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Los vídeos de La Ruta Turca

Han pasado casi cinco meses y aún no había compartido en el blog (que fue el inicio de todo TheLongWayNorth, recordémoslo) los vídeos de esta accidentada y aventurera Ruta Turca. Hoy, último día del año tocaría reflexionar sobre el futuro de esta plataforma, y de cómo integrar de una manera lógica el blog, el canal de YouTube, Instagram y otras redes sociales. Pero mira, que no tengo ganas de filosofear. De momento aquí tenéis los cuatro vídeos uno detrás de otro por si queréis hacer un maratón de Jaus y Marypomppins después de las uvas. Pero ya os digo que habrá novedades. Besis.

LA RUTA TURCA 1 (De Barcelona a Sicilia)
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=DTaHG0ViLZw&w=560&h=315]

LA RUTA TURCA 2 (De Sicilia a Capadocia)
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=BAWwqIdIe-A&w=560&h=315]

LA RUTA TURCA 3 (De Capadocia a Belgrado)
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=kJwfePUbMJw&w=560&h=315]

LA RUTA TURCA 4 (De Belgrado a Zaragoza)
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=PZis9p7entw&w=560&h=315]

La Ruta Turca. De Trento a… Milán? (y final). 27-30JUL2019

—Noto algo raro en el manillar —me dijo Belén por el intercomunicador. —Es como si la moto vibrara.

No sabía bien qué era. El neumático trasero se había ido gastando, y yendo cargados es normal que el manillar se mueva cuando no lo agarras fuerte. Pero así de golpe… No me cuadraba. Incluso cogí yo su moto unos cientos de metros y sí es cierto que algo parecía pasar. La verdad es que el asfalto entrenado en Crema** dejaba bastante que desear, pero…

Seguimos así algunos kilómetros. En la siguiente parada revisé si había juego en la rueda trasera y… zasca! Vi la viruta de metal que salía del alojamiento del rodamiento. Se acabó. No podíamos continuar.

“¡Qué mala suerte!”, pensé. Porque ya es mucha mala suerte que en un mismo viaje te roben la moto, te quedes sin pastillas de freno en la Turquía profunda, o rompas un rodamiento de la moto. Dan ganas de tirarlo todo por la borda, coger un avión y regresar a casa. Necesito descansar ya de tanta tensión. No podemos estar solucionando problema tras problema día tras día. Es agotador. Faltaban solamente dos días y… “Qué mala suerte”, me volví a repetir.

Que sí, que hay que revisar las motos antes de afrontar un viaje de más de 10.000 kilómetros. Y sí, la moto de Belén había pasado no una sino dos veces por el mecánico justo antes del viaje para tenerla a punto y sin problemas. Pero a veces tienes mala suerte. Esa mala suerte que te pone justo en el límite de tu aguante. Porque ya son muchos cambios de planes. Ya son muchos encajes de bolillos para poder seguir con este viaje inolvidable. “Te acordarás de él toda la vida”, me decís algunos. Pues qué quieres que te diga… me gustaría recordarlo por otras cosas, la verdad.

Y es mala suerte que no os pueda hablar con más entusiasmo del Lago di Garda***, de la Strada della Forra*** o de la Iglesia de Santa Maria della Croce en Crema. Porque no estoy de ánimos. Llevamos un día perdido en Milán esperando que mañana lunes abran el taller y poder arreglar la moto. Porque es mala suerte que tengamos que estar sí o sí el martes en España. Se acabaron las carreteritas secundarias y las visitas programadas. Ya no habrá más estrellas detrás de un nombre de pueblo. Nos tocará, en el mejor de los casos, volver por autopista a toda prisa. No me digáis que no es mala suerte.

Pero en realidad no sabría etiquetar a la suerte como buena o mala. Porque también podría decir que encontrar a Merkel, la Renacida una semana después que la robaran es de tener muchísima buena suerte. Y prácticamente sin ningún rasguño. Es de excepcional suerte entrar en ese club de gente a la que le han robado la moto y la han recuperado. Somos muy pocos.

