NK14. Trondheim-Åndalsnes. ¡Llueve!

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Observar los mapas barométricos. Estudiar los de precipitaciones. Temperaturas en altura, humedad relativa, isobaras por aquí, vientos por allá… Había mirado mis dos o tres webs meteorológicas de cabecera antes de salir esta mañana del hotel. Incluso había mirado por la ventana. Y solemnemente dicté mi veredicto:

– Llueve.

Sí, escueto pero certero. Quizá no hubiera hecho falta más que mirar por la ventana, pero los aprendices de meteorólogo somos así. Necesitamos datos, datos y más datos. Relojes con barómetro, aplicaciones en el Iphone, webs a mansalva… Y es que yo de mayor quiero ser Mario Picazo. Por lo de hombre del tiempo, digo. Lo de ser menos guapo ya lo voy asimilando.

Pero no contento con mi veraz comentario meteorológico, me aventuré a realizar un pronóstico.

– Si salimos antes de las nueve de la mañana, dejará de llover. Incluso tendremos sol y cielos azules en la Atlantic Road.

¡Toma ya!¡Eso sí es mojarse! ¡Pedazo de predicción! Belén me miraba incrédula, pero yo estaba seguro de mi pronóstico. Había visto los mapas. Los datos no mienten. O no suelen hacerlo. Así que nos empapamos cargando los bártulos en la moto y salimos en dirección Kristiansund, donde comienza esa fantástica carretera que siempre aparece en la lista de las 10 mejores del mundo.

Y sí, en un momento determinado, dejó de llover. El asfalto se secó y disfrutamos de algunas curvas entre colinas, bosques y algún que otro lago. Yo conducía satisfecho, a sabiendas que me había mojado con mi predicción y que se estaba cumpliendo. ¡Y tanto que se cumplió! La predicción no, pero lo de mojarse… vaya! Chuzos de punta nos han caído desde la Atlantic Road hasta Åndalsnes, donde estamos ahora. ¡No hemos podido ni salir a cenar al pueblo! Mario Picazo puede estar tranquilo, no le voy a quitar el puesto.

¿Y la Atlantic Road? Pues qué queréis que os diga… 58 coronas de peaje por moto del túnel saliendo de Kristiandsund creo que no valen la pena. La carretera salta de isla en isla, pero casi imperceptiblemente. Únicamente el puente que asciende en curva tiene algo que ver. Y los lugares para verlo están demasiado lejos. Aún así, todo el mundo para, para tener la misma foto de recuerdo. Para mi, como el Stelvio, la Atlantic Road está ampliamente sobrevalorada. Pero de mucho. Hoy hemos pasado por algún puente que es muy similar y mucho más grande. Pero claro, no sale en la foto que tienen en algunos concesionarios BMW, y no sale en ninguna lista de los 10 mejores… Crea fama y échate a dormir.

Y aquí estamos, recalculando ruta de mañana, ya que el tiempo en lugar de mejorar, va a empeorar (¡Ups! Estoy haciendo otra predicción… Ojalá también me equivoque…). Así que la Trollstigen, el fiordo de Geiranger y el glaciar Jostedalsbreen puede que queden un poco desmejorados. Pero eso será mañana.

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NK13. Sandvik-Trondheim. Unos que vienen y otros que van

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Es lo que tiene la ruta hacia Nordkapp, que unos vienen y otros van. A unos se les nota en la mirada que están a punto de conseguir un sueño, y otro ya tienen -tenemos- esa cara de tranquilidad de haberlo conseguido. Eso he visto en Adrián [diría que se llama así, la verdad es que soy muy malo para los nombres], un malagueño y su 750 que nos hemos encontrado en una gasolinera cerca de Trondheim.

-¿Vienes o vas? -le he preguntado simplemente. Es curioso, a tantos kilómetros de casa, y ya a unos cuantos de Nordkapp, esa simple pregunta la entiende cualquiera.

-Voy -me contestó mientras se ponía su traje de agua. -Llevo tres semanas de viaje dando vueltas por el sur de Noruega, y ahora ya me voy para arriba.

Y hablamos de los que se habla en estos casos. Que si camping para arriba, que si hitter para abajo. Que si joder cómo llueve, que si hace frío… Es el primer español en moto que nos encontramos y claro, todos teníamos ganas de hablar. Ahí, en medio de la gasolinera. Ni me fijé si había coches haciendo cola detrás nuestro. Lo primero es lo primero. Pero empecemos por lo primero.

