Bueno, tercera vez que atravesamos Albania y siempre demasiado de puntillas. Desde el 2011 hasta ahora han pasado años y el progreso ha ido llegando al país. De todas formas sigue siendo habitual ver algún que otro carro tirado por burros y los niños sueltos en el asiento trasero del coche sacando todo el cuerpo por la ventanilla. Pero sin duda mucho menos que antes.
Lo primero que teníamos que hacer al pasar la frontera era buscar una gasolinera, ya que los dos íbamos secos. Y no una cualquiera, sino una en la que pudieras pagar con tarjeta de crédito. En nuestros viajes anteriores ya sabíamos que había que tener cuidado con eso. Pues hasta en eso el país ha progresado: a la segunda, pudimos llenar los depósitos de las Ducati.
La primera parada fue en Elbasan, para descansar un poco y comenzar a cogerle el pulso al país. Es domingo por la mañana, y las calles están muy animadas. La gente ocupa las terrazas y las familias pasean por los bulevares. Nosotros encontramos rápidamente dónde comprar la pegatina y el imán de rigor, por lo que tenemos una preocupación menos.
La parada para comer tuvo su miga: nada más apagar el hornillo con los teriyaqui a punto comenzó a caer una tormenta del copón. Intentamos recogerlo todo y comer rápido, pero estaba demasiado caliente y al coger la cacerola se nos ha caído casi todo… Un desastre, vamos. Así que decidimos ponernos los chubasqueros (que total, no sé para qué) y seguir hacia Berat.
La zona antigua de Berat es digna de visitar, con sus casas blancas repletas de ventanas que parecen mirarte desde todos lados. Dimos un agradable paseo, ya con sol -es la tónica de todos los días, tormentas fuertes estilo Noé y su arca pero de pocos minutos de duración- y seguimos hacia la capital.
En Tirana es donde más hemos notado el progreso del país: en 2011 rodeamos una plaza con calles levantadas, mucho tráfico y algún edificio de corte soviético. En 2019 la cosa ya estaba mejor, al menos sin obras. Pero en 2022 ya no hay tráfico, han peatonalizado toda la zona y hay enormes rascacielos en construcción. Supongo que todo progreso es bueno, y que yo como turista quiero ver contrastes, pero en realidad ahora el centro de la capital no es mucho más diferente a cualquier otra ciudad europea. Si transitas por las afueras, la cosa cambia, pero sin duda ya no es como hace 11 años.
Ya casi de noche, seguimos ruta hacia Durrës, de donde sale el ferry que cogeremos esta noche hasta Bari. Nada recomendable viajar por esas autovías peligrosas ya con luz, así que a oscuras no te digo nada: el coche que se mete sin avisar, los perros en el arcén la bicicleta en contradirección y los Q8 a toda pastilla por el carril izquierdo. De locos.
Tras un buen rato de espera para cruzar la aduana, finalmente nos acomodamos en nuestro camarote, situado en el subsuelo del ferry, al más puro estilo DiCaprio en Titanic. Mientras la clase alta baila en las cubiertas superiores, nosotros intentaremos dormir seguramente por debajo de la línea de flotación del barco. Afortunadamente he visto una puerta donde creo que cabríamos flotando los dos.