Y es muchísima suerte encontrar un cuarteto de amigos turcos entraditos en años que se desvivieran por teléfono para encontrarnos unas pastillas de freno, aunque fuera a cien kilómetros de distancia. Porque nadie le preguntó nada al hombre ese. Se acercó y preguntó. Y todo lo demás lo hizo porque quiso. Y sus amigos lo mismo. Fue una gran suerte encontrarlos.

O romper el rodamiento en Milán y no en un pueblo perdido de la mano de Dios. Y que fuera un sábado por la tarde. Gran suerte poder haber tenido tiempo de subir al techo del Duomo de Milán***. No lo hubiéramos hecho de otro modo.

O contar con el RACC para que también eche una mano. O por supuesto tener amigos como José Luis, Xavi, Dani o Eduard que nos han ayudado enormemente en solucionar el problema de los rodamientos (si todo sale bien, claro). Eso sí es tener muy buena suerte. O los cientos de amigos que nos habéis apoyado en cualquiera de estos imprevistos de viaje. Nos habéis dado muchos ánimos, en serio. Habéis sido fundamentales.

Así que… ¿Puedo decir que hemos tenido mala suerte? Para nada. Creo que nos llevamos de este viaje mil veces más de lo que nos ha quitado. Porque si algo he aprendido en este viaje es que la suerte no es ni buena ni mala. Buena o mala es la actitud con la que afrontas los problemas. Y en eso, sin duda, hemos ganado la batalla.

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Y los post se acaban aquí, porque no tiene mucho sentido escribir sobre las bondades de las autopistas italianas y francesas. Si la suerte nos acompaña, claro. Gracias por seguirnos durante este viaje inolvidable.

La Ruta Turca. De Skofja Loka a Trento. 26JUL2019

Hoy hemos hecho de instagramers. Sí, de esos que ponen fotos de lugares idílicos pero que luego cuando vas hay cosas que no te han contado. El lago Bled***, vamos. Estupendas aguas cristalinas, la isla maravillosa con la iglesia, el castillo allá en lo alto… Pero nadie te ha contado que te has de chupar cuarenta minutos de caravana para poder llegar. Y luego ¡busca aparcamiento! Y eso que vamos en moto. Que sí que es precioso y tal y tal. Pero ya he venido dos veces. No me merece la pena otra cola.

Y luego la cosa era entrar en Italia por los Dolomitas***. O más bien rozándolos después de pasar a Austria unas decenas de kilómetros. Ya los vimos en profundidad hace tres años y ahora el objetivo es volver a casa. Pero siguen impresionando. Lástima que en la frontera ha empezado a diluviar.

Bajo la lluvia nos hemos planteado si valía la pena el otro punto programado para la ruta de hoy. Otro lago de instagramer de aguas con mil tonos de verdes y unas magníficas paredes rocosas enfrente. Una pasada que te lleva a los 300 likes fijo. Pero lo que nadie te cuenta es que están talando gran parte de los bosques de abetos de los alrededores, que en el parking hay que pagar (menos mal que a la hora que hemos llegado ya no, y no había nadie, que a horas más normales eso de e estar petado), y que es lo suficientemente pequeño para que piense que es una mierdecilla de lago. Pero no, solo por las fotos que salen chulísimas os sigo recomendando visitar el lago Carezza***.

Pero si no te lo han contado, tienes que ir a Trento***. Y mira que ayer al planificar la ruta no era el plan dormir aquí. Pero cosas de que está carísimo el alojamiento en el Lago di Garda, y que al desviarnos para ver el Carezza íbamos a llegar más tarde han hecho que paráramos a dormir aquí. Y vaya sorpresón. Aquí no se harán fotos los instagramers ( o sí, que de todo hay). Pero ver la espectacular catedral y sobre todo su plaza del Duomo ha sido casi lo mejor del día. Y eso que hoy todo ha sido tres estrellas. Las fotos, mejor mañana de día. Que hemos decidido perder un poco de tiempo en visitarla mínimamente para querer volver. Sobre todo si volveremos a comer unos farfalle con ragú de ciervo.

