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NK17. Oslo-Gøteborg. Sol!!

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Bueno, vamos a ser breves. Comenzamos por el final. Bueno, casi voy a comenzar con la crónica de mañana. Mañana a las 9:15 cogemos un ferry a Fredrikshavn, que nos llevará nuevamente a Dinamarca. Por eso hemos de acostarnos pronto. Para madrugar. Que no me gusta mucho perder ferrys.

Ese es el motivo fundamental de la longitud más bien escasa de esta crónica. Ese y que hoy no han pasado muchas cosas. Hago un repaso rápido:

– No ha llovido. (Bueno, mentira, que algunas gotas han caído. De hecho algunas carreteras estaban mojadas. Qué coño! Sí ha llovido! Rectifico:

– Hoy hemos visto el sol. (Eso sí. Y cielos con algunos parches azules). Sí, añoraba el sol.

– Oslo no está pensado para circular en vehículo. Y además no hay mucho que ver. (No, no me gustan los parques con esculturas. La ópera mira, tiene su qué).

– En una gasolinera noruega me hacían pagar por ir al WC. ¡Y la chica me quería hacer creer que eso era así en todo el país! Se ve que no tiene ni idea de la de litros de gasofa que llevo echados en su país… Y de la de veces que he ido al baño en gasolineras de su país. Obviamente, no he ido al baño. Aunque he pensado en hacerlo en el surtidor, me ha parecido poco decoroso por mi parte.

– Hemos pillado atasco en la entrada de Gøteborg. (O Göteborg, O Gotemburgo). No, no añoraba los atascos.

– Hemos podido cenar algo que no sea embutido. Es la primera vez en varios días.

– Belén cada día va mejor en moto. Ya no la llevo en volandas, ahora viajo con ella.

Pues lo dicho. Resumen hecho. Mañana seguimos desde Dinamarca (me encanta Dinamarca).

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NK8. Luleå-Rovaniemi. Lapland

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Debemos estar locos. Una cortina de agua nos impide ver más allá de nuestras propias narices, los charcos de agua en las roderas de la carretera casi me llevan al aquaplaning en dos ocasiones. Unos intimatorios cables de acero me «protegen» de pasar al carril contrario. Los truenos rugen cercanos sobre nuestras cabezas, y nosotros seguimos avanzando. En moto. Lo dicho, debemos estar locos.

Todo eso es lo que pensaba después de que un tío algo gordito, vestido con una sudadero de esas universitaria, con una barba rubia mal cuidada y las manos manchadas de grasa, me parara por la carretera con una llave de tubo en la mano. Su coche, completamente destrozado por el lateral izquierdo, con las dos ruedas reventadas y los amortiguadores por los suelos, descansaba ya, moribundo en el arcén. Pocos metros antes, la valla de cables de acero tenía marcas de desgraciado «encuentro» con el coche.

– ¡Hola! ¿Tienes una llave de tubo del 10? -me pregunta finalmente en inglés, al ver la cara que le he puesto cuando me lo ha dicho en sueco.

– Pues no, del 10 solamente tengo llaves fijas -le contesto, algo aliviado. Si me tengo que poner a desmontar todo el equipaje bajo la incesante lluvia para sacarle una llave del 10, me muero. Además dudo mucho (de hecho dudo muchísimo) que el pavo pueda arreglar el coche con una llave del 10. Necesita lo menos tres semanas en el taller.

Y es que la ruta hoy ha sido dura. No por los kilómetros, ya que es la etapa más corta desde que salimos, pero sí por las condiciones climatológicas. Sobre todo cuando te empieza a calar el traje de cordura. Miro a Belén ahí delante. Su melena al viento se está empapando, pero ella va firme y segura hasta el destino de hoy. Verdaderamente es admirable. Llevamos con este 8 días, con medias de siete a ocho horas encima de la moto. Incluso un día estuvimos más de once. Día tras día. Sin rechistar. Indiscutiblemente las mujeres son de otra pasta. ¡Bravo, Belén!

