flanqueada por coquetas casas de piedra, te acompaña por el pueblo, hasta llegar a la señorial ermita, con unos muros austeros y completamente desnudos que recuerdan a los de los cerros vecinos. Y luego, el vacío. Plataformas rocosas que como si fueran terrazas de un ático privilegiado, sirven de mirador al embalse que queda bajo tus pies. Un intento fallido de comer en el único restaurante del pueblo nos hace seguir ruta, ya algo famélicos. Y es que la aventura es la aventura, no?

Y así llegamos a Escaladei, al filo de las 4 de la tarde. Y como suele pasar en las rutas improvisadamente planificadas, entramos en el restaurante donde ya -en otra ruta motera multitudinaria- me dieron de comer en una ocasión. Una rápida consulta a la cocina y nos dieron el OK para comer una sopa y una carne a la brasa que supieron a gloria, como suele pasar con las comidas tardías, cuando el hambre ya hace horas que ha dado la señal de alarma. Una rápida visita -sin bajarnos de la moto- hasta la Cartuja de Escaladei (ahora te hacen pagar para ver cuatro paredes derruidas…), y continuamos ruta por espléndidas carreteras llenas de curvas a rebosar.

Las carreteras que desafían las Montañas de Prades son especiales. Curvas y más curvas desfilan entre las viñas que desafían la gravedad en terrazas casi imposibles donde se destila lentamente el alma del vino del Priorat. Curvas que comienzan incluso antes de que acabe la anterior… Asfaltos cambiantes, a veces adornado por arrugas que el tiempo ha regalado a estos parajes en otra época olvidados, y ahora en la cúspide de lo enológicamente cool. Y todo esto teñido por un sol que en esta época del año comienza a ser remolón a la hora de ocultarse, regalándonos esos colores cálidos tan atractivos.

Las montañas fueron desapareciendo lentamente en cuanto apareció el Ebro, verdadero protagonista de la ruta. El trayecto final hasta Tortosa iba copiando su cauce, primero tímidamente, y después de manera más explícita. Y cayeron las primeras gotas de lluvia, que no hicieron más que engalanar la tarde con un espléndido arcoiris que lo inundó todo. Sant Carles de la Ràpita, al sur del Delta, sería nuestro lugar de descanso. Hotel extraño, setentero, pensado para otras épocas del año, y proyectado en otras épocas donde la Ley de Costas no era Ley. Y es que no recuerdo haber dormido nunca tan cerca del mar, con el arrullo de las olas meciéndome en mis sueños más profundos…

Amaneció. Las 8 que son las 9, o las 9 que eran las 8… Los cambios de hora son lo que tienen. Y las olas seguían insistiendo en romper la orilla de la miniplaya que se encontraba a pocos metros. Mientras bajábamos las escaleras para desayunar no pude dejar de recordar otro desayuno, a miles de kilómetros, recién entrado en Finlandia. El comedor desierto, nadie sirviendo… El cambio de hora “natural” -nunca había traspasado un huso horario en moto- me dejó a merced de la buena voluntad de la cocinera, que me ofreció algo para llenar el estómago a pesar de que hacía media hora que había acabado el turno de desayunos.

Las primeras carreteritas estrechas rectilíneas y llenas de baches se adentraban entre los arrozales del Delta. Unos arrozales que eran simplemente enormes rectángulos de barro, esperando la siembra para la nueva cosecha. Es la grandeza del Delta, que te recibe con los colores ocres del lodo, o los verdes del arroz recién plantado, o con los reflejos de cielo azul que desprenden cuando están anegados.

Llegamos al inicio de la Platja del Trabucador, estrecha lengua de arena que conecta el cuerpo del Delta con su “cuerno sur”. La senda de arena que lo atraviesa hasta llegar a las salinas me intimidaba desde bastantes kilómetros antes de llegar. A pesar de que la arena estaba húmeda y ligeramente compactada, los 250 kg de la BMW R1200GS parecían flotar sobre ella. Flaneos a uno y otro lado, sobre todo cuando encontrábamos zonas de arena seca y por lo tanto más esponjosa. Belén siempre ha sido una buena pasajera, ya sea en curvas, en rectas o incluso en pistas, y en esta ocasión continuaba haciendo gala de ser un excelente paquete, pero entre ella y las maletas desplazaban sobremanera el centro de gravedad de la moto y hacía que la rueda delantera bailara con la única música que proporcionaban algunas gaviotas despistadas que volaban sobre nosotros. Las esperanzas -utópicas por otro lado, como han de ser los buenos deseos- de realizar alguna especie de Dakar sobre mi moto se iban desvaneciendo metro a metro sobre la arena.

Tres o cuatro sustos después, llegamos finalmente a las salinas. Como suele pasar casi siempre, los esfuerzos generalmente acaban en recompensas. Y esta vez, las recompensas tenían cuello y patas largas. La colonia de flamencos se alimentaba en silencio sobre el fangoso e inundado suelo de las marismas, reflejando sus cuerpecillos rosas. En lo alto, una pequeña bandada de flamencos realizaba un fantástico vuelo de formación, alargando sus cuellos hacia delante y sus patas hacia atrás, mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro, cuando recordaba las cigüeñas leoninas volando a mi lado en otro memorable viaje motero.

