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Las rutas de este verano

Disfrutando de nuestros primeros campos de lavanda

Sí, ya sé que igual es un poco tarde, pero aprovechando que he tenido que realizar mantenimiento en la página (a alguno le ha dado por hackeármela), me he dado cuenta que había hecho difusión por otras redes sociales pero no había colgado aquí los vídeos de los mini viajes que hemos hecho este verano.

El primero fue un corto viaje de tres días por la Alcarria y sus campos de lavanda y también de La Mancha, para volver a disfrutar de los molinos de viento y del placer de ir en moto de forma tranquila, sin la presión de tener que ver cientos de cosas que no conocíamos. Así que nos dedicamos a volver a saborear el placer de una carretera, del sol en la cara o de una buena cena ante un buen vino. De ese viaje salió el siguiente vídeo:

También pudimos escaparnos tres días más algo después y nos fuimos a una zona que es una de nuestros talismanes y que nunca falla: Soria y Burgos. Tras saludar a la catedral que cumplía 800 años y cenar copiosa y maravillosamente a sus pies, seguimos ruta hacia Cantabria y Santander, en busca del Cantábrico:

Y así finalizó el verano 2021. La verdad es que comparado con otros años prepandémicos la cosa ha quedado muy sosa, pero dadas las circunstancias nos supieron a gloria estos dos pequeños viajes. Esperemos encarecidamente -no sabéis cuánto- que el verano 2022 dé para un viaje antológico como los anteriores. Os aseguramos que lo disfrutaremos tanto o más como el primero.

Rodando entre el Románico

Y ya tenía ganas de volver a visitar el románico palentino! Pero había que esperar a que alargaran los días y cesaran las heladas. Y a la primera oportunidad, ahí que nos teníais, danzando entre piedras milenarias!

Desde el Arco de San Miguel, cerca de Sasamón (aún en Burgos), pasando por Moarves de Ojeda, la ermita de Santa Engracia de Cozuelos, la famosa (pero algo sobrevalorada) Ruta de los Pantanos palentinos (la P-210), y teniendo el campamento base en Aguilar de Campóo, hemos disfrutado de lo lindo de la gastronomía, el buen tiempo, los paseos campestres y por supuesto la arquitectura románica de la zona.

Espero os guste el vídeo.

De Valencia a Cuenca

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(vídeo al final).

La verdad es que es la primera vez que me pasa en 9 años. ¿Me estaré haciendo viejo? Llegó el sábado por la mañana y no tenía ni idea de hacia dónde tirar. Y mira que generalmente preparo -igual demasiado- los viajes a conciencia… O igual es que ese fin de semana no deberíamos haber salido, con medio país con alertas de frío, nieve y viento. Ciclogénesis explosiva, lo llaman. Pero tenía tantas ganas de echarme a la carretera para demostrarme que el frío no me asusta, que decidimos salir hacia Valencia el viernes por la noche.

Y lo que comenzó en Zaragoza con sol y 14ºC rápidamente se convirtió en 5ºC y lluvia intensa. Hasta me pareció ver algún copo al pasar por Teruel a -1ºC. Llegamos a Valencia mojados, helados y cansados. Pero al menos habíamos iniciado la ruta. La ruta hacia… dónde?

El Hotel Silken Puerta Valencia*** fue nuestra guarida esa noche, con una curiosa cinta de correr dentro de la misma habitación, que no pude dejar de probar. Para cenar, elegimos al tuntún un gastrobar, el EmBogaBar**. Comida de excelente calidad, servicio muy mejorable y lento. Pulpo espectacular, chanquetes con huevo, entrecot y canelón con rabo de toro, todo amenizado con un Priorat que costaba más de lo que valía. En la cena le seguía dando vueltas a la misma pregunta: ¿Dónde iríamos el sábado?

