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Etapa 17. Ljubljana y atravesar países.

Hoy hemos atravesado un país. Bosnia y Herzegovina. En realidad, no sé cuál de los dos. Atravesar un país significa partirlo por la mitad, llegar a su mismo centro, a su corazón y a su alma. Cuando desembarcas en un aeropuerto, te das un garbeo por el centro de la ciudad correspondiente y al cabo de un par de días te vuelves a ir por donde has venido, solamente captas lo superficial, lo visible. Lo maquillado. Cuando atraviesas un país como si fuera una flecha certera dando en una manzana, lo desnudas y comienza a mostrar sus intimidades.

Volvimos a Sarajevo a testimoniar que los agujeros que vimos ayer no fueron producto de nuestra imaginación ni una mala pasada de las luces y sombras de la noche. Allí estaban, expuestos a todos los que quisieran verlos. Marcas de viruela que certifican un pasado tormentoso. Me los llevaré en mi recuerdo. También logramos encontrar una bandera de Bosnia y Herzegovina, que al final no duró ni doscientos kilómetros pegada en la maleta. Cosas que pasan.

Emprendimos rumbo norte hacia el interior del país. Primeramente nos sorprendió una recién estrenada autopista, pero el espejismo duró menos de cuarenta o cincuenta kilómetros. En contrapartida, luego tuvimos que sufrir otros tantos de obras. Pequeñas poblaciones, numerosas mezquitas y gente por la calle, trabajando, ociosa… Bosnia nos mostraba su día a día con normalidad. A pesar de que nuestros ojos intentaban encontrar restos putrefactos del pasado, no vimos nada de eso. Algún que otro cartel de “Peligro minas” fue lo único que obtuvimos. Durante unos kilómetros, el coche que llevábamos delante era serbio. Cualquier bosnio podría pensar que el tío del conductor posiblemente fue el que mató a su padre. No sé si quince años son suficientes para curar las heridas y olvidar. Los agujeros de bala de Sarajevo siguen allí, pero parece que las personas perdonan y olvidan más rápidamente.

Atravesando Bosnia, llegando a su mismo centro. Observando la vida no en las grandes ciudades escaparate sino en el corazón del país, allí donde las montañas y los ríos forman gargantas extasiantes, casi desconocidas, sin nombre ni renombre. El mismo agua verde esmeralda que ayer discurre a nuestro lado, formando hoces, meandros y desfiladeros. Pero algo flota en el agua. Botellas. Cientos, qué digo, miles de botellas de plástico, bolsas,… mierda. Ahí está el secreto. El país que no aprecia lo que tiene está condenado a perderlo. La belleza virgen de las montañas y los cañones comienza a ser desvirgada por el rafting y los vertederos. Cosas del progreso.

En poco rato cruzamos dos fronteras. Pasamos a Croacia y después a Eslovenia. Países hermanos, tan diferentes a Bosnia y Herzegovina. Autopistas en perfecto estado de revista, sin burros tirando de carros ni gallinas en los arcenes. Europa, en definitiva. Nuestra Europa. Ljubljana nos acoge con fiesta, conciertos callejeros y un gran bullicio culto y sosegado, lejos del botellón o del horterismo de otros lados. Afortunadamente aún guardo fresco el recuerdo de la otra Europa, la de los niños harapientos rebuscando entre la basura, la de los vetustos Lada y Yugo circulando por carreteras polvorientas, la de las ancianas con pañuelo negro tirando de carretillas. Y espero que ese recuerdo no se me olvide nunca. Observa a los que no tienen para apreciar lo que tienes. O para maldecirlo. Eso ya depende de cada uno.

Etapa 17: De Sarajevo a Ljubljana


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Etapa 5. Eslovenia y las caravanas

Juan Sebastián Elcano dijo que un buen navegante no es el que mejor programa una ruta, sino el que sabe cambiar de rumbo justo cuando es necesario. Bueno, la cita me la acabo de inventar, pero bien la podría haber dicho Elcano. Miré al GPS y vi que otra vez tocaban nueve horas de moto, y que volveríamos a llegar a las diez de la noche. No. Otra vez no. Un error en la planificación y otro en la elección del hotel, más de cien kilómetros más allá del destino deseado. Esos fueron los errores. Solventar el problema no era fácil. Debíamos cambiar de ruta, prescindir de varios puntos de interés intermedios, y coger la odiada autopista para llegar a tiempo a cenar y descansar.

Abrimos el gran portalón y sacamos la moto del sótano-bodega donde había pasado la noche. Aunque estaba soleado, el día comenzó con problemas. Y no solamente el de la ruta. Caída fortuita del casco (y van unas cuantas…), con la consecuente rayada en la pantalla, que en ese momento parecía mucho más grande de lo que en realidad era. Estábamos saliendo de Austria y no habíamos encontrado ni el imán ni la pegatina correspondiente… No, no era un buen comienzo. El cambio de ruta nos llevó por preciosas carreteras austríacas prealpinas, aderezadas a uno y otro lado por bosques de enormes abetos. Buen asfalto, curvas trazadas con arte y rampas del 15% fueron suficientes para dejar los problemas atrás. Y eso fue todo. El resto del día transcurrió de autopista en autopista, de caravana en caravana… Y es que entre la aduana eslovena, la croata y las colas de los peajes, nos pasamos buena parte del día sorteando coches parados bajo un sol abrasador. Porque sí, hemos comenzado a pasar calor. Rondábamos los 30ºC e incluso en algún túnel hemos visto los 36ºC.

La única visita destacable del día ha sido el castillo esloveno de Predjama. Incrustado en la roca, como suspendido allí para la eternidad, los toscos muros de piedra lucen como un Goya colgado del salón. Las escarpadas colinas de hierba y las banderolas dispuestas a lo largo del camino de entrada son un buen marco para el cuadro. No había mucho tiempo que perder, así que rápidamente nos pusimos nuevamente en marcha. Los primeros kilómetros de retorno a la ruta hacia Croacia la hicimos por una pista de tierra, por gentileza del señor Garmin. De todas maneras, los paisajes eran fantásticos.

Alguien me dijo recientemente que a pesar de que en la moto el espacio entre piloto y pasajero es mínimo, casi inexistente, era el sitio ideal para abstraerse y pensar, como si fueras la única persona en el mundo. Así pasamos los más de doscientos kilómetros de autopista, mientras allá fuera, en la hora del crepúsculo, la luna llena y el sol rojizo jugaban al escondite entre las montañas. A nosotros solamente nos quedaba disfrutar de cosas más mundanas, como la parrillada de marisco a la orilla del Adriático aliñada con música de violines.

La ruta del día la tenéis aquí:

Etapa 5: Un poco de Eslovenia y Croacia


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