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De Andorra a Zaragoza. La Ruta Adriática. 25 y fin.

A ver, que da cosa escribir en el blog la etapa Andorra-Zaragoza que podría hacerse cualquier fin de semana. Pero las circunstancias son siempre la clave. No todos los fines de semana haces un Andorra-Zaragoza con ropa sucia de 25 días que has paseado por 14 países.

Bueno, eran 4 horas, así que nos tomamos el día con calma. Las tiendas en Andorra abren a las 10 de la mañana, por lo que calculamos la hora de levantarse en función de eso. Y mira que tampoco teníamos que comprar nada… pero al final algo siempre cae. En definitiva, que a eso de las 11 ya estábamos en la frontera, la última frontera del viaje. Y volver a España, a las señales de tráfico españolas, al tipo de conducción española… pues da bajón. Pero es lo que hay.

En Coll de Nargó, después de hacer alguna foto a su espectacular iglesia románica, enfilamos la carretera hasta Isona, por el Coll de Bóixols. Es una de mis favoritas. Hoy se me ha hecho un poco larga, pero sigue siendo de mis favoritas.

Intentar comer en Àger fue misión imposible. Una vuelta por el pueblo, más buscando restaurante que mirando monumentos, y seguimos ruta. Lo mejor, que 4 kilómetros después comimos en un restaurante en lo alto del Port d’Àger. Brasa, mel i mató… espectacular.

Y fin. Porque Lleida-Zaragoza por autopista lo hago dos veces por semana y tiene poco que contar. Lo que sí ha dado que contar son los más de 8500 kilómetros en 25 días. Si cuento bien han sido 14 países: Francia, Italia, Suiza, Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Kosovo, Macedonia del Norte, Albania, El Vaticano, San Marino, Mónaco y Andorra. Vale que Suiza fueron 3 kilómetros y Andorra un poco improvisado. Pero ha sido un gran viaje. Tanto en números, datos y piedras visitadas, como en sensaciones. Y no me refiero únicamente a las nuevas motos (de eso haré un post especial con detalles pormenorizados sobre las Ducati y el material utilizado para viajar este año). Me refiero también a las sensaciones de volver a viajar después de tres años. De incertidumbre hasta el último momento de poder hacer el viaje o no por motivos familiares… Y me alegro de que todo, o casi todo, haya vuelto a la normalidad. Ahora os dejo que tengo que ir preparando el viaje del año que viene. Y gracias por estar ahí. Buenas noches.

De Nimes a Andorra. La Ruta Adriática. 24

Quizá el oficio que se encuentra en mayor peligro de extinción sea el de conseguidor de pegatinas de países. Cada vez es más difícil conseguir ese ansiado trofeo que no demuestra nada, ya que tranquilamente las puedes comprar por Aliexpres sin mayores complicaciones. Pero mira, uno es un  nostálgico y una de las tareas más importantes a realizar cuando entras en un país sea comprar la pegatina. Y como tengo la mala costumbre de ir cambiando de motos y/o maletas de vez en cuando… pues vuelve a empezar. En este viaje había que desvirgar las maletas de las Ducati (por dentro, eso sí… que tienen su clase y ya sabes lo de la elegancia italiana…).

Pues te quieres creer que nos hemos recorrido hasta cinco tiendas de souvenirs en Nîmes donde vendían pegatinas (una incluso vendía cascos de romanos) y ni una de ellas tenía pegatina de Francia? De Nîmes si. Pero de Francia… ¡Pero si estos franceses ponen la banderita hasta en el water! Vas a un pueblo de mala muerte… y por la noche tiene la Mairie iluminada con los colores de la bandera! Pero pegatinas de Francia… ni una. Solo de Nîmes.

Pues vale, de Nîmes no la quiero. Nos hemos conformado con ver el anfiteatro y la Maison Carrée (que no puedes salir de Nîmes sin verlo) y sin pegatina de Francia.