Hoy el día me ha sorprendido. Mirando por la ventana desde nuestro cuarto del centro de rehabilitación de alcohólicos no se veía un carajo. «Como siempre», pensé. Pero al subirnos en la moto se podían esbozar algunos retales de azul cielo. Hacía tanto tiempo que no veía ese color que hasta me ha hecho ilusión. A poco de salir a la carretera, el sol lo ha iluminado todo. Los verdes eran más verdes, los azules de los lagos, mucho más azules. Del agua emanaba ese humillo de evaporación que le da un toque de misterio encantador. Encantador si hay sol, porque yo me encuentro ese humo saliendo de un lago de noche cerrada, y lo siguiente que espero es que salga un zombie de debajo de la tierra. O en su defecto, Michael Jackson cantando Thriller. Que no sé qué da más miedo. Pero de día, el humillo molaba.

La carretera E6 ha sido muy divertida. Para seguir a ritmo de 80 km/h, que es lo que está permitido, ni tenías que frenar en las curvas, que se sucedían una tras otra. Pequeñas subidas y bajadas, lago aquí, bosque allá… Todo muy bonito. 19ºC en el termómetro. Impensable. Pero todo lo que empieza se acaba. Y al sol le ha dado por desaparecer nuevamente. Entonces las nubes grises no dejaban ver las aguas tan azules ni los bosques tan verdes. De hecho, ya no había ni el humillo. Pero molaba igual. Molaba tanto que hoy hasta hemos hecho el aperitivo con un refresco y unas patatas. En una gasolinera. Toma glamour. Pero molaba igual. O más, incluso.

Trondheim también ha molado. Ya sin lluvia, aunque aún con nubes. Las casas de madera en los canales de la ciudad tienen colorido ya sea con sol o sin él. Hemos dado un agradable paseo por el centro. Andando, que a veces va bien y todo.  Hoy llevamos la mitad del viaje. Y hemos visto un montón de cosas. Ya voy haciendo sitio para el otro montón. El montón de cosas de los que vuelven.

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NK12. Kabelvåg-Sandvik. La cosa va de Lofoten, mælstrøm y alcohólicos.

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No te puedes fiar ni de la predicción meteorológica. ¡Si para hoy daban algo de sol! Sí, también algo de lluvia, pero sol. Y no. Por los ventanales de la habitación entraba claridad pero ni un rayo de sol (oh, oh, oh). Las montañas estaban cubiertas de un manto de nubes, que las realzaban, pero que presagiaban otro día de mierda, meteorológicamente hablando, claro.

Pronto, tan pronto como a las 8 de la mañana, ya estábamos saliendo del hotel destino Henningsvær. A poco de llegar, donde la carretera separa los grandes riscos de los islotes de la costa, el arco iris enmarca las lluvias que caen en la costa vecina. Afortunadamente, por el momento, nosotros estamos a salvo. Llegamos al embarcadero, donde todo el mundo se hace la misma foto. De hecho yo ya llevo dos. Pero es que es tan bonita… A ambos lados del canal, los botes y barcas se disponen en fila, mientras que las casas de vivos colores completan el paisaje. Sin olvidar las altas montañas tapizadas de verde. Una maravilla.

A ratos llueve y a ratos no. Pero de sol, nada de nada. Ese sol que embellece todo, pero que hoy nos niega su presencia. Con lo bonito que sería todo iluminado… Pero a pesar de eso, los paisajes de las Lofoten son impresionantes. Hasta Belén decía tacos al verlos. De camino a Eggun, la carretera serpentea entre lagos, lenguas de mar y montañas rematadas de afiladas rocas. Las playas, de blanca arena y aguas turquesas son paradisíacas. De un paraíso desértico, porque ahí no se baña ni Dios.

Camino a Unstad, al pasar el último túnel se entra en el Paraíso. Un verde valle, rodeado de montañas por todos lados menos por una, que da a una playa donde algunos surfistas desafían las gélidas aguas. Las laderas verdes se funden con las praderas de hierba en una curva perfecta. Una pequeñísima iglesia de madera blanca remata el paisaje. El camino de tierra negruzca, ahora empapado, rompe con la monotonía del verde. Es un lugar francamente idílico.

Y seguimos camino hacia Reine, ahora con algo de prisa ya que a las 14 horas nos sale el ferry. Poco antes de llegar, unas obras nos cortan el avance durante casi media hora. No queda tiempo, llegamos justos a la hora del embarque. Reine, quizá la población más bonita del archipiélago pasa a nuestro lado en un suspiro. Decidimos jugárnosla y hacerle una foto al pueblo. No nos lleva mucho tiempo.

Y ya en el ferry, con el parche contra el mareo puesto, las motos atadas en la bodega y con el sol en todo lo alto. Sí, ese sol que tanto añoré durante la mañana, le ha dado por salir justo cuando abandonamos las islas. Así de caprichoso estaba el tiempo hoy, mira tú. Tres horas y media de barco hasta Bodø se me hacen casi cortas, habiendo aprovechado para comer y una pequeña siesta.

