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Etapa 1. Aosta y el frío agosto de los Alpes

Se supone que debería comenzar los relatos de esta nueva ruta de Oriente con unos textos vivos, mordaces, frescos e ingeniosos. Pero después de 950 kilómetros y casi diez horas encima de la moto, creo que el ingenio y la frescura quedaron atrás, quizá perdidos entre las mil y una curvas del Col de l’Iseran. Sea como sea, vamos a intentar llevar a buen puerto esta primera crónica comenzando por el principio.

Seis de la mañana. El despertador se empeña en despertarnos incluso antes de que lo haga el sol. La noche ha transcurrido en un auténtico suspiro, un visto y no visto que se antoja a todas luces insuficiente para soportar el intenso día que nos espera. Los trastos están listos en la moto desde anoche, por lo que en poco más de una hora estamos en ruta. La autopista hacia La Jonquera se desliza silenciosa por su habitual recorrido. Los primeros momentos van sucediéndose entre pensamientos tristones y desalentadores. Quizá sea un exceso de responsabilidad -esta vez no voy solo, no puedo pretender que mi viaje ideal sea el mismo que el de Belén-, quizá el temor a la dura jornada que tenemos por delante… Sea como fuere, hasta que no retumbaron en mi casco esos ritmos activadores de las canciones de mi iPhone no pude esbozar una sonrisa. Café con leche en La Jonquera, junto con los últimos tweets con 3G. A partir de ahora, solamente dependeremos de la benevolencia de los wifis foráneos.

Como suele pasar en los primeros kilómetros franceses, el viento arrecia desde el oeste, haciendo la conducción algo pesada e incómoda. Y así estuvo hasta bastante más allá de Montpellier. Pensando en otras rutas de otros viajes, se que el secreto es ir dejando pasar los kilómetros de autopista uno tras otro, sin mirar en exceso esa ventanita del GPS que va indicando lo que falta.

Pasado Grenoble, la autopista comienza a ascender, y el frío empieza a hacerse notar. Los desvíos se van sucediendo entre nombres de míticas etapas del Tour de Francia. Croix de Fer, Galibiers,… y al poco rato, el Col de l’Iseran, donde nos desviamos. La carretera asciende por las verdes laderas, casi sin molestarlas, pidiendo permiso. Curva aquí y pendiente allá, vamos ascendiendo hasta la cima, a 2770 metros. Allí nos recibe un fuerte viento y un frío de órdago, sobre todo si vas con la equipación de verano. Hago las pocas fotos que me permiten mis entumecidos dedos, y hago cola entre otros moteros y ciclistas para hacerla en el preceptivo cartel indicador, mientras el termómetro de la BMW marca los 4,5ºC.

La bajada hacia Val d’Isère nos va devolviendo algún grado más de temperatura, mientras nos cruzamos con multitud de motoristas. La moto parece rugir con fuerza en los múltiples túneles de la carretera, mientras las nieves perpetuas coquetean con los grises nubarrones que de momento no se atreven a descargar.

El Piccolo San Bernardo sería el puerto de montaña que nos llevaría hasta Italia. Un sinfín de paellas -o tornanti, como les llaman los italianos- dan a la carretera el aspecto de un acordeón. En su cima, una gran estatua del pobre santo, que tiene que cargar con la pena de ser confundido con un perro con un barril de whisky cada vez que se le nombra. De hecho, la estatua de San Bernardo también compite con un perrazo de cartón piedra que sin duda es el preferido para las fotos de los que por allí pasan.

Finalmente el Valle de Aosta. Preferimos hacer los últimos cuarenta kilómetros por la autopista, plagada de túneles «perpetrados» en las laderas del valle en aras de una mejora en la comunicación del valle con el exterior. El hotel se encuentra pared con pared del aeropuerto donde de manera casi incesante, van despegando y aterrizando helicópteros, incluso ya en la negrura de la noche. A nosotros solamente nos queda cenar en el bonito pueblo alpino y regresar al hotel a reponer fuerzas.

La ruta del día la podéis ver aquí:

Etapa 1: Terrassa – Aosta


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