Y llega Finlandia. Y Rovaniemi, donde la lluvia nos ha dado un respiro de poco menos de media hora. Hemos ido a ver a Santa, que ha estado muy dicharachero como cada vez que le he visitado. Mu majo él. «Adéu», me ha dicho el tío al despedirse. Campechano. Pero quizá lo que a mi más me llena es haber pasado nuevamente el Círculo Polar Ártico. Napapiiri lo llaman por aquí. Entramos en la tierra de las noches perpetuas y de los días eternos. ¡Mola!

Poco más que añadir. Rovaniemi no tiene más. Paseo por la ciudad ya de tarde, que ha parado de llover. Calle arriba, calle abajo. Y se acaba el pueblo. Como suele ser costumbre cada vez que entro en Finlandia, se me ha olvidado adelantar la hora. Pero bueno, no me preocupa. Ya casi es un ritual llegar tarde a la cena o al desayuno en este país.

¿Que si estamos locos? ¿Que por qué vamos en moto? Porque como dicen por ahí, prefiero una vida ancha que corta. Prefiero vivirla intensamente a solamente pasar de puntillas por ella. Y amigos míos, si queréis intensidad, la moto es vuestra herramienta. Aunque caigan chuzos de punta.

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NK7. Sundsvall-Luleå. Orcos que vienen y van.

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¿Que qué es lo peor que llevo del viaje? Sin ninguna duda hacer y deshacer maletas. Más concretamente, cargar y descargar la moto. Cincha para arriba, cincha para abajo; Encaja la maleta, asegura las bolsas… Llevamos justo una semana haciéndolo todos los días y esta mañana mis bíceps se han quejado (sí, escuálidos y raquíticos bíceps, pero bíceps al fin y al cabo). El proceso de carga y descarga ha durado, desde que ha sonado el despertador hasta que me he puesto el casco, más de hora y media. Y eso sin desayunar. Pues como que no me sentía los brazos cuando hemos rodado calle abajo a buscar la salida de Sundsvall. ¡Qué dolor! Por supuesto, añadido a mi normal cabreo de buena mañana, daba como resultado tener la simpatía de un orco.

Con esa actitud afrontaba los seiscientos kilómetros de la etapa del día, presumiblemente toda por autovía/carretera. Sí, porque en esta zona de Suecia las carreteras se vuelven autovías y las autovías se tornan carreteras con un solo chasquido de los dedos. De pronto tienes un carril y debes ir a 90 por hora, como súbitamente aparece otro carril como de la nada y puedes ir a… 90 por hora. Bueno, puedes ir más rápido, pero estas velocidades supersónicas son cosas de la Derbi.

El ánimo me lo ha cambiado el bar del desayuno, a escasos cuarenta kilómetros de Sundsvall. Casi no paramos, pero al final lo hemos hecho. Y menos mal! Unos bocadillos desbocadillizados -término que voy a acuñar y voy a vender a Ferràn Adrià- estupendos. ¿Qué son los bocadillos desbocadillizados? Cójase el pan, NO lo parta por la mitad. Agréguese los ingredientes ENCIMA del pan. Y ya. Pues mira, estaba bueno. Sobre todo si te lo tomas en una terraza con vistas al lago. Maravilloso. Me he desorquizado de golpe.

A partir de ahí el ánimo ha cambiado. He comenzado a disfrutar de los abetos (sí, de los mismos abetos de ayer, y de antes de ayer) de los lagos (de lagos muy parecidos a los de ayer y antes de ayer, sí) y de la carretera/autovía rectilínea. Y es que las cosas, con mejor humor, son siempre más bonitas.

Tras un par de reportajes, un RedBull y una visita al WC, ha llegado la hora de la comida. Y visto el éxito del desvío de ayer, he intentado lo mismo, sabiendo que la probabilidad de que volviera a salir bien era más bien escasa. He mirado el GPS, he localizado una ensenada cercana a la que llevaba una pequeña carreterita, y nos hemos dirigido hasta allí. Cinco kilómetros de pistas -de carreterita nada- que han acabado en un pequeño embarcadero, con los palos para secar pescado e incluso una mesa de picnic. La pequeña calita estaba rodeada de bosques de abetos y disponía de una pequeña salida al Báltico. Espectacular.

