A ver, que la chica del restaurante muy bien de inglés, muy simpática ella pero ha sido más lenta con el postre y la cuenta que el coche de Fernando Alonso. Y ya no son horas de ponerse a hacer una crónica larga. Los que la leéis por la mañana con el café con leche y el cruasán nada, pero que se me caen los ojos de sueño. Aunque igual es la cerveza, que llevábamos más de una semana sin catarla.
Y es que hoy ha cambiado el panorama por completo. Pero tranquilos, que esta vez estaba planificado. Es como me gustan los viajes, que sean muy cambiantes (sales con dos motos, y casi vuelves con una… y cosas así). A lo que iba, que me enrollo: pues que hoy hemos dejado Turquía y nos hemos adentrado en Bulgaria. Ya estuvimos durante una semana hace tres veranos aquí y la vimos en profundidad. Pero no por eso quería dejar de ver alguna cosilla de ese comunismo trasnochado que gastaban por aquí. Pero empecemos por el principio.
Estambul un domingo a las ocho de la mañana es una delicia. Los casi treinta y cinco kilómetros que nos ha costado salir de él han sido casi en solitario. La zona moderna es eso, muy moderna. He visto hasta ciclistas. Y en poco más de dos horas, nos hemos plantado en la frontera. Cinco kilómetros de caravana de camiones que nos hemos saltado tan ricamente, y luego el papeleo habitual. Pero ya volvemos a estar en la Comunidad Europea, con sus matrículas con banderita, su gente que (casi) respeta los semáforos, sus moteros domingueros,… y también sus rodaras, su asfalto pésimo (aunque eso no ha cambiado mucho desde Turquía) y sus monumentos megalíticos de la época comunista.
El primero que hemos visitado ha sido como de pasada, en Stara Zagora*. El monumento a la bandera, o algo así. A parte de la torre con formas cúbicas y extraños dorados, lo que me llamaba la atención para desviar la ruta eran sus estatuas de bronce descomunales. A ver, si pones a un mariscal búlgaro (o general, o lo que se estile por aquí) de un tamaño de 5 o 6 metros en bronce, eso da un respeto que te mueres. Y si pones cinco o seis ni te cuento. Y si le pones unas escaleras infinitas para llegar (cosa muy típica comunista, por lo que se ve), pues tienes el escenario perfecto.
Y finalmente, en Kazanlak, hemos vuelto a subir a Buzludzha***, el famoso ovni comunista encaramado en lo alto de la montaña. Ya intentamos verlo hace tres años y lo conseguimos parcialmente, entre la espesísima niebla que había. Además, la ilusión es poder entrar y disfrutar de los mosaicos hipermegagrandes y de la cúpula ruinosa y dorada. Pero está prohibida la entrada. Desde hace años. Pero la gente se ingeniaba siempre para encontrar un huequecito. Pero esta vez nos hemos dado cuenta que es prácticamente imposible: todos los huecos han sido tapiados o enrejados.
Pues ya está. Ahora me levantaré del sofá de piel de 6 plazas en L que tengo en la habitación de hotel, recorreré los quince metros que tengo hasta la cama y a soñar con nuevas aventuras. Pero eso ya será mañana, que cambiaremos nuevamente de país y de escenario.