Cerca de Bodø se forma un fenómeno que quería ver desde hace mucho tiempo. El llamado mælstrøm no es más que unos grandes remolinos formados en la zona debido a las corrientes de las mareas. Julio Verne ya hablaba del remolino asesino en su 20.000 leguas de viaje submarino. Yo no esperaba ver nada espectacular hoy, tal y como se estaba comportando la naturaleza con nosotros. Pero algún que otro remolinillo sí que se podía ver atravesando alguno de los puentes de la zona.

Y después de eso, 270 kilómetros para llegar a nuestro hostal, un centro de rehabilitación de alcohólicos que hace las veces de casa de huéspedes. No me preguntéis qué hacemos aquí… Pero la verdad es que no está mal del todo, ni en cuanto al hotel -decoración aparte-, ni en cuanto al precio. El parche contra el mareo ataca con sus efectos colaterales y me estoy muriendo de sueño, así que quizá mejor que acabe la crónica de hoy. No sin antes recordar que la primera vez que pisé las Lofoten hace cuatro años tenía la certeza de que volvería. Hoy lo he hecho. Y me voy de ellas con la absoluta certeza que volveré nuevamente. Porque no hay dos sin tres. Buenas noches.

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NK11. Løkvoll-Kabelvåg. En la antesala de las Lofoten

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Cambiante. Esa es la palabra que llevo buscando durante toda la ruta de hoy para describir la meteorología. Había pensado en otras palabras más malsonantes para  la descripción, sobre todo cuando nos ha llovido, o cuando la temperatura ha bajado hasta los 7ºC. Pero he decidido que mejor escribir cambiante cuando el sol iba haciendo acto de presencia en pequeñas dosis.

Porque hoy todo ha sido a pequeñas dosis. Los fiordos del principio de ruta, con algo de sol, en realidad son pequeños pensando en los que nos esperan. Sus aguas son tan transparentes y de un verde esmeralda tan caribeño que despistan. Pero vamos, a ver… ¿No estábamos en el Círculo Polar Ártico? ¿Qué pinta ese agua verdosa aquí? ¡Como tras la siguiente curva me encuentre con una playa de arena blanca llena de cocoteros pido el libro de reclamaciones! Pero no. Tras la siguiente curva el paisaje se volvía más y más bonito. Era el mismo: montañas altas, cascadas en forma de hilos de plata y fiordo verdoso. Pero cada vez diferente. Y no soy capaz de describir las diferencias. Tendréis que venir a comprobarlas.

A medio camino, cerca de Narvik, y tras pasar una zona interior sin fiordos ni nada de nada -que se ha hecho algo pesada, por cierto- los aguaceros descargaban sobre las aguas ahora grises. Las cortinas de agua estaban milimétricamente delimitadas, al igual que nos pasaba a nosotros en la carretera: de una curva a otra podíamos pasar de la lluvia incesante al sol más cálido. Cambiante. ¿No os lo había dicho?

Y tras pasar el puente de Tjelsund dejamos la Noruega continental y nos adentramos en las islas más septentrionales del archipiélago de las Lofoten. Esa zona no es tan espectacular como la del sur, que veremos mañana. Hoy todo ha sido a pequeñas dosis, ya os lo he dicho. Pero aún así era flipante. Cada rincón de fiordo, rodeado de espectaculares montañas de roca, con algunas acumulaciones de nieve allá arriba, era único. Verdaderos circos montañosos, de puntiagudas crestas, que cercaban magníficos fiordos salpicados de pequeñas islitas donde algunos abetos acompañaban su suelo rocoso. El arco iris se mostraba, a pequeñas dosis, jugueteando entre las montañas, el mar y las nubes. Idílico. Cambiante.

Llegamos a Kabelvåg, un pequeño pueblo de pescadores muy cercita de Svolvær, la población más grande de las Lofoten.  Cuatro calles con casas antiguas de madera de vivos colores, un supermercado y un restaurante en el embarcadero, donde hemos saboreado un bacalao noruego excelente. Y nuestra humilde morada, con baño compartido pero a la orilla del mar, con dos pedazo de ventanales por donde a buen seguro el sol, que mañana sale a las 4 de la mañana, nos va a hacer madrugar, el muy jodido.

Postdata: el último, que apague las gaviotas, que tampoco me dejan dormir.

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NK10. Skarsvåg-Løkvoll. Fiordos!!

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Vamos a ver, señores noruegos: bastante lío tenemos en ir a Nordkapp a ritmo de 125 en 24 días, como para que encima a ustedes les de por montar una vuelta ciclista justo cuando tenemos que salir de Nordkapp. Gracias a Jose Mijares, del Artico Ice Bar en Honningsvåg, pude saber los horarios de cierre de la carretera que llega a Nordkapp. Haciendo cálculos y casi algunas derivadas e integrales logré el número deseado: 06.45. O sea, que tocaban diana a las 7 menos cuarto para poder llegar a Skaidi antes de las 11, hora en la que cerraban esa carretera. 150 kilómetros. No había tiempo que perder.