Y a lo tonto a lo tonto, hemos llegado a Luleå, ciudad casi completamente rodeada de agua, de un agua completamente quieta y tranquila. Tranquila como la ciudad, que parece desierta a las siete de la tarde. Los bares ya cerrando, y solamente algunos habitantes por las calles. Y la mitad de los que hemos visto eran españoles, y no turistas precisamente. Bueno, una pareja sí, fotografiando con una réflex las más horribles calles de la ciudad.

Y casi sin temor a equivocarme, para Belén el momento más feliz del día ha sido disfrutar de su café sentada en el sillón de masajes de la recepción del hotel. Déjala que disfrute. Le queda un día. Un día para llegar al Círculo Polar Ártico. ¡Mítico! Aunque no nos lo ponen fácil, que mañana dan lluvias. Pero ya se puede engalanar el gordo de rojo que vive por esos lares, que mañana le haremos una visitilla.

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NK5. Copenhague-Estocolmo. La ciudad de la hora azul infinita

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Oresund, a pesar de atravesarlo en ayunas, es un puente que mola. Sí, es verdad que a mí me mola más el de Storebaelt, que es más… rotundo. El de Oresund combina tanto el túnel submarino como un gran tramo sobre pilares que va ganando altura y finalmente el majestuoso tramo colgante. Muy chulo, simulando velas de barcos con sus tirantes. Pero a mi me mola más el de Storebaelt. Pero sí, el de Oresund también mola. [y así podríamos estar toda la noche, que si el de Oresund que si el de Storebaelt…] 25 eurazos de puente por moto.

Y así, en ayunas, entramos en el país de los pueblos con nombre de estantería de IKEA. Coge una palabra, por ejemplo, almohada. Cambia la terminación por -asan. Ya tenemos almohadasan. Ahora añade una «å». Ålmohadasan. Un toque de «ø» y nos queda ålmøadasan. Una pincelada de «ä», una repetición y ponerlo en mayúsculas nos deja ÅLMØADÄSAAN, la nueva lámpara de pie de IKEA. De igual manera podemos transformar las poblaciones.  Soria se queda en SØRÏÅESEN. Y así durante los seiscientos y pico kilómetros de la etapa de hoy.

Como veis, la cosa ha estado aburridilla y me ha dado tiempo de pensar en chorraditas. Es lo que tiene Escandinavia. Un bosque muy chulo, un lago de ensueño, un bosque que no está mal, un lago mono, un bosque que es igual que el anterior, otra vez un lago, el PUTO BOSQUE QUE NO SE ACABA, el LAGO DE LOS COJONES QUE PARECE EL MISMO DE HACE TRES HORAS y así sucesivamente.

Pero nos hemos divertido mucho. En realidad en este viaje no paramos de reírnos. Cuando me funciona el intercomunicador, claro. Porque lleva un par de días que a las cinco horas dice que ya ha trabajado bastante. Y a todo esto, el Turning Torso de Calatrava, el emblemático edificio de Malmö (¿veis? Ya han colado una «ö» en el nombre…) sigue donde estaba hace un par de años. Y hace tres. Y hace cuatro. Es la cuarta vez que lo veo. Y las señales de alces, que han empezado a aparecer como las setas. Pero yo esto ya me lo conozco: no haces más que mirar a todos lados en cuanto salen las señales. Y luego no ves ni un reno ni un alce hasta dentro de muchos paralelos. Al 65 por lo menos. Y estamos en el 59. Pero vamos, que como salga el alce despistado estamos listos. Así que será mejor seguir mirando.

También hemos visto cientos de coches americanos años 60-70 por el camino. Y cuando digo cientos no exagero. Primero creía que habría una concentración o algo. Pero muy concentrados no pueden estar si los llevamos viendo seiscientos kilómetros. Yo creo que los suecos han visto el radiante día que hacía hoy, con sus 25º en canal, y han decidido salir a pasear con sus descapotables.