La Ruta Turca. De Pozega a Skofja Loka. 25JUL2019

Contrastes. En pocos días hemos pasado de la Turquía más interior, con gente viviendo en cuevas, a Eslovenia, un país completamente europeo. Pero de los que conducen bien y todo. Infinitamente mejor que los del sur de Italia, que de momento se llevan la palma, te diría que incluso peor que los turcos.

A lo que iba. Que hemos empezado el día en Croacia, cerquita de la frontera serbia. Allí hemos seguido viendo las cicatrices de la guerra, incluso veinte años después. El castillo triangular de Sisek* se queda en anécdota. Y Zagreb** ya nos muestra su poderío de capital europea. Paseo tranquilo entre sus callejuelas del casco antiguo, su mercado, y su calor, que hoy ha vuelto a ser agobiante. Menos de lo esperado para este viaje, pero agobiante.

Cuanto más al oeste nos desplazamos, más europeo notaba el ambiente: los conductores saben hacer las rotondas, la gente habla inglés perfecto… y los precios vuelven a ser europeos. Pasar la frontera eslovena es como atravesar de nuevo el espejo de Alicia: ¡Vaya cambio! Asfalto perfecto, pueblecitos perfectos, ideales de la muerte… Muy centroeuropeo todo. Euros! No sabemos los que tenemos hasta que estás unas semanas sin ello.

De eso iba este viaje. De contrastes. Y hoy hemos vuelto a nuestra realidad. El paseo por Ljubljana** y por este pequeño pueblito donde estamos, Skofja Loka***, nos devuelve poco a poco a nuestra realidad. Esa de la que huimos hace unas semanas y que sabíamos que iba a volver. Pero de momento sigamos disfrutando unos pocos días más de los paisajes eslovenos y de lo que nos depare el viaje, que aún estamos a más de 1700 kilómetros de casa, y eso puede dar, visto lo visto, para unas cuantas aventuras más.

La Ruta Turca. De Belgrado a Pozega. 24JUL2019

El hotel de Belgrado era especial… por llamarlo de alguna manera. Su puerta está escondida en un patio interior al que se accede desde la calle. Difícil de entender, pero es así. Nos atendió una señora rubia entrada en años, que bien podría ser prima de la que nos encontramos de luto y despeinada hace unos días en una curva. Por dentro, el hall era espectacular, con una gran escalera y un primer piso con barandilla. Todo correcto, al parecer.

Pero por la mañana ha comenzado el terror. Nos levantamos, tras una noche oyendo gotear varios grifos. Y no había nadie. Ni en el hall, ni en ningún lado. No habíamos tenido opción de preguntar la hora del desayuno, ya que al llegar de cenar no había nadie en recepción. Indagando, bajamos unas escaleras y encontramos el restaurante, con un señor entrado en años desayunando y la dueña/recepcionista de ayer con los mismos pelos. Se levantó rápidamente.

—Allí tenemos un jardín —dijo mientras nos invitaba a salir extendiendo el brazo. Así que salimos. Agradable. Nos sentamos en una mesita que había bajo una gran higuera, mientras que otra familia acababan su desayuno que que presumiblemente habían traído en unas bolsitas de papel. Todo comenzaba a ser extraño. La señora había desaparecido, y pensamos que estaría haciendo el desayuno. Esperamos. Observamos el gato que dormitaba sobre un tejado. Seguimos esperando. La familia había desaparecido. Me adentré nuevamente en el edificio. El señor que desayunaba ya no estaba. Ni rastro de la señora. Me asomo en la cocina destartalada. Tampoco estaba. Así que volví a salir al patio, a seguir esperando.

A la media hora de esperar, decidimos marcharnos. Por un lío en la reserva, es posible que no tuviéramos el desayuno pagado, pero sí que teníamos la opción de desayunar por 10€… Pero allí no apareció nadie. Al salir de nuestra habitación con las maletas, en el hall apareció la señora. Seguía despeinada, rubia y entrada en años. Y con una sonrisa me extendió la factura. Pagué (con alguna dificultad por la tarjeta de crédito) y nos fuimos. Todo muy extraño.

