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LRB. Etapa 11. Plitvice. Bosnia bajo la lluvia

Otro camión. Ya iban unos cuantos. Bajábamos del pequeño puerto de montaña a velocidad irrisoria, ni 30 km/h. Llevábamos curvas y más curvas detrás del trailer, cuando de repente aparece una larga recta. Incomprensiblemente, se intuía que seguía la línea continua. El BMW que tenía delante no se lo pensó dos veces y aplicó la regla número uno de la conducción en Bosnia: Haz lo que te de la gana. Y le dio la gana adelantar. Y yo fui detrás, por aquello de “allá donde fueres, haz lo que vieres”. Con un ligero golpe de gas no me costó nada adelantar al pesado camión. Tampoco me costó nada ver al policía en medio de la carretera obligándonos a parar.

El día era gris. De esos grises en los que apetece hacer pocas cosas. Bueno, solo tenía que conducir unos 550 kilómetros, así que tampoco eran tantas cosas que hacer. En un plis atravesé Montenegro. Lo cierto es que comenzaba a sentir como si ya me conociera todo lo que estaba viendo. Supongo que la sorpresa del primer momento desaparece, y ya son más de 10 días por los Balcanes. Así que no me extrañó mucho pensar que ese valle ya lo había visto antes, o que este desfiladero ya lo recorrí hace unos días. Me costó un rato descubrir que realmente ya había pasado por ahí hace unos días. Solo fueron un centenar de kilómetros, y afortunadamente de los más bellos de Montenegro. Era imposible no reconocer los túneles y más túneles del cañón de Piva.

Como si fueran contracciones de parto, los espasmos se producían rítmicamente. Ya había podido superar los dos primeros, pero este parecía ser el definitivo. Era la venganza del agua de las montañas albanesas. Y estaba contraatacando por la mismísima retaguardia! A lo lejos alcancé a ver una gasolinera. Paré, le indiqué al hombre que llenara el depósito mientras yo corrí hacia el baño. No voy a describir cómo es un lavabo de gasolinera bosnia, quedaría demasiado escatológico. Solo comentaré que no había papel…

El atasco al entrar en Sarajevo era tan monumental, que decidí pasar de largo. De hecho, ya estuvimos el año pasado, así que tampoco me perdía nada. Nada más salir de la ciudad, comenzó a llover. Y bien fuerte. Paré debajo de un puente a ponerme el gore-tex de la chaqueta, y opté por no montar el espectáculo y no ponerme el forro del pantalón. Eso significaría pasar todo el día con el culo mojado, era consciente de ello y lo asumí. De manera intermitente iba apareciendo y desapareciendo la lluvia. Estaba demasiado atento a la carretera como para atender al paisaje, que seguía gris y oscuro. Las montañas desaparecían más allá de las nubes, y los truenos retumbaban en las paredes de los desfiladeros. La temperatura había descendido hasta unos 19ºC, y yo tenía las piernas empapadas. Solamente me quedaban doscientos cincuenta kilómetros para el destino.

Y entonces apareció el camión lento y el policía en plena carretera. Obviamente me había visto adelantar en línea continua. De hecho hasta juraría que lo estaban esperando. El lugar es ciertamente estratégico.

– Documentación -dijo el policía en tono secante. Abrí unas cuantas cremalleras hasta que apareció mi permiso de circulación.

– ¿Hablas alemán? – me preguntó.

– No, inglés. – dije.

– Si tienes una moto alemana, ¿cómo que no hablas alemán? -contestó con el mismo semblante serio. Yo no sabía si estaba bromeando o no. No vi ni un atisbo de humor en su mirada. Opté por la prudencia y me encogí de hombros.

– Solo hablo inglés, pero algo puedo entenderte.

– No puedes filmar. – dijo al percatarse de la cámara del casco que llevaba encendida desde el principio.

– No, no estoy grabando. Se ha acabado la batería. -mentí mientras señalaba la luz roja de grabación. En ese momento yo quería que el policía pronunciara las dos palabras mágicas que eran mi única esperanza de salir de ahí indemne. Y las dijo.

– ¡Sergio Ramos! ¡Como el jugador de fútbol! – vociferó a su compañero al ver mi documentación. Su cara cambió en ese momento, esbozando una tímida sonrisa. Me había salvado. Poco después (y tras haber apuntado mi nombre y mi matrícula), me devolvía la documentación y me dejaba marchar. ¡Bendito fútbol!

Una frontera y algunas gotas de lluvia más y me encontré en Croacia. En menos de quince minutos estaría en el hotel donde podría ducharme, secarme y disfrutar de un WC en condiciones. Media hora antes no tenía ni idea de qué escribir hoy. Pero viajando solamente te tienes que sentar a esperar a que te pasen las cosas. Y hoy he estado más de ocho horas sentado.

Balcanes 11


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