Y eso mismo era lo que nos seguíamos preguntábamos desayunando un café con leche y una coca casera. Y lo cierto es que lo llevaba en teoría todo planificado: de Valencia a Cuenca, pasando por tres o cuatro puntos que quería visitar. Pero es que la noche anterior, y el resto de la mañana, daban nieve por la zona de Cuenca, y no sabía cómo podría estar la cosa atravesando la Serranía de Cuenca el domingo para volver a Zaragoza. Así que nos planteamos la idea de ir costeando hasta Alicante, ya que por el Mediterráneo no se esperaba nieve… pero sí vientos casi huracanados. Así que ahí estaba el dilema: o nieve, o viento.

— Pues mira, yo el viento es que no lo soporto— dijo Belén entre sorbo y sorbo de café con leche. Así que el dilema tenía por fin solución: Cuenca nos esperaba.

Primero nos acercamos al centro de Valencia, para admirar una vez más su Catedral* y su famoso campanario, «El Micalet». Puro gótico tardío, con un curioso rosetón triangular.

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Tras unos cuantos kilómetros de autovía, nos desviamos hacia el primer punto, una pequeña cascada que había localizado en Google Maps. Para llegar hasta la Cascada de Domeño* había que recorrer un pequeño camino de tierra, cosa que hicimos sin excesivo problema. Pero lo más sorprendente no fue la cascada en sí -que llevaba muy poca agua- sino cómo el fuerte viento levantaba oleadas de agua del curioso embalse que se abría montaña arriba. IMG_2804

Luego tocaba parada en el cercano pueblo de Chelva**, para admirar la fachada de su iglesia, con un enorme reloj y un campanario pintado de extraños colores. El viento arreciaba mucho. Pero mucho! No había manera de mantener un peinado en condiciones.

La sorpresa inesperada de la jornada fue la carretera CV-390*** entre Tuéjar y Utiel. Recién asfaltada casi en su totalidad, tiene un trazado espectacular, y unas vistas más espectaculares si caben sobre el pantano de Benagéber. Muy recomendable.

Comimos en Alarcón***, donde ya habíamos estado recientemente, pero nos faltaba una visita algo más en profundidad. Después de comer una sopa de cocido, unas chuletillas de cordero y -otro- rabo de toro, nos dispusimos a callejear visitando el par de iglesias interesantes que alberga el núcleo del pueblo. Y por supuesto, no debe faltar la vista desde el mirador de la hoz del Júcar y el castillo. Ya con eso vale la pena la visita.

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Y después de un fuerte viento, llegamos a Cuenca. Esta vez repetimos el Hotel NH Cuenca***, muy recomendable y de precio contenido. Tras descansar y calentarnos, salimos a recorrer las calles en busca de un restaurante. Elegimos El Bodegón***, donde no tuvimos mesa el año pasado. Y a pesar de que eran algo lentos -estaba el local bastante lleno- disfrutamos de lo lindo de una parrillada de verduras, un es-pec-ta-cu-lar sartén con crema de champiñones, huevo y morcilla, y unas setas de cardo a la plancha.

La mañana del domingo comenzaba con algo menos de viento del esperado, pero con -1ºC en el termómetro de nuestras BMW. Dejamos de lado el par de visitas previstas y nos dispusimos a volver a Zaragoza vía ruta del Mimbre -por enésima vez-, disfrutando de la Hoz de Priego*** y de Beteta***. La cuestión era sortear las placas de hielo y admirar todo el paisaje nevado que nos rodeaba hasta llegar a Molina de Aragón. Y luego, ya una vez en la autovía Mudéjar, luchar contra el fuerte viento en contra hasta Zaragoza.

En definitiva, un fin de semana muy gastronómico y con una meteorología adversa que esta vez no nos hizo quedarnos en casa. Aquí tenéis el mini-vídeo que grabamos.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=B9bg9ryHd7g&w=560&h=315]

De la A a la Z: Álava

Con motivo de haber completado la lista de provincias peninsulares recorridas en moto, comienzo aquí un ligero repaso conmemorativo. Desde estas pocas líneas viajaremos una por una a cada una de ellas, remarcando lo que más me ha impactado. Conviene incidir en que esto no es una guía de viaje ni pretende serlo, sino que son ligeros apuntes que, si bien el viajero ávido de experiencias puede utilizar para nuevas ideas en sus rutas, solamente pretende avivar mi memoria. ¿Dispuesto? ¡Comenzamos!

