La Transfaragasan Road. Retorno al Este. Cap. 13


Hoy el plan era sencillo: Entrar en Rumanía e ir directos a la Transfaragasan Road. Este viaje se centrará fundamentalmente en el norte del país, ya que el sur y sobre todo Transilvania ya lo visitamos hace años. A pesar de eso, había lugares que queríamos volver a ver, como es el caso de la que se considera quizá la carretera más bella del Mundo. Yo no sé si eso es correcto, pero desde luego sí estaría entre mis 5 mejores en las que he estado. O al menos así lo era hasta hoy.

No sé si es porque la crisis cada vez es menos crisis, o porque era domingo, o porque hacía un día radiante. Pero hoy todo el país estaba en la Transfagarasan Road. Y cuando digo todo el país quiero decir todo el país. Ni uno más ni uno menos. Ríete de las caravanas de la costa en agosto. Los más de 100 km repletos de curvas de esta mítica carretera estaban plagados de coches. Y los arcenes, también. Y ya desde abajo. Los rumanos domingueros son especialistas en encontrar ese metro cuadrado de hierba libre y allí plantar la manta y la barbacoa. Da igual que no haya vistas excepcionales: ellos se plantifican ahí a ver los coches pasar. 

Nosotros avanzábamos como podíamos, adelantando por el carril izquierdo y rezando para que las maletas no rozaran ni a los de nuestro carril ni a los de enfrente. Así que lo de «mítica carretera» como que no. Al menos hoy, no. De los recuerdos de recorrerla hace cuatro años han cambiado muchas cosas. En primer lugar, y aunque el asfalto actualmente diste mucho de ser perfecto en la mayoría de tramos, al menos ya no hay los boquetes asesinos que nos encontramos aquella vez. Tampoco ha ayudado mucho el intenso tráfico, que hacía imposible disfruta del paisaje que tristemente se nos escapaba por el rabillo del ojo mientras nos fijábamos más en hacer coincidir nuestras maletas con el hueco que dejaban los coches. 


Aún así, estoy contento de haberla vuelto a recorrer. Justo hoy hace un año que pasaba por última vez por la Trollstigen, para mí la madre de todas las carreteras. Si dejamos el tráfico aparte, sin duda la Transfagarasan sigue siendo un espectáculo. Por los paisajes y por el trazado, absolutamente caótico y sin dos curvas iguales. 

Por otro lado, ha habido un cambio sustancial entre lo que era Bulgaria y lo que viene siendo Rumanía. Se ve un país mucho más avanzado, más europeo. Siempre relativizando, ojo. Entre otras cosas aquí se conduce más rápido. Quizá igual de mal, pero ese aumento de velocidad hace que sea extremadamente peligroso despistarse: en cualquier momento te adelanta uno por tu propio carril, o lo hace el del carril contrario. Signo de ello es la gran cantidad de perros que puedes ver calcamoniados en el asfalto. Perros y algún que otro ciclista. 

Después de un día agotador, de más de ocho horas y media encima de la moto para recorrer unos 420 kilómetros, y tras haber sufrido dormir en una cama donde podías notar todos y cada uno de sus muelles clavándose en tus carnes, toca descansar en una habitación con hasta persianas eléctricas, como se ha molestado en enseñarnos el orgulloso dueño de nuestro hotel. Mañana será un día relajado y podremos saborear más lo que nos puede ofrecer Rumanía y Transilvania. Ah, y los que estéis pensando en Dracula, relajaos: que esas turistadas ya las hicimos hace años. Buenas noches!

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