Como era de esperar, una ligera llovizna riega Biarritz a primera hora de la mañana. Me preparo para la jornada motera, que se prevé muy divertida pero cansada. El desayuno quizá fue demasiado justito como para aguantar lo que me espera. Antes de partir toca cargar el miniequipaje en la Z1000 y poner en marcha el GPS, que se resiste a enseñarme la ruta hacia donde quiero ir. Tras un tira y afloja con los electrones, nos ponemos ambos de acuerdo.
Hacia Pau y Lourdes, sin pisar autopista. Esa es mi idea, disfrutar las carreteras francesas con ese asfalto en buen estado, los pueblos pintados con flores de colores y los conductores locales con esa educación. Pero no contaba yo con las rotondas. Los franceses aman las rotondas… seguro. En algunos momentos pienso que la carretera no es más que una serie de rotondas conectadas por unos pocos cientos de metros de asfalto.
A pesar de las rotondas, la ruta hacia Lourdes está plagada de pequeños pueblecitos que albergan rancios palacetes y castillos, flores hasta la saciedad y ríos caudalosos que atravesar por cuidados puentes de piedra. Y qué decir de los frondosos y fornidos plátanos que enmarcan la carretera hasta muy arriba, como si entraras en la nave de una inmensa catedral gótica vegetal. Este estallido de color verde se repetía frecuentemente a la entrada o salida de los pueblos.
Y Lourdes, justo cuando al fin deja de llover. Y es que la lluvia y el sol continúan echando su pulso desde ayer. Y por ahora siguen empatados. Las calles céntricas de Lourdes, todas llenas de puestos de souvenirs y locales para comer, no me hacen pansar que estoy en uno de los mayores centros de peregrinaje del mundo. Mirando detenidamente los souvenirs que venden, te das cuenta que el merchandising religioso está en pleno auge en la ciudad. Obviamente no podía salir de ahí sin la virgen-cantimplora que Fabián compró cuando salió a dar una vuelta hace unas semanas.
Y desde allí, parto hacia el sur para rememorar esas tardes de Julio cuando mientras me echaba la siesta veía el Tour de Francia por el rabillo del ojo. El Tourmalet, mítico puerto de montaña, de más de 2.100 metros fue mi siguiente objetivo. Asfalto seco y bueno al inicio de la ascensión. Me encuentro a un grupo de moteros españoles que también fueron cautivados por la llamada del célebre puerto. La Z1000 va abriéndose paso uno a uno… y es que esta es una moto pensado para eso… curvas y más curvas… enlazándolas a buen ritmo. Da igual que sean rápidas o lentas, la Kawa es una auténtica devoradora de curvas… y también de las rectas que las unen… porque sacando toda su caballería, las rectas simplemente desaparecen. Mientras ascendemos, comienza a llover (no es que la lluvia venga hacia nosotros, sino que con la ascensión hemos penetrado en la propia nube). El asfalto comienza ya a estar bastante mal, tanto por los baches como por el agua, por lo que toca aflojar el ritmo, y pararse a hacer alguna que otra foto. Y es que no había podido desviar la mirada de la carretera, pero yendo más lento es posible apreciar la belleza del paraje pirenaico. Este era un viaje de ruta,… pero es muy difícil escaparse de la llamada de la Z1000 que te embauca con su aullido atroz más allá de las 7000 rpm. cual canto de sirenas.
Uno de los problemas que me voy encontrando es el de las gasolineras. Los domingos la mayoría no tienen personal, y se pagan automáticamente mediante tarjeta de crédito. El problema es que solamente admiten tarjetas francesas. Ni la Visa Oro me salvó. La Z1000 no se caracteriza precisamente por sus espartanos consumos, y el depósito, aunque es voluminoso a primera vista, no es demasiado grande. Así que después de dos intentos frustrados de repostar, he de marchar hacia la frontera española sufriendo por encontrar alguna gasolinera. Tras pasar la abandonada línea fronteriza, encuentro la primera gasolinera española, donde le cupieron 15,7 litros… cuando la cifra declarada de capacidad del depósito era de 15 justos… Vamos que llegué seco seco!
Recorrer la Vall d’Aran fue un tremendo gustazo. Curvas rápidas, asfalto impecable, y una moto potente pero dulce, estable pero ágil… En estas circunstancias la Kawa Z1000 es una moto que roza la perfección. Desde allí hasta Tremp las carreteras son simplemente magníficas. Llevaba más de 400 kilómetros a mis espaldas, pero estaba disfrutando como un enano. Tumbadas de vértigo, apuradas de frenada, aceleraciones extasiantes… Yo iba a hacer ruta, no? Se supone que tendría que tomarme las cosas con tranquilidad, no? Imposible con esta moto.
Mi cara de satisfacción acabó en cuanto descargó el nubarrón que me perseguía. Un tremendo aguacero me hacía intuir la carretera, más que verla. Así que cambiamos el chip y pasamos al modo de conducción segura, que a la postre me llevaría sin más contratiempos hasta casa. Antes tocaba bajar hacia la autovía A2 para merendarme los últimos 120 kilómetros, ya sin lluvia pero con unos fantásticos arcoiris que dibujaban el camino a casa. Finalmente llegué tras más de 8 horas y media encima de la moto, que se mostró mucho más cómoda de lo que pensaba, con un asiento fantástico pero con unas suspensiones muy duras… Y es que no se puede tener de todo!
En resumen, un viaje de 1508 kilómetros, donde he podido constatar que el rutero es el piloto. La moto solamente es la herramienta. Algunas están pensadas para devorar kilómetros. Otras simplemente te llevan. La Kawasaki Z1000 ha salido aprobada con nota en casi todos los terrenos. Porque la autopista no está hecha para ella. Ni para el rutero. Pero en el resto…. Gasssss!
Cool. Se te lee. ¿Qué harás con tu cantimplora?
De momento la tengo al lado de la tele (coñazo de teles planas… les han quitado el sitio a la bailaora flamenca y al toro de felpa…). Pero espero saber qué harás tú con la tuya… jeje.