Había amanecido pronto, a eso de las 2 de la mañana. De hecho no había dejado de clarear toda la noche. Señores noruegos, nuevamente: está muy bien que amen la luz del sol porque no la ven durante 6 meses al año. Pero no cuesta nada poner unas cortinas más gordas en las ventanas. Que es un consejo, ¿eh? Que  si no les va bien lo dejen así, que yo no soy quién para cambiarles ahora las costumbres. Fuera seguía lloviznando, y la niebla estaba bien presente. Arrancamos y recorrimos sin parar y en un pis pas de dos horas y media todo el camino a la inversa (Skarsvåg-Honningsvåg-Olderfjord) y luego la mítica carretera hacia Alta. En Skaidi, donde ya no cortaban la carretera, tocaba parar a desayunar. Una hamburguesa casera tal que la del McDonalds. Porque sí, porque nos apetecía… y porque no entendíamos otra cosa de la carta en noruego, que hamburguer se escribía igual.

Y desde allí a la mítica carretera de Alta. La que tantos quebraderos de cabeza nos dio a los de la Expedición Aurora Borealis hace dos inviernos, parados con las motos en la barrera. Hoy, esa barrera estaba abierta, mira tu por donde. Debe ser porque no había ni pizca de nieve. Afortunadamente, claro.

Y seguimos, y seguimos. Y como en un tiovivo, vamos viendo siempre las mismas caras en las paradas que hacemos. El largo, un italiano altísimo con una GTL1600. Los pringaos, con una Guzzi California repleta de macutos por todos lados, y el cabreado, otro italiano con cara de pocos amigos. Cuando uno paraba, el resto le pasábamos, y cuando éramos nosotros los que parábamos, el resto adelantaba. Incluso en alguna parada coincidíamos todos. Como para hacer una fiesta. O no, porque el cabreado no parecía estar muy de acuerdo. Que digo yo, que para hacer este pedazo de viaje y poner esta cara, quizá que se quede en casa haciendo macarrones, no?

Llegábamos a nuestro destino, 150 km antes de lo planeado, ya que el alojamiento en Tromsø está carísimo. Así que buscando, buscando, encontramos unos pequeños bungalows en un embarcadero de Løkvoll. Para llegar allí ya hemos tenido que superar unos cuantos fiordos. Cascadas que bajan hasta el agua como hilillos de plata en la distancia, aguas tranquilas que reflejan como un espejo las altas montañas que nos rodean, pequeñas embarcaciones que alegran con sus colores el paisaje. Embarcaderos de un rojo intenso… Un paraíso. Y hasta en algún momento dejó de llover y todo. Me encanta la cara de Belén al ver todo eso. A pesar del frío, se notaba que estaba disfrutando de lo lindo. Y de eso se trata.

Señores noruegos, les perdono todo lo anterior después de ver algunos de los recovecos del Lyngenfjord, el fiordo donde nos encontramos. ¡Qué cascadas, coño! Las nubes cortaban a media altura esas enormes moles verdes que parecen tan irreales como fantásticas. Señores noruegos, gracias por estos paisajes. Y sobre todo, gracias por conservarlos. En España, ya habríamos hecho alguna trastada.

Pues nada, os dejo metido en mi cabañita, con el fiordo mansamente reposando tras el cristal de la ventana, y cubierto con un tejado de hierba. Me siento casi un hobbit. Buenas noches.

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NK9. Rovaniemi-Skarsvåg. NORDKAPP!!!

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¡NORDKAPP!! ¡Objetivo cumplido! La verdad es que no tenía muchas dudas de que lo conseguiríamos. Alguna sí, pero que no dependía de nosotros sino de la mecánica. Pero de momento se han comportado las dos motos como jabatas. La pequeña Derbi y la anciana BMW, en su viaje de despedida. A buen seguro que la echaré de menos.

