Contrastes. En pocos días hemos pasado de la Turquía más interior, con gente viviendo en cuevas, a Eslovenia, un país completamente europeo. Pero de los que conducen bien y todo. Infinitamente mejor que los del sur de Italia, que de momento se llevan la palma, te diría que incluso peor que los turcos.
A lo que iba. Que hemos empezado el día en Croacia, cerquita de la frontera serbia. Allí hemos seguido viendo las cicatrices de la guerra, incluso veinte años después. El castillo triangular de Sisek* se queda en anécdota. Y Zagreb** ya nos muestra su poderío de capital europea. Paseo tranquilo entre sus callejuelas del casco antiguo, su mercado, y su calor, que hoy ha vuelto a ser agobiante. Menos de lo esperado para este viaje, pero agobiante.
Cuanto más al oeste nos desplazamos, más europeo notaba el ambiente: los conductores saben hacer las rotondas, la gente habla inglés perfecto… y los precios vuelven a ser europeos. Pasar la frontera eslovena es como atravesar de nuevo el espejo de Alicia: ¡Vaya cambio! Asfalto perfecto, pueblecitos perfectos, ideales de la muerte… Muy centroeuropeo todo. Euros! No sabemos los que tenemos hasta que estás unas semanas sin ello.
De eso iba este viaje. De contrastes. Y hoy hemos vuelto a nuestra realidad. El paseo por Ljubljana** y por este pequeño pueblito donde estamos, Skofja Loka***, nos devuelve poco a poco a nuestra realidad. Esa de la que huimos hace unas semanas y que sabíamos que iba a volver. Pero de momento sigamos disfrutando unos pocos días más de los paisajes eslovenos y de lo que nos depare el viaje, que aún estamos a más de 1700 kilómetros de casa, y eso puede dar, visto lo visto, para unas cuantas aventuras más.