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Spaghetti alle vongole en Piacenza. Retorno Al Este. Cap. 1

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Que sí, que hacerse por autopista nada más y nada menos que 975km para acabar cenando unos spaghetti igual suena como raro. Pero eso es porque no habéis probado los spaghetti alle vongole de la Trattoria da Pasquale, que desde 1937 viene dando fuerte con sus sabores inigualables.

Pero todo comenzó por la mañana, como suelen comenzar las cosas a diario. Una vez eliminados los nervios habituales al ver que todo un overflander como yo ni tan siquiera ha podido restringir el equipaje para que quepa en una maleta… Aish…

Y atravesar Francia, con sus peajes y sus 36ºC tampoco es que ayuda a calmar los nervios. «Haber ido en ferry hasta Génova», diréis alguno. Sí, pero qué quieres… A mí me gusta la moto hasta por la autopista francesa.

Las autopistas italianas, con sus túneles y curvas tampoco ayudan a tranquilizarme. Sobre todo mirando por el rabillo del ojo cómo Belén progresa adecuadamente a mi rebufo sin rechistar ni un solo adelantamiento a los enormes camiones que casi se comen enteros los carriles.

A poco de llegar a Piacenza, las autopistas se vuelven más normales y podemos darle algo al puño, para que de una vez por todas los kilómetros vuelen en el contador.

Y tras casi diez horas sobre la moto, llegamos a destino. En Piacenza me reencuentro con la maravillosa Piazza dei Cavalli y el Duomo. Pero el gran descubrimiento son esos spaghetti repletos de vongole por todos lados. Un sabor intenso y ligeramente picante, de esos que se mantienen en tu boca durante horas y en tu memoria durante años. Porque ahora sí que puedo decir que valió la pena haber venido hasta aquí. Casi me podría volver a casa satisfecho. Pero no. Las cosas memorables no han hecho nada más que empezar.

Piazza del Cavalli

LRB. Etapa 1. Piacenza. Italia huele a albahaca

Lo noté como una bofetada. Una bofetada amable y cariñosa. El mar se batía en duelo con la playa unos cientos de metros más abajo, a mi derecha. El cielo parecía darme tregua, aunque al frente amenazaba lluvia. Pero lo que ocupaba todos mis sentidos en ese momento era el intenso olor a albahaca, desparramándose por todas mis neuronas, atontándolas, emborrachándolas y dejándolas prácticamente anuladas.

Salir de casa solamente con media hora de retraso ha sido todo un logro. Conseguí levantarme a la hora, y es que a pesar de no estar nervioso, no conseguí dormir bien la noche anterior. Pero soy especialista en probar las cosas en el último momento, así que me tocó inventar a la hora de colocar todo el equipaje. Pero vamos, eso ya es marca de la casa.

En el trayecto de hoy me ha dado tiempo a pensar en muchas cosas. Entre ellas, en cómo iba a redactar esta crónica. Mi empeño en escribir a diario a veces me juega malas pasadas. Qué voy a decir de mil kilómetros de autopistas? Pues la verdad que poca cosa. Mis miedos a no conseguir el nivel de otros viajes se acrecentaban con cada kilómetro. Y como cada año, al final dejo que sean mis dedos los que escriban, dejando mi cerebro en standby, una especie de trance mientras digiero la pizza de la cena. Así que estad preparados para cualquier cosa!

Francia… Buff. cada vez odio más ese trozo de autopista. Viento fuerte a la altura de Montpellier, colas y más colas en los peajes franceses… vamos, lo de cada año. En una parada para repostar me encuentro a Karl, un alemán ataviado con una sudadera y unos vaqueros, que vuelve a su país a bordo de su vetusta ZX-10. Al explicarle mis planes me dice que estuvo en Albania hace unos años, camino de Grecia. Me habló de carreteras inexistentes, pistas polvorientas y gente amable. Le dejé hablar. No era momento de decirle que ya estuve el año pasado. O sí, pero no lo hice. Pensé que ese era su momento, no todo el mundo ha estado en Albania. Asentí interesado y le agradecí la información.

Entrar en Italia con ese olor a albahaca fresca ha sido lo mejor del día. Ya no importaban los 36ºC de Francia, ni el viento de la Camarga. Inundar mis sentidos con ese olor ha sido una gran recompensa. Y es que si España huele a ajo, Italia huele a albahaca. En esos pensamientos me hallaba sin apercibirme de los negros nubarrones que se cernían delante mío. Rayos, truenos y oscuridad me esperaban a la salida del túnel. El asfalto se convirtió en piscina. Los coches despedían verdaderos tsunamis hacia los lados, mientras yo intentaba sortearlos con mayor o menor fortuna. El apocalipsis apareció en menos de un minuto.

Y tal como vino, se fue. Reapareció el sol, el asfalto comenzó a secarse y la tierra mojada y el heno húmedo reemplazaron a la albahaca. Sea como fuere, Italia está llena de olores agradables. A poco de llegar, me encontré con una señal que indicaba que estaba cruzando el paralelo 45. “Vaya tontería”, replico en voz alta. Que me señalen el ecuador, el círculo polar ártico o el meridiano de Greenwich lo encuentro lógico, pero el paralelo 45? Aunque puestos a pensar, resulta que en ese preciso momento me encontraba a la misma distancia del ecuador que del polo norte. Anda, pues quieras o no… Mola!

La lluvia volvió a aparecer a pocos kilómetros de Piacenza, una ciudad con un par de plazas interesantes y poco más. Pero una ciudad que me dio la bienvenida con un incipiente y tímido arcoiris, quizá un buen presagio para el primer día de ruta.

Y llegué al peaje. Desde que cogí el ticket al entrar en Italia, unos cuantos kilómetros antes de Génova, no había pagado. Y me encuentro una señal pintada en el suelo que parecía invitar a los motoristas a pasar por el lado de la corta barrera. Paré la moto. Dudé un instante mientras miraba fijamente a la cámara que apuntaba directamente al frontal de mi moto. Al frontal? Apunta al frontal? No había nada que pensar. Gas y hasta luego, Lucas!


Algunos pensarán que estoy loco. Mil kilómetros, algo más de ocho horas encima de la moto, soportando calores agobiantes, lluvia torrencial niebla e incluso frío. Pero yo miro al coche del carril de al lado, encerrado en su burbuja protectora, sin percibir ese calor, esa lluvia y perderse esos olores a albahaca y a heno fresco. Entonces, ¿quién es el loco? Porque señores, viajar en moto es eso. Viajar en moto no es observar el paisaje sino sentirlo. No es disfrutar de un precioso atardecer sino ser parte de él. ¿Entonces a qué estás esperando? Coge la moto y sal ahí fuera. VIVE!!

Balcanes 1


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