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Álava tiene únicamente un gran fallo: Está demasiado cerca de Zaragoza, nuestra base de operaciones. Eso significa que no le he prestado suficiente atención, y que durante las rutas del fin de semana ha sido un mero lugar donde pasar la noche del viernes. Aún así hemos pasado ratos memorables.

Vitoria, su capital es una ciudad sorprendente con varios puntos de indiscutible importancia. Su almendra medieval es uno de ellos, ya que las estrechas calles muy comerciales están repletas de vida a cualquier hora. La catedral de Santa María (la catedral vieja) estuvo de restauración bastante tiempo, pero creo que es una joya gótica de especial interés. Asómate también a la plaza de la Virgen Blanca, verdadero centro neurálgico de la ciudad. Amplios espacios irregulares, con lugares pintorescos en todos sus rincones. Además Vitoria cuenta con interesantes y sorprendentes murales a todo color en muchos de sus edificios. No te los pierdas! Y para cenar, nada mejor que el restaurante IKEA, donde rodeado de una decoración en madera diseñada por Mariscal te encontrarás sorpresas culinarias de primer nivel en un ambiente muy distendido.

¿Y en el resto de la provincia? Me quedo con la Rioja Alavesa y sus bodegas, donde el diseño arquitectónico se ha empleado a fondo. Bodegas como la del Marqués de Riscal en Elciego o Ysios en Laguardia bien merecen una parada.

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Salto del NerviónLas salinas de Añana también nos sorprendieron, aunque recuerdo que el día fue lluvioso. Múltiples terrazas ascendían por la colina haciendo reposar el agua para extraer sal. A los que venimos de las orillas nos sorprende ver este tipo de instalaciones lejos del mar.

Nuestra asignatura pendiente la tenemos con el Salto del Nervión, en la frontera con Burgos. Dicen que es el salto de agua más alto de la península, pero la única vez que intentamos verlo estaba completamente seco. Así que deberemos volver en alguna época más propicia.

En definitiva, una ciudad sorprendente y una provincia con muchos alicientes, a los que además deberemos añadir un sinfín de carreteritas que pierden entre verdes colinas y los preciosos caseríos vascos.

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Toulouse, Concorde y Zaragoza. Retorno al Este. Cap. 26 y final.

Hemos pasado nuestro última mañana de viaje viendo aviones. Mira, soy así de friki. El museo Aeroscopia de Toulouse abrió sus puertas hace algo más de un año, y tenía muchas ganas de verlo. Sobre todo para admirar al Concorde, y los otros aviones que allí se exponen. Pero de eso ya hablaremos más adelante en otro blog.

Pues no, al final no hemos pillado el Concorde para volver a Zaragoza. Hemos ido por carretera y tal. Por cierto, menudo calorazo solo pasar el túnel de Bielsa! Hemos batido el récord del viaje, con 37,5ºC!! Y yo que temía por las temperaturas balcánicas!

Lo que sí me ha parecido supersónico es cómo se han pasado de rápidas estas cuatro semanas. Ha sido un viaje intenso y muy variado, casi día a día. Casi 10.000 kilómetros de ruta, catorce países y muchos recuerdos. Como el romanticismo de la Piazza San Marcos de Venecia, desde ahora siempre muy especial para nosotros. O el silencio incómodo en la base aérea abandonada de Zeljava, en Croacia. Me quedo con el encanto de Mostar y su puente, en Bosnia y Herzegovina. O la grandiosidad del Piva Canyon en Montenegro, el encanto de la puesta de sol en el lago Ohrid de Macedonia, o las montañas de Belogradchik de Bulgaria. Recordaré siempre los monasterios pintados de Rumanía y las vistas de la ribera del Danubio en Budapest, Hungría. O el paseo a media tarde por Bratislava en Eslovaquia, y la majestuosa plaza de Oloumoc. Y como no, Hallstatt, el pueblo de postal de Austria, los imponentes Dolomitas y el Passo San Boldo de Italia, o las imperdibles Gorges del Tarn en Francia. 