Había otra posibilidad en Narbonne, donde hemos ido después de comer, para reparar el agravio de no visitar su catedral el primer día de viaje, que estábamos extenuados de calor. Y ha valido la pena. La única catedral gótica de todo el viaje. Inacabada, pero impresionantemente alta. No ha estado mal. Y así como por arte de magia… hemos encontrado la pegatina de Francia. La verdad, es que si dejo la medicina, podría dedicarme a lo de conseguidor de pegatinas. Si alguien me quiere contratar y llevar consigo en su próximo viaje, podemos negociar honorarios.

Y tal y como planificamos ayer, nos hemos ido a Andorra a dormir. La idea original era llegar hoy a Zaragoza, pero así, con seis horas y pico de moto y con la cena en nuestra pizzería de cabecera en el país de los Pirineos (que viniendo de un viaje por Italia como que da un poco de penita comprar las pizzas…) hemos concluido la penúltima etapa de viaje. Mañana sí que llegaremos a casa, y ya veremos qué nos encontramos por el camino. Aunque antes… tendremos que conseguir la pegatina andorrana.

De Diano Marina a Nimes. La Ruta Adriática. 23

Vale, me pasé planificando la ruta de hoy. 500 km en 8h parecía buena idea, hasta que tardas casi dos horas en hacer los 50 km que nos separaban de la frontera francesa, y otra hora y media en llegar a Montecarlo, atravesarla y salir de Niza. Acabamos de llegar al hotel de Nimes a las 11 de la noche, tras 10 hora y media encima de la moto. Pero… vaya disfrute nos hemos pegado hoy!

Lo dicho, las caravanas cercanas a Ventimiglia nos han servido para practicar un poco la conducción italiana que llevamos observando semanas: adelantar a los coches atascados por el carril contrario, aunque venga alguien de frente… siempre se apartan. Y después de Menton, donde hemos parado a hacer la foto anecdótica seguían habiendo caravanas… pero aquí ya eran franceses, y actúan de otra forma: generalmente te dejan pasar, pero si no cabes, tú no te haces el hueco, como se estila en Italia.

En Mónaco seguía el caos, incluso para encontrar un hueco donde aparcar las motos. Al final hemos triunfado y hemos encontrado hueco prácticamente en la zona de pole position de la recta de meta. Y además entre tiendas de Loewe, Armani y Bugatti hemos encontrado una tienda de souvenirs donde hacernos con el preceptivo imán y la indispensable pegatina.

Hasta Niza, seguíamos en caravana, intentando evitar atascos. Y al salir hacia el norte, todo cambió. Comenzaron las curvas. Y no acabaron hasta más de 250 kilómetros después, tras enlazar tres Gorges (gargantas) imprescindibles. Las primeras, las de Cians, quizá las más flojitas y menos conocidas. Pero al ser las primeras, todo gusta.

Luego, las Gorges du Daluis, espectaculares tanto por su altura como por sus característicos túneles de un solo carril.

Siempre que podemos, pasamos por aquí, como ya hicimos hace 12 años en nuestro primer viaje en moto juntos.

Por último, las Gorges du Verdon, donde ya estuvimos hace relativamente poco. El inicio de la carretera es algo insulso, pero acercarse a los miradores es… de vértigo. Más de 700 metros de desnivel hasta el río que circula abajo… muy abajo. Pero la última parte de la carretera… buf! Ahí la altura se abre a tus pies a la salida de una curva y te de la impresión de que literalmente estás volando.

Y ahí se acababan los puntos visitarles del día. Pero eran ya las siete de la tarde y nos quedaban más de dos horas y media hasta Nîmes. Belén con buen criterio ha propuesto cenar antes de llegar al hotel, y así lo hemos hecho en Charleval, donde nos hemos metido un tremendo chuletón entre pecho y espalda. Y desde ahí, la hora y media que quedaba la hemos hecho de noche, auque los faros LED adaptativos de la Ducati hacían que pareciera las 12 del mediodía.

¿Lo bueno de estas palizas en moto? Que hemos decidido alargar el viaje un día más, por eso de no pegarnos mañana otro palizón hasta Zaragoza. Y de carambola, igual cae un país más. Buenas noches.

