A ver, seamos claros. Todo este viaje era una excusa para volver a cenar unos spaghetti alle vongole en la Trattoria dell’Orologio en Piacenza, como aquella noche hace 6 años. El resto, relleno. Estaba todo planeado, como me gusta a mi, pero podían pasar muchas cosas. ¿Continuaría existiendo la trattoria o sería un pizza-kebab? ¿Cerrarían los domingos? ¿Estaría llena? ¿Seguirían teniendo en la carta spaghetti alle vongole? Esas dudas me consumían esta mañana.
La mañana la hemos pasado en Bologna, la de los spaghetti al ragú, visitando las más altas columnas medievales que yo haya visto nunca. Y una de ellas, más inclinada que el Junco que se dobla pero siempre sigue en pie. Resistirá. Y luego, la Basílica di Santo Stefano, donde se unen 7 iglesias (claramente se ven desde fuera tres, que luego están unidas por dentro, pero hay además dos claustros y varias capillas más). La más impresionante, la del Santo Sepulcro, que reproduce la capilla de Jerusalén. Muy interesante y curiosa.
Y como no podía ser de otra forma, pasamos por Borgo Panigale, el que da nombre a la moto. Curiosamente (o no) allí se encuentra la factoría Ducati. Foto de rigor frente a la fábrica, nos pensamos si entramos o no (17€ se nos antojaba mucho para además perder toda la mañana, pudiéndola emplear en ver piedras gratis), y finalmente, nos largamos de la ciudad. Ya volveremos, seguro. Llevo 14 años con BMW y no he ido a ver su museo, como que sabía mal ver el de las Ducati cuando solo llevo unos meses con ella… ¡Pobre Merkel!
A pocos kilómetros se encuentra Módena, la del vinagre. Su Duomo es también románico, como los de las ciudades de la zona, pero un románico mucho más esbelto del que estamos acostumbrados en España. Destacaban los ábsides con mosaico dorado, como el que no vimos en Ravenna (y sin pagar).
Tras una frugal comida en una zona de botellón de un centro comercial, nos fuimos a Parma, la del Parmigiano. La catedral, en su línea, pero con un enorme baptisterio, aunque ni de lejos tiene el encanto del florentino. Ahora, se ve que por dentro es la leche (Parmalat, estando en Parma) con sus frescos. Nosotros, para ahorrarnos los 12€ de la entrada, nos conformamos con los frescos del Duomo, que también valían la pena, y eran gratis. No habiendo pagado en el museo Ducati, me sabía mal pagar ahora.
Comenzaba a hacer mucho calor, así que las fuerzas ya iban mermando. Ya pesan los días de viaje. Llegamos a Fontanellato a tiempo para ver cómo recogían los puestecitos del mercadillo que se había instaurado ese domingo alrededor de su imponente castillo (que era lo que veníamos a ver, claro).
Y finalmente Piacenza. Una vuelta ligera por la ciudad, encontramos nuestra trattoria y… ¡sí! Aunque no estaban en la carta, finalmente pudimos comer nuestros recordadísimos spaghetti alle vongole. Seguiremos recordándolos siempre, junto a los tagliatelle al ragú de Florencia. Buenas noches.