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NK5. Copenhague-Estocolmo. La ciudad de la hora azul infinita

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Oresund, a pesar de atravesarlo en ayunas, es un puente que mola. Sí, es verdad que a mí me mola más el de Storebaelt, que es más… rotundo. El de Oresund combina tanto el túnel submarino como un gran tramo sobre pilares que va ganando altura y finalmente el majestuoso tramo colgante. Muy chulo, simulando velas de barcos con sus tirantes. Pero a mi me mola más el de Storebaelt. Pero sí, el de Oresund también mola. [y así podríamos estar toda la noche, que si el de Oresund que si el de Storebaelt…] 25 eurazos de puente por moto.

Y así, en ayunas, entramos en el país de los pueblos con nombre de estantería de IKEA. Coge una palabra, por ejemplo, almohada. Cambia la terminación por -asan. Ya tenemos almohadasan. Ahora añade una «å». Ålmohadasan. Un toque de «ø» y nos queda ålmøadasan. Una pincelada de «ä», una repetición y ponerlo en mayúsculas nos deja ÅLMØADÄSAAN, la nueva lámpara de pie de IKEA. De igual manera podemos transformar las poblaciones.  Soria se queda en SØRÏÅESEN. Y así durante los seiscientos y pico kilómetros de la etapa de hoy.

Como veis, la cosa ha estado aburridilla y me ha dado tiempo de pensar en chorraditas. Es lo que tiene Escandinavia. Un bosque muy chulo, un lago de ensueño, un bosque que no está mal, un lago mono, un bosque que es igual que el anterior, otra vez un lago, el PUTO BOSQUE QUE NO SE ACABA, el LAGO DE LOS COJONES QUE PARECE EL MISMO DE HACE TRES HORAS y así sucesivamente.

Pero nos hemos divertido mucho. En realidad en este viaje no paramos de reírnos. Cuando me funciona el intercomunicador, claro. Porque lleva un par de días que a las cinco horas dice que ya ha trabajado bastante. Y a todo esto, el Turning Torso de Calatrava, el emblemático edificio de Malmö (¿veis? Ya han colado una «ö» en el nombre…) sigue donde estaba hace un par de años. Y hace tres. Y hace cuatro. Es la cuarta vez que lo veo. Y las señales de alces, que han empezado a aparecer como las setas. Pero yo esto ya me lo conozco: no haces más que mirar a todos lados en cuanto salen las señales. Y luego no ves ni un reno ni un alce hasta dentro de muchos paralelos. Al 65 por lo menos. Y estamos en el 59. Pero vamos, que como salga el alce despistado estamos listos. Así que será mejor seguir mirando.

También hemos visto cientos de coches americanos años 60-70 por el camino. Y cuando digo cientos no exagero. Primero creía que habría una concentración o algo. Pero muy concentrados no pueden estar si los llevamos viendo seiscientos kilómetros. Yo creo que los suecos han visto el radiante día que hacía hoy, con sus 25º en canal, y han decidido salir a pasear con sus descapotables.

Y la joya de la corona, Estocolmo. Una de mis ciudades favoritas. La hemos recorrido en una hora azul interminable, como suelen ser las noches de verano por estas latitudes. Gamla Stan y sus edificios de colores con personalidad, de sus callejuelas adoquinadas y de sus pasajes imposibles. Los canales, los embarcaderos y los edificios iluminados ofreciendo mil reflejos en un agua tan quieta como oscura… Quien no sueña con volver a esta ciudad es porque nunca ha estado (por otro lado, la frase arroja cierta lógica…).

Y sí, al final desayunamos. En un McDonalds. Y esta vez no fue por el wifi… Pero es que más allá de los Pirineos no tienen esa costumbre tan nuestra de dar una patada y que salgan veinte bares. Aquí, quien encuentra un McDonalds a la hora del desayuno, tiene un tesoro. Por cierto, que se ve que la costumbre aquí es pedir las cosas para llevar y comérselas dentro del coche… en el mismo parking del establecimiento. Al menos, tú eliges la música. Buenas noches.

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Día 3. 26 de Julio, Helsingborg

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Grises nubarrones se cernían sobre Hamburgo a la hora de partir, lo que me hizo pensar en que tendría un día lluvioso. Pero no fue así. Hoy abandonaba las autopistas alemanas y cruzando Dinamarca llegaría a Suecia, ya en la península escandinava. El viaje se hace algo aburrido, tanta autopista; tengo ganas de conducir por carretera, aunque sea a 90 km/h.

El último tramo de autopista alemana lo compartí con un gran grupo de moteros italianos, más de 15, que se extendían a lo largo de varios cientos de metros. Se desperdigaban, diría. Algunos iban lentos esperando a los rezagados, otros intentaban tirar con más ritmo… Los adelanté a todos continuando a 140 km/h, lo que me hizo pensar el lo largo que se hacen los viajes en grupo. Serán más divertidos (o no), pero seguro que has de calcular más tiempo del necesario para recorrer la ruta diaria.

