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NK8. Luleå-Rovaniemi. Lapland

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Debemos estar locos. Una cortina de agua nos impide ver más allá de nuestras propias narices, los charcos de agua en las roderas de la carretera casi me llevan al aquaplaning en dos ocasiones. Unos intimatorios cables de acero me «protegen» de pasar al carril contrario. Los truenos rugen cercanos sobre nuestras cabezas, y nosotros seguimos avanzando. En moto. Lo dicho, debemos estar locos.

Todo eso es lo que pensaba después de que un tío algo gordito, vestido con una sudadero de esas universitaria, con una barba rubia mal cuidada y las manos manchadas de grasa, me parara por la carretera con una llave de tubo en la mano. Su coche, completamente destrozado por el lateral izquierdo, con las dos ruedas reventadas y los amortiguadores por los suelos, descansaba ya, moribundo en el arcén. Pocos metros antes, la valla de cables de acero tenía marcas de desgraciado «encuentro» con el coche.

– ¡Hola! ¿Tienes una llave de tubo del 10? -me pregunta finalmente en inglés, al ver la cara que le he puesto cuando me lo ha dicho en sueco.

– Pues no, del 10 solamente tengo llaves fijas -le contesto, algo aliviado. Si me tengo que poner a desmontar todo el equipaje bajo la incesante lluvia para sacarle una llave del 10, me muero. Además dudo mucho (de hecho dudo muchísimo) que el pavo pueda arreglar el coche con una llave del 10. Necesita lo menos tres semanas en el taller.

Y es que la ruta hoy ha sido dura. No por los kilómetros, ya que es la etapa más corta desde que salimos, pero sí por las condiciones climatológicas. Sobre todo cuando te empieza a calar el traje de cordura. Miro a Belén ahí delante. Su melena al viento se está empapando, pero ella va firme y segura hasta el destino de hoy. Verdaderamente es admirable. Llevamos con este 8 días, con medias de siete a ocho horas encima de la moto. Incluso un día estuvimos más de once. Día tras día. Sin rechistar. Indiscutiblemente las mujeres son de otra pasta. ¡Bravo, Belén!

Y llega Finlandia. Y Rovaniemi, donde la lluvia nos ha dado un respiro de poco menos de media hora. Hemos ido a ver a Santa, que ha estado muy dicharachero como cada vez que le he visitado. Mu majo él. «Adéu», me ha dicho el tío al despedirse. Campechano. Pero quizá lo que a mi más me llena es haber pasado nuevamente el Círculo Polar Ártico. Napapiiri lo llaman por aquí. Entramos en la tierra de las noches perpetuas y de los días eternos. ¡Mola!

Poco más que añadir. Rovaniemi no tiene más. Paseo por la ciudad ya de tarde, que ha parado de llover. Calle arriba, calle abajo. Y se acaba el pueblo. Como suele ser costumbre cada vez que entro en Finlandia, se me ha olvidado adelantar la hora. Pero bueno, no me preocupa. Ya casi es un ritual llegar tarde a la cena o al desayuno en este país.

¿Que si estamos locos? ¿Que por qué vamos en moto? Porque como dicen por ahí, prefiero una vida ancha que corta. Prefiero vivirla intensamente a solamente pasar de puntillas por ella. Y amigos míos, si queréis intensidad, la moto es vuestra herramienta. Aunque caigan chuzos de punta.

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Día 17. 9 de Agosto. Tallinn

Hoy ha sido un día duro. Los más de 600 kilómetros recorridos han transcurrido por carreteras generales y autopistas. Bueno, la verdad es que autopista como la conocemos aquí solamente han sido los últimos 150 kilómetros. El resto ha sido por carreteras rectilíneas casi desiertas con el mismo panorama kilómetro tras kilómetro: Lago – Bosque – Bosque – Lago – Bosque – Lago – Lago. Me estresa tener que llegar a una hora determinada. Hoy el límite eran las 16:30, hora que tenía que estar en Helsinki para coger el ferry hacia Tallinn… siempre que hubiera plazas libres… La única diversión que tuve en el camino era intentar leer a tiempo los nombres de las poblaciones que indicaban en los carteles de la carretera. Si habían más de dos, era tarea prácticamente imposible: los nombres finlandeses son de lo más complicados!