Hemos atravesado los Cárpatos dos veces, los Alpes, los Dolomitas y los Pirineos, y las motos no han dado ni una sola queja. Y por supuesto he de acordarme de la valentía de Belén, que como en otras ocasiones se ha lanzado a la aventura por países complicados para conducir como Albania, Bosnia o Rumanía. Además, ha tenido que aguantarme 28 días, y eso es de mucho mérito ya de normal. Así que imagínate lo que ha sido en mi estado. Porque no lo he dicho en ningún momento, pero una hernia discal me ha hecho la pascua durante todo el viaje, dejándome como un auténtico inválido en cuanto me bajaba de la moto. Por todo ello, gracias, Belén.


Y gracias a vosotros, que me habéis aguantado las crónicas, las fotos desde la habitación del hotel o los restaurantes al aire libre. De verdad, es duro ponerse a escribir a las once de la noche, pero es impresionante la fuerza que dáis para hacerlo y compartir lo que ha sido nuestro viaje. Gracias de verdad. 


Y ahora qué? Pues a hacer coladas. Que la lavadora ya está pidiendo que le saquemos la primera tanda de ropa sucia. Y en un par de días, el resumen estadístico y de gastos del viaje. En unos días, los vídeos del viaje. Y durante los próximos meses, toda la información turística que he recopilado la iré desgranando en el blog El Rutómetro de Jaus. Estáis invitados.

Y como decía aquél, vámonos a la cama que esta gente querrá irse a casa. Buenas noches!

Asturias. Piensa en verde

En el Puerto de Ventana

En el Puerto de Ventana

Que sí, que nuevamente estábamos en Burgos. Tercera vez que repetíamos en el Silken Gran Teatro, un cuatro estrellas a precio de tres. Y cerquita del centro, para ir a cenar andando y poder volver a rastras, si así lo deseas. Pero no fue el caso. Y es que siempre tenemos problemas para cenar en Burgos. Y mira que hay sitio de tapeo. Pero es que los viernes, después de currar ocho horas y de pegarte casi seiscientos kilómetros en moto, lo que menos te apetece es cenar de pie. Y nunca encontramos el lugar idóneo: o están llenos, o no acaba de agradarnos. Aunque esta vez se nos cruzó un ángel en forma de tabla de surtido de pinchos que estaban preparando en El Veintidós. ¡Qué pinta tenían! ¡Y había sitio en una de las tres mesas del local! Así que esa noche dormimos a gusto, tras las tapas, la cerveza y nuestra visita obligada a la catedral burgalesa, que siempre me sorprende. ¡Qué belleza, tanto de noche como de día!

La catedral de Burgos

La catedral de Burgos

El sábado amaneció frío, con algo de viento y con una ligera llovizna que molestaba. Cruzamos la calle del hotel hasta el Bar Sandro, otro de nuestros clásicos de Burgos. Sandro es un señor entrado en años, calvo y con ojos azules, que tiene un bar con una foto de cuando era mozo y debía ser un ligón. Pero no una foto pequeña, no. Un pedazo de póster que preside la barra. Quien tuvo, retuvo. Desayunamos unos pinchos de tortilla, un zumo de naranja (natural, por supuesto) y un café con leche, que me encargué de desparramar por toda la mesa. No sería la última vez que desparramara algo ese fin de semana.

Y a la moto, dirección Asturias, pasando por Aguilar de Campoo y sus galletas, Reinosa y su Ebro y finalmente la ría de Tina Menor, en Cantabria, pero muy cerquita ya de Asturias. ¡Qué preciosidad! Vas aumentando tu altura mientras que los márgenes de la ría, que cuenta con algunas pequeñas playas de arena, van quedando abajo. Mira que me gusta el Cantábrico, y más cuando sopla algo de viento -no mucho, tampoco nos pasemos- y el oleaje es recio y abnegado, batiéndose el cobre contra las rocas de la costa. Llanes es muy turística, vale. Pero es que mola. La primera vez que la visité hace ya seis años, vine atraído por sus cubos de hormigón pintados de mil colores de su espigón. Los Cubos de la Memoria. Molan. Sobre todo el contraste con la costa, escarpada y coronada por praderas de verde primavera. Esta vez, para qué engañarnos, venía también a ver los cubos. Pero no creo que vuelva. Al menos hasta que los repinten. Porque daban pena verlos. ¡Con lo que ellos han sido!

