Hasta que no haces las cosas al menos dos veces, no sabes realmente lo que estás haciendo. Si no es un proverbio chino, poco le falta; de hecho, la frase me la acabo de inventar. Y es que el día de ayer puede ser duro o no… depende de con qué lo compares. Y después de la ruta de hoy estoy en disposición de afirmar que el día de ayer fue duro, sí. Tanto que esta mañana tardé mucho en levantarme. Pero a eso de las 11 ya estaba otra vez metido en faena. Hoy entraría en Alemania y la atravesaría por esas míticas autopistas sin límite de velocidad.
En otro viaje anterior, también digno de ser contado, donde coincidí con una pareja de biólogos expertos en ornitología, aprendí que los pájaros más inteligentes eran los córvidos (cuervos y familia, vamos). Me dijeron que era muy difícil ver a un cuervo atropellado en una carretera. Y hoy he comprobado cuánto de cierto hay en esta afirmación, que a primeras luces me pareció gratuita. Al contrario de lo que suele pasar con gatos, perros, ardillas y otros mamíferos, que cruzan la carretera despistados o con prisas, un cuervo ha atravesado una autopista alemana a saltitos… mirando y esquivando los coches que venían. No deja de ser un hecho sin importancia, pero a mí me ha sorprendido. Por eso os quería hacer partícipes de esta pequeña anécdota.
Pero vamos al tema central del día. ¿Es cierto que las autopistas alemanas no tienen límite de velocidad, o es una leyenda urbana? Es cierto que se escribe mucho del tema, e incluso yo mismo he leído varios blogs al respecto. Pero hasta que no lo ves con tus propios ojos no das crédito. Lo normal en el día de hoy era ir por el carril central a 160 km/h según el GPS y que los coches te pasaran por el carril de la izquierda calculo que a 230 o 240 km/h. En serio. Cierto es que no toda la autopista está sin límite, sino que en determinadas zonas donde el asfalto está tirando a mal (de hecho TODA la autopista tiene peor asfalto que en España), o cuando aparece una incorporación, la velocidad está limitada a 120 km/h o incluso a 100 km/h durante unos breves kilómetros. Pero es fácil encontrarse tramos de 20 o 30 km sin ningún tipo de restricción. Y para nada es peligroso. Todo lo contrario. Los vehículos respetan estrictamente lo de conducir por la derecha, por lo que dejas de encontrarte el mayor peligro de la autopista: el despistadillo que va a 120 km/h por la izquierda. O peor aún… el inseguro que va a 100 km/h por el centro… porque así no tiene que adelantar camiones… pero obligando a ocupar el carril izquierdo al que viene detrás.
Quizá lo más alucinante de todo no es ver a los Audi o BMW a 250 km/h, sino que cuando aparece el cartel (pequeñitos, por cierto) de limitación de velocidad, todos (y cuando digo todos quiero decir TODOS) se ponen obedientemente a 120 km/h. Como en España, vamos.
He probado de ir algunos kilómetros realmente rápido, pero a partir de 170 km/h (que continúa siendo legal, repito) comenzaban unos bamboleos preocupantes, sin duda debido al reparto de pesos contra natura que obligan las maletas laterales. Así que nos hemos tenido que conformar con cruceros de 140 – 150 km/h sin tener que preocuparme del velocímetro.
La parada a desayunar ha sido curiosa. Allí he coincidido con una pareja de holandeses (bueno, no sé si son pareja o madre e hijo, según la diferencia de edad), cada uno con una moto, que venían de Italia y los Alpes. Me preguntaban hacia dónde iba, porque les parecía extraño que fuera al Cabo Norte (como así reza la inscripción de la maleta) yo solo. Les he sacado de dudas, y hemos comenzado a hablar de la ruta a realizar y de la moto. Han sido unos minutos agradables. Y es que el ir solo te obliga a interaccionar con humanos siempre que puedes…
El día ha transcurrido entonces entre colinas doradas recién peinadas para recoger el cereal, salpicadas aquí y allá por pequeños bosquecillos verdes de pinos bajos. Un paisaje agradable y bucólico, pero que acaba siendo ciertamente monótono después de algunos kilómetros. La primera parada importante ha sido en Frankfurt, donde he dejado la autopista para visitar brevemente el centro de la ciudad, famosa por sus modernos rascacielos que combinan perfectamente con las casas bajas, de ladrillo oscurecido, que esperas encontrarte en cualquier ciudad norteña. Era mediodía, y creía que al ser domingo iba a encontrar bullicio por las calles, pero nada más lejos de la realidad; en algunas zonas parecía ciertamente una ciudad fantasma.
Hasta Hamburgo he tenido que sufrir algunas retenciones, muchas veces debidas a obras en la autopista, que señalan con un smiley 🙂 de colores, comenzando con el rojo y la señal 🙁 cuando quedan 15 km de obras, pasando por distintos tonos de naranja y amarillo para acabar con un 🙂 en verde cuando acaban las obras. Ciertamente curioso. En una de esas retenciones he podido ver a un niño que me miraba con curiosidad con la nariz pegada al cristal trasero de su coche. Unas ráfagas y un saludo con la mano ha sido suficiente para que emocionado se lo dijera a su padre, que conducía un ostentoso Mercedes. Me he querido imaginar a ese niño dentro de unos años montando las maletas de aluminio de su BMW para realizar un viaje hacia el sol de España, motivado porque cuando era niño un motero le devolvió el saludo. Y es que el ciclo de la vida continúa…
Y finalmente Hamburgo, a la que ya he bautizado (aunque solamente la he disfrutado un par de horas) como la ciudad emuladora: quiere imitar a Ginebra con un chorro de agua en uno de sus canales, pero no tiene la elegancia del suizo; quiere jugar a ser Berlín con iglesias destruidas por la Guerra, pero no tiene la majestuosidad de la de Wilhelm berlinesa. Conjuga zonas modernas con edificios señoriales casi prusianos, pero no me ha dejado muy buen sabor de boca. Aunque soy consciente que no le he dado muchas oportunidades. Para ser domingo a las 7 de la tarde, hora que en España tendríamos a toda la gente en la calle, en Hamburgo había poco bullicio, e incluso en algunas zonas casi parecía que yo era el único habitante del planeta, cruzando por en medio de grandes avenidas totalmente desiertas. Igual es que están todos los alemanes en Mallorca. Una cena a base de carne con cebolla y una copa de vino Riesling han puesto el broche de oro a una jornada que me ha parecido descansada,… siempre que la compare con la de ayer. Los datos de la jornada:
7 horas justas en movimiento, para hacer 731 km en total, a una media de 104 km/h, y una velocidad máxima de 169 km/h -legal en Alemania-. Todo esto con un consumo algo menor que el de ayer: 5,4 litros a los 100 km/h. Y lo mejor de todo, que me veo capaz de repetirlo mañana. Y pasado. Y el otro.
Aquí tenéis la ruta:
The Long Way North. Day 2 at EveryTrail
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