El retorno por la misma senda arenosa me hizo comprender que no había aprendido nada durante la ida, y la teoría de acelerar para “volar” por encima de la arena chocaba frontalmente con la idea primitiva de cortar gas cuando ves el peligro. Sea como fuera, llegamos al final sin muchos contratiempos y eso, dadas las circunstancias, era toda una victoria.

Ya relajados y al volver de la desembocadura final del río, mientras buscábamos un lugar donde comer, se cayó el intercomunicador del casco de Belén. Así, sigilosamente, decidió separarse de nosotros, solamente avisando por un ligero golpe en su pierna. Solo reparamos en la pérdida varios kilómetros después, así que la tarea de buscar el aparatejo fue ardua. Y los recuerdos volvieron a aflorar, cuando en un viaje anterior fue el GPS el que decidió independizarse al salir de Mónaco. Aquella vez tuvimos suerte relativa, ya que encontramos el navegador, pero después de haber sido atropellado por algún que otro desalmado vehículo. En el Delta, y tras más de una hora de búsqueda entre los matorrales del márgen de la carretera, lo encontramos en perfectas condiciones. Nos habíamos ganado la fenomenal paella que disfrutamos minutos después en Casa Nuri. Muy recomendable.

El intento de llegar a la Punta del Fangar fue infructuoso. Y en parte me alegré, porque suponía volver a pasar otra vez por el martirio de un camino lleno de arena. El brazo norte del Delta estaba incomunicado kilómetros antes de llegar, por unas rocas que barraban el paso. Pero daba igual. Nuevamente el Delta nos había cautivado. Solo quedaba el retorno hasta casa, intentando no pisar la autopista, y recordando las sensaciones de este viaje improvisado. Sensaciones que esta vez me han llevado a Finlandia. Y a León. Y a Mónaco. La grandeza del Delta.

Hemos recorrido 641 km a una media de 67 km/h. El consumo ha sido de 5.5 litros/100km. A continuación puedes ver el vídeo y la ruta.


La Ruta del Delta por Dr_Jaus

La Ruta del Delta


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Mirando a Cuenca

Después de redescubrir Soria hace unos meses, busqué con casi desespero otro lugar para explorar, a una distancia razonable de casa como para ir y volver en un fin de semana. Y el lugar elegido fue Cuenca. Mi ansia por haceros llegar mis experiencias lo más fiel y puntualmente posible pasaba esta vez por twittear todo el viaje (en la medida de lo posible), así que esta vez mis dedos han estado más pegados al móvil, twitteando y 4squareando todo lo que hacía.

@DrJaus: En unos minutos comienza mi ruta motera a Cuenca. Cielos grises en BCN. Huele a lluvia. #rutaacuenca #BMW #R1200GS.

Y es que la previsión meteorológica no auguraba un buen fin de semana. Los cielos habían comenzado a oscurecerse hacía horas en Barcelona, y lo peor estaba aún por llegar.

@DrJaus: Parada a la media horita para repostar. Ahora, del tirón hasta Zaragoza. #BMW #R1200GS #rutaacuenca.

Un repostaje en la gasolinera de El Bruc, como tantas y tantas veces en otras rutas, es el pistoletazo de salida a los más de 1200km que me esperaban. La A-2, ya casi tan conocida como el pasillo de casa, serviría para saborear nuevamente el placer dulce y meloso de las rutas en moto. Esta vez probaría algo distinto, no me metería por la autopista en Soses, sin que seguiría por la carretera, algo que hacía años que no probaba. Afloraban imágenes desde lo más profundo de mi recuerdo… Los Monegros, Peñalba,… Pequeños pueblos iban sucediéndose kilómetro tras kilómetro de manera mucho más agradable que por la insulsa autopista.

@DrJaus: En Peñalba. Carretera nacional. Divertido adelantar camiones, aunque el viento hace que haya que estar atento. #BMW #R1200GS #rutaacuenca.

Y finalmente, Zaragoza. Final de etapa por hoy. Punto de inicio de otras rutas, y punto y seguido en ésta. Estaba más cansado de lo habitual, posiblemente debido al viento, que golpeaba con fuerza desde el sur, desplazando la gran tormenta que ya había descargado en tierras andaluzas. Si mis previsiones se cumplían, el frente nuboso pasaría Zaragoza por la noche, dejándonos el sábado algo más sereno de lo inicialmente previsto.

@DrJaus: Primera etapa concluida. Zaragoza. Mucho viento y algo cansado, más de lo que me gustaría. Hay que entrenar más. #BMW #R1200GS #rutaacuenca.

Y así fue. Noche pasada por agua, que arreciaba con fuerza sobre el tejado, dejando una mañana aún lluviosa pero con visos de mejorar.

@DrJaus: Tras una noche de tapas, copas y repiqueteos de lluvia en el tejado, toca levantarse y comenzar la #rutaacuenca. Llueve. #BMW #R1200GS.

@DrJaus: El pronóstico es bueno. En pocos km al sur dejará de llover. #rutaacuenca http://yfrog.com/h3v4xrdj

@DrJaus: Con dos horas y media de retraso… pero comenzamos ruta!! #BMW #R1200GS #rutaacuenca.