Y el día ha seguido de mal en peor. Finalmente desayunamos en un bar chic cercano, donde tardaron lo indecible. Así que salimos de Belgrado más allá de las diez y pico de la mañana. La primera visita, en Sremski Karlovei*, pse. Pasable. Mucho palacio e iglesias por metro cuadrado, pero ya de ese estilo centroeuropeo y barroco que no me atrae mucho.

Luego, en Novi Sad** la cosa mejoró, aunque más de lo mismo. Por lo menos pudimos comer gastándonos nuestros últimos 500 dinares (unos 4€) con dos pedazo de hot dogs que me va a costar dos subidas a Gallifa en bici para quemarlo. Ilok* nos lo pasamos sin parar, porque no vi nada reseñable. Y Vukovar*, donde quería parar para ver su famoso depósito de agua, dejado todo agujereado como homenaje al asedio que vivió la ciudad en la guerra de los Balcanes… Pues que el depósito estaba lleno de andamios. Día redondo de momento.

En Dakovo** está la iglesia más valorada de esta zona de Croacia (sí, ya hemos cambiado de país, pasando por una frontera de Pin y Pon). De ladrillo, y super alta. “Imprescindible ver sus frescos del interior”, decía mis notas. Pero allí todo estaba cerrado.

—Vaya mierda de día— pensé. Pero borré ese pensamiento de inmediato. Porque un día de mierda de vacaciones, viajando por Europa en dos motos (sobre todo cuando una la robaron hace dos semanas), es mil veces mejor que el mejor día de trabajo que he tenido en veinte años.

Al final encontramos una puertecita lateral, por la que nos aventuramos a entrar, casi a hurtadillas, sin hacer ruido. La verdad es que el interior es espectacular. Lo mejor del día con diferencia, aunque eso no era muy difícil. Pero valía la pena aunque nos echaran bronca si nos encontraban. Pero lo cierto es que había gente rezando dentro. Y siguió entrando gente. Así que no estábamos tan de okupas. Solamente tendríamos que haber empujado la puerta principal para entrar. Pero a veces buscamos caminos alternativos, que no son ni mejores ni peores, sino diferentes.

Y el día de mierda se transformó al descubrir el interior de la catedral de Dakovo, y al surfear durante cincuenta kilómetros por una carretera solitaria, rodeada de girasoles en flor con buen asfalto y mejores curvas.

Porque cualquier día de mierda puede volverse del revés. Solamente hay que tener ganas de que pase. O de encontrar la puerta lateral.

La Ruta Turca. De Niš a Belgrado. 23JUL2019

Si ya lo decía Belén. Que una especie de cachopo enrollado y unas albóndigas que flotaban en una especie de salsa de queso es todo menos una cena ligerita. Y si le ponemos el postre especial, ese que lleva un poco de todo -sí, como un pijama. Con bola de helado incluida-, pues como que casi hemos llegado rodando al hotel. A pesar de eso, y de haber dejado el mantel tan lleno de manchas que al pobre camarero de poco le da un patatús, ahí va la crónica del día.

Carreteras… hoy hemos tenido unas cuantas más de las que sí. Las que llevan al monasterio de Studenica** bien merecen un notable alto. A pesar de que si te caes según Belén la causa de muerte sería sin duda el tétanos que pillas con el quitamiedos tan oxidado. Y árboles. Comienzan a haber árboles, eso que casi no hemos visto en todo el viaje. Árboles que abrazan la carretera, dejando justo ese espacio anguloso justo para que pase la caja del camión. Como diciendo “vale, tú pasas por la carretera, pero porque yo te lo permito”.

Y gente, muy alta, por cierto. Gente que va pululando por la carretera sin saber dónde irán. Alguna podría ser la “chica de la curva” entradita en años. Porque mira que el susto que nos hemos pegado al verla toda vestida de luto y con su cardado rubio al viento… Bueno, esa fijo que iba a la peluquería. O regresaba al cementerio. Porque los cementerios los veo como repletos de gente. Recordad que estamos en Serbia, y aquí hace unos años había una guerra, como bien te lo recuerdan algunos edificios que siguen ruinosos en Belgrado. Porque cada vez que estoy por esta zona y veo una persona mayor de cincuenta años pienso “este es posible que haya matado a alguien”. Intento escudriñar en sus ojos algo de ese pasado que a buen seguro le remueve su interior.