Realicé pocas paradas, prácticamente solo a repostar, ya que quería llegar lo antes posible para comprar el billete del ferry y poder visitar mínimamente Helsinki. Al final llegué a eso de las 15 horas, con lo que aún me quedó prácticamente una hora para visitar la capital finlandesa. Es una esperada transición entre las ciudades escandinavas que ya había visto y lo que se espera de una ciudad medio sovietizada: edificios “fríos”, sobrios, repetitivos y monótonos… casi como las carreteras. Se soprendieron la manera que tienen de indicar el número de las casas: mediante un cubo amarillento, otrora blanco, con el número correspondiente, que se supone que se ilumina por las noches.

Helsinki es una cidudad nada agradable para la circulación, ni siquera en moto. Un tráfico que, a pesar de que dista de estar congestionado, es muy lento, posiblemente por una mala sincronización de los semáforos. Asfalto -cuando había- repleto de parches, adoquines completamente desnivelados, calzadas completamente levantadas… un suplicio, realmente. Así que me dio muy poco tiempo de ver la ciudad… realmente fue un suspiro.

En la cola para coger el ferry coincidí con un dicharachero motorista polaco y su pareja. Iban con una BMW R1100GS de hace bastantes años, y venían de la zona norte de Noruega.

– Así que vienes de Cabo Norte, ¿no? -me preguntó.

– Pues sí -afirmé-. Me hizo bastante buen tiempo por ahí arriba -puntualicé, continuando la extendida costumbre entre los desconocidos de comenzar hablando del tiempo.

– Oye, ¿a tí qué te ha parecido Finlandia? -me preguntó casi por sorpresa. Yo no sabía bien qué responder, así que le dije la verdad

– Pues…. monótona -acabé diciendo.

– Yo iba a decir “aburrida”! -me dijo-. Cuando no ves un lago, ves un bosque, y cuando no ves un bosque, te encuentras un lago! -. Sonreí asintiendo. Y es que yo me había llevado la misma impresión.

Tras no pocos problemas para atar la moto -o no sabía cómo funcionaban las cinchas o las que cogía yo estaban estropeadas-, finalmente tuve que pedir ayuda a un fornido marinero estonio, que me ayudó a asegurar la BMW. Dos horas de ferry que se me hicieron bastante pesadas, y finalmente desembarqué en Estonia.

Tallinn se presentaba ante mí con una Ciudad Vieja que me llamaba poderosamente. Antes pasé por el hotel, y me desplacé a cenar a la zona vieja. La verdad es que a pesar de parecer bastante turística, me impresionó gratamente. Se ha merecido ser incluida en la lista de próximas ciudades a visitar.

Hoy he recorrido 618 kilómetros en 6 horas y 36 minutos, a una media de 93,5 km/h. La media de consumo ha sido de 4,9 l/100km. Llevamos 9680 kilómetros. La ruta de hoy, aquí:

The Long Way North. Day 17


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Día 16. 8 de Agosto. Oulu

Tic, tac, tic, tac… Y así durante toda la noche. El vulgar reloj de cocina colgado en la pared de mi habitación no paraba de marcar rítmicamente el paso del tiempo. Eso, unido a la claridad que desde hacía horas entraba por la ventana, hizo que no pegara ojo en casi toda la noche. Me levanté somnoliento, pensando en el desayuno, ya que ayer no encontré ningún sitio para cenar… estaban todos cerrados. Al llegar al comedor del hotel me sorprendió que no había nadie. Tampoco había nada para comer, a pesar de que aún quedaba media hora para desayunar. Me asomé a la cocina y pregunté amablemente si podía desayunar alguna cosa.

– Ehhh… Es que el desayuno es hasta las nueve y media- me dijo la encargada, una finlandesa cincuentona que seguro que en sus tiempos mozos se dedicaba al lanzamiento de peso.

– Sí, claro. Pero es que son las nueve- alegué yo.

– No… Son las diez- puntualizó ella.

Un rápido cálculo mental me llegó a deducir que además de la frontera entre Noruega y Finlandia, ayer también atravesé un huso horario, y no me había dado cuenta.

– Oh… perdón! Creí que eran las nueve! No me dí cuenta del cambio de hora!- me disculpé.

A pesar de la cara de perro de la encargada, me dijo que no me preocupara, y me ofreció un café y unas tostadas… Mientras daba rápida cuenta de las tostadas, me maldecía por no haber echado un vistazo a la hora que marcaba el insistente reloj de cocina de mi habitación… tic, tac…

Ya en ruta, continué descendiendo hacia el sur, a través de interminables bosques y lagos… lagos y bosques. El paisaje era magníficamente monótono… Monótamente magnífico. Preciosos lagos rodeados por miles de flores de colores, algún reno que otro… y kilómetros y kilómetros sin ver un alma. Ese es el escenario que corría ante mis ojos hasta llegar a Rovaniemi, ciudad donde dejaría atrás el Círculo Polar Ártico definitivamente. Antes de eso, tocaba la visita obligada a la casa de Papa Noël, que no deja de ser un sinfín de tiendas de souvenirs y restaurantes rodeando el lugar donde tenemos al señor vestido de rojo atendiendo las peticiones de los ilusionados niños. Vamos, como las Navidades del El Corte Inglés, pero todos los días del año.