Y se cumplieron las previsiones. En pocos minutos, aún por la autovía Mudéjar, camino de Cariñena, dejó de llover. El problema se centraba ahora en la gasolina. Desde que salimos de Zaragoza no había visto ninguna señal anunciando la estación de servicio que tanto necesitaba. Como hacía escasas dos semanas, volviendo de Carcassonne, el ordenador de la BMW marcó la fatídica cuenta atrás. 3… 2… 1… Y las tres rayitas indicando que no podía calcular cuantos kilómetros de autonomía quedaban, volvieron a aparecer.

@DrJaus: Nuevamente me he quedado a 0km de rango de gasolina. Ya repostando. #BMW #R1200GS #rutaacuenca.

Una vez hecho el repostaje, proseguimos nuestro camino hacia el sur, envueltos en una niebla que nos acompañó durante la travesía por el Puerto de la Paniza, con unas curvas coquetas y orgullosas, y un asfalto que acusaba ya los achaques de la edad, haciendo trabajar de lo lindo a las suspensiones de la BMW. Al llegar a Daroca, nos dimos el primer respiro para contemplar las sorpresas que depara la población al viajero que allí se detiene. Sus iglesias, su calle principal plagada de comercios sacados de otra época, y por qué no, sus maravillosas bravas nos ayudaron a reponer fuerzas y ánimos.

Campos de tierra roja se iban sucediendo a un lado y otro del asfalto. Una tierra roja casi africana, donde comenzaban a despuntar tímidos toques de verde, presagiando la primavera y una nueva cosecha en el ondulado horizonte, salpicado aquí y allá por redondas encinas y floridos almendros desperdigados sin orden ni concierto alguno.

Y así llegamos a Molina de Aragón, que ni tiene molinos, ni está ya en Aragón. Como no podía ser de otra forma, la información digital de mi Garmin y la analógica de mi rutómetro casero no coincidieron por primera vez en la ruta. Me decanté por las indicaciones rancias del roadbook elaborado días antes con amor y cariño, equivocándome de manera casi consentida, buscando nuevos horizontes rojizos y paisajes por descubrir a cada kilómetro que me separaba de la buena ruta. A pesar de ello, nos íbamos acercando al nacimiento del Río Cuervo mientras la nieve nos observaba, aburrida y esperando el deshielo, a ambos lados de la carretera. Una parada junto a un bosque, cuatro fotos y un estirar las piernas. Eso y nada más nos acompañaba en una encrucijada inventada en la nada, a pocos kilómetros del Río Cuervo y a otros tantos de Solan de Cabras. Nada más excepto el silencio, tanto silencio que dolía.

El Nacimiento del Río Cuervo nos explotó en la cara. Cuando no esperas mucho y encuentras todo pasan esas cosas. Cientos de pequeños manantiales caían entre las ramas y el musgo, rompiendo aquí y allá en brillantes hilos de agua entre la vegetación, formando un pequeño lago de un verde esmeralda que haría palidecer la mejor de las joyas. Paz. Naturaleza. Una nueva sonrisa vital apareció en mi semblante, haciéndome recordar que para mí, como supongo para la mayoría de los viajeros, estas pequeñas perlas inesperadas son el alimento de los pesares y penurias de la ruta. Recordé otros viajes casi masoquistas, donde la recompensa estuvo siempre acorde con el sacrificio realizado en la ruta. Para rubricar estos pensamientos casi de exaltación teresiana, un rayo de sol lo inundó todo, haciendo más bellos si cabe este tesoro escondido.

Seguimos la ruta por carreteras secundarias, perdidas entre pequeñas localidades, descubriendo rincones anónimos, pequeños secretos que solamente conocen los lugareños, hasta llegar al Ventano del Diablo, ya cerca de la capital conquense. A ritmo del reguetón que vomitaba el Astra tuneado del pequeño parking, comenzamos a percibir que las expectativas sobre dicho ventano no iban a ser cumplidas. Un pequeño lugar, suspendido a una considerable altura, formado por varios arcos de roca que cuesta creer sean naturales, no ofrecían las vistas que yo imaginaba. Quizá el reguetón que seguía de fondo tenía algo que ver.

Reculamos unos pocos kilómetros para visitar la Ciudad Encantada. Hacía años (más de 25) que no paseaba por esas formaciones rocosas caprichosas -kársticas con “k”, me dijeron- que esta vez me resultaron ciertamente rancias. Carteles pintados a mano por manos poco hábiles iban explicando lo que una mente supuestamente imaginativa había visto en las rocas. “Amantes de Teruel” o “Lucha entre elefante y cocodrilo” eran algunas de las visiones en las que debías tener fe. Casi con el ocaso cortándonos la retirada, huimos hacia la ciudad, por una agradable carretera que mostraba los últimos rayos de sol en lo alto de sus montes.

Y así llegamos a Cuenca, donde ya las casas colgadas anónimas -no las famosas- se encargaron de darnos la bienvenida, como el aperitivo suculento que luego deja pobre el plato principal. Una primera visita al hotel, cambio de indumentaria y saldríamos a cenar. La bodeguilla de Basilio, fuertemente recomendada para cenar, se nos resistió nuestra primera embestida. Creo que toda la ciudad se encontraba dentro, intentando degustar esas famosas tapas en un ambiente más parecido a un autobús en hora punta que a un local donde disfrutar de la cena. Así que desafortunadamente para nosotros, tuvimos que cenar en otro lugar, no tan famoso, no tan suculento, pero igual de rancio como lo fue la Ciudad Encantada.