En cuanto al turismo puro y duro… el monasterio de Studenica está en restauración de sus frescos, pero a pesar de ello es digno de ver, tanto el edificio principal como la otra capilla, que también tiene frescos. Todo entre montañas verdes y rodeadas de una muralla defensiva. Dos estrellas le pongo. Y Belgrado**, bueno, una gran ciudad, donde no les importa mucho tenerlo todo sin rebozar y como salido de una guerra, pero sin el como. Y aquí no guardan algunos edificios con orificios de bala, no. Aquí todo a lo grande: tanto el ministerio de defensa como el edificio de la TV pública siguen abiertos en canal, con todas sus tripas al aire.

La cabeza me dice que la sangre necesaria para seguir escribiendo la crónica se requiere urgentemente para hacer la digestión de la cena de hoy. Menos mal que también hemos tomado una ensaladilla de tomate y pepino cubierta de… queso. Hay, Dios mío! Comienzo a sentir un mareo que necesito tumbarme. Igual el medio litro de cerveza también tiene algo que ver.

La Ruta Turca. De Kazanlak a Niš. 22JUL2019

Las carreteras se dividen simplemente en dos clases. Las que sí y las que no. Desgraciadamente este viaje está siendo muy rico en vivencias, en emociones, en sensaciones, pero bastante pobre en conduccion motera por carreteras de esas que sí. Pues hoy la cosa ha comenzado a cambiar. Hoy hemos pillado una carretera de esas “que sí”.

Pero para llegar hasta ella hemos tenido que seguir atravesando Bulgaria y hacer la paradita oficial en Sofía**. A pesar de que la recorrimos hace unos tres años, quería volver a ver la maravilla de catedral de Aleksandar Nevski y sus cupulitas verdes y doradas. Y recordar otros edificios de estilo soviético y otras iglesias, y… vamos, que la cuidad da para una visita obligada si es la primera vez que pasas.

Después de comer, seguimos atravesando Bulgaria por carreteras y esperando a la tormenta que se avecinaba a nuestro frente. Algunos tramos estaban en obras y nos desviaron por una carretera lateral adoquinada que estaba entre mal y fatal. Sobre todo cuando empezó a llover. Porque la tormenta finalmente llegó. En dos actos. Antes y después de la frontera con Serbia. Y en el entreacto, una horita de cola fronteriza.

Y llegó la carretera que sí. Estrecha, con más parches que asfalto, combada por el tiempo y ajada de la edad. Superviviente de batallas y escaramuzas bélicas con seguridad. Me imagino los tanques pasando sobre ella mientras que en sus cunetas marchan soldados parapetándose en los pocos árboles que la circundan. Joer, es entrar en los Balcanes y pegárseme el estilo de Pérez Reverte. Mejor seguimos con lo nuestro.

Pues eso, una carretera con más baches que zonas lisas, pero de las que disfrutas de verdad, después de tantas autovías, carreteras desdobladas y rectas insulsas. Y de postre, ha atravesado un pequeño cañón que nos ha parecido precioso. Espera, ¡que no os la he presentado! Es la 428 entre Pirot y Bela Palanka, en Serbia.

Niš* era nuestro destino de hoy no por nada, sino por estar en nuestro camino. Luego resulta que tiene cosas interesantes con nombres sugerentes, como la torre de las calaveras, que si se tercia igual la veremos mañana. Pero nada más interesante. Bueno, un castillo y alguna cosita más, como el campo de refugiados de la Cruz Roja en la II Guerra Mundial, que seguramente no nos dará tiempo. Y un H&M enorme. Hemos paseado entre sus calles buscando heridas de guerra, que puede que no existan por esta zona, pero que sea como fuere no he logrado encontrar.

Y mañana sin duda seguirán esas carreteritas que sí. Porque ahora me he empeñado yo en buscarlas. Que ya llevábamos 7000 kilómetros que no. Pero eso será mañana. Con las calaveras y un montón de cosas más.