A partir de ese momento, el paisaje cambiaría. La naturaleza extrema fue sustituida drásticamente por centros comerciales, suburbios urbanos y coches… muchos coches. Parece ser que -excepto los sami– los finlandeses prefieren vivir al sur del Círculo Polar.

No solamente fue el tráfico lo que apareció tras Rovaniemi, sino también la lluvia. Más que lluvia, tormenta. Con sus rayos y truenos correspondientes. Y me acompañó hasta casi la entrada en Oulu, ciudad con un núcleo urbano tranquilo y reposado, agradable de visitar. Sorprende la buena oferta de bares y locales de copas, que se encontraban bulliciosos a última hora del domingo.

Mañana llegaré a Helsinki. Es un misterio qué ferry cogeré para trasladarme en la última etapa del viaje a los países del este.

Hoy he recorrido 548 kilómetros en 6 horas y 26 minutos, a una media de 85 km/h. El consumo ha sido de 4,5 l/100km. Llevamos 9061 kilómetros.

La ruta de hoy la tenéis aquí:

The Long Way North. Day 16


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Día 15. 7 de Agosto. Enontekiö

La noche en Nordkapp fue algo especial. El sol se ponía a eso de las 23:30 y volvía a salir a las 2 de la mañana. Así que las luces del ocaso se confundieron con las del alba. La oscuridad nunca apareció, y las nubes con tintes rojizos estuvieron presentes durante ese lapso de tiempo. A duras penas pude cerrar las cortinas -cortas, como su propio nombre parece indicar- de mi habitación, así que pude ser testigo de ello.

Por la mañana soplaba un potente y cálido viento del sur, por lo que las temperaturas seguían siendo altas, rayando los 20ºC. Con el cielo algo tapado, pero con visos de mejorar, comencé a enfilar los más de 100 kilómetros que separan Skarsvåg -que así se llama el pueblecito de pescadores donde dormí, a escasos 12 kilómetros de Nordkapp- del continente. Las carreteras continuaban siendo tan divertidas como ayer, pero el viento que soplaba de frente se convertía en lateral en cada curva. A pesar de ello, una KTM 990 Adventure de una pareja de italianos y yo la recorrimos a buen ritmo.

En Honninsvåg paré a repostar, coincidiendo allí con los primeros españoles en moto que coincido en toda mi ruta. Una GoldWing, una Harley y una Paneuro. Nos saludamos, hablamos de la ruta a seguir, y me recomendaron que entrara en la gasolinera a comprar unos adhesivos conmemorativos de Cabo Norte que no vendían arriba. Así lo hice, claro está. Nos despedimos, ellos siguieron ruta, y yo me adentré en el pueblo en busca del Artico Ice Bar AS, un bar “de hielo” con tienda de recuerdos que regentan unos españoles. Recomendable si se pasa por ahí (que se ha de pasar por narices camino a Cabo Norte).

Camino del sur, el calor comienza a apretar. 24ºC fueron suficiente como para desprenderse de los forros térmicos. Esperaba que fuera definitivo, me apetecía algo de calor en la moto de una vez.

En Kautokeino, último pueblo de cierta importancia antes de la frontera con Finlandia, me volví a encontrar al trío de los españoles que intentaban arreglar algo de la Harley Davidson. Me acerqué a preguntar.

– Se le ha soltado algo del reenvío del cambio de marchas- me contestó el de la GoldWing. -Ya sabes,… Harley Davidson.

– Sí, ya parecía raro que una Harley no perdiera aceite. Algo le tenía que pasar- puntualizó el de la Paneuro.

Les ofrecí bridas para arreglarlo, pero ya habían comenzado la reparación de urgencia con cinta americana. Es importantísimo llevar inexcusablemente como equipo de supervivencia un buen manojo de bridas y cinta americana. Junto con el velcro, son sin duda el mejor invento de la humanidad después de la rueda y del video betamax.

