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LRP. Etapa 1. Nantes. Ansias de aventura.

853………. 854………. 855………. Los kilómetros avanzaban con una lentitud exasperante. En ese momento me preguntaba por qué extraña y estúpida razón el primer día de ruta me daba por planificar semejante kilometrada. Seguramente porque de las tres premisas olímpicas -más alto, más fuerte, más lejos- a mi siempre me ha gustado la última. Comenzaba a estar cansado y aún quedaban unos cincuenta kilómetros para acabar la jornada. Y entonces, se puso a llover.

Salir de Zaragoza le dio un aire nuevo a las rutas. A pesar de que los primeros setecientos kilómetros transcurrieron por autopista, los paisajes eran diferentes a las acostumbrados. Pudimos observar en Tudela los molinos de viento prácticamente aún dormidos mientras la escasa brisa les soplaba suavemente para despertarlos. Y al altivo Moncayo desperezándose entre la neblina matinal mientras enfilábamos ya el norte, camino de San Sebastián. Nos divertimos en una autopista loca que sorteaba como podía los montes vascos, siempre misteriosos.

Ya en Francia nos esperaban los viñedos de las ilustres zonas de Bordeaux y Cognac en miles de hileras verdes con los racimos ya madurándose al sol del verano. Y así transcurrió el día hasta llegar a La Rochelle. Su elegante puerto viejo se mostraba vivo y lleno de gente que paseaba entre las embarcaciones de recreo. Al fondo destacaban las dos enormes torres de piedra que vigilan desde hace siglos la entrada del muelle. Después de estirar un poco las piernas con un pequeño paseo, intentamos localizar la antigua base de submarinos alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Pudimos ver el edificio gris y envejecido desde lejos, pero fue imposible acercarse más debido a que las múltiples entradas al puerto comercial tenían el paso prohibido. Así que finalmente desistimos y nos adentramos en el cercano Marais Poitevin, una suerte de laberinto de canales donde las barcas a remo se adentran entre los bosques o cruzan los pequeños pueblecitos franceses.

Nos íbamos acercando a Nantes por carreteras locales, atravesando pequeñas localidades que parecían recién liberadas por las tropas aliadas: las casas con fachadas de piedra, persianas de colores y cientos de flores por todos lados. Esperaba que en cualquier momento apareciera un soldado americano alertándome de la presencia de un batallón alemán en las proximidades. El tañer de las campanas de las iglesias que tocaban lánguidamente las horas me sacó de mi fantasía. La séptima campanada nos indicaba que la primera tarde de agosto se estaba agotando. El cielo llevaba horas de un plomizo de esos que no presagia nada bueno, pero se mantenía sereno. Ya llevábamos muchos kilómetros y muchas horas como para poder disfrutar de los juegos de luces que provocaban diversos jirones en las nubes. De pronto se ponía a llover como salía el sol dejando un intenso color vede flúor en los campos de cereales, y un desenfadado amarillo en los de girasoles. Incluso se atrevió a salir algún tímido arco iris. Pero a Nantes parecía costarle llegar.

Curiosamente inicio todas las rutas con una gran kilometrada. Sí, la excusa es que estás descansado y todo eso. Pero ahora pienso en que existe otro motivo oculto. Las ganas de alejarse de casa. Las ganas de encontrarse con paisajes diferentes, extraños y sorprendentes lo antes posible. Las ganas de decir que ya estás lejos. Las ansias de aventura.

Polonia 01


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