La Ruta Turca. De Estambul a Kazanlak. 21JUL2019

A ver, que la chica del restaurante muy bien de inglés, muy simpática ella pero ha sido más lenta con el postre y la cuenta que el coche de Fernando Alonso. Y ya no son horas de ponerse a hacer una crónica larga. Los que la leéis por la mañana con el café con leche y el cruasán nada, pero que se me caen los ojos de sueño. Aunque igual es la cerveza, que llevábamos más de una semana sin catarla.

Y es que hoy ha cambiado el panorama por completo. Pero tranquilos, que esta vez estaba planificado. Es como me gustan los viajes, que sean muy cambiantes (sales con dos motos, y casi vuelves con una… y cosas así). A lo que iba, que me enrollo: pues que hoy hemos dejado Turquía y nos hemos adentrado en Bulgaria. Ya estuvimos durante una semana hace tres veranos aquí y la vimos en profundidad. Pero no por eso quería dejar de ver alguna cosilla de ese comunismo trasnochado que gastaban por aquí. Pero empecemos por el principio.

Estambul un domingo a las ocho de la mañana es una delicia. Los casi treinta y cinco kilómetros que nos ha costado salir de él han sido casi en solitario. La zona moderna es eso, muy moderna. He visto hasta ciclistas. Y en poco más de dos horas, nos hemos plantado en la frontera. Cinco kilómetros de caravana de camiones que nos hemos saltado tan ricamente, y luego el papeleo habitual. Pero ya volvemos a estar en la Comunidad Europea, con sus matrículas con banderita, su gente que (casi) respeta los semáforos, sus moteros domingueros,… y también sus rodaras, su asfalto pésimo (aunque eso no ha cambiado mucho desde Turquía) y sus monumentos megalíticos de la época comunista.

El primero que hemos visitado ha sido como de pasada, en Stara Zagora*. El monumento a la bandera, o algo así. A parte de la torre con formas cúbicas y extraños dorados, lo que me llamaba la atención para desviar la ruta eran sus estatuas de bronce descomunales. A ver, si pones a un mariscal búlgaro (o general, o lo que se estile por aquí) de un tamaño de 5 o 6 metros en bronce, eso da un respeto que te mueres. Y si pones cinco o seis ni te cuento. Y si le pones unas escaleras infinitas para llegar (cosa muy típica comunista, por lo que se ve), pues tienes el escenario perfecto.

Y finalmente, en Kazanlak, hemos vuelto a subir a Buzludzha***, el famoso ovni comunista encaramado en lo alto de la montaña. Ya intentamos verlo hace tres años y lo conseguimos parcialmente, entre la espesísima niebla que había. Además, la ilusión es poder entrar y disfrutar de los mosaicos hipermegagrandes y de la cúpula ruinosa y dorada. Pero está prohibida la entrada. Desde hace años. Pero la gente se ingeniaba siempre para encontrar un huequecito. Pero esta vez nos hemos dado cuenta que es prácticamente imposible: todos los huecos han sido tapiados o enrejados.

Pues ya está. Ahora me levantaré del sofá de piel de 6 plazas en L que tengo en la habitación de hotel, recorreré los quince metros que tengo hasta la cama y a soñar con nuevas aventuras. Pero eso ya será mañana, que cambiaremos nuevamente de país y de escenario.

La Ruta Turca. De Göreme en la Capadocia a Estambul. 19 y 20JUL2019

A ver, que estos dos días están siendo durillos en el plano emocional, pero no quiero salirme mucho -supongo que es mi carácter mal que me pese- de mi “línea editorial”. Así que brindando este post al cielo -o al mar, o a donde quiera que te hayas ido- empecemos con el tema. Y menudo tema toca hoy. Nada menos que la Capadocia. Estará a la altura.

La Capadocia*** es, en cuatro palabras, ES PEC TA CU LAR (vaya, son 5). Tanto, que aquí eso de que más vale una imagen que mil palabras viene al pelo. Así que no voy a intentar describirlas en este post. Que para eso tenéis el buscador de imágenes de Google. La cosa va de contar impresiones, no? Pues eso. ESPECTACULAR. Así en mayúsculas.