@DrJaus: Ya en el hotel. He de pedir la clave del wifi. Poniendo en orden los apuntes para hacer la entrada del blog y luego a cenar. #rutaacuenca.

@DrJaus: Cuenca amanece completamente escondida tras la niebla. Y hoy toca retratarla convenientemente. Esperemos que disipe pronto. #rutaacuenca.

Y vaya si disipó la niebla. En cuanto pasé la mano por el cristal y comprobé que lo que en un primer momento parecía niebla, no era más que el vaho acumulado en la ventana, que se encontraba justo encima del radiador de la habitación. Un agradable paseo por Cuenca, ahora con sol, ahora nublado, nos descubrió las Casas Colgadas y su puente, la Catedral con su curiosa y única fachada, y un educadísimo gitano armado con una guitarra que bordaba, más que cantaba, una versión aflamencada del Mammy Blue al estilo de José Mercé. Fue corto, pero intenso.

Dejamos la ciudad rumbo a la Hoz de Beteta, un cañón poco conocido que nos retornaría primero a Guadalajara y después a Aragón por la llamada “Ruta del Mimbre”. El cañón no creo que merezca excesiva atención ni por sus curvas ni por su angostura, aunque nos ofreció bellas imágenes para recordar. Pero la desconocida ruta del mimbre nos cautivó. Pequeños pueblos como Priego, Cañamares o Cañizares presentaban a su alrededor curiosos campos plagados de altos y elegantes arbustos que comenzaban en un color verde intenso para acabar en un llamativo rojo anaranjado, en penachos perfectamente ordenados. El mimbre estaba en su momento de más esplendor, y muchos de esos campos ya lo mostraban recogido y apilado en coloristas pirámides casi surrealistas. Otro de esos secretos bien guardados y misteriosos que hacen que viajar sea esa experiencia tan placentera y adictiva.

Volvimos a Molina de Aragón con su castillo y sus tres torres gemelas que presiden el pueblo. Allí, y guiándonos por el instinto y por sendos coches de la Guardia Civil -que como los camioneros generalmente no se equivocan en la elección de los bares de carretera- degustamos una suerte de tapas, a cuál más apetecible, sobre todo cuando el hambre comienza a hacerte mella.

@DrJaus: En Zaragoza. Primera parte del retorno concluido. La #BMW se porta fenomenal. #rutaacuenca.

Y como viene siendo habitual, pequeño parón en Zaragoza para descansar, y luego vuelta a recorrer la A-2 camino de casa, ya cansado pero con el alma saciada de hambre de viaje, gracias a esa suerte de perlas que, como de manera invariable pasa en ruta, te vas encontrando por el camino, sea donde sea que se viaje.

@DrJaus: Retornando a casa. Palazo a estas horas, pero es lo que hay. 3 horitas más de #BMW #R1200GS #rutaacuenca.

@DrJaus: En Terrassa, después de 1200km. Los últimos 14, todo de curvas, ha sido una delicia. La guinda del pastel. #BMW #R1200GS #rutaacuenca.

Este fin de semana hemos recorrido 1282 kilómetros en 13 horas y 49 minutos, a una media de 93km/h. El consumo total ha sido de 5,7 l/100 km. Como viene siendo habitual, la ruta la tenéis aquí:

Mirando a Cuenca


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Camino a Soria

Vuelvo a recorrer la A2 camino a Zaragoza, vieja amiga hasta casi la intimidad, no en vano conozco sus secretos curva a curva, bache a bache, radar a radar. Esta vez el otoño me regaló esos colores rojizos en sus extensos campos de perales cercanos a Lleida o los amarillos de los majestuosos álamos que rodean los escasos riachuelos, casi a punto de ser despojados de las hojas que pronto inundarán las carreteras secundarias como si de una mullida y acogedora alfombra se tratara. El sol, siempre al frente en las tardes de viernes, cubría todo el paisaje con ese manto anaranjado de las últimas horas de luz.

Después de una breve parada en Zaragoza para cargar pasaje y equipaje, retornamos a la A2, ahora dirección a Madrid y ya de noche cerrada. Las frecuentes obras que nos encontramos en la autovía nos demoran algo del horario previsto. En Calatayud abandonamos la vía rápida -cuando no hay obras, claro- y por la N-234 llegamos y sobrepasamos Soria, no sin antes ser iluminados a traición por algún flash noctámbulo, gajes del oficio. Nuestro campamento base sería Ucero, en el extremo sur del magnífico Cañón del Río Lobos, y para llegar hasta allí el travieso GPS se marcó un camino de cuento, entre oscuros bosques y pequeños salpicones de piedras que en su día alguien llamó pueblos. Muriel, Talvella o Fuentecantales quedaron a los márgenes de esa oscura carretera comarcal.

Finalmente llegamos a Ucero, alojándonos en la magnífica Posada Los Templarios, algo esquiva al principio, a pesar de encontrarse pared con pared con la iglesia del pueblo. Sabiendo este dato, no hubo más que otear el oscuro horizonte en busca del austero campanario para encontrar nuestro lugar de reposo. Más de 500 km recorridos en un viernes laborable, pero que se hicieron livianos gracias a las excelentes cualidades ruteras de la BMW R1200GS.