Y la joya de la corona, Estocolmo. Una de mis ciudades favoritas. La hemos recorrido en una hora azul interminable, como suelen ser las noches de verano por estas latitudes. Gamla Stan y sus edificios de colores con personalidad, de sus callejuelas adoquinadas y de sus pasajes imposibles. Los canales, los embarcaderos y los edificios iluminados ofreciendo mil reflejos en un agua tan quieta como oscura… Quien no sueña con volver a esta ciudad es porque nunca ha estado (por otro lado, la frase arroja cierta lógica…).

Y sí, al final desayunamos. En un McDonalds. Y esta vez no fue por el wifi… Pero es que más allá de los Pirineos no tienen esa costumbre tan nuestra de dar una patada y que salgan veinte bares. Aquí, quien encuentra un McDonalds a la hora del desayuno, tiene un tesoro. Por cierto, que se ve que la costumbre aquí es pedir las cosas para llevar y comérselas dentro del coche… en el mismo parking del establecimiento. Al menos, tú eliges la música. Buenas noches.

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Día 5. 28 de Julio, Stockholm

Me desperté tarde. Hoy me lo merecía. Me hacía ilusión visitar Estocolmo, pero lo primero es lo primero, y tenía que descansar. La entrada triunfal que hice ayer en la ciudad con las últimas luces del día me empujaba a repetirla y grabarla en video. Pero la mini cámara que llevo dejó de funcionar, así que dediqué la primera hora del día (que para mí fue de 10 a 11 de la mañana) a comprarme una en el MediaMarkt. No es tan manejable como la otra, pero supongo que con un poco de velcro se aguantará… (esto presagia oscuras aventuras…).

Cuando llegué al centro de Estocolmo, a la Gamla Stan, lo ví claro. Era imposible verlo todo, así que dejé la guía en la maleta de la moto, me armé con mi cámara y comencé a andar, así “a pelo”. Lo que salga, saldrá. Y lo que me olvide de ver,… estará allí para la próxima.

Mientras camino voy pensando más en fotografiar esto, grabar aquello, o en cómo plasmarlo en cuatro frases… más que en disfrutar lo que veo. Esto me hizo reflexionar si vale la pena todo este montaje, o los viajes han de ser más… individuales. Y esa reflexión llegó tan adentro que me mareé. Me di cuenta que no viajo para ver cosas… Viajo para explicarlas, para fotografiarlas. Ese es el motivo del viaje, ser una musa, una fuente de inspiración que me haga ser mínimamente creativo y no tan… matemático. Es quizá el pensamiento más profundo en todo este recorrido… y precisamente lo he tenido mientras iba andando, y no mientras devoraba miles de kilómetros sin otra compañía que las líneas de la autopista -que tal como vienen se van- o Norah Jones susurrándome al oído.

En mi infancia me encantaban los libros, especialmente unos que tenía mi abuelo con fotos de las “Maravillas del Mundo”, como rezaba su título. Recuerdo que una de ellas era sobre WASA, la embarcación puntera de la marina de guerra sueca que se hundió en el mismo momento de su botadura -como le pasó a la carabela de la Expo de Sevilla con el Curro dentro- hace ya unos cuantos siglos. Pues esa embarcación se reflotó y está expuesta en un museo aquí, en Estocolmo. Me acerqué a verla, pero las inmensas colas me hicieron desistir. En su lugar, me tumbé en un parque cercano y me puse a leer los últimos capítulos del tercer libro de Millenium. Tiene gracia que tras muchos meses de lectura me acabe el libro de la Salander precisamente en Estocolmo. Son los regalos que te da el azar. Seguramente dentro de unos años no me acuerde ni de qué iba el libro, pero sí que se ambientaba en Estocolmo y que me lo acabé precisamente allí. Por cierto, me he dado cuenta de que hay muchas Lisbeth Salander en Estocolmo. O al menos visten como ella.

A media tarde, cuando cayó la primera gota de lluvia, me volví al hotel. Estaba cansado. Me cansa más andar 3 horas que ir 9 en moto… Me quedan muchas cosas por ver, pero no me importa. Este no era el viaje de Estocolmo. La ciudad se merece uno propio. Como dijo Terminator… “Volveré”. Además aprovecharé para descansar y para acabar trabajo acumulado. Porque hoy hay video. Es lo máximo que he podido hacer con la gracia que me caracteriza:

Hoy he hecho 51 kilómetros en 1 hora y 11 minutos, a una media de 42,5 km/h y un consumo medio de 4,5 l/100 km. La ruta la tienes aquí.

