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El bucle vasco-navarro

Este fin de semana disponíamos de algo más tiempo de lo que nos viene siendo habitual, y pudimos salir de ruta tanto sábado como domingo. Así que nos levantamos pronto y aprovechamos esos dos días de ambiente primaveral.

Los primeros 150 kilómetros fueron anodinos. Bueno, todo lo anodinos que pueden ser los kilómetros con dos Ducati Multistrada, donde cada adelantamiento y cada roscada de puño supone una sonrisa en la cara. Llegamos al primer punto previsto, La Basílica de San Gregorio Ostiente. Se encuentra en lo alto de un monte muy cerca de Los Arcos, donde está el circuito de carreras. Mira que pasamos solo por la carretera, pero me da a mi que Los Arcos tiene mucho encanto. De hecho me lo apunté para volver. Pero hoy tocaba subir a San Gregorio. Pista asfaltada estrechísima y con mucha pendiente, que se iba elevando rápidamente sobre los preciosos campos de colza que están en esta época del año en todo su esplendor. Y arriba… la pequeña iglesia, con un sorprendente pórtico barroco con sus columnas salomónicas y todo. Como desproporcionado, me pareció. Y cerrada. Y eso que me había cerciorado de los horarios. Allí no había ni el tato. Pero no nos importó mucho. Las vistas lo suplían todo.

A pocos kilómetros de allí, siguiendo una divertida carreterita de montaña, se encuentra el Santuario de Codés, punto de partida de múltiples excursiones por la montaña navarra. El entorno es maravilloso, con las escarpadas montañas rodeando todo el santuario… que también estaba cerrado. Pero tampoco nos importó, porque lo que veníamos a buscar era la foto con las montañas. Pero vamos… que sorprende.

Ya enfilando hacia el norte, y extasiados con la verdura de las montañas navarro-euskaldunas, nos fuimos acercando a la ermita de la Antigua…. que estaba ya cerrada cuando llegamos casi a la hora de comer. ¡Pero bueno! ¿Qué planificación es ésta? Pero tampoco nos importó, porque ya la habíamos visto hace unos pocos años, y en realidad comimos muy a gusto en la ladera verde que rodea la ermita.

Continuamos hacia el norte, atravesando riberas de ríos, colinas y montañas vascas, hasta llegar a Lekeitio. Allí solo íbamos a ver el Cantábrico… y a comenzar una de las carreteras más impresionantes de nuestra geografía: la BI-3438 (y luego GI-638) desde Lekeitio a Deva. Curvitas de esas para bailar con tu moto, entre los bosques de eucaliptus y la escarpada costa del Cantábrico. Cada vez que venimos aquí a rodar cargamos las pilas para muchos meses.

Nos paramos nuevamente en Zumaia, para ver la ermita de San Telmo, pero para bajar a la playa y conocer de cerca la verdadera joya de esta zona: el flysch. Lascas y más lascas de roca que cortan la montaña, la playa y el mar como si de un cuchillo se tratara. Todo un hallazgo que nos sorprendió aunque ya lo habíamos visto de lejos en multitud de ocasiones. No dejéis de bajar a la playa de Zumaia en cuanto podáis.

Y ya para el hotel, que esta vez era un sencillo B&B en plena carretera entre Errenteria y Pasaia. Cenaríamos de lujo en el Yola Berri de Pasajes de San Juan, con unas maravillosas vistas a la ría. Ojito a la hora de aparcar la moto, que ponen multas si la dejas en la acera. 32€ con pronto pago nos soplaron…

Al día siguiente tocaba el viaje de retorno. Sin nada muy organizado, en el último momento elegimos la GI-3420 (y luego NA-4000) que va de Oyarzun a Lesaka. ¡Qué festival de verdes nos dimos! Fueron 80 kilómetros de ensueño, rodeados de bosques, lagos, rayos de sol filtrándose entre las hojas… y un asfalto y un trazado envidiables. ¡Sin duda este tramo entra de pleno derecho en mi lista de los TOP 5! Pasamos por el valle de Baztán y seguimos hasta Pamplona por la variante de la Nacional, esquivando los insulsos túneles e intentando exprimir al máximo el fin de semana. Y desde Pamplona, por las rutas habituales llegamos a comer en Zaragoza, después de un fin de semana muy aprovechado de los que hacía muchos meses que no disfrutábamos.