Llanes y sus Cubos de la Memoria

Llanes y sus Cubos de la Memoria

Pocos kilómetros más allá, y prácticamente sin señalizar, se encuentra la playa de Gulpiyuri.

—Ya verás, es una playa como nunca has visto ninguna— le decía a Belén mientras aparcábamos las motos.

—Hombre, alguna parecida habré visto— contestó.

—No. Ya verás que no.

Playa de Gulpiyuri

Playa de Gulpiyuri

No le dije nada, mientras al acercarnos por el pequeño sendero oíamos ya cómo rompían las olas. Nos cruzábamos con los que ya regresaban de verla, y yo intentaba descubrir en sus rostros la mirada de aquellos que acaban de ver algo inaudito. De pronto, una enorme hondonada se abrió a nuestros pies, y la playa sin mar de Gulpiyuri se iba llenando de agua a cada embestida del mar, que bombeaba torrentes con fuerza a través de la gruta subterránea. Sí, ya sé que es mejor verla en pleamar, y no era el caso. Pero el oleaje entrando por su escondite secreto es también espectacular. Sin duda, al regresar a las motos, los que acababan de llegar adivinaron en mi rostro la sonrisa tonta de quien ha visto cosas imposibles.

Como la playa de Cuevas del Mar, a la que se accede desde Nuevas por una carreterita que a primeras horas de la tarde  de un sábado de finales de abril se ve muy tranquila. Desde el pequeño parking, que no es más que un triste descampado, se puede ver cómo el furibundo Cantábrico se esfuerza en entrar por la estrecha abertura entre montañas hasta la pequeña ensenada. Y lo consigue, pero completamente mermado de fuerza. La enorme pared azul que se deshoja en jirones de espuma se convierte en una pacífica onda que muere mansamente en la playa.

Playa de Cuevas del Mar

Playa de Cuevas del Mar

Pero si ha habido un lugar que me ha sorprendido en Asturias ese es la entrada al pueblo de Cuevas. Se le llama La Cuevona, y yo, tras verla en fotos multitud de veces, no me la imaginaba como realmente es. Y, querido lector, ahora mientras escribo me entra la duda de si tengo que intentar describirla, o simplemente animarte a que la visites, para que la sorpresa sea mayúscula. Solo te daré un par de pinceladas: una gran cueva, atravesada por una carretera. A la entrada, un parking. Pero ni se te ocurra dejar la moto allí, ya deberías saber que los paisajes son mucho mejores encima de tu moto. Así que sigue por la carretera y adéntrate en las profundidades. Estalactitas y estalagmitas, enormes cavidades iluminadas y la sorpresa detrás de cada una de las tres o cuatro curvas, eso es lo que encontrarás. Aún me parece oír el eco de mi carcajada al comprobar que realmente estaba en un lugar completamente mágico.

La Cuevona

La Cuevona

Covadonga siempre ha despertado mi atención. Y no por la Virgen (o quizá sí un poco, igual que me atrae el Pilar, Montserrat o Lourdes), sino porque recuerdo de pequeño las lecciones de historia: aquí comenzó la Reconquista. Don Pelayo y unos cuantos más comenzaron, cuatrocientos años después, a expulsar musulmanes -mi imaginación de niño hacía que fueran Pelayo y un par más, ayudados por la Virgen, tirando piedras desde la cueva a los moros que había debajo-. Pero como siempre pasa en estos lugares, el turismo lo invade todo a poco que haga buen tiempo. Rápida visita a la gruta de Covadonga, y deseo fustrado de ir a los lagos de Enol, ya que había comenzado ya las restricciones de paso con vehículo privado que se imponen en verano. Otro año será.

