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NK16. Bergen-Oslo. A estas alturas de viaje

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Bueno, seamos exactos: la ruta de hoy ha ido desde Bruvoll, a unos cuarenta kilómetros de Bergen, hasta Svene, a unos cuarenta kilómetros de Oslo. Pero cuarenta kilómetros arriba o abajo no creo que alteren mucho el producto final. Que sí, que no es lo mismo Bruvoll y su camping cutre (aunque nuestra cabaña no estaba mal) que Bergen y sus coloridas casas de madera del puerto. Y supongo que no será lo mismo Svene (aunque el hotel tampoco está mal) que Oslo. Pero vamos, que a mi, a estas alturas de viaje no me viene de cuarenta kilómetros.

El resumen culinario del día de hoy sería: muffin del Starbucks, sandwich de sardinas en tomate, sandwich de jamón serrano. Toma mezcla fusion. Fashion-cañí. Solo faltaba la tortilla de patatas. Pero a lo que me refiero es que eso es todo lo que hemos comido; error de cálculo en la hora de llegada final. Para una vez que cogemos un hotel con restaurante, va y llegamos cuando el restaurante ya ha cerrado. Pues la dueña, muy peripuesta ella, nos podría haber hecho una sopita o algo, que no le costaba nada… Aunque a mi, a estas alturas de viaje, no me viene de un sandwich más o menos.

En cuanto al parte meteorológico del día: cubierto todo el día, con cielos nublados en Bergen, y con posibilidad de algún chubasco por la tarde. Ni se te ocurra pensar en más de cinco minutos de sol en todo el día. Si acaso un par de arco iris de esos que hacen época y con eso te apañas. Y si no llueve, da igual: las carreteras te las dejo mojaditas para que mole más. Pero vamos, que comparado con el día de mierda de ayer, cualquier cosa que no sea llover todo el día ya me vale. A mi, a estas alturas de viaje, no me viene de cuatro gotas más o menos.

Pues con estas premisas hemos echado el día: la mañana en Bergen, paseando entre la historia de las casas de madera que desafían la verticalidad y esconden callejones de encanto entre ellas (hasta que llegan los turistas del crucero, que entonces eso se pone como las Ramblas en verano). Y luego carretera y manta. Sin saber muy bien dónde íbamos, porque entre las obras, túneles de pagos que no me salen en el navegador, ferrys que nos han salido gratis como los túneles de pago, y carreteras llenitas de curvas que molarían si no estuviera el asfalto mojado, hemos echado el resto del día. Así como al final, cuando el sol (bueno, la claridad que dejaban ver las nubes) comenzaba a apagarse, hemos llegado a la iglesia de madera de Heddal. Eran eso de las 0cho de la tarde, y en la iglesia no había ni Dios (añadir aquí unas risas, por favor) [festival del humor]. Pasear entre las lápidas del extenso cementerio que la rodea, buscando el mejor ángulo posible para fotografiarla daba hasta un poco de yuyu. Pero vamos, que a mi, a estas alturas de viaje, no me viene de cuatro lápidas más o menos.

Y los últimos cincuenta kilómetros hasta el hotel de Svene (que ya os he dicho que no estaba en Oslo), han sido de color de rosa. Porque esa claridad que se iba ocultando poco a poco (si, ya queda poco o nada de esos días eternos del círculo polar ártico… [snif]), teñía las nubes de malva. O rosa. O rosa palo, O salmón. Que para esto de los colores, los hombres somos un poco negados. Las nubes, y también los lagos cercanos de reflejos perfectos. Y la carretera, que seguía mojada. Pero vamos, que para Belén, el color era así como gris marengo tirando a negro azabache; un día que yo lo veo todo rosa, ella tiene seleccionada la gama de colores equivocada. Pero vamos, que a mi, a estas alturas de viaje, me parece hasta  normal que tenga un final de día negruzco.

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Día 7. 30 de Julio. Bergen

Un minuto y 28 segundos. Eso es lo que tardé en recorrer todo el pasillo del hotel de Oslo. No he visto un pasillo tan largo en mi vida. Y esa mañana lo hice 5 veces, casi 7 minutos y medio de mi vida gastados en recorrer pasillos… Y es que bajé a la moto a por el forro del pantalón, que no quería pasar el frío que pasé ayer. Caía una ligera llovizna, suficiente para que me asegurara de que todas las cremalleras del traje estuvieran convenientemente cerradas.

