Si ya lo decía Belén. Que una especie de cachopo enrollado y unas albóndigas que flotaban en una especie de salsa de queso es todo menos una cena ligerita. Y si le ponemos el postre especial, ese que lleva un poco de todo -sí, como un pijama. Con bola de helado incluida-, pues como que casi hemos llegado rodando al hotel. A pesar de eso, y de haber dejado el mantel tan lleno de manchas que al pobre camarero de poco le da un patatús, ahí va la crónica del día.
Carreteras… hoy hemos tenido unas cuantas más de las que sí. Las que llevan al monasterio de Studenica** bien merecen un notable alto. A pesar de que si te caes según Belén la causa de muerte sería sin duda el tétanos que pillas con el quitamiedos tan oxidado. Y árboles. Comienzan a haber árboles, eso que casi no hemos visto en todo el viaje. Árboles que abrazan la carretera, dejando justo ese espacio anguloso justo para que pase la caja del camión. Como diciendo “vale, tú pasas por la carretera, pero porque yo te lo permito”.
Y gente, muy alta, por cierto. Gente que va pululando por la carretera sin saber dónde irán. Alguna podría ser la “chica de la curva” entradita en años. Porque mira que el susto que nos hemos pegado al verla toda vestida de luto y con su cardado rubio al viento… Bueno, esa fijo que iba a la peluquería. O regresaba al cementerio. Porque los cementerios los veo como repletos de gente. Recordad que estamos en Serbia, y aquí hace unos años había una guerra, como bien te lo recuerdan algunos edificios que siguen ruinosos en Belgrado. Porque cada vez que estoy por esta zona y veo una persona mayor de cincuenta años pienso “este es posible que haya matado a alguien”. Intento escudriñar en sus ojos algo de ese pasado que a buen seguro le remueve su interior.
En cuanto al turismo puro y duro… el monasterio de Studenica está en restauración de sus frescos, pero a pesar de ello es digno de ver, tanto el edificio principal como la otra capilla, que también tiene frescos. Todo entre montañas verdes y rodeadas de una muralla defensiva. Dos estrellas le pongo. Y Belgrado**, bueno, una gran ciudad, donde no les importa mucho tenerlo todo sin rebozar y como salido de una guerra, pero sin el como. Y aquí no guardan algunos edificios con orificios de bala, no. Aquí todo a lo grande: tanto el ministerio de defensa como el edificio de la TV pública siguen abiertos en canal, con todas sus tripas al aire.
La cabeza me dice que la sangre necesaria para seguir escribiendo la crónica se requiere urgentemente para hacer la digestión de la cena de hoy. Menos mal que también hemos tomado una ensaladilla de tomate y pepino cubierta de… queso. Hay, Dios mío! Comienzo a sentir un mareo que necesito tumbarme. Igual el medio litro de cerveza también tiene algo que ver.
Vosotros dos en USA acabáis como bolas de navidad o más… mañana daros un buen paseo para bajar tanto queso, carne,salsa y huecos de bala.
Besos