The Long Way North. Day 5


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Día 4. 27 de Julio, Stockholm

El día amaneció soleado y brillante. Radiante. A pesar del cansancio acumulado, daban ganas de ir en moto. La mayor parte de la ruta transcurría por carreteras generales, así que me desintoxicaría finalmente de tantos miles de kilómetros de autopista (y no es una exageración).

La carretera transcurría entre maravillosos bosques de coníferas, que rodeaban la cinta de negro asfalto como queriendo absorberla. El olor era limpio y claro, con ese perfume que te recuerda que la naturaleza está ahí para disfrutarla.

Los pueblos iban surgiendo cada pocos kilómetros, dispersos, con sus casitas de Pin y Pon de brillantes colores y nombres sacados del catálogo del IKEA. La carretera en unos primeros momentos me parecía maravillosa, hecha para disfrutar del paisaje y de ese sol que lo inundaba todo, aunque después de varias horas se iba haciendo monótona. Pero era caprichosa en cuanto a las limitaciones, ahora a 90, ahora a 70… ahora a 100… sin ton ni son, ni con una lógica concreta. En algunos momentos se tornaba autopista, y en otras se degradaba a simple carreterita provinciana. A veces tenía dos carriles, a veces uno, alternándolos con el sentido contrario, y siempre separados por unos intimidatorios -al menos para los motoristas- cables de acero.

Una sonrisa invadió mi rostro al ver la primera señal donde advertían de la presencia de renos. “Ahora sí. Ahora ya puedo decir que estoy en Escandinavia!”, pensé. La mítica imagen vista hasta la saciedad en fotos y foros moteros se hacía realidad en mi retina. Solamente queda ver los renos en directo.

La primera parada fue en Karlskrona, verdadera ciudad que vive de cara al mar, con diversos puertecitos de embarcaciones de recreo, y quizá -al menos en su casco antiguo- con más amarres que edificios.

Kalmar, otra ciudad agradable, como casi todas las que veo pasar rápidamente a través de mi casco. Presenta una gran plaza adoquinada, preservada en el tiempo, con edificios señoriales y una gran iglesia… y con WiFi. Allí aproveché para ponerme al día y tomar un ligero tentempié. Después, visita fugaz a su impresionante castillo a orillas del mar por la que es famosa la localidad.

Hacer 385 kilómetros con el depósito de la BMW es algo que hasta la fecha no había conseguido. Medias sostenidas de 90 km/h es lo que tiene, que consiguen consumos de hasta 4,1 l/100km. Genial; además de ver el paisaje -y olerlo-, voy ahorrando. Pero me estaba quedando sin gasolina, y hacía bastante tiempo que no veía señal alguna de gasolinera en la ruta. Así que decido desviarme -previa consulta al GPS- para encontrar una por las carreteras secundarias. Tras 15 kilómetros por unos paisajes aún más extasiantes si cabe, donde alternan bosques de abetos con lagos calmos que desdoblan la naturaleza reflejándola como un espejo, me encontré que la gasolinera lleva bastante tiempo abandonada. Eso supone otros 15 kilómetros de retorno y otra nueva búsqueda. Cuando me quedaban según el ordenador de a bordo 25 kilómetros de autonomía, finalmente encontré dónde repostar.

Los 150 kilómetros finales de autopista hasta Estocolmo se hicieron algo pesados. Finalmente llego al hotel, situado a las afueras de la capital. Un pedazo de 4 estrellas que de verdad es un 4 estrellas. Y a precio muy contenido. He de dar las gracias a Merche y al equipo de Barcelona que se pusieron las pilas -y de qué manera- para encontrarme esta maravilla de hotel.