Los archivos .gpx de las rutas de ambos días los podéis encontrar en Wikiloc:

Sábado
Domingo

Un fin de semana por… El País Vasco – El vídeo

Calentito de hace un par de días, así es este pequeño vídeo para que quede constancia que seguimos recorriendo la península recordando lugares que nos han encantado y descubriendo otros nuevos. En esta ocasión por Euskadi volvimos a Tolosa, descubrimos Zumárraga y Elantxobe y rememoramos Lekeitio, Ondarroa o Getaria, entre otros. Ahí va el vídeo!

De la A a la Z: Álava

Con motivo de haber completado la lista de provincias peninsulares recorridas en moto, comienzo aquí un ligero repaso conmemorativo. Desde estas pocas líneas viajaremos una por una a cada una de ellas, remarcando lo que más me ha impactado. Conviene incidir en que esto no es una guía de viaje ni pretende serlo, sino que son ligeros apuntes que, si bien el viajero ávido de experiencias puede utilizar para nuevas ideas en sus rutas, solamente pretende avivar mi memoria. ¿Dispuesto? ¡Comenzamos!

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Álava tiene únicamente un gran fallo: Está demasiado cerca de Zaragoza, nuestra base de operaciones. Eso significa que no le he prestado suficiente atención, y que durante las rutas del fin de semana ha sido un mero lugar donde pasar la noche del viernes. Aún así hemos pasado ratos memorables.

Vitoria, su capital es una ciudad sorprendente con varios puntos de indiscutible importancia. Su almendra medieval es uno de ellos, ya que las estrechas calles muy comerciales están repletas de vida a cualquier hora. La catedral de Santa María (la catedral vieja) estuvo de restauración bastante tiempo, pero creo que es una joya gótica de especial interés. Asómate también a la plaza de la Virgen Blanca, verdadero centro neurálgico de la ciudad. Amplios espacios irregulares, con lugares pintorescos en todos sus rincones. Además Vitoria cuenta con interesantes y sorprendentes murales a todo color en muchos de sus edificios. No te los pierdas! Y para cenar, nada mejor que el restaurante IKEA, donde rodeado de una decoración en madera diseñada por Mariscal te encontrarás sorpresas culinarias de primer nivel en un ambiente muy distendido.

¿Y en el resto de la provincia? Me quedo con la Rioja Alavesa y sus bodegas, donde el diseño arquitectónico se ha empleado a fondo. Bodegas como la del Marqués de Riscal en Elciego o Ysios en Laguardia bien merecen una parada.

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Salto del NerviónLas salinas de Añana también nos sorprendieron, aunque recuerdo que el día fue lluvioso. Múltiples terrazas ascendían por la colina haciendo reposar el agua para extraer sal. A los que venimos de las orillas nos sorprende ver este tipo de instalaciones lejos del mar.

Nuestra asignatura pendiente la tenemos con el Salto del Nervión, en la frontera con Burgos. Dicen que es el salto de agua más alto de la península, pero la única vez que intentamos verlo estaba completamente seco. Así que deberemos volver en alguna época más propicia.

En definitiva, una ciudad sorprendente y una provincia con muchos alicientes, a los que además deberemos añadir un sinfín de carreteritas que pierden entre verdes colinas y los preciosos caseríos vascos.

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La Ruta del Cantábrico – El vídeo

Han sido muchas las imágenes que me quedo de este fantástico mini-viaje. La costa cantábrica nunca me ha defraudado. A veces las palabras y las fotos no alcanzan a explicar cada uno de los rincones que nos sorprendieron. Espero que con este vídeo muestre buena parte de esos rincones. El resto, me los guardo. Para uso personal. Faltaría más. (¿No?)

 


La Ruta del Cantábrico por Dr_Jaus

La Ruta del Cantábrico

No cerré la visera del casco mientras corría hacia mi moto al otro lado de la pista. No la arranqué presuroso intentando esquivar las otras motos que se dirigían como yo exactamente al mismo punto de frenada de la primera curva. No calculé el consumo para sincronizar los repostajes con el cambio de piloto. No sentí cómo el asfalto rascaba mi protector de rodilla mientras fulminaba la parabólica a más de 140km/h. No pasó nada de eso. En lugar de correr la carrera de resitencia que tenía programada, el destino me tenía reservado un gran viaje. Corto pero intenso. La cornisa cantábrica. Y es que a veces el destino tiene buenas ideas.