Santuario de Covadonga

Santuario de Covadonga

Camino a Lastres,  pasamos por el Mirador de Fitu, tras unas cuantas curvas rodeados de bosque, con los Picos de Europa a nuestras espaldas. Hasta allí se habían desplazado los turistas en masa: cola para subir al mirador, que se asemeja a un pequeño platillo volante suspendido en lo alto de la montaña, con los picos nevados a un lado, y el Cantábrico al otro. Lástima de los empujones y codazos para procurarse un buen lugar para la foto.

Mira que me gustan las listas. Y Lastres aparece en la mayoría de listas de los pueblos más bonitos de España. Pues bien, las listas están hechas fundamentalmente para discrepar de ellas. Y yo discrepo en este punto. Y no es que Lastres no sea bonito, que lo es. El problema es que un pueblo encaramado en la ladera de la montaña y que se desparrama hasta el mar, solamente es visible desde el mar -a excepción de algunos pueblos italianos, en la Costa Amalfitana o en las Cinque Terre-. En definitiva, que no tienes un buen lugar desde donde contemplar la belleza del pueblo. Quizá desde el puerto -parcialmente-, o desde la carretera -también parcialmente-, pero sin un lugar seguro desde donde pararse.

Lastres

Lastres

Oviedo me encanta. Es la típica ciudad grande donde te sientes a gusto. Zonas modernas, hoteles de calidad -y a buen precio, como el AC Forum-, y una oferta de sidrerías bien concentradas para poder elegir. La cosa es que como no vamos tan frecuentemente como a Burgos, no me acordaba de la zona de sidrerías. Y para que conste de manera indefinida, lo pongo en este post a modo de recordatorio: calle Gascona. Allí degustamos esta vez un pulpo y una ternera espectaculares.

No os llevéis a engaño como hice yo en alguna de mis visitas anteriores a Oviedo: Santa María del Naranco no está cerca del Naranco de Bulnes. Está a las afueras de Oviedo. Y sería imperdonable que no la visitéis. Es una iglesia prerrománica que… pero ¿qué estoy diciendo? ¡Santa María del Naranco es LA iglesia prerrománica por excelencia! Situada a las afueras, rodeada de una cuidada zona de césped reluce con los primeros rayos de sol. Bueno, los primeros primeros no eran, pero puede valer. De una planta simplemente rectangular, sus paredes laterales solamente tienen contrafuertes y una entrada a la que se accede por una doble escalera. Pero en sus extremos, toda la rudeza del prerrománico se torna delicadeza pura, con una tríada de arcos que deja paso a una pequeña balconada. Espectacular.

Santa María del Naranco

Santa María del Naranco

Y muy cerca de ahí, a un par de curvas más allá, otra de las iglesias prerrománicas que estudiábamos en el cole: San Miguel de Lillo. Ésta es algo más elaborada en su diseño, y presenta unas celosías labradas en piedra de lo más interesante.  Al verlas me pregunto dos cosas: ¿A santo de qué a los prerrománicos estos les dio por hacer ese par de iglesias tan juntas? ¿Tan faltos de Dios estaban por la zona? Y la segunda pregunta: siendo exponentes tan importantes del arte prerrománico en España… ¿a nadie se le ha ocurrido habilitar un pequeño parking de vehículos para incentivar las visitas? Aunque bien mirado, mejor que estas maravillas queden en el secreto, que celosamente guardaremos, entre vosotros y yo.

San Miguel de Lillo

San Miguel de Lillo

Salimos de Oviedo para volver al norte, a su costa cantábrica que era la que nos había llevado hasta esas -para nosotros- lejanas tierras. Cudillero, ¡ese sí que es un pueblo precioso y no Lastres! Aunque claro, la fama del Doctor Mateo solamente recala en Lastres. Era mi tercera visita a Cudillero, segunda en moto, que es cuando se saborean mejor las bellezas. Y la vez anterior diluviaba. Y a pesar de eso ya era un pueblo precioso… Pues esa mañana tocaba sol. Ver las casas de colores desparramándose por la ladera abrazando el antiguo puerto es de una delicadeza exquisita. Me recuerda a otros pueblos que tengo en mi memoria como de lo mejorcito que he visto, si hablamos de pueblos costeros. Del nivel de Positano, en la italiana Costa Amalfitana. Un consejo: si podéis elegir, mejor visitarlo una soleada tarde, ya que así el sol no quedará en contraluz a la hora de las fotos de postureo.