Una ducha rápida y salí hacia Estocolmo a cenar. El GPS apenas sirve de nada ante tal cantidad de túneles que me encontré. Tras alguna que otra pérdida, me encontré la silueta de la ciudad recortada sobre una imponente puesta de sol. Puentes y túneles se iban sucediendo uno tras otro, dejando a un lado y a otro edificios señoriales, palacios e iglesias, puestos sin ningún orden ni concierto, como si estuvieran a punto de eliminarte en una imaginaria partida de Tetris. Cené como pude (a las 10 de la noche es tarea casi imposible) en un supuesto italiano, donde ni saben hacer salsa bolognesa ni saben lo que significa “al dente”.

Mañana no hay ruta. Mañana toca descanso y visita de esta perturbadora ciudad, que me fascina y me agobia a partes iguales. Fascinante lo que ví, pero agobiante… porque no sabré ni por dónde comenzar a visitarla.

Hoy han sido 754 kilómetros, durante 8 horas y 59 minutos, a una media de 84 km/h y una punta de -no se lo digáis a nadie- 132 km/h. La media de consumo fue de 4.5 l/100km. Y la ruta la tenéis aquí abajo.

The Long Way North. Day 4


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Día 3. 26 de Julio, Helsingborg

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Grises nubarrones se cernían sobre Hamburgo a la hora de partir, lo que me hizo pensar en que tendría un día lluvioso. Pero no fue así. Hoy abandonaba las autopistas alemanas y cruzando Dinamarca llegaría a Suecia, ya en la península escandinava. El viaje se hace algo aburrido, tanta autopista; tengo ganas de conducir por carretera, aunque sea a 90 km/h.

El último tramo de autopista alemana lo compartí con un gran grupo de moteros italianos, más de 15, que se extendían a lo largo de varios cientos de metros. Se desperdigaban, diría. Algunos iban lentos esperando a los rezagados, otros intentaban tirar con más ritmo… Los adelanté a todos continuando a 140 km/h, lo que me hizo pensar el lo largo que se hacen los viajes en grupo. Serán más divertidos (o no), pero seguro que has de calcular más tiempo del necesario para recorrer la ruta diaria.

Y por fin Dinamarca, tras un triste cartel indicador. Ni una sola caseta de aduanas abandonada. Nada. La autopista cambia, el color del asfalto es diferente, la velocidad está limitada a 130 km/h… pero el resto es igual. Conduzco ilusionado, ya que en unos pocas decenas de kilómetros me saldría de la autopista buscando un par de pueblos costeros a visitar. Antes paré en un área de descanso, donde tienen incluso una zona reservada para las motos!

El primer lugar que visité fue Bogense, un pequeño pueblo pesquero, tranquilo y coqueto, que no tiene ningún interés especial. Es el típico pueblo en el que no vale la pena pararse, pero en el que sí me quedaría un par de días para desconectar. Seguí hasta Odense, tercera ciudad en importancia de Dinamarca y donde supuestamente está la casa de Andersen, el de los cuentos. Y finalmente Kerteminde, con una calle que invita al paseo y con un sol de justicia que agradecí después de tanto nubarrón.


La autopista que conduce a Copenhague ha de saltar de isla en isla a través de puentes. El que une la isla de Fyn (donde se encuentra Odense) con la de Sjaelland (donde está Copenhague) es sencillamente espectacular. Incluso me pareció más que el de Oresund, que lleva hasta Malmö. Son kilómetros de columnas sobre el mar que te van elevando hasta llegar a un enorme puente colgante, situado a más de 125 metros sobre la superficie del mar. Impresionante. Durante su trayecto es interesante ver a multitud de gaviotas a pocos metros de mi cabeza, aprovechando el fuerte viento para permanecer casi suspendidas en el aire.

Antes de llegar a Copenhague coincido con dos italianos en sendas BMW (una GT y una GS1200) que se interesan por mi roadbook casero, viendo que llegaré a Helsingborg a través del puente de Malmö. Yo les pregunto en inglés por el destino de su viaje, pero por la cara del italiano veo que no tiene mucha idea de la lengua de Shakespeare, por lo que me paso a chapurrear italiano. En Roma me funciona, y consigo hacerme entender… pero el de la GS ni se entera. Al final por señas, y con un mapa, nos damos cuenta que vamos a hacer el mismo viaje casi calcado… Pero espero no encontrármelo muchas veces, porque la verdad que la conversación era casi nula. ¿Se me habrá olvidado mi italiano de supervivencia?