DOMINGO, 4 DE DICIEMBRE

Ese domingo tocaba levantarse pronto. Ese domingo me alegré de que el madrugón fuera para viajar al norte. Un viaje improvisado, casi sin proyectar ni preparar. Pero sabía por experiencia que el Cantábrico nunca defrauda. Salimos de Zaragoza justo para ver cómo a nuestras espaldas comenzaba a salir el sol tímidamente, apenas alcanzando a calentar el ambiente. La autovía de Logroño estaba casi desierta. Solo algunos coches con remolques llenos de perros de caza compartían con nosotros la sublime visión del Moncayo, que se desperezaba con los primeros rayos de sol. Vestido con su inmaculado manto de nieve, parecía saludarnos mientras nosotros nos desviamos hacia el norte, ya hacia tierras navarras.

En lugar de seguir la carísima autopista hacia Pamplona, decidimos afrontar la revirada carretera, que discurre en muchos puntos paralela. Nos sorprendieron los caseríos, ganaderos dirigiendo sus vacas desde sus todoterrenos, o los frondosos bosques que se desparramaban hasta el asfalto. La de cosas que te pierdes por la autovía! La primera parada fue Zarautz. Bello pueblo con playa infinita. La temperatura había ascendido hasta ser casi agradable, y decenas de personas paseaban por el señorial paseo junto a la playa. Las olas se sucedían con un ritmo constante, rectilínias, llenando de espuma toda la ensenada, invitando a surfear a los más valientes.

Seguimos la costa hasta Ondarroa, donde en su casco viejo tuvimos que preguntar por la carretera de la costa hacia Lekeitio.

-Sigue hasta la segunda rotonda, coge la calle de la izquierda, y entonces ya sigue todo recto. Bueno, recto no, que hay muchas curvas!- me indicó un lugareño ataviado con la clásica txapela.

-Eso es lo que buscamos, las curvas!- le contesté sonriendo.

Y sí que había curvas. Cientos de ellas. A veces entre los bosques de pinos y eucaliptus, a veces entre riscos y cortados que daban directamente al Cantábrico. Carretera recoleta y encabritada. Trocitos de Cantábrico iban apareciendo entre las verdes colinas y los frondosos bosques. ¿Quién dijo que el azul no combinaba con el verde? Mientras curveo, y a la vez que una leve sonrisa se dibuja en mi rostro, me doy cuenta de que esta es La Carretera. La esencia de lo que busco yendo en moto. Paisajes que te sorprenden a cada salida de curva, trazados que invitan a hacer ronronear la BMW mientras la inclinas con precisión a uno y otro lado. Solté mi mano izquierda del manillar para tocar levemente la rodilla de Belén, quería compartir estas sensaciones con ella. No había nada que decir. No quería que la magia se desvaneciera.

Lekeitio era el lugar perfecto para comer mientras disfrutamos de las incansables olas que intentaban tumbar el coqueto pero resistente malecón que protegía el puerto. Y así seguimos avanzando hacia el oeste, adentrándonos casi sin querer en el marinero pueblo de Elantxobe. Muy cerca de allí, desde un mirador cercano pudimos observar la belleza de la playa de Laga, con una arena rojiza que me recordó el color del desierto del Namib. Tan cerca y tan lejos. Rodeamos la ría de Mundaka donde las aguas buscaban tímidamente la salida al mar entre inmensos bancos de arena. Alcanzamos Bermeo, y de allí hacia los alrededores del cabo de Matxixako, donde ya comenzó a ponerse el sol.

A veces la vida te lleva por caminos inesperados. Por mucho que te empeñes en dirigirla, ella se empeña en ir por otro lado. Eso es lo bonito que tiene. Ese camino que salía hacia la derecha, bordeando los arrecifes y rodeado de verdes campos no se habría cruzado en nuestras vidas si hubieramos seguido haciendo caso al GPS. Aparatito diabólico que tanto te saca de un apuro como te mete en un lío. A veces me dan ganas de apagarlo, seguir el instinto y que la vida te lleve a los paisajes que el destino había programado para ti. La puesta de sol por esa minúscula y desierta carretera que nos llevó hasta Bakio son de esas cosas que no olvidaré.