Pero todo comenzó esta mañana a más de 700 kilómetros de distancia. Y la cosa no pintaba bien. Nos paramos para el primer repostaje, a la salida de Rovaniemi y se funde la luz de la BMW. Cosa normal, por otro lado, aunque esta me ha durado más de la cuenta. Menos mal que las gasolineras por estos lares son como hipermercados, y encuentras de todo, H7 12v/55 incluidas. Pero ya me ves a mi con un cabreo del 15. Un día que debemos cumplir horarios a rajatabla y va y se funde la jodida bombilla. Pero la verdad es que ya tengo la mano rota de cambiarla -aunque esta vez el casquillo de plástico se ha resquebrajado y me ha costado algo más de lo normal- y no hemos tardado más de 10 minutos. Y al salir… Zasca! el retrovisor que se ha aflojado. Ya me veía sacando todas las herramientas para asegurarlo. ¡Más cabreo todavía! Pero también por suerte con un ligero golpecito se ha vuelto a apretar. Más vale así, que yo cabreado no me conozco…

Atravesamos la Laponia finlandesa rumbo norte, por lugares que aún recuerdo de la expedición Aurora Borealis. Están cambiados, sin nieve. Pero cuando ves esa gasolinera, o alguna que otra curva, salta un flash en mi cabeza que me hace esbozar una sonrisa. Además, de momento la meteorología nos acompaña, con bastante sol y calor. Lagos de un azul oscuro, muy oscuro que constrastan con el brillante verde de la hierba… y de pronto, ¡los primeros renos! Precauciones en la conducción, pero con una sonrisa en la boca al ver lo emocionada que está Belén. ¡Y no es para menos! Aún recuerdo mis primeros renos hace ya cuatro años…

Ivalo, Inari… viejos conocidos que ahora pasamos raudos y veloces. Hace año y medio pasaba por aquí a -24ºC, y hacerlo ahora con solecito es una delicia. Seguimos rumbo norte hasta entrar en Noruega. Nuevo país -el último diferente del viaje- que a buen seguro encantará a Belén. Y de momento no defrauda. Desde Lakselv la temperatura ha descendido un poco, y las tormentas se ven al fondo, pero no hacen más que engrandecer el paisaje aunque aún disfrutamos de algo de sol.

Seguimos avanzando hacia el norte, y Nordkapp muestra sus garras. Comienza a llover mientras bordeamos el fiordo. La temperatura desciende hasta los 10ºC, en algunos momentos veo los 9ºC en el marcador. Sigue lloviendo pero nosotros seguimos avanzando. A nuestras izquierda las montañas muestran sus rocas hechas lascas de tal manera que parecen formadas de miles de cartones apilados. A la derecha, el fiordo de colores cambiantes, de un azul oscuro a un verde turquesa caribeño.

13 kilómetros de Nordkapp, en la fatídica barrera donde tuvimos que darlo todo en nuestra travesía invernal. Hoy era algo más fácil, pero la niebla se añade a la fiesta. Una niebla espesa, que no nos deja más de diez o quince metros de visibilidad, insuficiente para percatarse de los renos cercanos. Prudencia máxima.

Y finalmente NORDKAPP. Lo intuímos más que verlo. Dejamos las motos en el parking y nos dirigimos a ver «la bola». La ansiada y famosa bola de Nordkapp. Nos cuesta distinguirla, debemos estar a pocos metros y la adivino ahí delante, impertérrita. Es mi tercera vez aquí, pero siempre es especial. Es saber que tu objetivo está cumplido, que aunque quieras, nunca podrás conducir más al norte de esos hierros. Más que un destino, es un símbolo. El símbolo que te indica que tus sueños se han cumplido.

Al marcharnos hacia el hitter, que se encuentra 13 kilómetros más abajo, no puedo dejar de dar una pequeña caricia a mi BMW. Me ha acompañado durante más de 170.000 kilómetros sin rechistar. Traerla aquí en nuestro último gran viaje juntos era una justa recompensa. Y este viaje también ha sido su éxito. ¿Te he dicho que te echaré de menos?

No puedo dejar de felicitar a Belén. Solamente un año yendo en moto, y se empeñó en subir con su pequeña Derbi Terra 125cc hasta aquí. Algo que si soy sincero, no creo que yo ni me hubiera planteado. Ha sido duro, por qué negarlo. Pero asumible. Aunque desde hace ya algún tiempo tengo asumido que las heroicidades muchas veces no son el cumplir retos, sino simplemente el planteárselos. Y ahí Belén me ha dado cien mil vueltas. ¡FELICIDADES, CAMPEONA!

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NK8. Luleå-Rovaniemi. Lapland

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Debemos estar locos. Una cortina de agua nos impide ver más allá de nuestras propias narices, los charcos de agua en las roderas de la carretera casi me llevan al aquaplaning en dos ocasiones. Unos intimatorios cables de acero me «protegen» de pasar al carril contrario. Los truenos rugen cercanos sobre nuestras cabezas, y nosotros seguimos avanzando. En moto. Lo dicho, debemos estar locos.

Todo eso es lo que pensaba después de que un tío algo gordito, vestido con una sudadero de esas universitaria, con una barba rubia mal cuidada y las manos manchadas de grasa, me parara por la carretera con una llave de tubo en la mano. Su coche, completamente destrozado por el lateral izquierdo, con las dos ruedas reventadas y los amortiguadores por los suelos, descansaba ya, moribundo en el arcén. Pocos metros antes, la valla de cables de acero tenía marcas de desgraciado «encuentro» con el coche.