Cudillero

Cudillero

Cerca de allí existe una playa de nombre sugerente: playa del Silencio. ¿Cómo no íbamos a visitarla? El caminito sobre el acantilado hasta acceder al sendero peatonal es de lo más bonito para hacer en moto: a ambos lados la verde hierba, omnipresente en la costa cántabra, mientras muchos metros más abajo, el gran azul del mar. Sí, gran azul, no sé definirlo de otra manera, tened en cuenta que soy hombre y solo distinguimos cuatro colores, entre ellos el azul. Y este azul es grande, inmenso. La playa del Silencio, vista desde arriba es espectacular, de las que te deja mudo -de ahí el nombre, pienso-. Una ensenada de color verde turquesa, protegida por un gran peñasco cubierto de verde, mientras que al otro lado la costa se rompe en decenas de solitarias y verticales peñas donde el mar se desgarra con fuerza. No dejéis de echarle un ojo.

Playa del Silencio

Playa del Silencio

Y seguimos hacia el oeste, cada vez más lejos de casa, cada vez más cerca del cielo. Luarca es nuestra siguiente parada. Indispensable entrar por la carretera del faro, haciendo una parada justo cuando tengamos el puerto a nuestros pies, y todas las casas con sus característicos ventanales rodeándolo. Y luego, rodear el faro por la estrecha carretera que acaba posándote grácilmente sobre el puerto. Luarca es un pueblo muy animado donde no tendremos problemas para tomarnos una tapa -en nuestro caso fueron chipirones- y una caña. Esta fue nuestra primera visita a Luarca, y en ese momento decidimos, entre chipirón y chipirón, que no será la última. ¡Hasta pronto!

Luarca

Luarca

Si desde allí nos dirigimos en dirección sur, despidiéndonos definitivamente del mar Cantábrico, nos adentraremos en el Parque Natural de Somiedo. Miles de rutas a pie se nos abrirán por doquier en cualquier recodio de la carretera, de mil y una curvas. ¿Que qué carretera? Da igual. Cualquiera que cojáis es impresionante. Lo mismo encontraréis suaves colinas de esponjosa hierba que estrechos e impresionantes desfiladeros. Nuestro destino eran los lagos de Saliencia, a los que se llega por una pista en teoría fácil. Bueno, fácil hasta que te encuentras una lengua de nieve que deja unos dos palmos bien embarrados entre  la nieve y el barranco.

–Por ahí no podemos pasar– dijo Belén con buen criterio. Siempre me asombraré de la buena cabeza que tienen las mujeres para prever el peligro.

–No, es fácil– dije. –Ya paso yo tu moto. Solo tienes que ponerte al lado del barranco por si se me escurre la rueda.– Ingenuo de mí, pretendía que ella sola, casi sin espacio, parara los más de doscientos cincuenta kilos de mi moto si el barro me hacía una mala jugada.

Así que con más ilusión que pericia, comencé a avanzar por la estrecha cinta marrón de barro, apoyándome con los pies en el hielo. Poco a poco, como debe ser en un inútil total como yo cuando salgo del asfalto. Me acordaba de los miles de kilómetros sobre el hielo de la Expedición Aurora Borealis, pero claro, en esa ocasión llevaba clavos… y no había opción de retroceder. O subiendo al puerto de Someiller, en un memorable verano alpino off road donde una similar lengua de nieve nos impidió llegar más allá de los 3000 metros.