Y Copenhague… con un sol de tarde que la hace más bonita si cabe. En algo menos de 2 años es la tercera vez que la visito… y cada vez me gusta más. Tiene el encanto de las ciudades señoriales, elegantes y amables en la que los edificios de ladrillo viejo, oscurecido por el tiempo, te dan una acogedora bienvenida. No tengo mucho tiempo, así que busco el icono de la ciudad, la Sirenita (que por cierto, no había visitado en ninguno de mis viajes anteriores), y me doy cuenta de que debe de estar de vacaciones en algún balneario del Mediterráneo, porque en su lugar veo una especie de andamios. O le habrán cortado otra vez la cabeza? Sin más, me dirijo a Nyhavn, otro de los símbolos de la ciudad, y que a mí particularmente me encanta. Allí coincido con dos parejas de italianos entraditos en años que deben de haber bajado de alguno de los cruceros que recorren estas tierras. Me acribillan a preguntas. Al contrario que mi anterior experiencia linguística, esta vez nos entendemos todos a la perfección, lo que me hace pensar que los moteros debían de ser de una extraña región italiana que habla con acento extraño.

– ¿Y dónde vas?- me preguntan.

– Al Cabo Norte- respondo.

– ¿Tú solo?- se interesa una de las mujeres.

– Claro que va solo!- suelta el marido -Es como mejor se va. Le envidio. Después de 30 años contigo estoy seguro de que como mejor se viaja es solo.

Aunque las dos parejas rompieron a reír sonoramente, yo no quise

ser motivo de un divorcio, así que sonriendo yo

también comencé a guardar la cámara, no sin antes aprovechar para que me hicieran una foto.

Y tras pasar el puente de Oresund llegué a Suecia. Malmö, que ya visité hace unos meses, no tiene excesivo encanto a no ser por el enorme y alucinante edificio llamado “Turning Torso”, de nuestro internacional arquitecto Calatrava. Estrecho y alto, esbelto. Los metales blancos (no podría ser de otra forma viniendo de Calatrava) se retuercen grácilmente, como si una mano invisible lo haya intentado desatornillar del suelo.

Continué la ruta hasta Helsingborg, a unas decenas de kilómetros de Malmö. Allí encontré el hotel que había reservado. Uno cutre, de autopista, pero ya me habían advertido de lo difícil que era encontrar alojamiento por la zona, así que me di por satisfecho. Después de cenar en la cercana localidad de Angelholm, y de vuelta al hotel, pude contemplar cómo se ponía el Sol casi por el norte, mientras que la Luna llena comenzaba a salir casi por el sur.

Hoy he recorrido 708 kilómetros en 8 horas, a una media de 88 km/h. Ya llevamos más de 2500 kilómetros. Mañana, Suecia y Estocolmo. Hasta ahora el viaje era un simple traslado. A partir de mañana la cosa cambia. Comienza verdaderamente EL VIAJE.

Y la ruta, aquí, como siempre:


The Long Way North. Day 3


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Preparando la segunda parte: Estocolmo – Cabo Norte


Ver mapa más grande

Grandes dilemas han pasado por mi cabeza durante la planificación de esta parte del viaje, quizá la más importante. TheLongWayNorth no es simplemente un viaje en moto, de carreteras reviradas y experiencias moteras, sino que quiero compaginarlo con cierto contenido turístico y sobre todo fotográfico. Sé que es difícil contentar por igual a todas esas partes de mi: la motera, la fotógrafa y la viajera, pero he intentado llegar a un equilibrio, que si bien no es perfecto, creo que satisfará todas mis ambiciones.

