La mayor reflexión que me llevo de hoy es esta: Da igual las veces que veas algo. Si es bueno, es bueno. Si es bello, es bello. Si es Florencia… ES FLORENCIA.
Quitarte chubasquero, ponerte chubasquero… Ha sido la tónica de hoy. Aunque al final nos lo hemos dejado puesto aunque no lloviera, por aquello de llegar al hotel ya con todo seco. Pero la verdad, el tiempo nos ha respetado infinitamente hoy: no le ha dado por llover nada más que durante los trayectos, dándonos una importantísima tregua en las visitas.
Y todo ha empezado por Assisi. Sí la de San Francisco de Asís. Dejar la moto en un extremo de la ciudad, cercano a la catedral, y cruzarla admirando sus iglesias, callejuelas y rincones… para llegar a la Basílica de San Francisco. Espectacular por dentro y por fuera (al contrario que la catedral, que por fuera vale, pero por dentro…).
Siguiente parada en Anghiari, un pueblecito con mucho encanto. Escaleriltas, callejuelas estrechas, algún palacio, casas de piedra señoriales… Una delicia de paseo. Y como siempre, la lluvia ha esperado a que llegáramos a las motos (o casi) para descargar.
Tras una frugal comida en un indeterminado lugar de la Toscana, llegamos a Siena…. El espectáculo iba en crescendo! Qué hermosa Piazza del Campo, donde estaban retirando las vallas de la carrera del Palio que había sido un par de días antes. A pesar de verla más de 2 y de 3 veces, sigue impresionando la elegancia de esa plaza. Y llegar al Duomo de Siena y caerte la baba. ¡Qué derroche de detalles! ¡Qué espectáculo! La sonrisa se va formando poco a poco en mi cara, y a estas horas sigo así.
Una horita de autovía y llegamos a Florencia. Tras instalarnos en la habitación (a pesar del recepcionista disléxico que me dio la llave de otra habitación ya ocupada), y 10 minutos de paseo… Ahí estaba. El Duomo de todos los Duomos. La Catedral, con mayúsculas. El Stendhalazo en estado puro… Y yo que pensaba que no podría ser esta vez, que no podía impresionar tanto como las anteriores… Y sí. Mármol de colores. Verde, rosa, blanco… Qué combinación tan exquisita… A su lado, la Piazza della Signoria o incluso el Ponte Vecchio palidecen. Y eso que cualquiera de los dos estaría en el Top 10 de las cosas imprescindibles de ver antes de morir. Y no una vez, sino todas las que puedas.
Al volver al hotel, pasando nuevamente por el Duomo, y cuando ya prácticamente estás a punto de dejarlo de ver, comenzó a llover, como para darle el broche final al día. Y yo, furtivamente, me di la vuelta para mirarlo por última vez. ¿Última, digo? No. Seguro que no. Y la próxima vez volveré a disfrutarlo. Porque cuando algo es bello, es bello SIEMPRE.