– ¡Hola! ¿Tienes una llave de tubo del 10? -me pregunta finalmente en inglés, al ver la cara que le he puesto cuando me lo ha dicho en sueco.

– Pues no, del 10 solamente tengo llaves fijas -le contesto, algo aliviado. Si me tengo que poner a desmontar todo el equipaje bajo la incesante lluvia para sacarle una llave del 10, me muero. Además dudo mucho (de hecho dudo muchísimo) que el pavo pueda arreglar el coche con una llave del 10. Necesita lo menos tres semanas en el taller.

Y es que la ruta hoy ha sido dura. No por los kilómetros, ya que es la etapa más corta desde que salimos, pero sí por las condiciones climatológicas. Sobre todo cuando te empieza a calar el traje de cordura. Miro a Belén ahí delante. Su melena al viento se está empapando, pero ella va firme y segura hasta el destino de hoy. Verdaderamente es admirable. Llevamos con este 8 días, con medias de siete a ocho horas encima de la moto. Incluso un día estuvimos más de once. Día tras día. Sin rechistar. Indiscutiblemente las mujeres son de otra pasta. ¡Bravo, Belén!

Y llega Finlandia. Y Rovaniemi, donde la lluvia nos ha dado un respiro de poco menos de media hora. Hemos ido a ver a Santa, que ha estado muy dicharachero como cada vez que le he visitado. Mu majo él. «Adéu», me ha dicho el tío al despedirse. Campechano. Pero quizá lo que a mi más me llena es haber pasado nuevamente el Círculo Polar Ártico. Napapiiri lo llaman por aquí. Entramos en la tierra de las noches perpetuas y de los días eternos. ¡Mola!

Poco más que añadir. Rovaniemi no tiene más. Paseo por la ciudad ya de tarde, que ha parado de llover. Calle arriba, calle abajo. Y se acaba el pueblo. Como suele ser costumbre cada vez que entro en Finlandia, se me ha olvidado adelantar la hora. Pero bueno, no me preocupa. Ya casi es un ritual llegar tarde a la cena o al desayuno en este país.

¿Que si estamos locos? ¿Que por qué vamos en moto? Porque como dicen por ahí, prefiero una vida ancha que corta. Prefiero vivirla intensamente a solamente pasar de puntillas por ella. Y amigos míos, si queréis intensidad, la moto es vuestra herramienta. Aunque caigan chuzos de punta.

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NK7. Sundsvall-Luleå. Orcos que vienen y van.

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¿Que qué es lo peor que llevo del viaje? Sin ninguna duda hacer y deshacer maletas. Más concretamente, cargar y descargar la moto. Cincha para arriba, cincha para abajo; Encaja la maleta, asegura las bolsas… Llevamos justo una semana haciéndolo todos los días y esta mañana mis bíceps se han quejado (sí, escuálidos y raquíticos bíceps, pero bíceps al fin y al cabo). El proceso de carga y descarga ha durado, desde que ha sonado el despertador hasta que me he puesto el casco, más de hora y media. Y eso sin desayunar. Pues como que no me sentía los brazos cuando hemos rodado calle abajo a buscar la salida de Sundsvall. ¡Qué dolor! Por supuesto, añadido a mi normal cabreo de buena mañana, daba como resultado tener la simpatía de un orco.

Con esa actitud afrontaba los seiscientos kilómetros de la etapa del día, presumiblemente toda por autovía/carretera. Sí, porque en esta zona de Suecia las carreteras se vuelven autovías y las autovías se tornan carreteras con un solo chasquido de los dedos. De pronto tienes un carril y debes ir a 90 por hora, como súbitamente aparece otro carril como de la nada y puedes ir a… 90 por hora. Bueno, puedes ir más rápido, pero estas velocidades supersónicas son cosas de la Derbi.

El ánimo me lo ha cambiado el bar del desayuno, a escasos cuarenta kilómetros de Sundsvall. Casi no paramos, pero al final lo hemos hecho. Y menos mal! Unos bocadillos desbocadillizados -término que voy a acuñar y voy a vender a Ferràn Adrià- estupendos. ¿Qué son los bocadillos desbocadillizados? Cójase el pan, NO lo parta por la mitad. Agréguese los ingredientes ENCIMA del pan. Y ya. Pues mira, estaba bueno. Sobre todo si te lo tomas en una terraza con vistas al lago. Maravilloso. Me he desorquizado de golpe.

A partir de ahí el ánimo ha cambiado. He comenzado a disfrutar de los abetos (sí, de los mismos abetos de ayer, y de antes de ayer) de los lagos (de lagos muy parecidos a los de ayer y antes de ayer, sí) y de la carretera/autovía rectilínea. Y es que las cosas, con mejor humor, son siempre más bonitas.