Desde allí a Bilbao fue un paseo, por carreteras ya más transitadas. Tras sufrir el atasco a la entrada de la ciudad, encontramos el hotel, descargamos la moto y nos dispusimos a descubrir en la noche la belleza del Guggenheim, el calor del casco antiguo y las exquisiteces de la cocina vasca.

LUNES, 5 DE DICIEMBRE

Llovía. No muy copiosamente, como lo suele hacer en el norte. Desde la ventana de la habitación del hotel, las nubes impedían ver las montañas. Allí abajo, las luces de los coches resplandecían reflejadas en el asfalto mojado. Conocíamos la previsión meteorológica desde hacía días, pero no podíamos dejar de conocer el Cantábrico en su salsa. Así que la lluvia, por una vez, fue bienvenida. A pesar de ello, decidimos avanzar por autovía hasta Santander. A ambos lados se iban sucediendo playas, colinas verdes y pueblecitos marineros que bien valían haber parado, pero queríamos llegar antes de la puesta de sol hasta Cudillero. Y en el viaje había aún muchas cosas que ver.

Llegando a Comillas seguía lloviendo ligeramente. Nos desviamos por callejuelas en principio prohibidas al tráfico, excepto al vecindario. Estúpida norma para alguien que se siente ciudadano del mundo. Buscábamos el Capricho, peculiar edificación de Gaudí, escondida entre otros caserones y callejuelas. Acertamos solamente a adivinarla entre los árboles de su frondoso jardín. Intentamos salir del entuerto de calles por caminos vecinales que nos obsequiaron una imponente vista de la Universidad Pontificia, otro de los atractivos arquitectónicos de esta pequeña población cántabra.

Desde allí seguimos hasta San Vicente de la Barquera, con su puente sobre la ría. El tiempo nos dio un respiro, y a pesar de que continuaba nublado, al menos había dejado de llover. Incluso en algún momento tímidos rayos de sol salpicaban el paisaje de luz y de color. Camino a Llanes, la visión de un gran Naranjito metálico (sí, el del Mundial ’82), almacenado tras una valla con otras excentricidades ochenteras me dejó perplejo. Es como si unas neuronas dormidas, de esas donde tenemos arrinconados pedacitos de memoria, se hubieran desperezado inundando mi imaginación con recuerdos ya casi olvidados. Imarchi, Citronio, Clementina y Naranjito. Uh! Qué recuerdos!

Llegamos a Llanes a la hora de comer. Seguía sin llover, por lo que aprovechamos para ir al puerto a contemplar los cubos coloristas de Ibarrola. Los bloques de cemento que forman el rompeolas componen esta pintoresca obra llamada «Los cubos de la memoria». Desde allí se podía observar cómo rompía con fuerza el Cantábrico en los peñascos cercanos que formaban entre ellos mansas ensenadas de arena fina. En ese lugar pugnaban dos tipos de belleza por ser la más esplendorosa: la creada por el hombre y la formada por la naturaleza. Yo, sin lugar a dudas, me quedo con la más natural. Aunque ya sabéis, para gustos, los colores.

El día no estaba luminoso, y había comenzado a llover de nuevo. Así que volvimos a entrar en la autovía A-8 hasta las proximidades de Cudillero. Precioso pueblo encaramado a las escarpadas laderas de la montaña, que se desparrama hasta tocar el pequeño puerto. Era media tarde y llovía copiosamente. El paraguas? No, no llevábamos paraguas. Así que nos dispusimos a recorrer sus empinadas y a veces estrechísimas calles plagadas de rinconcitos y escaleras bajo una pertinaz lluvia. Llevábamos ya muchos kilómetros, la mayoría de ellos en mojado, pero el día estaba siendo pleno. Ya de noche seguimos la autopista hasta Oviedo, donde pasaríamos la noche al abrigo de un hotel, unas botellas de sidra recién escanciada, y unas fenomenales tablas de quesos.