De Piacenza a Diano Marina. La Ruta Adriática. 22

A ver, que parece que haces las cosas con lógica y luego resulta que has dado un giro de 360º y te has quedado mirando para el mismo sitio: cambiamos la ruta de hoy, que trascurría por la costa de La Specia, Génova y todo eso para acabar en San Remo, pero como los hoteles eran muy caros decidimos ir por el interior a visitar alguna cosa que tenía pendiente. Hasta ahí todo lógico y correcto. Lo que deja de tener lógica es que hemos acabado en un sitio costero en un hotel a 50 metros de la playa por 100 euros la noche… ¿Alguien lo entiende? La aventura es la aventura.

Salimos pronto de Piacenza, porque además al dichoso hotel había que llegar antes de las 19:30h. En un buen rato, llegaríamos al primer punto improvisado del día: el “árbol doble”. Ni me digas tú de dónde, pero vi una imagen en la que había un árbol creciendo encima de otro… Vamos, que habían injertado una ramita y la cosa se fue de las manos. Pues ahí hemos estado. La verdad, es que en directo no impresiona tanto, pero no deja de ser curioso. En invierno, con menos hojas, igual se ve mejor.

La siguiente parada improvisada fue todo un acierto: Serralunga d’Alba es un pequeño pueblo en forma de almendra coronado por un castillo. Y todo lo que ves alrededor son colinas y colinas repletas de viñedos, todos en fila y cultivados en zona de pendiente. La carretera ha acompañado y ha sido un rato agradable.

Seguimos con las paradas improvisadas, esta vez en el Santuario de Vicoforte. A ver cómo te lo explico: tú vas por carreteritas parecidas a las que iría Heidi a ver a Pedro: colinas con praderas, alguna vaca por ahí pastando, pequeñas granjas… y de pronto te encuentras así como de la nada un pedazo de santuario todo redondo. Una cúpula, diría yo. Pero a lo grande.

Y por dentro, alucinas: toda esa cúpula está decorada con frescos y tranpantojos, que parece que estás ascendiendo al mismísimo cielo y San Pedro te va a dar en cualquier momento la bienvenida. Pues eso.

Y ya tocaba atravesar los Alpes Mediterráneos por el Passo di Nava hasta alcanzar la costa. Los radares meteorológicos (en plural, porque siempre miro tres o cuatro) indicaban que esas preciosas nubes de algodón que teníamos en el horizonte estaban descargando rayos y centellas a tutiplén. Desviamos algo la ruta para evitarlas, pero al final la magia ha acudido en nuestra ayuda y se han ido disipando. Así que hemos llegado a Diano Marina bien secos y acalorados. Ahora, desde nuestra habitación con vistas a la piscina, con olor a cloro y a bronceador, y con la Costa Azul allá en el horizonte, pensaremos si nos vamos a la playa o a pasear por el paseo marítimo a ver el precio de las colchonetas y las palas de playa.

De Bologna a Piacenza. La Ruta del Adriático. 21

A ver, seamos claros. Todo este viaje era una excusa para volver a cenar unos spaghetti alle vongole en la Trattoria dell’Orologio en Piacenza, como aquella noche hace 6 años. El resto, relleno. Estaba todo planeado, como me gusta a mi, pero podían pasar muchas cosas. ¿Continuaría existiendo la trattoria o sería un pizza-kebab? ¿Cerrarían los domingos? ¿Estaría llena? ¿Seguirían teniendo en la carta spaghetti alle vongole? Esas dudas me consumían esta mañana.

La mañana la hemos pasado en Bologna, la de los spaghetti al ragú, visitando las más altas columnas medievales que yo haya visto nunca. Y una de ellas, más inclinada que el Junco que se dobla pero siempre sigue en pie. Resistirá. Y luego, la Basílica di Santo Stefano, donde se unen 7 iglesias (claramente se ven desde fuera tres, que luego están unidas por dentro, pero hay además dos claustros y varias capillas más). La más impresionante, la del Santo Sepulcro, que reproduce la capilla de Jerusalén. Muy interesante y curiosa.