Nos volvimos a despedir, con la convicción interna de que los volvería a ver antes de Helsinki, donde nos dirigíamos todos, aunque por diferentes rutas. Poco después paré a comer en un merendero de carretera que estaba completamente desierto. Saqué el omnipresente salami y el pan de molde. Al poco rato se acercó un coche del que bajaron una mujer y cuatro mocosos que comenzaron a revolotear por todo el recinto, convirtiéndo lo que era un agradable paraje natural en un inmenso chiquipark. Afortunadamente poco después llegó una VFR 750 del ’89 (no es que recuerde todos los modelos, eso es más cosa de Luis, mi mánager…, es que me lo dijo su dueño) con una pareja de suizos entraditos en años, que según me dijeron se dirigían a Cabo Norte. -dónde si no-. Habían llegado en tren y ferry hasta Estocolmo, y desde allí subían en moto, en una moto de más de 20 años…

Los paisajes eran especialmente monótonos. El viento había amainado, el calor continuaba conmigo. Los bosques de coníferas y abedules alternaban con pequeños lagos a lado y lado de la carretera. Y así, sin cambiar nada del entorno llegué a Finlandia, que siguió exactamente igual. De hecho, hacía bastantes kilómetros que tenía la sensación de haber salido de Noruega. En cuanto me adentré en el continente comenzaron a ser habituales las tiendas de campaña sami (si no idénticas muy parecidas a la de los indios americanos), donde vendían baratijas, cuernos y pieles de reno y cosas por el estilo, anunciándolo en grandes carteles donde con letra tosca anunciaban la venta de souvenirs. Y es que estaba en Laponia, independientemente si la frontera indicaba Noruega o Finlandia.

En Enontekiö, llegué al hotel. En compañia de cientos de mosquitos -los famosos mosquitos estivales de Finlandia-, me dediqué a cambiar la bombilla del faro suplementario que llevaba desde Alemania fundida. Mi primo, que hace las veces de director técnico de la expedición, me advirtió pocas semanas antes de la partida que no me llevara bombilla de repuesto, que era mejor dejarla fundida, a tenor de lo complicado que era desmontar el dichoso faro. Tenía razón. Pero como en este viaje estoy aprendiendo a que las cosas suelen salir si le pones ganas y paciencia, y ya que había encontrado en la última gasolinera una bombilla compatible, dediqué un par de horas a cambiarla. Y lo conseguí.

REFLEXIONES ESCANDINAVAS:

– ¿Por qué la mayoría de los coches que veo llevan grandes faros antiniebla como los que se les ponían a los Seat 1430de los años 80? ¿No saben que ahora hay unos más pequeñitos? Da un poco de grima ver un Honda Civic de los nuevos con esos faros!

– ¿Por qué tienen la manía de mezclar los sabores de los zumos?¿No han probado nunca un buen zumo SOLO de naranja?

– ¿Por qué en las gasolineras tienen mil tipos de chocolatinas y un gran surtido de chuches pero solamente 2 o 3 tipos de galletas?

– ¿Por qué los españoles gritamos tanto por la calle? Paseando por las silenciosas calles de Tromsø eran inconfundibles.

Hoy he recorrido 478 kilómetros en 5 horas y 38 minutos, a una media de 84,6 km/h. El consumo ha sido de 4,9 l/100km. Llevamos 8514 kilómetros. La ruta de hoy la tenéis aquí:

The Long Way North. Day 15


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Preparando el retorno: Cabo Norte – Barcelona


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Retorno épico. Los días se acortan cuanto más al sur me encuentre… Y sobre el mapa esos días se me antojan cortos, aunque el contador de kilómetros diarios me da vértigo. 
Ya tengo fecha de salida, el sábado 24 de julio. Y eso quiere decir, que con toda la ruta programada, tendría que tener fecha de regreso: 18 de agosto. 26 días encima de la moto. Para quererla o para odiarla, eso está por ver. Serán unos 14.000 kilómetros, 2.000 más de los previstos, a una media de 590 kilómetros diarios, si descuento el par de días de descanso (previstos en Helsinki y en Tallinn). Demasiados? El tiempo lo dirá. Despliego el mapa y observo: De Barcelona a Bali en línea recta no llegan a 13.000… Bufffff…. Las comparaciones son odiosas…
Los Países del Este bien merecerían un viaje para ellos solos, y si mi relación con mi querida BMW no se trunca tras tantos kilómetros con ella, podría ser un próximo destino. Pero ahora el tiempo apremia y el turismo ya está hecho en Noruega. Así que (con ligeras licencias) este será un retorno a tiro hecho.  He planificado paradas indispensables en las capitales bálticas, en Cracovia, Bratislava y Budapest. Así, recorreré Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Eslovenia, Italia y Francia, para regresar nuevamente a España. Junto con los países de la ida, serán 16. Un buen ramillete. Me cabrán todos los escudos pegados en las maletas?