El nuevo día amaneció en la Posada con el aire impregnado de tostadas y zumo de naranja recién exprimido, mientras fuera comenzaba a desperezarse un magnífico día. Los 6 kilómetros que nos separaban del parking del Cañón del Río Lobos no dieron tiempo a que se nos quitara el calor acogedor de la casa de piedra con esos muros de más de medio metro donde habíamos pasado la noche. Unas breves palabras con el guarda forestal nos invitan a seguir hasta el segundo (y último) parking dentro del espacio natural. Desde allí, un agradable paseo de ida y vuelta entre chopos y pinos nos deja, en menos de 1 kilómetro en la ermita de San Bartolomé, rodeada de abruptas paredes de piedra repletas de jirones, nidos de buitres y quién sabe qué alimañas.

Después de adentrarnos unos pocos metros en una gran cueva cercana, y de asomarnos al precipicio de una de las hoces del Río Lobos, emprendimos nuevamente la marcha hacia San Leonardo de Yagüe, por una carretera zigzagueante que va ganando altura por el cañón. Allí ascendimos hasta el Castillo Abaluartado, prácticamente en ruinas donde se puede obtener una buena vista sobre el recoleto pueblo.

Por carreteras secundarias, similares a las del día anterior, nos dirigimos al sur, pasando por paisajes cambiantes, desde cerros de piedra salpicadas de pequeños bosquecillos de pinos, hasta suaves colinas peinadas de infinitos ocres e incipientes verdes que comienzan a dar color a la próxima cosecha. Nos atrevemos incluso con alguna pista fácil, haciendo los primeros pinitos con las suspensiones electrónicas de la BMW fuera del familiar asfalto.

Llegamos así a San Esteban de Gormaz. De esta agradable población me quedo con el puente de piedra sobre el Río Duero, aún joven y chisposo por estas latitudes, y con sus jardines amarillentos que desprenden melancolía otoñal. También agradable fue el paseo por el casco antiguo hasta la Iglesia de Nuestra Señora de Rivero, que preside, junto a su arruinado castillo, las partes altas de la villa. A pesar de que estaba cerrada -y es que ya es casi la hora de comer- fue interesante el porche románico que protege la entrada lateral de la iglesia, y desde donde se tiene una buena vista de los alrdedores del pueblo.

A unos pocos kilómetros se encuentra Burgo de Osma, de obligada visita si el viajero pasa por estas tierras. Como lo primero es lo primero, dimos presta cuenta de las viandas que nos ofreció uno de los varios asadores que allí se encuentran ubicados. Sopa castellana y un crujiente cochinillo asado, como no podía ser de otra manera, nos proporcionaron energía suficiente para pasar la tarde. Interesante la Calle Mayor, que conecta la imponente catedral y su campanario con el Ayuntamiento, algo más austero.

Ya con la caída del sol, más temprana de lo deseado, enfilamos rumbo norte por la rectilínea carretera que une Burgo de Osma con Ucero, donde nos esperaba un relajante circuito de spa, incluido junto con la sofisticada pero rural cena, entre las exquisiteces que ofrece la Posada Los Templarios.

Ya era domingo y llovía en Soria. Poca cosa, eso sí, pero lo suficiente como para empaparlo todo. Afortunadamente el agua nos respeta mientras cargamos la moto, y comienza nuevamente cuando danzamos otra vez por las carreteras secundarias sorianas, altamente embaucadoras y peligrosas, sobre todo en mojado. Llegamos a Catalañazor al mediodía -sí, salimos muy tarde del hotel…- En lo alto de la peña se erige una villa casi de cuento medieval, desafiando a los campos de cientos de colores que la rodean. Una agradable visita a su castillo donde apenas queda la Torre del Homenaje y cuatro murallas mal contadas, da paso posteriormente a pasear por las empedradas y cuidadas callejuelas del pueblo, curioseando en las múltiples casas rurales, restaurantes y tiendas de souvenirs y recuerdos. El plan era comer en Zaragoza, así que continuamos ruta con la lluvia acompañándonos hasta poco antes de Calatayud. Poco después, incluso saldría el sol. Tras comer y descansar unas horas salí nuevamente para Barcelona, ya de noche y nuevamente con lluvia, pero cargado de buenos recuerdos y sensaciones -y algún que otro virus que me ha fastidiado el inicio de la semana- de un siempre estimulante viaje a Soria.

Como suele ser habitual, la ruta la podéis ver aquí:

Camino a Soria


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Camino del Sur

The Long Way North cambió rumbo sur. Y con otra montura. Todo proyecto evoluciona, y lo que fue un diario de viaje de una aventura se ha convertido en un diario diario de la aventura de la vida. Y la vida (y mi flamante BMW R1200GS) me llevó al cálido sur de la península. La idea era simple: aprovechar el puente del Pilar para un viaje relámpago a Sevilla. Un par de días junto a la Giralda y al Barrio de Santa Cruz siempre me han sentado bien y me recargan las pilas. La vuelta, por Madrid, pero pasando por la desconocida (al menos para mí) Extremadura.

