Era una gran incertidumbre, si. Han sido los 16 kilómetros más largos de lo que llevo de viaje. Yo hice lo que tenía que hacer. Si al entrar en la autopista la máquina no te da ticket, le das al botón de “ayuda”, no? Pues eso hice. Con lo que no contaba es con que se abriera la barrera. Así, de improviso, invitándome a seguir el viaje. Y ahí estaba yo, esperando a llegar a la siguiente salida, esperando con temor la garita del peaje.
La noche fue larga y penosa. Mi espalda no estaba para muchos trotes y el estado de ese colchón blando y viejuno no aportaron nada bueno. Con dificultad pude arrastrarme hasta el bar para desayunar. Afortunadamente fue mejorando ostensiblemente conforme iba transcurriendo la jornada. Y la jornada transcurría a las mil maravillas, con el “método McBauman” para encontrar carreteritas y rincones escondidos. Fueron algunos “por aquí no era”, pero en general fui avanzando a buen ritmo.
En Parma utilicé el “método Silvestre” cuando me encontré con la zona peatonal. Sí, ese de no preguntar nunca y seguir avanzando. Y así me colé hasta la cocina. En plena plaza con el Duomo y el Babtisterio. Hasta allí llegamos. Lo más destacado ha sido el interior de la catedral, completamente recubierta de unos bellísimos frescos. Lo peor, que a pesar de los 10 minutos de conversación con la señorita de Movistar, que me reiteraba que estaba solucionado, sigo sin 3G.
Continuaba el olor a heno por las carreteras camino de Padua. Y yo que pensaba que el heno donde mejor se olía era en Pravia… La ruta finalmente se fue convertido en una sosez, aunque por algún pueblecito interesante he pasado. Cuanto más me acercaba a Venecia, más se parecían los campanarios a los de esa ciudad. Es lo interesante de viajar en moto, que todo son difuminados y transiciones, las cosas van apareciendo poco a poco, como pidiendo permiso. Y eso incrementa la sensación de no tener prisa. Y eso me gusta.
Una cocacola rápida en el McDonads (a la postre lo único que he bebido hasta que he llegado a Trieste), aproveché para ponerme al día de las redes sociales y… oh! Solo hay wifi gratis para los móviles italianos… Esto comenzaba a ser ya signo inequívoco de venganza por lo de la Eurocopa… Es el precio que hay que pagar por ser campeones!
Pero yo seguía disfrutando de los palacetes y campanarios de los pequeños pueblos como Cologna, las vides emparradas que formaban todo un toldo verde en los campos vecinos, o los maravillosos túneles vegetales a modo de bienvenida de los acogedores pueblecitos.
Padua tiene un casco viejo plagado de palacios, iglesias y edificios de estilo señorial, algo recargados pero elegantes. Muy burgués, en definitiva. Ahí me di cuenta que, como los franceses, a los italianos tampoco les gusta mi VISA a la hora de repostar. Pero al menos aquí puedes pagar en efectivo en las máquinas automáticas, lo que me salvó de un buen marrón!
Y sin comerlo ni beberlo, ahí me encontré yo en la autopista. Y eso que le tengo dicho al GPS que de autopistas nada. “Autopista, caca!”, le dije. Pero no me hizo ni puto caso. Dieciséis kilómetros de angustia e incertidumbre. Hasta que encontré la primera salida…
Sesenta euros. Ni uno más ni uno menos. Eso es lo que quería el señor del garito del peaje. Y con razón. Todo el mundo sabe que si no tienes ticket te cobran el trayecto más caro. Y eso son sesenta euros.
– Pero es que a mi me han abierto la barrera!!! – me disculpaba.
– Es la ley – decía Franco (que así se llamaba el buen hombre) intentando convencerme.
Después de una buena media hora de discusiones, de una cola kilométrica en mi garita, y de pasar a un despacho para formular un “autocertificado”, la cosa parece que no pasó a mayores. Pagué solamente los 3,40 euros correspondientes, aunque he de confirmar esa “autocertificazione” por fax, en el que yo he de jurar y perjurar que entré en la autopista en la entrada de Venezia Este, y no en Roma o en Nápoles…
Comenzaba a caer la tarde, y aún quedaban 120 kilómetros hasta Trieste. Es zona vinícola, así que todo el paisaje circundante eran viñedos y más viñedos… Y ahí, a lo lejos, unos imponentes y escarpados picos parecían llamarme. Porque lo bueno de planificar el viaje es poder desplanificarlo. En ese momento, decidí que el retorno lo haría por los Dolomitas.
Divisando Trieste desde las montañas, parado encima de mi moto reflexioné sobre lo acontecido a lo largo del día. Y me di cuenta que el “método RideToRoots” es el correcto. Volver hacia lo básico y fundamental. Nos hemos acostumbrado a una serie de lujos banales e innecesarios, pero que no están aseguradas al 100%. Y que cuando no los tienes te parecen un problemón insalvable. Puede que no te funcione internet, puede que tu pin de la VISA sea inválido, puede que el GPS te meta en la autopista sin quererlo, y puede que la máquina no te de el correspondiente ticket. Quizá tengamos que volver a matar jabalíes a puñetazo, hacer fuego con dos palos o contar el tiempo con las fases de la luna y dejarnos ya de tantas tonterías absurdas.
Balcanes 2
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