Pero vamos, no tiremos las campanas al vuelo. (Disclaimer: el siguiente párrafo está pensado para desmitificar un poco la Capadocia, por si aún tienes la boca abierta después de ver las fotos de Google. No lo leas si no quieres recibir un shock):

Está petao de gente. Gente rara, incluso. Gente que se levanta a las 4 de la mañana para hacerse fotos en trajes de fiesta encima de coches americanos de los años 60 mientras le pasan globos por encima. Y todo pa Instagram. De hecho, la Capadocia no deja de ser unas Bardenas Reales o unos Aguarales de Valpalmas pero a lo bestia, donde los lugareños que debían ser unos mantas en lugar de levantar edificaciones les dio por hacer boquetes en las rocas con un pico y una pala y ponerse a vivir dentro. Y que lo pillas con mucha ilusión, oyes. Pagas la entrada del museo, te das un garbeo por las múltiples iglesias -algunas con unos frescos que flipas- y sigues embobado. Te das una vuelta por los diferentes valles (el rosa, el rojo, el de las palomas, el de los monjes,…) y ya la cosa como que te satura un poco.

Pero luego llegas al hotel, miras las fotos que has hecho, y llegas a la conclusión de que la Capadocia es ES PEC TA CU LAR. Y uno de los lugares que debes ver una vez en la vida, a pesar de todos los peros.

Vale, pues eso fue ayer. Esta mañana, hicimos también de chalaos levantándonos a las cinco de la mañana para ver los globitos volar en el amanecer. Y sí, los chinos con sus poses instagrameras, algunos perroflautas con sus tiendas y sus guitarritas,… pero la imagen de esos cientos de globos sigue siendo ES PEC TA CU LAR.

Y luego, autopista y manta para llegar a Estambul, que estaba a unos 750 kilómetros de distancia. Con esto ya hemos recuperado el tiempo perdido con todo el tema de la mafia siciliano-ghanesa y el robo de la Merkel. Y como hoy hemos puesto varias veces gasolina, me apetece contaros el sistema que tienen aquí para repostar. Curioso cuanto menos:

Llegas a la gasolinera (todas con servicio atendido, por supuesto). Un tipo te mira la matrícula y la introduce en una máquina. Te pone gasofa (ojito que en alguna la de 95 octanos parecía que tuviera algunos menos). Y cuando acaba te vas a pagar dentro. OK, de momento todo correcto. Pues dentro hay una pantalla con recuadritos, cada uno con un surtidor, donde ves tu matrícula. Por si acaso, tú te sabes el número de surtidor, claro. Pagas, y el tipo de da dos tickets de recibo de la VISA. Sales y uno de ellos se lo das al que te ha puesto gasolina, que te extiende otro ticket con lo que te ha puesto. Total, que acabas con dos tickets y un lío de narices. Sobre todo cuando te encuentras al gasolinera turco con mentalidad noruega que no te deja repostar las dos motos con la misma manguera, porque te_tiene_que_poner_las_dos_matrículas_y_solo_puede_hacerlo_de_una_en_una.

Total, que ya me he rebotado con él. Seguramente era el madrugón, el estrés emocional de estos días, o los seiscientos kilómetros que ya llevaba. Y el pobre turco con mentalidad noruega no tenía la culpa. Me insistía que era su jefe el que le obligaba. Y yo diciéndole que llevaba una semana en Turquía repostando dos veces al día y es la primera vez que no me dejaban repostar las dos motos a la vez. Al final Belén -que a veces tiene la paciencia de Job conmigo- ha ido religiosamente a pagar dos veces.

Y con estas cosas hemos llegado a Estambul. Y hemos disfrutado de la tarde-noche de la bulliciosa ciudad con el relajo de ya conocerla de otros viajes, y limitarse a pasear y disfrutar de sus bellezas, de su gente y de sus bocadillos de sardinas a pie de Bósforo.

(Te dije que era un buen post, no? Va por ti).