Todo comenzó el viernes, después del trabajo. Como viene siendo habitual, la A2 hasta Zaragoza desapareció en un plis-plas bajo la GS. La comodidad de su asiento casi insultante para una moto y la protección aerodinámica rivalizan con el motor lleno de par en ser los protagonistas. Después de pasar noche en la capital aragonesa, y huyendo un poco de todo el bullicio pilarense, enfilamos rumbo a Madrid, ya acompañado. A pesar del aspecto algo elevado del asiento del pasajero, continúa siendo casi tan cómodo como un butacón del AVE, gracias al respaldo que forma el top-case de la BMW. A unos 150 km de Madrid se cumplieron las predicciones de lluvias torrenciales para ese sábado, y la N-2 fue cortada en diversos puntos a nuestro paso. Así continuó el viaje, a un ritmo lo suficientemente elevado como para no tener que sufrir por la hora de llegada a Sevilla, cuando nos adentramos en Ciudad Real y finalmente Córdoba. Los olores a tierra mojada y a canela (sí, a canela… no sé de dónde salía, pero a mí me olía a canela…) nos iban acompañando en el viaje por las larguísimas cintas de asfalto que discurre entre mares infinitos de olivos perfectamente dispuestos, como topos verdes sobre un fondo rojizo de un imaginario traje de sevillana. Largas rectas y algún que otro puerto de montaña amenizaron el viaje, mucho más interesante por las nacionales 401 y 420 que por la insulsa autovía A4.

A mediodía parecía que la lluvia amainaba, y comenzamos a ver los primeros girones azules entre las nubes. Ahora eran los pueblos blancos los que salpicaban las tierras empapadas de agua de lluvia, salpicando de viruela el paisaje que comenzaba a iluminarse con el sol. Montoro surgió de la nada tras una curva, como un gran pañuelo blanco extendido sobre el monte andaluz. Córdoba nos recibió con todo su esplendor bañada del sol de la tarde, que la hizo más bella si cabe. Su mezquita, siempre altiva y elegante, nos abrió sus puertas, nos acogió en su imponencia, y nos dejó salir para contemplar una tarde magnífica, clara y luminosa, que nos acompañó hasta Sevilla. Al entrar en la capital andaluza, el cielo comenzaba a lagrimear tímidamente, pero estábamos seguros que nos brindaría todo su sol a la mañana siguiente.

Sevilla seguía siendo magnifica en Otoño. No desprendía ese característico olor a azahar de la primavera, pero la agradable temperatura y la radiante luz invitaban a pasear. La Catedral y su Giralda, el Barrio de Santa Cruz y sus callejuelas imposibles, sus balcones salpicados de geranios y sus paredes tan blancas que dolían… La Plaza de España aún en obras, intentando recuperar la elegancia que otrora tuvo, o Triana, con su fiesta contínua y su calle Betis a orillas del Guadalquivir. El cazón en adobo, los boquerones fritos, el fino y la cerveza fueron compañeros de ese día de ensueño en la capital andaluza.

El lunes partimos hacia el norte, hacia Cáceres. Día soleado y pocos kilómetros por delante (menos de 300 kilómetros es “pecata minuta” para la gran GS…). Partimos tarde de Sevilla, como remoloneándonos en una ciudad que siempre cautiva. Tras 70 km de autovía, acompañados por sendas R1200GS que viajaban a un ritmo más tranquilo que el nuestro. Cansados de tanta recta, decidimos seguir la N-630, que discurre paralela a la autovía (que se me antoja desmesurada para el tráfico que vimos), y mucho más divertida. Los olivos se convirtieron en encinas y los campos en dehesas, donde seguramente engordan jamones y paletillas en grupos de 4 en 4.

Corta parada en Mérida, junto al acueducto romano. El resto de bellezas latinas de la ciudad quedarán para otra ocasión, ya que priorizamos el llegar a comer a Cáceres. Además, en los viajes siempre es bueno dejarse algo en el tintero, para tener una buena excusa para volver. El centro histórico de Cáceres parecía jugar al escondite con nuestro GPS, y se hizo tremendamente esquivo. Tras varias acometidas por diferentes puntos cardinales, pudimos asaltar la Plaza Mayor, que desgraciadamente también se encontraba en obras. Unas migas y unos huevos rotos, con la exquisitez previa de unas tostadas con torta del Casar nos alimentaron tanto el cuerpo como el alma. Nos costó trabajo visitar las maravillas arquitectónicas de la parte histórica de Cáceres con esa pesadez de estómago. Pero lo que realmente me lo revolvió fue ver decenas de focos y atalajes metálicos que afeaban tremendamente los palacios, con el único fin de embellecerlos con sus luces al anochecer. Pero antes de que eso sucediera, salimos huyendo hacia Trujillo, que nos impresionó, ya de noche, con su plaza y su gigantesca estatua de Pizarro. Una cena ligera y al hote Izan, antiguo convento, a dormir.

La mañana siguiente es la del retorno. Rápida visita diurna a Pizarro y su plaza, y carretera (autovía, más bien) hacia Madrid, donde llegamos tras tragarnos alguna caravana tempranera del día del Pilar. Arroz magnífico en Chueca y 300 kilómetros más para hacer la digestión camino de Zaragoza, donde llegamos ya de noche. El retorno a casa sería al día siguiente, con los 300 kilómetros de rigor que ya me son tan familiares. En definitiva, un puente con una buena moto, unas buenas ciudades y una inmejorable compañía.