MARTES, 6 DE DICIEMBRE

Nada más bajar a la calle, comprobamos que siguiendo con la mirada la calle hacia el sur, en el horizonte se dibujaba la silueta de las grandes montañas de la cordillera Cantábrica, de la cual forman parte los famosos Picos de Europa. Ayer, entre la negrura de la noche y lo nublado del día, hubiera sido imposible verlas. Hoy tocaba regreso. Pero siempre intento regresar avanzando. Regresar pero continuar descubriendo parajes para el recuerdo. Con esa objetivo Mieres pasó a nuestro lado como una exhalación, mientras nosotros seguíamos rumbo a León.

Cuando era pequeño me encantaban los mapas. Si, ahora también, pero de pequeño me bebía todos los que tenía mi padre. Un libro al que le tenía devoción era un viejo ejemplar de «El libro de la carretera», con sus tapas duras de tela verde. No era más que un compendio de mapas Michelín de toda España y Portugal. Aún debe andar por casa de mi madre. Allí, entre mapas y más mapas una de las páginas albergaba los perfiles de los grandes puertos de montaña del país. Y entre ellos, el Puerto de Pajares. Ahora yo lo tenía frente a mi. Largas curvas aún mojadas de la noche anterior se iban sucediendo mientras ganábamos los más de 1.300 metros de altitud del puerto. Grandes circos verdes rodeados de picos ligeramente espolvoreados de nieve nos rodeaban. Y allí estaban las joyas de la corona: las rampas quizá más pronunciadas de España. Carteles de 17% de desnivel se iban sucediendo curva tras curva mientas una sonrisa se dibujaba en mi rostro a la vez que recordaba ese libro de tapas verdes de tela.

León nunca defrauda. Su catedral con sus torres dispares, esas inimaginables vidrieras de mil y un colores que bien valen una visita a la ciudad por ellas mismas… En pocas catedrales (y eso que tenemos en España una buena colección de ellas) me siento tan pequeño y tan impresionado como en el interior de la Catedral de León. Y quería que Belén la conociera. Quería que sintiera también el Síndrome de Stendhal que yo sentí cuando estuve hace un par de años. Descubriendo mundo.

Siguiente objetivo, Burgos. Ahí no había pérdida. Tomamos las de Villadiego -pueblo cercano a Burgos- y nos metimos en la autovía. Parada en Melgar de Fernamental, para repostar tanto gasolina como alimentos, aunque con poco acierto esta vez en cuanto a viandas se refiere. Llegamos a Burgos -más concretamente a su Catedral, que es lo que veníamos a ver- sobre la hora de la merienda. El sol coloreaba de un rojo intenso las altivas y orgullosas torres góticas de la estrecha pero delicadísima catedral. La joya más preciada del gótico español se mostraba, ufana y presumida, en todo su esplendor. Seguimos por carretera y más autovía, pasando por Santo Domingo de la Calzada y Logroño, para coger finalmente la autopista hasta Zaragoza, donde finalizaba nuestro viaje. En la retina diferentes recuerdos competían para ganarse un hueco en mi memoria: las elegantes torres de la Catedral de Burgos, los saturados colores de los mosaicos de León, el imposible equilibrio de las casas de Cudillero, o los verdes paisajes del más salvaje Cantábrico… No me preocupa. De momento creo que me queda suficiente disco duro para todos ellos.

La Ruta del Cantábrico


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TheLongWayLeft, episodio2: La violenta costa Cantábrica

Un día tremendo. A las miles y miles de curvas hay que añadirle la lluvia y el viento. Un clima típicamente norteño, donde el sol y la lluvia se iban alternando e incluso solapando. Salí de Pamplona medio lloviznando, pero con el asfalto totalmente mojado de las incesantes lluvias nocturnas. La idea era hacerlo todo por carretera, así que tras el primer repostaje del día me dirijo a la carretera de San Sebastián. Ya a los pocos kilómetros me doy cuenta de lo especial que resulta viajar en moto: los olores están muy presentes en el trayecto, ya sea leña recién cortada, el olor a tierra mojada, el potaje preparándose en los caseríos o el olor al cantábrico cuando te vas acercando a su costa.

