Bueno, seamos exactos: la ruta de hoy ha ido desde Bruvoll, a unos cuarenta kilómetros de Bergen, hasta Svene, a unos cuarenta kilómetros de Oslo. Pero cuarenta kilómetros arriba o abajo no creo que alteren mucho el producto final. Que sí, que no es lo mismo Bruvoll y su camping cutre (aunque nuestra cabaña no estaba mal) que Bergen y sus coloridas casas de madera del puerto. Y supongo que no será lo mismo Svene (aunque el hotel tampoco está mal) que Oslo. Pero vamos, que a mi, a estas alturas de viaje no me viene de cuarenta kilómetros.
El resumen culinario del día de hoy sería: muffin del Starbucks, sandwich de sardinas en tomate, sandwich de jamón serrano. Toma mezcla fusion. Fashion-cañí. Solo faltaba la tortilla de patatas. Pero a lo que me refiero es que eso es todo lo que hemos comido; error de cálculo en la hora de llegada final. Para una vez que cogemos un hotel con restaurante, va y llegamos cuando el restaurante ya ha cerrado. Pues la dueña, muy peripuesta ella, nos podría haber hecho una sopita o algo, que no le costaba nada… Aunque a mi, a estas alturas de viaje, no me viene de un sandwich más o menos.
En cuanto al parte meteorológico del día: cubierto todo el día, con cielos nublados en Bergen, y con posibilidad de algún chubasco por la tarde. Ni se te ocurra pensar en más de cinco minutos de sol en todo el día. Si acaso un par de arco iris de esos que hacen época y con eso te apañas. Y si no llueve, da igual: las carreteras te las dejo mojaditas para que mole más. Pero vamos, que comparado con el día de mierda de ayer, cualquier cosa que no sea llover todo el día ya me vale. A mi, a estas alturas de viaje, no me viene de cuatro gotas más o menos.
Pues con estas premisas hemos echado el día: la mañana en Bergen, paseando entre la historia de las casas de madera que desafían la verticalidad y esconden callejones de encanto entre ellas (hasta que llegan los turistas del crucero, que entonces eso se pone como las Ramblas en verano). Y luego carretera y manta. Sin saber muy bien dónde íbamos, porque entre las obras, túneles de pagos que no me salen en el navegador, ferrys que nos han salido gratis como los túneles de pago, y carreteras llenitas de curvas que molarían si no estuviera el asfalto mojado, hemos echado el resto del día. Así como al final, cuando el sol (bueno, la claridad que dejaban ver las nubes) comenzaba a apagarse, hemos llegado a la iglesia de madera de Heddal. Eran eso de las 0cho de la tarde, y en la iglesia no había ni Dios (añadir aquí unas risas, por favor) [festival del humor]. Pasear entre las lápidas del extenso cementerio que la rodea, buscando el mejor ángulo posible para fotografiarla daba hasta un poco de yuyu. Pero vamos, que a mi, a estas alturas de viaje, no me viene de cuatro lápidas más o menos.
Y los últimos cincuenta kilómetros hasta el hotel de Svene (que ya os he dicho que no estaba en Oslo), han sido de color de rosa. Porque esa claridad que se iba ocultando poco a poco (si, ya queda poco o nada de esos días eternos del círculo polar ártico… [snif]), teñía las nubes de malva. O rosa. O rosa palo, O salmón. Que para esto de los colores, los hombres somos un poco negados. Las nubes, y también los lagos cercanos de reflejos perfectos. Y la carretera, que seguía mojada. Pero vamos, que para Belén, el color era así como gris marengo tirando a negro azabache; un día que yo lo veo todo rosa, ella tiene seleccionada la gama de colores equivocada. Pero vamos, que a mi, a estas alturas de viaje, me parece hasta normal que tenga un final de día negruzco.