A ver, que estos dos días están siendo durillos en el plano emocional, pero no quiero salirme mucho -supongo que es mi carácter mal que me pese- de mi “línea editorial”. Así que brindando este post al cielo -o al mar, o a donde quiera que te hayas ido- empecemos con el tema. Y menudo tema toca hoy. Nada menos que la Capadocia. Estará a la altura.
La Capadocia*** es, en cuatro palabras, ES PEC TA CU LAR (vaya, son 5). Tanto, que aquí eso de que más vale una imagen que mil palabras viene al pelo. Así que no voy a intentar describirlas en este post. Que para eso tenéis el buscador de imágenes de Google. La cosa va de contar impresiones, no? Pues eso. ESPECTACULAR. Así en mayúsculas.
Pero vamos, no tiremos las campanas al vuelo. (Disclaimer: el siguiente párrafo está pensado para desmitificar un poco la Capadocia, por si aún tienes la boca abierta después de ver las fotos de Google. No lo leas si no quieres recibir un shock):
Está petao de gente. Gente rara, incluso. Gente que se levanta a las 4 de la mañana para hacerse fotos en trajes de fiesta encima de coches americanos de los años 60 mientras le pasan globos por encima. Y todo pa Instagram. De hecho, la Capadocia no deja de ser unas Bardenas Reales o unos Aguarales de Valpalmas pero a lo bestia, donde los lugareños que debían ser unos mantas en lugar de levantar edificaciones les dio por hacer boquetes en las rocas con un pico y una pala y ponerse a vivir dentro. Y que lo pillas con mucha ilusión, oyes. Pagas la entrada del museo, te das un garbeo por las múltiples iglesias -algunas con unos frescos que flipas- y sigues embobado. Te das una vuelta por los diferentes valles (el rosa, el rojo, el de las palomas, el de los monjes,…) y ya la cosa como que te satura un poco.
Pero luego llegas al hotel, miras las fotos que has hecho, y llegas a la conclusión de que la Capadocia es ES PEC TA CU LAR. Y uno de los lugares que debes ver una vez en la vida, a pesar de todos los peros.
Vale, pues eso fue ayer. Esta mañana, hicimos también de chalaos levantándonos a las cinco de la mañana para ver los globitos volar en el amanecer. Y sí, los chinos con sus poses instagrameras, algunos perroflautas con sus tiendas y sus guitarritas,… pero la imagen de esos cientos de globos sigue siendo ES PEC TA CU LAR.
Y luego, autopista y manta para llegar a Estambul, que estaba a unos 750 kilómetros de distancia. Con esto ya hemos recuperado el tiempo perdido con todo el tema de la mafia siciliano-ghanesa y el robo de la Merkel. Y como hoy hemos puesto varias veces gasolina, me apetece contaros el sistema que tienen aquí para repostar. Curioso cuanto menos:
Llegas a la gasolinera (todas con servicio atendido, por supuesto). Un tipo te mira la matrícula y la introduce en una máquina. Te pone gasofa (ojito que en alguna la de 95 octanos parecía que tuviera algunos menos). Y cuando acaba te vas a pagar dentro. OK, de momento todo correcto. Pues dentro hay una pantalla con recuadritos, cada uno con un surtidor, donde ves tu matrícula. Por si acaso, tú te sabes el número de surtidor, claro. Pagas, y el tipo de da dos tickets de recibo de la VISA. Sales y uno de ellos se lo das al que te ha puesto gasolina, que te extiende otro ticket con lo que te ha puesto. Total, que acabas con dos tickets y un lío de narices. Sobre todo cuando te encuentras al gasolinera turco con mentalidad noruega que no te deja repostar las dos motos con la misma manguera, porque te_tiene_que_poner_las_dos_matrículas_y_solo_puede_hacerlo_de_una_en_una.
Total, que ya me he rebotado con él. Seguramente era el madrugón, el estrés emocional de estos días, o los seiscientos kilómetros que ya llevaba. Y el pobre turco con mentalidad noruega no tenía la culpa. Me insistía que era su jefe el que le obligaba. Y yo diciéndole que llevaba una semana en Turquía repostando dos veces al día y es la primera vez que no me dejaban repostar las dos motos a la vez. Al final Belén -que a veces tiene la paciencia de Job conmigo- ha ido religiosamente a pagar dos veces.
Y con estas cosas hemos llegado a Estambul. Y hemos disfrutado de la tarde-noche de la bulliciosa ciudad con el relajo de ya conocerla de otros viajes, y limitarse a pasear y disfrutar de sus bellezas, de su gente y de sus bocadillos de sardinas a pie de Bósforo.
(Te dije que era un buen post, no? Va por ti).