La carretera N-121a serpentea  entre las colinas donde los colores primaverales van sustituyendo a los del invierno. Los verdes lo comienzan a invadir todo, dejando a los ocres y marrones ya moribundos. Para disfrutar de esta ruta en moto es indispensable seguir las indicaciones que desvían a los camiones de materias peligrosas, y así saltarse los túneles que le quitan todo el encanto. En un momento de despiste, seguí la N-121b en lugar de la N-121a y acabé sin saber cómo en Francia. Durante varios kilómetros fui jugando con la frontera, ahora aquí, ahora allí, hasta que me topé con el Cantábrico de bruces, cerca de San Juan de Luz. Desde allí a Hendaya por la costa, con un viento casi huracanado que me hacía ir muy despacio y que inclinaba peligrosamente la moto con cada ráfaga. En un momento de desespero, y pensando que todo el camino por la costa cantábrica podría ser así, pensé en volver hacia el resguardo de las tierras de interior y modificar la ruta. Pero finalmente pensé que los planes están hechos para cumplirlos, así que seguiría adelante.
Cerca de San Sebastián, ya fuera de Francia, me crucé con el único motero que he visto hoy. Afortunadamente el viento ya comenzaba a amainar, y pude soltar el manillar y saludarle con la mano izquierda, al tiempo que él asentía con la cabeza. En ese momento me embargó la emoción y me di cuenta de que lo que estaba haciendo era lo que realmente quería hacer, y lo que quería seguir haciendo durante muchos años más: disfrutar de la moto.
Los grandes atascos en San Sebastián no me impidieron llegar hasta la Playa de La Concha a hacer las pertinentes fotografías. Desde allí me dirigía a Zarautz, Deba , Ondarroa y Lekeitio, preocupado por el asfalto mojado, agravado por una gran cantidad de pinaza que se acumulaba en alguna curva. El peso de la moto, que aligera demasiado el tren delantero, hace que entre en las curvas con muy poca seguridad.
Magistral la comida vasca. Y ya sé que es un tópico. Pero que te pares a comer en una taberna de mala muerte de Lekeitio, pidas un menú de 11€ y disfrutes como un enano de unos espárragos de un calibre considerable -y de un sabor incluso más grande que el calibre-, o de un bacalao con salsa de puerros que merece al menos una punta de alguna estrella Michelín, no tiene precio.
Después de reponer fuerzas, sigo costeando por Bermeo, pero la BI-3110 está cortada antes de llegar a Bakio. Toca recular y buscar alguna otra alternativa para llegar a Bilbao, aunque los últimos 10 km sean por autovía. En Bilbao -que no tenía pensado ni parar- me entra curiosidad por ver el Guggenheim, y me acerco con la moto. Durante la preceptiva parada para fotografiarlo, un grupo de animadas ancianas conversan alegremente debajo de unos soportales cercanos. Veo que una de ellas se separa del grupo y mira mi BMW con admiración. Yo ya estaba toqueteando el GPS y no le presto demasiada atención, pero la señora cada vez se acerca más, por lo que acabo levantando la vista y sonriendo.
-Si mi marido hubiese tenido una moto así hace 40 años, la habríamos disfrutado mucho- me dice. -Nos fuimos desde Vitoria hasta los Picos de Europa en una Lambretta!!
-Eso sí que es una aventura- le respondo. -Yo también voy a los Picos de Europa, pero desde Barcelona.
-¿Desde Barcelona vienes?- me pregunta. -Claro que con esta moto… Debe de correr mucho, no?- Y entonces me acordé de mi abuela, que disfrutaba mucho viendo los saltos del Free Style de motocross cuando lo daban por la tele, a pesar de sus setentaymuchos años.
La N-634 me lleva de Bilbao a Santander. Muy recomendable, con muy buen asfalto y, salvando algún tramo lleno de rotondas y de travesías de pueblos, con unas curvas rápidas muy apetecibles, después del historial de virajes de montaña que llevo hoy. Llego a Santander casi de noche, y al entrar al hotel comienzo a oír las trompetas y tambores que señalan alguna procesión cercana de la Semana Santa cántabra. Yo por mi parte inicio mi particular via crucis ascendiendo las maletas por la escalera del hotel.
Puedes descargarte mi ruta para verla en Google Earth aquí.
Y si no tienes Google Earth, también la puedes ver aquí.
DATOS DE LA RUTA:
449km
8h26m en movimiento
Velocidad media: 52km/h
Consumo medio: 4,3 l/100km