Miro por la ventana de la cabaña. No sé para qué. Llueve. Como cada día desde que tengo memoria. Hoy es el día épico del viaje. Trollstigen, fiordo Geiranger… Pero más que un día épico se presagia como un día de mierda. Con los ánimos un poco bajos nos disponemos a subir la escaleras de los Trolls. Es mi segunda vez, y la primera, hace 4 años, también fue en un día de mierda. La niebla no me dejaba ver ni la curva siguiente. Pero hoy, al acercarnos nos damos cuenta de que llueve, pero que no hay nubes bajas. ¡Vemos toda la carretera! ¡Espectacular! Las lluvias hacen que las cascadas que caen junto a la carretera estén a rebosar de agua, que se desparrama por todos los rincones. ¡Qué imágenes más brutales! ¡LA TROLLSTIGEN MOLA UN HUEVO! ¡AUNQUE LLUEVA! ¡ES LA PERA!. NATURALEZA EN ESTADO PURO. ¿THE ATLANTIC ROAD?, UNA MIEEEEEERDA COMPARADA CON LA TROLLSTIGEN. ¿EL STELVIO? OTRA MIEEEEERDA (pero menos que la Atlantic Road, ojo). HAS DE VER LA TROLLSTIGEN, Y SI LLUEVE MUCHO, MEJOR!!!!!
Los tornanti se suceden uno detrás de otro, mientras que impresionantes cascadas pasan rozando la carretera. ¡Qué digo rozando! CAEN sobre la carretera, en algunos puntos. Sin duda, a pesar de la lluvia, es uno de mis mejores momentos sobre una moto. Y si le añado el gusto de ver a Belén disfrutando como un auténtico Troll, ¡aún más!
Realmente hemos tenido suerte. Tras la visita a los nuevos miradores de arriba, y del pertinente desayuno, la niebla se ha cernido sobre la montaña y no se ha vuelto a ver un carajo. La Naturaleza nos ha regalado ese momento inolvidable. Pero debemos aligerar un poco, no llevamos más de treinta kilómetros de ruta y faltan más de cuatrocientos bajo la lluvia.
La siguiente parada es en el fiordo Geiranger. La joya de la corona, en cuanto a fiordos se refiere, el Marc Márquez de los fiordos. Sigue lloviendo (ya lo he dicho, ¿no?), y algunas nubes bajas se adivinan en el hueco entre montañas donde debía estar el fiordo. Seguimos avanzando hasta otro mirador cercano y… Voilà! ¡El Geiranger en todo su esplendor! A lo lejos, muy abajo, el agua casi verde esmeralda circula sinuosamente entre las montañas, mientras que media docena de enormes cascadas van a morir ahí. Un par de cruceros, el Hurtigruten y algún ferry parecen cochecillos de Guisval, miniaturas en metal. Impresionante!!
Seguimos teniendo que aligerar. No llevamos más de 100 kilómetros y ya es más de mediodía. Y por esas carreteras, llenas de tornantis, lloviendo a todo llover, lo que menos tienes que hacer es ir con prisa. Así que un fiordo por aquí, un ferry por allá, un puerto por acullá, vamos gastando kilómetros. Y como dice la canción, pensé en relojes de arena, pensé en eclipses de sol, y tracé una gran línea recta imaginaria entre Bergen y yo… Pero en Noruega lo que no puedes hacer nunca es trazar una gran línea recta, ni que sea imaginaria. Así que a eso de las ocho y media de la tarde, hemos llegado a nuestro camping de hoy, a unos cuantos kilómetros de Bergen, después de muchas curvas, mucha agua y muchas sonrisas.
En definitiva, ha sido un día de mierda épico. Ojalá sean así todos mis días de mierda. Ojalá sean así todos mis días.