Por eso la subida hasta Cabo Norte la realizaré por Noruega. Muchas ruteros prefieren subir lo más rápidamente posible, para cumplir el objetivo sin sorpresas, y bajar haciendo turismo por los fiordos. Pero mi regreso está previsto por otro lado, por los países del Este (es la parte que me falta planificar, y la que me entusiasma realmente… sin desmerecer los fiordos!),  así que mi viaje al norte será realmente largo y revirado, atravesando Noruega de sur a norte.
Oslo, Bergen, los fiordos del Sur, el glaciar Jostedalsbreen o las Islas Lofoten están dentro del trayecto. En total, desde Estocolmo serán -siempre que se cumpla la planificación, cosa que no tengo nada claro- 9 jornadas hasta Nordkapp. No hay descanso, excepto el día que pasaré en las Lofoten, en el que solamente recorreré unos 250 km. 
La jornada más larga serán casi 590 kilómetros de carreteras reviradas -ahora encontrar una autopista es misión imposible,… y aburrida-. Me he dado cuenta que en Noruega las jornadas no hay que planificarlas por kilómetros, sino por tiempo… ya que depende qué carreteras se tienen que recorrer extremadamente despacio, y además los ferrys te trastocan toda la programación. Así, tengo previsto una media de 8 horas diarias de conducción real, siendo alguna de ellas hasta de 9 horas y 45 minutos. Intentaré madrugar, sobre todo en estas etapas maratonianas, aunque la gran cantidad de horas de sol de las que dispongo en esta época del año seguro que me ayudarán a concluir alguna jornada que otra. A esto hay que sumarle que no tendré alojamientos reservados, y no es plan de buscarlos a eso de las 9 de la noche en un país escandinavo, donde supongo que los horarios no son como en España.
A decir verdad, lo que más me preocupa es aguantar día tras otro este ritmo… Pero sin dificultades,  los retos y las aventuras dejan de serlo. La satisfacción de realizarlos es directamente proporcional a las dificultades encontradas.
Como vengo haciendo, ahí arriba tenéis el mapa. Y aquí el rutómetro más detallado.
Por favor, si has estado por la zona y me quieres dar alguna recomendación en vistas de la ruta prevista, no dudes en dejar un comentario. Me irá de fábula!

Preparando la primera parte: Barcelona – Estocolmo

En teoría era la parte más sencilla de preparar. “Trácese una línea recta entre los dos puntos deseados y sígase las autopistas más cercanas”. Parece fácil, pero ayer noche comentando el tema con expertos moteros no me lo parecía tanto. Y es que el viaje tiene determinadas premisas que me complican las aparentemente sencillas instrucciones. A saber:

  • No quiero coger ferrys, trenes, ni ningún otro medio de transporte que no sea mi BMW. Ya sé que en Noruega me cansaré de ferrys, pero en esta primera parte quería evitarlos. Así que para entrar en Suecia solamente existe una vía: el magnífico puente de Öresund que conecta Copenhague con Malmö. Hace unos meses lo atravesé en tren y fue una grata experiencia.
  • En Suecia comienza el viaje de verdad, así que a partir de allí las autopistas solamente son una opción, no una necesidad. Y quería recorrer la costa sur y este para llegar a Estocolmo, en lugar de continuar por la autopista más directa.
  • Desde Barcelona son más o menos 3000 km hasta Estocolmo. Teniendo en cuenta que el primer día (que en teoría vas descansado) puedes hacer 1000 o 1200 km, me quedan unos 1800 a repartir en 3 días más. El último día antes de Estocolmo puede ser un poco más duro, porque tengo pensado un día de descanso y visita en esta ciudad.
Por lo tanto, el primero borrador de esta primera parte quedaría, en grandes rasgos, así:
  • Día 1: Desde Barcelona hasta Strasburgo, Francia. Unos 1100 km.
  • Día 2: Desde Strasburgo hasta Hamburgo, Alemania. Unos 750 km.
  • Día 3: Desde Hamburgo hasta Helsinborg, Suecia. Unos 600 km.
  • Día 4: Desde Helsinborg hasta Estocolmo, Suecia. Unos 730 km.
Aquí tienes el mapa

Ver TheLongWayNorth 1 en un mapa más grande
Y aquí, el rutómetro más detallado.
Qué os parece? Alguna sugerencia?