Y este es el texto de mi modesta contribución al pasado número de octubre de la revista The Ruta Magazine. En esta ocasión hablo de fotografías que impregnan mi memoria de recuerdos imborrables. Si quieres volver a leer el post, aquí lo tienes.
A veces, cuando dejo mi mente en blanco, me vienen recuerdos a la cabeza. Son recuerdos vividos en moto, algunos de hace bastante tiempo. Recuerdo una salida al Montseny con mi primera moto, una Yamaha RD80LC. Ese día, mientras miraba alucinado cómo se tiraban unos locos en parapente colina abajo, me salí de la carretera. Poca cosa, pero tuve que sacar las herramientas para arreglar cuatro cosas y poder volver a casa. También recuerdo pasear entre las viñas por caminos de carro con mi Suzuki GS500, mientras el sol sacaba destellos verdes a las hojas incipientes de la primavera. Recuerdo verdes paredes que escalaban hacia un cielo azul desde una pequeña carretera perdida entre fiordos noruegos, mientras mi BMW F800GS reposaba unos momentos de la intensa ruta. O la Derbi Terra de Belén y mi BMW R1200GS durmiendo juntas en una callejuela perdida en Soria.
Esos recuerdos son casi siempre invariables, estáticos y coloridos. Se corresponden a vivencias propias, claro está. Si no, no serían recuerdos. Me pregunto por qué recordamos unas cosas y otras no. Y es que tengo muy pocos recuerdos de mi CBR600. Y mira que fue una gran moto. O de la Aprilia Pegaso 650, aunque esta no fue tan grande. Hoy, mientras edito las fotos de mi último viaje, obtuve la respuesta. En realidad, recordamos lo que fotografiamos. Pasar periódicamente las hojas de ese álbum de fotos antiguas, o recorrer con el puntero del ratón una ristra ingente de archivos fotográficos va alimentando esos recuerdos. Obviamente también tenemos unas pocas neuronas que albergan sensaciones y sentimientos intensos, pero una buena fotografía -incluso mejor que el vídeo- hará que ese recuerdo se inmortalice para siempre como si de tinta indeleble se tratara.
Durante los viajes, tengo una especial pereza a pararme a hacer fotos. Nunca demuestran lo que sentí al ver el paisaje al natural, aunque intento darle un sentido a la imagen cada vez que disparo mi cámara. Es por ello que a veces me concentro en disfrutar de las vistas desde la moto intentando no romper la magia parando a fotografiarlo todo. Son excusas, porque ahora sé que esos recuerdos, quizá intensos en ese momento, se desvanecerán invariablemente en el fondo de mi memoria, posiblemente para no volver a flote nunca más.
Y una vez concluido el viaje, en ese instante donde cientos de fotos esperan pacientemente a ser editadas, entra nuevamente esa pereza que no parece querer desprenderse de mi. ¿Y por qué tengo que arreglar todas estas fotos?¿No es suficiente con haber vivido la experiencia? Entonces es cuando afloran esos recuerdos de rutas anteriores en forma casi exclusivamente de fotografías. Es cuando finalmente dejo la pereza a un lado y enciendo el ordenador. Y comienzo a editar, a cultivar la memoria futura, dotándola de mejor encuadre o de un colorido más real. Mimo esas fotos y las embellezco en la medida de lo posible, intentando que me recuerden, en la medida de lo posible, las sensaciones que tuve al hacerlas. Son para toda la vida.
Amigo lector, si un consejo útil puedo darte en esta vida es que pares la moto, te bajes de ella y fotografíes. Que no te de pereza. No importa tu destreza fotográfica, si no la tienes, vendrá con el tiempo. Plasma recuerdos en archivos fotográficos. No valen esas excusas que yo mismo asimilo como verdades tales como «aquí no puedo parar» o «ahora no tengo tiempo». No es más que pereza, una pereza que se comerá tus recuerdos en poco tiempo. Siempre se puede encontrar un lugar seguro para dejar la moto, aunque tengamos que caminar un poco. Son dos minutos, minutos que valen la pena a la larga. Abre la mente y baja un poco tu velocidad. Así será más fácil apreciar la belleza de los paisajes. Rutea en busca de la foto, es una inversión de futuro. Incluso da la vuelta si lo ves necesario. No dejes escapar esos recuerdos.
A veces, cuando dejo mi mente en blanco, veo colores. Veo paisajes que tienen texturas. Soy capaz de recordar olores, de sentir nuevamente el viento en la cara. De escuchar el suave ronroneo de mi moto. Y todo se lo debo a esas inocentes fotografías. Fotografías que inundan mi alma de recuerdos…