Tras un par de reportajes, un RedBull y una visita al WC, ha llegado la hora de la comida. Y visto el éxito del desvío de ayer, he intentado lo mismo, sabiendo que la probabilidad de que volviera a salir bien era más bien escasa. He mirado el GPS, he localizado una ensenada cercana a la que llevaba una pequeña carreterita, y nos hemos dirigido hasta allí. Cinco kilómetros de pistas -de carreterita nada- que han acabado en un pequeño embarcadero, con los palos para secar pescado e incluso una mesa de picnic. La pequeña calita estaba rodeada de bosques de abetos y disponía de una pequeña salida al Báltico. Espectacular.

Y a lo tonto a lo tonto, hemos llegado a Luleå, ciudad casi completamente rodeada de agua, de un agua completamente quieta y tranquila. Tranquila como la ciudad, que parece desierta a las siete de la tarde. Los bares ya cerrando, y solamente algunos habitantes por las calles. Y la mitad de los que hemos visto eran españoles, y no turistas precisamente. Bueno, una pareja sí, fotografiando con una réflex las más horribles calles de la ciudad.

Y casi sin temor a equivocarme, para Belén el momento más feliz del día ha sido disfrutar de su café sentada en el sillón de masajes de la recepción del hotel. Déjala que disfrute. Le queda un día. Un día para llegar al Círculo Polar Ártico. ¡Mítico! Aunque no nos lo ponen fácil, que mañana dan lluvias. Pero ya se puede engalanar el gordo de rojo que vive por esos lares, que mañana le haremos una visitilla.

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NK6. Estocolmo-Sundsvall. Carreteras secundarias

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Jo, no es normal comenzar el día cabreándose. Pero es que la jodida máquina de café del hotel la ha tomado conmigo. Que si ahora no te doy leche, que si la leche que te he puesto en ese espectacular latte macchiatto te la corto para que los cuajos floten en ese café flojucho. Que si ahora que has vuelto a hacer un espresso normal, la leche caliente se ha acabado,… Ah! y a todo esto el café no era para mí. Pues mira, que me ha cruzado el inicio del día.

Para solventarlo, nos hemos ido a dar un último garbeo por el casco antiguo de Estocolmo. Hoy teníamos tiempo, porque la ruta solamente eran 360km casi íntegramente por autovía. Así que no había prisa. ¡Pero cómo estaba Estocolmo de guiris! Ya, no me doy cuenta que nosotros también somos guiris, pero hay guiris y guiris. Los hay que disfrutamos de las ciudades en silencio, de la mano de tu pareja y saboreando cada rincón, y los hay de los que entorpecen al grupo preguntándole a la guía por el significado de las letras «SV» en las alcantarillas de la ciudad… Vamos a ver, mameluco! La «S» será de «Stockholm», no? Y la «V»… pues de «Vassen» o como se diga «agua» en sueco. Pero además… ¿A ti qué carajo te importa lo que signifique? Ya que preguntas, pregunta con algo de inteligencia, que si no se te nota la estulticia! Guiris…

Y nos metemos en faena. 360 kilómetros de autopista que se van volviendo pesados. No hay poblaciones, no hay nada. Solamente bosques de abetos que se hacen eternos. Nada que cotillear, a excepción de los coches que nos van adelantando por nuestra izquierda. Me aburro…

Tras la comida (hoy ha tocado butifarra blanca), a poco menos de 70 kilómetros de Sundsvall, nos desviamos por una carretera secundaria. Hace un rato que voy jugando con el GPS mirando el mapa, y he visto que desviándonos 5 o 6 kilómetros podríamos llegar a alguna población costera. Mola la idea.

Y vaya si moló. Primero, un lago idílico donde una familia se refrescaba ejerciendo de domingueros al huso (excepto que no llevaban tortilla de patatas para comer). Y luego, Hårte. Un bonito pueblito pesquero, con su embarcadero formado por preciosas casitas de madera roja. El agua calma y el sol aún en lo alto. Ha sido quizá uno de los lugares más bonitos de lo que llevamos de viaje. Era tan bonito que hasta la tortuga de ganchillo del llavero de la moto de Belén ha decidido quedarse. Hemos tenido que volver atrás a buscarla. La he encontrado en medio de la carretera, como cuando las tortugas van a desovar cruzando la playa… Y nosotros tres (tortuga incluida) hemos vuelto a la carretera principal por unos cuantos kilómetros de pista, rodeados de esos bosques que veíamos durante tanto tiempo al otro lado de la valla.