Y entonces me cagué. No literalmente, pero cuando faltaba poco menos de un par de metros para superar el obstáculo, me acordé del precario estado de mi neumático trasero, que se llevaba bastante mal con el barro. Y paré. Craso error. Porque cuando paras con el barro, ya sabes lo que suele pasar al arrancar de nuevo: Efectivamente, que derrapas. Y no tenía mucho margen de error para que se me desplazara lateralmente la moto, sopena de enviarla, junto con Belén, al fondo del barranco. Y no me apetecía mucho esa opción. Así que guardé el rabo entre las piernas -simbólicamente, claro…- y  no sin esfuerzo, empujamos la moto hacia atrás. Los lagos, que quedaban a escasos tres kilómetros, tendrían que esperar. Porque querido lector, es bueno siempre dejar algo pendiente para volver a un lugar que te sorprende, aunque esté tan lejos como Asturias.

A última hora de la tarde, paramos en mi querida León, donde vuelvo siempre que puedo a admirar su catedral y sus vidrieras. La pulcra leonina, la llaman. Con eso os lo digo todo. Esta vez la visita se quedó en un refrigerio en la Calle Ancha, frente a la Casa Botines. Mira que me gusta el modernismo de Gaudí. Y mira que me sorprende que haya muestras de él en León. Y no una, sino dos tazas. Porque el Palacio Episcopal de la cercana Astorga también es de traca. Si no lo conocéis, ya estáis programando una rutilla.

Casa Botines

Casa Botines

No todos los días se duerme en un monasterio. Bueno, de día incluso menos -festival del humor-. Pero esa noche, nosotros lo hicimos. En el Real Monasterio de San Zoilo, en Carrión de los Condes. Habitación regia, cena de ministro. Si váis alguna vez, en el restaurante de la sala de las vigas, junto a una de las paredes de ladrillo, veréis mi marca. No, no la hice con la llave, que eso es de vándalos. Me dio durante la cena por hacer malabarismos inintencionados con la copa de vino, que no llegó a caer, pero que desparramó todo por la pared. Al principio quedó rojo, como suponía. Pero luego todo el manchurrón de la pared se fue tornando de un verde grisáceo que se hacía cada vez más evidente. La estrategia fue despistar a las camareras cada vez que nos acercaban los platos (sopa castellana y carrilleras, si tenéis curiosidad), pero no sé si lo conseguimos. Al menos ellas disimularon. Si algún responsable de la restauración de esos centenarios muros lee mi humilde blog, desde aquí pido perdón. En serio, soy cada vez más torpe, pero no lo hago adrede.

De Carrión de los Condes hasta Zaragoza, lo hicimos en un plis. Primero, sobre el Camino de Santiago, cruzándonos con infinidad de peregrinos que no trabajan los lunes. Frómista y su Canal de Castilla -múltiples veces visitado- quedó atrás, demasiado rápidamente. Si tenéis ocasión, no dejéis de verlo. Y ya puestos, la iglesia de San Martín, de un exquisito románico como todo el palentino. Después, atravesando las largas rectas de la ancha Castilla, llegamos a Lerma, que pasamos rápidamente ya que la visitamos hace un par de meses. Y luego Covarrubias, el Monasterio de Arlanza y finalmente Soria. Y si pongo estos nombres del camino es por si el lector avezado y masoquista que ha llegado hasta aquí, quiera descubrir verdaderas joyas castellanas. Cualquiera de estas poblaciones será de vuestro agrado, me la juego.

San Martín de Frómista

San Martín de Frómista

Y esto ha sido todo. ¿Lo mejor de todo? Buf, tantas cosas… El Cantábrico es un auténtico tesoro vayas cuando vayas. Asturias siempre será mi soñado edén, tan lejos como para anhelarlo, tan cerca como para poder alcanzarlo tras una pequeña penitencia de setecientos kilómetros. Y la oportunidad de observar cómo va cambiando el paisaje, poco a poco, desde la furiosa costa cántábrica, las verdes colinas del interior, pasando bruscamente a la planicie castellana y finalmente al valle del Ebro. Hemos recorrido media España cambiando de paisajes paulatinamente, casi sutilmente. Y eso no puedes notarlo viajando por autovías. Ni en avión, por supuesto. ¿Sabéis? Me siento afortunado.

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