La ruta del viaje la tenéis como siempre aquí:

Camino del Sur


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El Valle de Hecho. Primera ruta con la R1200GS

En estas semanas he estado meditando cuál tenía que ser el futuro de este blog. Su nombre hace referencia al viaje del verano pasado, que cada vez está más lejano ahora que comienza a refrescar. Aún quedan algunos flecos para cerrar el círculo y algunas entradas relacionadas con aspectos mas funcionales de la organización de la ruta. Por descontado escribir el blog ha sido uno de los grandes placeres del viaje, y no quiero dejarlo en el abandono. Mis andanzas ruteras o no tan ruteras en moto seguirán esparciéndose por “la nube”. The Long Way North hace referencia a un punto mítico para todo motero, por lo que finalmente he decidido conservar el nombre y seguir contando estas modestas aventuras a quien quiera escuchar, sean o no sean hacia el norte. Por lo tanto, bienvenido al nuevo The Long Way North, que apuntará a partir de ahora en todas direcciones, y no solamente hacia arriba.

Estrenar moto con una ruta de varios días era algo muy apetecible. Sobre todo cuando es una BMW R1200GS. Llevaba años deseándola, y por fin se hizo realidad. Planifiqué una ruta por una zona del Pirineo de Huesca que hacía tiempo no visitaba, antes de que comenzaran los rigores del invierno. Desde Barcelona, y siempre por carretera, haría la primera parada en Zaragoza. Para ello enfilaría rumbo sur, hacia Reus para luego acercarme a la capital aragonesa por Alcañiz.

La N340 la conocía desde hacía muchos años. Bajar hasta cerca de El Vendrell cada fin de semana por el Puerto del Ordal era una rutina desde los 7 años de edad, en un Seat 131. Así que, a pesar de sus múltiples cambios y variantes, la carretera era una vieja conocida. Pero como cuando te reencuentras con alguien al que hace tiempo que no ves, pero con el que no tienes nada de que hablar, me resultó pesada. Pocos lugares para adelantar, muchos camiones y mucho tráfico para un jueves por la tarde, solamente festivo en Barcelona. Finalmente llegué a Reus, donde comenzaría la diversión. La R1200GS se estaba adormilando detrás de tanto coche. La N420 me acercó a Alcañiz por lugares tan vinícolas como Falset o Gandesa, sobre todo en esta época de vendimia. Las carreteras estaban plagadas de cientos de tractores transportando la uva a los cellers y cooperativas. El ambiente estaba impregnado de ese olor agridulzón de la cosecha. Curvas de radio generoso, ideales para ir a 90 km/h disfrutando del paisaje y de la conducción, con un ritmo muy similar al que llevé por las carreteras escandinavas hace unos meses. Los poderosísimos bajos de la 1200 me sacaban de cada curva en volandas, y las magníficas suspensiones me proporcionaban el aplomo necesario para negociar las curvas sin ningún contratiempo, a pesar de los muchos kilos que llevaba entre maletas y equipaje.

Nada más entrar en Aragón, a la altura de Calaceite comenzó a oscurecer y a llover. Primero de manera tímida, pero luego de forma mucho más intensa. Bajé el ritmo, extremé las precauciones y conecté los puños calefactados, y a pesar de estar en Septiembre agradecía la cálida sensación en las palmas de mis manos. Reposté en Alcañiz, y siguiendo las largas rectas de la N232 llegué a Zaragoza entrada ya la noche, y con la meteorología algo más serena, después de la importante tromba de agua que había tenido que soportar.

El sábado enfilamos hacia el norte, camino de Huesca, y desviándonos por carreteras comarcales por el embalse de la Sotonera. Un fuertísimo viento de más de 40 km/h arreciaba desde el noroeste, lo que no impidió que disfrutáramos de la ruta. La gran protección aerodinámica de la GS y el modo “confort” de las suspensiones electrónicas minimizaron sobremanera el molesto viento y los peligrosos baches. La BMW parecía volar grácilmente sobre el asfalto arrugado. Tras una parada en el Castillo de Loarre, continuamos hasta que los Mallos de Riglos aparecieron majestuosos en el horizonte y comenzamos a disfrutar de una carretera que cada vez serpenteaba más. Después de atravesar Puente la Reina llegamos al valle de Hecho rodeados de bosques que comenzaban a teñirse tímidamente de otoño. Siresa y su Monasterio de San Pedro nos permitieron comer y reposar del viaje. Tras reponer fuerzas, continuamos hacia el norte hasta la Selva de Oza, adentrándonos en lo más profundo del valle por unas pistas que comenzaban a ser de barro. Los modos “enduro” de las suspensiones trabajaron perfectamente una vez más. Después de algunas fotos, tocaba desandar la pista hasta Hecho, donde pasaríamos la noche.

El domingo partimos hacia el embalse de Yesa, realizando una breve parada en Artieda, pequeño pueblo cerca del embalse. Seguimos ruta por carreteritas comarcales hasta llegar a Javier, famoso por su castillo, que visitamos tranquilamente. El viento no era tan fuerte como el día anterior, pero aumentaba cuanto más nos separábamos del abrigo de las altas montañas pirenaicas. Las sinuosas y divertidísimas carreteras que llegaban a Sos del Rey Católico pusieron la diversión del día. El modo “Sport” de las suspensiones las endurecieron para que las curvas fueran cayendo una tras otra. A partir de allí, largas rectas por Tauste y Alagón, hasta volver a Zaragoza.

