Albacete es una de esas provincias en las que injustamente no piensas cuando planificas un viaje. De buenas a primeras no se te ocurre ningún punto de interés que justifique una ruta por sí misma, pero al atravesarla en ruta hacia algún otro lugar, te das cuenta que tiene golpes escondidos.
Albacete capital es una ciudad amable, con un centro paseable y agradable. Si he de destacar algún lugar que me interesó turística y fotográficamente, es el Pasaje de Lodares, un pequeño pasadizo cubierto que no deja de ser una de las primeras galerías comerciales del país. Las tiendas se agolpan a uno y otro lado, mientras los balcones de viviendas centenarias te enmarcan en una foto sacada de otro tiempo. Muy recomendable. Y si hablamos de cenar, el Asador Concepción nos proporcionó unas tapas exquisitamente elaboradas.
En la provincia no puedo dejar de destacar las Hoces del Júcar. Las descubrimos casi por casualidad en un regreso desde Alicante, y no dudamos en visitarlas más profundamente en un viaje posterior hacia el sur. La recomendación es comenzar el recorrido en Alcalá de Júcar, bajando hasta el pueblo desde el norte por una carretera con unas vistas excepcionales mientras baja al cañón. Después de visitar la población (no te pierdas el puente romano) debes seguir por la carretera B-5 que te llevará hasta Jorquera rodeado por las paredes del cañón, de formas caprichosas y curiosas. Y allí desvíate hasta el mirador de la población que hay en la AB-880. Y luego vuelve a bajar al pueblo, para seguir hacia el oeste nuevamente por la B-5, carreterita muy estrecha que te llevará por diversas poblaciones compuestas exclusivamente por casas-cueva incrustadas en las paredes de las hoces. En Alcozarejos se acabó la diversión y las hoces.
Continúan en mi lista de lugares a visitar diferentes puntos de la provincia, como las Hoces del Cabriel, en la frontera con la Comunitat Valenciana, la ermita de Ves, el túnel del Molinar, en el embalse de mismo nombre o el pintoresco pueblo de Ayna. Así que como dijo Terminator… «volveré».