Y como no podía ser de otra forma, pasamos por Borgo Panigale, el que da nombre a la moto. Curiosamente (o no) allí se encuentra la factoría Ducati. Foto de rigor frente a la fábrica, nos pensamos si entramos o no (17€ se nos antojaba mucho para además perder toda la mañana, pudiéndola emplear en ver piedras gratis), y finalmente, nos largamos de la ciudad. Ya volveremos, seguro. Llevo 14 años con BMW y no he ido a ver su museo, como que sabía mal ver el de las Ducati cuando solo llevo unos meses con ella… ¡Pobre Merkel!

A pocos kilómetros se encuentra Módena, la del vinagre. Su Duomo es también románico, como los de las ciudades de la zona, pero un románico mucho más esbelto del que estamos acostumbrados en España. Destacaban los ábsides con mosaico dorado, como el que no vimos en Ravenna (y sin pagar).

Tras una frugal comida en una zona de botellón de un centro comercial, nos fuimos a Parma, la del Parmigiano. La catedral, en su línea, pero con un enorme baptisterio, aunque ni de lejos tiene el encanto del florentino. Ahora, se ve que por dentro es la leche (Parmalat, estando en Parma) con sus frescos. Nosotros, para ahorrarnos los 12€ de la entrada, nos conformamos con los frescos del Duomo, que también valían la pena, y eran gratis. No habiendo pagado en el museo Ducati, me sabía mal pagar ahora.

Comenzaba a hacer mucho calor, así que las fuerzas ya iban mermando. Ya pesan los días de viaje. Llegamos a Fontanellato a tiempo para ver cómo recogían los puestecitos del mercadillo que se había instaurado ese domingo alrededor de su imponente castillo (que era lo que veníamos a ver, claro).

Y finalmente Piacenza. Una vuelta ligera por la ciudad, encontramos nuestra trattoria y… ¡sí! Aunque no estaban en la carta, finalmente pudimos comer nuestros recordadísimos spaghetti alle vongole. Seguiremos recordándolos siempre, junto a los tagliatelle al ragú de Florencia. Buenas noches.

De Florencia a Bologna. La Ruta del Adriático. 20

A ver, señores de Ravenna: lo que no puede ser es que tengáis una basilica preciosa llena de mosaicos, y como el resto de museos no les hace nadie ni puñetero caso, pongáis una entrada conjunta a 5 museos por 10 euros y pico. ¿Y si solamente quiero ver la Basílica? 10€. Pero si solo queda una hora para cerrar todos los museos… 10€, que tienes 7 días para verlos con la misma entrada. Pero si me voy hoy mismo que tengo hotel en Bologna… 10€. Pues ahí os quedáis con vuestros mosaiquitos. Os voy a poner una crítica negativa en el TripAdvisor que os vais a quedar sin turismo los próximos 2 años. Ríete tú de la pandemia.

Pero todo era maravilloso por la mañana. Salir de Florencia entre viñedos, temperatura muy agradable, unas nubes bajas de lo más fotogénicas, unas cuantas curvas… y más curvas… y muchas más curvas. Me quejaba yo que el viaje tenía pocas carreteras chulas, pues hoy me he hartado. Hasta me han parecido muchas curvas y todo. Sobre todo porque el asfalto era pésimo, cosa que no parecía importarles a las decenas de moteros de fin de semana que venían aullando con sus Ducati volando sobre los baches de la carretera. Y así hemos llegado a San Leo.

San Leo es una fortaleza encaramada a un peñasco. Y como suele pasar con las cosas encaramadas a peñascos, las carreteras de acceso no son de acceso fácil. Y así era la cosa. Y luego llegabas a un parking donde aún no veías la fortaleza: me harto de buscar fotos para que luego no encuentre el lugar desde donde sacar la vista más chula. Al final, para abajo otra vez.