El retorno a Barcelona fue de noche y por autovía, con altos ritmos que me hicieron apreciar la comodísima R1200GS, comparándola con mi anterior F800GS. Los kilómetros literalmente desaparecieron iluminados como nunca por el magnífico foco que transformaba la noche en día, de una manera jamás vista. Llegué a casa al filo de la medianoche, sin ningún atisbo de cansancio y con una sonrisa de oreja a oreja… Comenzaba a sentir que la 1200GS era mi nueva moto. Comenzaba a sentirla como mía. Una digna sucesora de la anterior. Desde luego.

Puedes ver la ruta aquí:

Barcelona – Valle de Echo


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Entrenando con los amigos…

Un paseo por la Catalunya Norte


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Son 590. Ni 4, ni 8, ni 15, ni 16 ni 23 ni 42. 590 es mi “número chungo”. Desde que conzco esa cifra escandalosa, a veces pienso que no seré capaz. 590 son la cantidad de kilómetros que he de hacer cada día durante el viaje al Cabo Norte. Algunos días más, y algunos días menos… es lo que tienen las medias (las medias estadísticas, me refiero).

Por ese motivo, cualquier excusa para ponerme encima de la moto y hacer kilómetros no la dejo desaprovechar. He de autoconvencerme que puedo hacer 590 kilómetros al día durante 26 días (vamos mal… solamente de escribirlo me entra vértigo…). Este fin de semana, tras aplazarse un viaje previsto a Biarritz (en moto, por supuesto… pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión), aproveché una salida motera de mis amigos para ir a hacer kilómetros. No han sido 590, han sido unos pocos menos, unos 445 en poco más de 5 horas y media. Algo de autovía y mucho de carretera de montaña. Ripoll, Berga, Coll de Nargó… las poblaciones iban apareciendo y desapareciendo rodeando la carretera. Algunas veces con buen asfalto, otras con no tanto; algunas veces húmeda pero la mayoría en seco; pero siempre divertidas. Durante el trayecto hemos tenido que socorrer a una Ducati Monster que ha acabado bajo el guardarraíl de estas carreteras de montaña, afortunadamente sin consecuencias graves para sus ocupantes. Durante más de una hora hemos demostrado que el espíritu motero sigue ahí, a la espera de ayudar al compañero accidentado hasta que lleguen las asistencias. Y eso reconforta tanto por hacer de buen samaritano como por saber, a ciencia cierta, que si yo me encuentro en esa situación, alguno de nuestra “familia motera” vendrá a socorrerme.

Los neumáticos de la BMW F800GS no se encuentran en su mejor momento ni mucho menos. Están en fase de “estirar” su duración lo máximo posible, y por ello no me daban excesiva confianza. Pero aún así hemos ido lo suficientemente rápidos como para que me plantee si estos kilómetros me han servido de entrenamiento. Pero sí, ha habido algunos aspectos interesantísimos que servirán en gran medida para el gran viaje.

El GPS. El alimentador del GPS falla más que una escopeta de feria, y al final he decidido utilizarlo con las pilas, en lugar de con la toma de corriente de la BMW. Es un detalle a mejorar de cara al próximo viaje.

El casco. Llevo dos días utilizando un Shoei Multitech convertible que me ha dado buenas sensaciones. A pesar de ser menos liviano que mi BMW Enduro, su mayor aerodinámica lo hace más confortable. Hoy me he puesto el habitual BMW y en la autovía, con bastante viento y a un ritmo rapidillo se hace muy incómodo. Claro que las ventajas de la gran amplitud de visión y la comodidad también pesan, pero con viento no hay color. Además un convertible me permite hacer fotos sin quitarme el casco (llevo una reflex). Es un dato que seguiré analizando antes de tomar la decisión definitiva.

El ir acompañado. Indudablemente echaré en falta las risas que me pego con mis amigos en las paradas. Indudablemente es mucho más divertido ir en compañía. Pero las paradas siempre son más largas, los adelantamientos se eternizan y en definitiva se pierde tiempo. A demás, TheLongWayNorth es un viaje de aventura, y la aventura está en esa cifra mágica (590) y en la soledad durante 26 días.

En definitiva, una salida a un ritmo elevado, que no tiene nada que ver con el viaje de este verano… pero del que se puede aprender y madurar. Lo maduraremos esta semana, porque la semana que viene todos Salimos a dar una Vuelta con Fabián. No? (que por cierto, me ha nombrado su médico oficial durante su viaje de dos años… y yo encantado!! Esperemos que no me de nada de trabajo!).

De momento te puedes descargar la ruta de hoy para el Google Earth aquí.
Y si no tienes Google Earth, también puedes ver la ruta aquí.

TheLongWayLeft, el video

Los últimos días me he dedicado a finalizar la edición del video resumen de TheLongWayLeft. No es mi mejor video. Su finalidad era servir de prueba del material. La cámara del casco estuvo siempre torcida. Su distancia focal no es la más idonea. Pero a pesar de ser una prueba -y en este sentido ha sido muy útil- no podía dejar de compartirlo. Además, el YouTube no me ha dejado poner la banda sonora original (que quedaba muy bien) y he tenido que cambiarla. Así que sed benevolentes!