Y por fin Dinamarca, tras un triste cartel indicador. Ni una sola caseta de aduanas abandonada. Nada. La autopista cambia, el color del asfalto es diferente, la velocidad está limitada a 130 km/h… pero el resto es igual. Conduzco ilusionado, ya que en unos pocas decenas de kilómetros me saldría de la autopista buscando un par de pueblos costeros a visitar. Antes paré en un área de descanso, donde tienen incluso una zona reservada para las motos!

El primer lugar que visité fue Bogense, un pequeño pueblo pesquero, tranquilo y coqueto, que no tiene ningún interés especial. Es el típico pueblo en el que no vale la pena pararse, pero en el que sí me quedaría un par de días para desconectar. Seguí hasta Odense, tercera ciudad en importancia de Dinamarca y donde supuestamente está la casa de Andersen, el de los cuentos. Y finalmente Kerteminde, con una calle que invita al paseo y con un sol de justicia que agradecí después de tanto nubarrón.


La autopista que conduce a Copenhague ha de saltar de isla en isla a través de puentes. El que une la isla de Fyn (donde se encuentra Odense) con la de Sjaelland (donde está Copenhague) es sencillamente espectacular. Incluso me pareció más que el de Oresund, que lleva hasta Malmö. Son kilómetros de columnas sobre el mar que te van elevando hasta llegar a un enorme puente colgante, situado a más de 125 metros sobre la superficie del mar. Impresionante. Durante su trayecto es interesante ver a multitud de gaviotas a pocos metros de mi cabeza, aprovechando el fuerte viento para permanecer casi suspendidas en el aire.

Antes de llegar a Copenhague coincido con dos italianos en sendas BMW (una GT y una GS1200) que se interesan por mi roadbook casero, viendo que llegaré a Helsingborg a través del puente de Malmö. Yo les pregunto en inglés por el destino de su viaje, pero por la cara del italiano veo que no tiene mucha idea de la lengua de Shakespeare, por lo que me paso a chapurrear italiano. En Roma me funciona, y consigo hacerme entender… pero el de la GS ni se entera. Al final por señas, y con un mapa, nos damos cuenta que vamos a hacer el mismo viaje casi calcado… Pero espero no encontrármelo muchas veces, porque la verdad que la conversación era casi nula. ¿Se me habrá olvidado mi italiano de supervivencia?

Y Copenhague… con un sol de tarde que la hace más bonita si cabe. En algo menos de 2 años es la tercera vez que la visito… y cada vez me gusta más. Tiene el encanto de las ciudades señoriales, elegantes y amables en la que los edificios de ladrillo viejo, oscurecido por el tiempo, te dan una acogedora bienvenida. No tengo mucho tiempo, así que busco el icono de la ciudad, la Sirenita (que por cierto, no había visitado en ninguno de mis viajes anteriores), y me doy cuenta de que debe de estar de vacaciones en algún balneario del Mediterráneo, porque en su lugar veo una especie de andamios. O le habrán cortado otra vez la cabeza? Sin más, me dirijo a Nyhavn, otro de los símbolos de la ciudad, y que a mí particularmente me encanta. Allí coincido con dos parejas de italianos entraditos en años que deben de haber bajado de alguno de los cruceros que recorren estas tierras. Me acribillan a preguntas. Al contrario que mi anterior experiencia linguística, esta vez nos entendemos todos a la perfección, lo que me hace pensar que los moteros debían de ser de una extraña región italiana que habla con acento extraño.

– ¿Y dónde vas?- me preguntan.

– Al Cabo Norte- respondo.

– ¿Tú solo?- se interesa una de las mujeres.

– Claro que va solo!- suelta el marido -Es como mejor se va. Le envidio. Después de 30 años contigo estoy seguro de que como mejor se viaja es solo.

Aunque las dos parejas rompieron a reír sonoramente, yo no quise

ser motivo de un divorcio, así que sonriendo yo

también comencé a guardar la cámara, no sin antes aprovechar para que me hicieran una foto.

Y tras pasar el puente de Oresund llegué a Suecia. Malmö, que ya visité hace unos meses, no tiene excesivo encanto a no ser por el enorme y alucinante edificio llamado “Turning Torso”, de nuestro internacional arquitecto Calatrava. Estrecho y alto, esbelto. Los metales blancos (no podría ser de otra forma viniendo de Calatrava) se retuercen grácilmente, como si una mano invisible lo haya intentado desatornillar del suelo.

Continué la ruta hasta Helsingborg, a unas decenas de kilómetros de Malmö. Allí encontré el hotel que había reservado. Uno cutre, de autopista, pero ya me habían advertido de lo difícil que era encontrar alojamiento por la zona, así que me di por satisfecho. Después de cenar en la cercana localidad de Angelholm, y de vuelta al hotel, pude contemplar cómo se ponía el Sol casi por el norte, mientras que la Luna llena comenzaba a salir casi por el sur.

Hoy he recorrido 708 kilómetros en 8 horas, a una media de 88 km/h. Ya llevamos más de 2500 kilómetros. Mañana, Suecia y Estocolmo. Hasta ahora el viaje era un simple traslado. A partir de mañana la cosa cambia. Comienza verdaderamente EL VIAJE.

Y la ruta, aquí, como siempre:


The Long Way North. Day 3


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