El tiempo fue cambiante, variando desde lluvioso a soleado, pasando por todos los matices; temperaturas tan dispares como los 24ºC a mediodía y los 10ºC ya acercándome a Bergen. Y ahí es cuando comencé a valorar las bondades del traje Streetguard 3 de BMW y su membrana Bionic Climate, que se adapta a la temperatura exterior para dejar más o menos ventilación: no pasé frío a 10ºC ni calor a 24ºC. Mención especial para los guantes ProSummer, también de BMW: dotados de Gore-Tex para que no entre ni una gota de agua. Y con un tacto que me permitía operar los minúsculos botones del GPS sin problemas. Pero lo mejor de los guantes es el pequeño accesorio de goma del dedo índice de la mano izquierda, similar a un limpiaparabrisas, que deja la visera absolutamente impecable: se acabó de tener baja visibilidad cuando llueve!

Mientras me acercaba al interior del país, la carretera se iba haciendo cada vez más revirada, con unas curvas muy divertidas si se instaura un ritmo ni rápido ni lento… sino legal: 90 km/h. El asfalto iba pasando alegremente bajo mis pies, a ritmo, mientras la moto y yo jugábamos con las curvas. Los ratos de sol se alternaban con los de lluvia, que aparecía de improviso tras un viraje, así de sopetón. Junto con el peligro de los renos -siguen habiendo señales cada dos por tres, pero de animalejos ni uno- y el de los radares, ahora tenía que estar atento al asfalto mojado, que aparece cuanto menos te lo esperabas.

Junto con las curvas aparecieron los primeros fiordos, e incluso las primeras nieves, que se amontonaban a pocos cientos de metros de la carretera. Miraba al cielo, y entre las amenazadoras nubes se iban rasgando algunos girones, mostrando un cielo de un azul intenso. De un “azul esperanza”, diría yo. Esperanza de que amainara la lluvia y me iluminara el siguiente punto de interés turístico de la ruta.

La Heddal Stavkirkke, la mayor iglesia de madera de toda Noruega, comenzaba a vislumbrarse entre un grupo de árboles. Y apareció el sol. Como para mostrármela en todo su esplendor. Su madera ennegrecida por los años, su elegancia, su olor… todo bañado por ese sol que tanto añoro… Rodeada por un tranquilo y gran camposanto, la Stavkirkke parecía ser el fruto de un entretenimiento de Dios que no sabía qué hacer un sábado por la tarde con unas cuantas cajas de cerillas.

Andaba yo absorto en esos pensamientos, caminando tranquilo entre las tumbas, cuando me sorprendió el tañido -bonita palabra- de las campanas, que anunciaban ya la 1 de la tarde. Y entonces, me vino el sobresalto. Miré el GPS, que anunciaba la llegada al final de la etapa, Bergen, a eso de las 10 de la noche… ¿Cómo podía ser? Si yo creía haberlo planificado bien… Un examen más concienzudo me llevó a comprender que el GPS no contemplaba la posibilidad de coger ferrys… Y precisamente hoy tocaba uno. Entonces, respiré tranquilo.

Continué mi ruta entre montañas y paisajes desolados, de esos que recuerdan a Escocia, con peñascos cubiertos de hierba y musgo, riachuelos vigorosos que saltan de piedra en piedra y algún que otro árbol desperdigado. Coincidí con otro motero, uno de esos con letras mayúsculas… Matrícula holandesa y… con una Triumph!! Emulando a Ted Simon y sus Viajes de Júpiter… dando la vuelta al Mundo con una Triumph… Obviamente, se mereció un gran saludo!

Ríos que se tornan lagos. Lagos que se tornan mar… Fiordos… Todos tenían en común ser el reflejo sereno de las montañas que los circundan. Cascadas que no cascan, sino que se deslizan suavemente por las rocas hasta llegar al fondo del lago… Todo esto se iba sucediendo camino a Bergen. El día, que ya no era radiante -hacía tiempo que ya no se veía el sol, y los ratos de lluvia eran cada vez más largos- estaba siendo de lo más gratificante. Ferrys y túneles de más de 10 kilómetros de longitud me llevaron finalmente a la costa noruega, y desde allí, en pocos minutos a Bergen.

Bergen, segunda ciudad noruega en tamaño, pero sin lugar a dudas la primera en encanto. Encanto de las viejas villas pesqueras, con sus casas de madera que resisten el tiempo casi impertérritas, quizá algo más inclinadas, como un venerable viejecito apoyado en su bastón. Un rápido paseo por sus calles más emblemáticas antes de que comenzara nuevamente la lluvia, y a descansar, que mañana me esperan los fiordos de verdad.

Hoy he recorrido 597 kilómetros (sin contar el ferry), en 8 horas 20 minutos, a una media de 69 km/h. El consumo medio ha bajado a 4.0 l/100km. Ya llevo más de 4500 kilómetros recorridos.

Y la ruta la tenéis aquí:

The Long Way North. Day 7


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