Y en nada, San Marino. Nuevo país que apuntar en mi lista de países. Unos cuantos tornantis y te encuentras en todo el centro histórico: unas cuantas calles empinadas repletas de tiendas de armas, de souvenirs o perfumerías. Porque eso es como Andorra. Y lleno de gente. Una foto del castillo, compramos las pegatinas pertinentes y a seguir viaje tras una comida rápida y visita al baño.

En Rimini ya el calor y los 120 kilómetros de curvas de la mañana van pesando. Visitamos, yendo de sombra en sombra, el castillo, la Plaza Cavour y el Templo Malatestiano (por cierto, curiosa forma de templo, no de iglesia).

Tras RImini nos desviamos exclusivamente para ver los mosaicos de Ravenna, pero como he dicho acabamos abortando la misión. Con el sol de cara, llegamos a Bologna, donde hemos aprendido que los spaghetti a la boloñesa no se hacen con spaghetti sino con tagliatelle, que no se llaman a la boloñesa sino al ragú, y que… están de muerte. Mañana, pues seguramente más.

De Perugia a Florencia. La Ruta Adriática. 19

La mayor reflexión que me llevo de hoy es esta: Da igual las veces que veas algo. Si es bueno, es bueno. Si es bello, es bello. Si es Florencia… ES FLORENCIA.

Quitarte chubasquero, ponerte chubasquero… Ha sido la tónica de hoy. Aunque al final nos lo hemos dejado puesto aunque no lloviera, por aquello de llegar al hotel ya con todo seco. Pero la verdad, el tiempo nos ha respetado infinitamente hoy: no le ha dado por llover nada más que durante los trayectos, dándonos una importantísima tregua en las visitas.

Y todo ha empezado por Assisi. Sí la de San Francisco de Asís. Dejar la moto en un extremo de la ciudad, cercano a la catedral, y cruzarla admirando sus iglesias, callejuelas y rincones… para llegar a la Basílica de San Francisco. Espectacular por dentro y por fuera (al contrario que la catedral, que por fuera vale, pero por dentro…).

Siguiente parada en Anghiari, un pueblecito con mucho encanto. Escaleriltas, callejuelas estrechas, algún palacio, casas de piedra señoriales… Una delicia de paseo. Y como siempre, la lluvia ha esperado a que llegáramos a las motos (o casi) para descargar.

Tras una frugal comida en un indeterminado lugar de la Toscana, llegamos a Siena…. El espectáculo iba en crescendo! Qué hermosa Piazza del Campo, donde estaban retirando las vallas de la carrera del Palio que había sido un par de días antes. A pesar de verla más de 2 y de 3 veces, sigue impresionando la elegancia de esa plaza. Y llegar al Duomo de Siena y caerte la baba. ¡Qué derroche de detalles! ¡Qué espectáculo! La sonrisa se va formando poco a poco en mi cara, y a estas horas sigo así.

Una horita de autovía y llegamos a Florencia. Tras instalarnos en la habitación (a pesar del recepcionista disléxico que me dio la llave de otra habitación ya ocupada), y 10 minutos de paseo… Ahí estaba. El Duomo de todos los Duomos. La Catedral, con mayúsculas. El Stendhalazo en estado puro… Y yo que pensaba que no podría ser esta vez, que no podía impresionar tanto como las anteriores… Y sí. Mármol de colores. Verde, rosa, blanco… Qué combinación tan exquisita… A su lado, la Piazza della Signoria o incluso el Ponte Vecchio palidecen. Y eso que cualquiera de los dos estaría en el Top 10 de las cosas imprescindibles de ver antes de morir. Y no una vez, sino todas las que puedas.

Al volver al hotel, pasando nuevamente por el Duomo, y cuando ya prácticamente estás a punto de dejarlo de ver, comenzó a llover, como para darle el broche final al día. Y yo, furtivamente, me di la vuelta para mirarlo por última vez. ¿Última, digo? No. Seguro que no. Y la próxima vez volveré a disfrutarlo. Porque cuando algo es bello, es bello SIEMPRE.