La Ruta Turca. De Bergama a Pamukkale, pasando dos veces por Smirna. 16JUL2019

Hay quien dijo que los viajes se hacen no para ver cosas sino para que pasen cosas. Pues ya puedo afirmar que este de Turquía es un pedazo de viaje. Hoy ha vuelto a pasar eso de que se te cae el alma a los pies, piensas que tienes encima un problema irresoluble, se juntan tres tipos hablando en turco, te medio solucionan la vida pero tú aún no te lo crees, y al cabo de dos horas y 200 kilómetros de más te das cuenta de que al final todo se ha arreglado y solo has perdido esas dos horas

Todo empieza en Bergama, donde después de comprar un candado para Merkel, la Renacida por 20€ (con alarma y todo…) salimos dirección Éfeso. Pero lo importante de hoy no fue que vimos las ruinas, la excepcional biblioteca de Celso incluida, o que perdimos las pegatinas de Turquía que acabábamos de comprar. No. Lo importante tampoco fue contemplar las casas de colores que adornaban el paisaje de Kusadasi. Para nada.

Lo realmente excepcional del día es que la aventura nos volvió a poner a prueba. Belén dice que la moto hace un ruido al frenar, y me doy cuenta que prácticamente se ha comido toda las pastillas de freno delantero. Hierro con hierro, vamos. Estamos a unos 150km del destino de hoy (Pamukale) y dudo que tengan allí pastillas de freno. De momento estamos parados frente a un bar en un pueblo cualquiera de esos por los que pasa la carretera. Se acerca un señor al vernos mirar la rueda de la moto y pregunta qué pasa. A partir de ahí se desencadenan una serie de acontecimientos que para mi son la esencia de los viajes. No las columnas corintias del Ágora de Éfeso.

Acabamos en una tienda que venden motocultores, donde el señor del bar, el dueño de la tienda y otro que aparece de vete a saber dónde frenéticamente llaman desde sus teléfonos a mecánicos, servicios oficiales BMW, etc… para localizar unas pastillas nuevas. Les oigo gritar indignados al saber que no hay ningún servicio BMW de motos a 200 kilómetros a la redonda…

No me digas cómo, acabo con un papel con una dirección casi ininteligible escrita.

—Ves allí, en Esmirna. Allí puede que tengan las pastillas —me dijo el tercer hombre, que era un ganadero de la zona y que chapurreaba el inglés mezclado con alemán.

Y ahí me ves, con las pastillas de la moto de Belén en la mano, que nos montamos en la Merkel para retroceder 100 kilómetros en busca de pastillas. Y para ir más rápìdo, decidimos ir por autopista de pago… de esas que necesitas una pegatina, o un telepass o vete a saber qué necesitas y que aún no tenemos. Y me vuelves a ver andando un buen trecho por la autopista, sin pasar las barreras de peaje, para preguntarle a unos policías que estaban al otro lado.

—Pasa sin problemas. Tienes 15 días para registrarte en el sistema en una estafeta de correos —me dijo.

OK, problema solucionado.

Y la dirección resultó ser correcta. Y se me encendieron los ojos al ver tres BMW medio desmontadas en el taller de mala muerte de Esmirna. Y allí estaba el mecánico, esperándome con las pastillas correctas preparadas para darme. Otros 20€. Y cuando ya me montaba en la moto, tuvo que enseñarme su preciosidad de BMW de los años 30 que estaba restaurando. Se le iluminaban los ojos cuando nombrabas esas letras: Be-eme-uve… Y a mí se me iluminaba la cara.

Y al cabo de una hora ya estaba todo resuelto, y volvíamos a rodar en dirección a Pamukkale. Quién dijo que la vida era una caja de bombones? Pues hoy el mío tenía licor dentro. Porque si este fuera mi primer viaje en moto, con todo lo que llevamos pasado, os aseguro una cosa: o me olvidaba de los viajes para siempre, o me enganchaba a esa adrenalina de tal manera que no hubiera podido dejarlos nunca más. Afortunadamente a estas alturas de mi vida, veo las cosas con más calma. O no.