Y por fin llegamos. La Capadocia era el destino final del viaje. El punto más alejado suele coincidir con el lugar más exótico y diferente a lo que es tu hogar y tu zona de confort. Y en este caso así es. Porque lo que hemos visto hoy es sin duda algunas de las cosas más alejadas a nuestro pequeño mundo que conozco. Y todo empezó con el desayuno de la mañana en Karaman.
Porque ya es extraño que de todos los -pocos- huéspedes que nos alojábamos en ese hotel con pretensiones (Nadir Business, le habían puesto de nombre), todos excepto Belén eran hombres. Turcos, de esos que se echan eructos sonoros en la habitación con paredes de papel de fumar. Extraño cuanto menos.
Y a cuarenta kilómetros, entre nubes negras amenazadoras que luego no lo fueron tanto y asfalto malo tirando a pésimo, nos encontramos con las casas excavadas de Manazan**. Sorprendentes, más que espectaculares. Pero sin duda, únicas. Puedes subir por unas pasarelas de madera y visitarlas por dentro, e incluso subir algunos niveles si la linterna del móvil y las agallas te son suficientes para compensar la oscuridad y lo desconocido.
Pero a escasos cuatro kilómetros de ahí, el pueblo de Taskale*** me pareció casi surrealista. En el lateral de la montaña comenzamos a ver puertas y paredes de ladrillos que tapiaban cuevas habitadas. Hasta que aparece la gran pared repleta de pequeños ventanucos formando un rascacielos irreal. La roca muestra pequeñas hendiduras estratégicamente situadas para poder encaramarse a los ventanucos más elevados. Y el resto del pueblo estaba igualmente sumido en el siglo XVII. Pero vivo, con habitantes que iban y venían con sus rebaños o con sus aperos de labranza. Parece que hemos viajado tanto en el espacio como en el tiempo.
Y ya tras unos cuantos kilómetros anodinos, mezclando carreteras desdobladas y alguna que otra autopista (esta vez sonaron las alarmas en el peaje, tendremos que solucionar el tema entre mañana y pasado si no queremos tener problemas), llegamos a la ciudad subterránea de Derinkuyu**. No voy a decir que es espectacular, porque no lo es. Pero si excepcionalmente asombrosa. Porque comienzas a bajar por unos túneles minúsculos y vas viendo niveles laberínticos llenos de pequeñas habitaciones, y sigues bajando niveles y niveles… Dicen que hay más de 8 niveles y que se baja a más de 85 metros de profundidad. Lo dicho, no es espectacular, pero no había visto nada igual.
Y poco después, saliendo de una curva, nos encontramos a la Capadocia*** en su máxima expresión. El castillo excavado de Uçhistar aparecía ante nosotros, rodeado ya de las típicas rocas cónicas excavadas con pequeñas ventanitas. Y si seguíamos cuatrocientos metros más allá, desde el mirador veías Göreme y todas sus formaciones rocosas en una imagen que me explotó la cabeza. Sin duda, ya guardada en la memoria como el reciente amanecer con globos en Pamukkale. Capadocia está ya (sin verla en profundidad, que a eso dedicaremos el día mañana) en uno de los top5 mejores lugares que he visto.
Y a partir de ahora, estaremos cada vez más cerca de casa. Más cerca del trabajo, de las rutinas y de los problemas cotidianos. Pero por supuesto no será un retorno en línea recta. Seguiremos viendo cosas sorprendentes. Seguiremos intentando llenar esa estantería de recuerdos imborrables. Y lo más importante, afrontaremos los problemas cotidianos con otro talante, después de haber superado la cantidad de aventuras y vivencias que nos ha deparado (y posiblemente nos siga deparando) este viaje. Vivir para viajar o viajar para vivir. En este caso el orden de factores no altera el producto.
Uno de los lugares que quiero conocer, que más me llama la antención de esa parte del mundo y que has conseguido despertar aún más mi curiosidad. Gracias por contarlo divinamente.