De Orvieto a Perugia. La Ruta Adriática. 18

Que sí, que hoy volvía a tener el día cruzado. Daban mucho calor, la cadena de la Ducati parece que se tensa sola, no hay manera de dejarla bien tensada (igual es que es que llevo más de una década con cardan…). Pero teníamos unas cuantas cosas que ver, acabábamos en una ciudad que tenía muchas ganas de descubrir… así que no había razón para el cruzamiento… Hasta que comenzó a diluviar.

Nos dio para ver (de lejos) la fortaleza de Radicofani y la de Castiglione d’Orcia. Pero al llegar a Bagno Vinoni empezó a caer la del pulpo. Y con rachas importantes de viento que hacía que la rueda delantera de la Ducati tomara vida propia. Belén dice que no es el día de los que más viento hemos cogido, y que ella con su Ducati roja iba muy bien. Como tengo casi la certeza que el color no influye en eso, he de entender que el peso de la BMW (o su telelever, o vete tú a saber) me daba más aplomo. Por lo que fuera, iba a 30 bajo la lluvia e intentando no comerme los baches y los grandes charcos -en algún momento casi inundación- que nos íbamos encontrando.

Y es que habíamos suspendido la mitad de la ruta (no era plan de no ver absolutamente nada y de ir para arriba y para abajo con los chubasqueros) y decidimos ir directamente a Perugia, que era el punto final en el que teníamos bastantes cosas a descubrir.

Y en Perugia descubrimos varias cosas, entre ellas que tiene unas cuestas de aúpa. Y callejuelas estrechas con giros imposibles que hacen que la mejor moto para circular por ella sea una moto aparcada. Mejor a pata, a escalar. Pero una vez llegas a su plaza del IV de Novembre… la brutalidad te abruma. Palacios, catedrales, fuentes… Opulencia medieval.

Y por si eso fuera poco, unas callejuelas anexas repletas de callejones, escaleras minúsculas, arcadas, balcones suspendidos… Y si fuera eso poco, una verdadera ciudad medieval en el subsuelo, con más callejones, arcadas, bóvedas… En definitiva, una maravilla.

Y después de un Spritz Aperol al que también le tenía ganas (no os flipéis los fans, que tampoco es para tanto…) y de una cena en condiciones a ritmo de jazz, dejamos que las neuronas se empapen de los recuerdos de Perugia para no olvidarla nunca más. Buona notte.

De Roma a Orvieto. La Ruta Adriática. 17

¿350 euros por un hotel cerca de Saturnia? ¿Tamos locos, o qué? Tocaba cambiar de plantes y alterar la ruta prevista. ¿Para eso tanta preparación pre-viaje? Siendo yo tan cuadriculado y obteniendo un placer difícil de explicar cuando “los planes me salen bien”, este inconveniente podría resultar en una malhumoración constante durante todo el día. Pero no. Y es que me gusta poder saltarme lo planificado siempre “que los nuevos planes salgan también bien”.

A ver, que la cosa tampoco era para tanto: cambiar el lugar de dormir, alterar el orden de la ruta, eliminar algún punto poco atractivo y hacer algunos kilómetros de más que se compensarán mañana. Así cualquiera cambia planes…

Salimos de Roma algo tensos, al tener que lidiar con el tráfico matutino de la gran ciudad. Poco a poco las carreteras se fueron estrechando hasta que llegamos al centro. Al mismísimo centro de Italia: Rieti. Y tampoco tiene mucho más que el monumento conmemorativo a esta rareza geográfica. Un paseo por las calles, visita a la catedral, que ni fu ni fa, y visita a una librería localizada,… en una antigua iglesia. Quizá haya sido lo más interesante.

Luego, vagamos por las carreteras en busca del siguiente punto, que estaba algo más lejos. Parada en un pueblo random porque tenía una bonita muralla, a la búsqueda de un supermercado donde comprar algo de fruta y… ¡bingo! Uno de esos pueblos con encanto que te encuentras por el camino sin comerlo ni beberlo. Vitorchiano, se llama. Un agradable paseo por sus callejuelas y unas sorprendentes vistas de sus casas encaramadas al precipicio rocoso.