Sundsvall era una vieja conocida para mí. Me pasé un par de días volviendo de la expedición Aurora Borealis. Volver a ver sus calles, ahora sin nieve ni hielo, me han dibujado una sonrisa en la cara. Es curioso, porque todo me resulta conocido pero lo veo extraño sin su manto blanco. Es un semi dejà-vu. Así que aprovechando la larguíiiiiisima hora azul de estas tierras en estas épocas nos dejamos llevar por sus calles completamente vacías y cobijadas bajo un precioso cielo azul y esa luna llena grande, la más grande del año, dicen.

Parece que hoy vamos más pronto de lo habitual, así que aprovecharé para descansar y planificar para mañana una improvisada visita a las carreteras secundarias. Porque ahí está la verdad. La autovía es una auténtica mentira.

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NK5. Copenhague-Estocolmo. La ciudad de la hora azul infinita

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Oresund, a pesar de atravesarlo en ayunas, es un puente que mola. Sí, es verdad que a mí me mola más el de Storebaelt, que es más… rotundo. El de Oresund combina tanto el túnel submarino como un gran tramo sobre pilares que va ganando altura y finalmente el majestuoso tramo colgante. Muy chulo, simulando velas de barcos con sus tirantes. Pero a mi me mola más el de Storebaelt. Pero sí, el de Oresund también mola. [y así podríamos estar toda la noche, que si el de Oresund que si el de Storebaelt…] 25 eurazos de puente por moto.

Y así, en ayunas, entramos en el país de los pueblos con nombre de estantería de IKEA. Coge una palabra, por ejemplo, almohada. Cambia la terminación por -asan. Ya tenemos almohadasan. Ahora añade una «å». Ålmohadasan. Un toque de «ø» y nos queda ålmøadasan. Una pincelada de «ä», una repetición y ponerlo en mayúsculas nos deja ÅLMØADÄSAAN, la nueva lámpara de pie de IKEA. De igual manera podemos transformar las poblaciones.  Soria se queda en SØRÏÅESEN. Y así durante los seiscientos y pico kilómetros de la etapa de hoy.

Como veis, la cosa ha estado aburridilla y me ha dado tiempo de pensar en chorraditas. Es lo que tiene Escandinavia. Un bosque muy chulo, un lago de ensueño, un bosque que no está mal, un lago mono, un bosque que es igual que el anterior, otra vez un lago, el PUTO BOSQUE QUE NO SE ACABA, el LAGO DE LOS COJONES QUE PARECE EL MISMO DE HACE TRES HORAS y así sucesivamente.

Pero nos hemos divertido mucho. En realidad en este viaje no paramos de reírnos. Cuando me funciona el intercomunicador, claro. Porque lleva un par de días que a las cinco horas dice que ya ha trabajado bastante. Y a todo esto, el Turning Torso de Calatrava, el emblemático edificio de Malmö (¿veis? Ya han colado una «ö» en el nombre…) sigue donde estaba hace un par de años. Y hace tres. Y hace cuatro. Es la cuarta vez que lo veo. Y las señales de alces, que han empezado a aparecer como las setas. Pero yo esto ya me lo conozco: no haces más que mirar a todos lados en cuanto salen las señales. Y luego no ves ni un reno ni un alce hasta dentro de muchos paralelos. Al 65 por lo menos. Y estamos en el 59. Pero vamos, que como salga el alce despistado estamos listos. Así que será mejor seguir mirando.

También hemos visto cientos de coches americanos años 60-70 por el camino. Y cuando digo cientos no exagero. Primero creía que habría una concentración o algo. Pero muy concentrados no pueden estar si los llevamos viendo seiscientos kilómetros. Yo creo que los suecos han visto el radiante día que hacía hoy, con sus 25º en canal, y han decidido salir a pasear con sus descapotables.

Y la joya de la corona, Estocolmo. Una de mis ciudades favoritas. La hemos recorrido en una hora azul interminable, como suelen ser las noches de verano por estas latitudes. Gamla Stan y sus edificios de colores con personalidad, de sus callejuelas adoquinadas y de sus pasajes imposibles. Los canales, los embarcaderos y los edificios iluminados ofreciendo mil reflejos en un agua tan quieta como oscura… Quien no sueña con volver a esta ciudad es porque nunca ha estado (por otro lado, la frase arroja cierta lógica…).

Y sí, al final desayunamos. En un McDonalds. Y esta vez no fue por el wifi… Pero es que más allá de los Pirineos no tienen esa costumbre tan nuestra de dar una patada y que salgan veinte bares. Aquí, quien encuentra un McDonalds a la hora del desayuno, tiene un tesoro. Por cierto, que se ve que la costumbre aquí es pedir las cosas para llevar y comérselas dentro del coche… en el mismo parking del establecimiento. Al menos, tú eliges la música. Buenas noches.

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