El plato fuerte del día era la Cività di Bagnoregio: un pueblo encaramado a un peñasco donde solamente se puede acceder por un puente. Euro por moto en el parking, bonitas vistas al pueblo desde el inicio de la excursión hacia el puente, y… 5€ por persona que te avisan cuando ya llevas un buen trozo andado a pleno sol. Valoramos, y decidimos dar media vuelta: lo que veníamos buscando era la vista desde fuera, y esa ya la teníamos.

Pitigliano era el siguiente punto fuerte. Otro pueblo encaramado a la roca, pero esta vez sabíamos a qué veníamos. Este tiene fama. Y se nota en la gente que nos encontramos, nada masificado, pero infinitamente más que en Vitorchiano. Otro paseo por el pueblo y andando.

Las termas de Saturnia fueron el gran fiasco del día: además de que con la nueva ruta quedaban muy a desmano, luego nos encontramos lo que ya esperábamos: una masificación importante, que se veía ya en la carretera, en los pocos puntos donde se podía tener una visión en conjunto. Fue difícil hasta parar con la moto. Fue un punto evitable de la ruta. Igual en otra época del año hubiera sido mejor.

A todo esto, las carreteras desde hacía unas cuantas decenas de kilómetros eran de lo más entretenidas, tanto por el trazado, como por las vistas o… por los baches que tenías que evitar. A pesar de esto último, eran muy disfrutonas. Lo malo es que a esas alturas de la tarde y soportando los calores durante todo el día, estábamos ya para pocas curvas. Así que paramos en Sorano, otro pueblo colgado de la roca y de lo más atractivo. Pero solo para la foto, que aún nos quedaba una hora de curvas hasta el hotel en Orvieto (que por cierto también está encaramado a la roca). Sorano lo apuntamos en “pendientes de volver a visitar”.

La cena, al lado del hotel (no en el propio Orvieto, sino en la carretera) fue una delicia. Y es que ya llevábamos demasiados días de pizza al corte o comida rápida. Ravioli de espinaca, ternera con parmesano y de entrante un bacon sobre una tostada, que se ve que se lleva mucho por Orvieto eso. Ale, voy a metabolizar las cervezas.

De Campobasso a Roma. La Ruta del Adriático. 16

En un puerto italiano al pie de las montañas nos tomamos un helado tras subir unas empinadas rampas para ver las vistas desde arriba. Se llama Gaeta y vale la pena ir a visitarlo. Pero para ello teníamos que atravesar los Apeninos. Menos mal que no tenemos que llegar hasta los Andes.

Salir de Campobasso y saltarnos el primer punto era una declaración de intenciones: teníamos ganas de Roma y queríamos llegar con tiempo de patearla por enésima vez. Así que fuimos directos a Isernia. Un chasco. A pesar de lo que había leído en diferentes blogs, la zona antigua solo tiene de interés una pequeña callejuela central y una fuente de seis caños que es mucho más bonita en las fotos de instagram que al natural. Tenía dos estrellas pero le quito una.

Seguimos hasta Venafro buscando una rareza: el antigua anfiteatro romano ahora es una plazuela hecha de pequeños graneros y dominada por dos enormes chopos. Pero se merecía una visita y además callejeamos un poco por las empinadas rampas del pueblo.

Y tras atravesar los Apeninos (que fue mucho menos épico de lo que parece) llegamos a Gaeta, el pueblo italiano al borde del Tirreno que reposa al pie de elevadas montañas. Vale la visita, no por las vistas desde arriba sino por la visión de la bahía circundada por esas altas montañas. Y por la bajada por un laberinto de escaleras.

Y finalmente Roma, tras perdernos dos veces hasta encontrar la entrada al hotel de las afueras. 20.000 pasos y recorrimos  el Panteón, el templo de Adriano, la Piazza Navona, el Castel Sant’Angelo, San Pedro del Vaticano, la Fontana di Trevi… en fin, todos nuestros rincones preferidos de la ciudad. Bueno, casi todos. Porque de Roma siempre te despides con un arrivederci sabiendo que tarde o temprano volverás.