En León, el día ha amanecido rotundo. Una mañana luminosa y de cielos despejados. Al menos desde la ventana, porque al acercarme a la moto he descubierto una capa de escarcha helada sobre ella. Pobre, no está acostumbrada a dormir a la intemperie!
El único motivo para acercarme a León era visitar su Catedral. Ya he estado otras veces hace tiempo, pero no logro olvidarme de esas magníficas vidrieras que me han hecho regresar. El GPS me indica el camino más largo para llegar, y me recorro más de la mitad de las callejuelas de la capital hasta encontrar un sitio donde dejar la moto. Me encuentro de bruces con varias procesiones -recordemos que hoy es Jueves Santo- y las sigo al ritmo de sus tambores y cornetas.
Se conoce como el Síndrome de Stendhal a la presencia de signos físicos como taquicardia, falta de aire o vértigo ante la presencia de alguna gran obra de arte. El primero que lo describió fue Stendhal, que lo detallaba al salir de la Santa Croce en Florencia. Desde entonces muchos turistas que han estado en la ciudad toscana lo han sentido. Yo no. Pero hoy en León, al entrar y ver las magníficas vidrieras, un nudo en la garganta me impedía respirar, se me aceleraba el pulso e incluso alguna lagrimita ha intentado asomar. Solamente por esta sensación ha valido la pena todo el viaje.
Después, he seguido ruta que me acerque nuevamente a los Picos de Europa, ya con las pilas del alma cargadas a tope. A pesar del frío, el sol inundaba todos los verdes paisajes de León, ya bañados por la primavera. He disfrutado mucho de estas carreteras sencillas, sin grandes pretensiones, con algunas rectas interminables y unas cuantas curvas rápidas. A la salida de una de estas curvas he tenido mi segundo Síndrome de Stendhal. Un par de cigüeñas, que estaban posadas en un campo cercano a la carretera, han emprendido el vuelo. Las cigüeñas volando siempre me recuerdan al Constellation, el bellísimo avión de la Lockheed de los años 40 y 50. Uno de estos “Constellation” se me ha acercado hasta unos 2 o 3 metros, y hemos continuado así durante un buen rato. Yo la miraba, y ella -o él- me devolvía la mirada, sin parar de volar a mi lado en formación. Y es que ir en moto es lo más parecido a volar que se puede hacer desde el suelo.
Pocas curvas después me he cruzado con 3 BMW -dos adventure y una 1200 GT- y nos hemos saludado más que efusivamente con V’s, ráfagas y todo lo disponible a mano. Y es que encontrarte por estos parajes, tan lejos de tu casa con gente que viene igual de más distancia que tú, te hace pensar en las motivaciones comunes que tenemos los motoristas. La segunda lagrimilla se ha resbalado por mi mejilla. Hoy será un gran día!
La subida desde el sur al Puerto del Pontón dejaba ver las últimas nieves a ambos lados de la carretera. 1ºC, el asfalto mojado… Bastantes experiencias tuve ya con la nevada en Barcelona hace unas semanas como para repetirlo! Mucha precaución, despacito y buena letra, sobre todo al bajarlo por su cara norte. Paisajes espectaculares, totalmente nevados, y el asfalto en no muy buen estado. Cuando llevas más de 300 kilos de moto -por ahí ira- tienes que estar siempre concentrado. Fallar una marcha en la bajada de un puerto de montaña te puede escupir hacia el exterior de la curva, con el consecuente susto tuyo y del coche de enfrente. No explico más detalles que luego lo lee mi madre y se preocupa. Curiosa situación, cuanto más disfruto yo del viaje, más sufre mi pobre madre… aishhhh…
Después de Oseja, por la N-625 atravieso el Desfiladero de los Beyos, con estrecheces incluso más espectaculares que el más famoso Desfiladero de La Hermida, aunque los Beyos se hacen más cortos. Justo antes de llegar a San Ignacio, me desvío hacia la izquierda en busca de la carretera de montaña que me llevará a Ponga. En un primer momento anuncian que la carretera está cortada -y ya van 3 en este viaje-, pero yo continúo, suponiendo que en Jueves Santo no van a estar con las obras. Y así fue, y pude llegar a Ponga para tomar el aperitivo -que a la postre será también la comida-.
Sigo la carretera, que ya no tiene tan buen aspecto como al principio y con algunos desprendimientos, por lo que hay que circular con precaución, no vaya a cruzarse una piedra en el camino y me indique mi destino. Paso Cangas de Onís y voy directamente al Santuario de Nuestra Señora de Covadonga.
Como pasa en Montserrat, el Santuario se ha convertido en un templo del merchandising. Turistas que aparecen de todos los lados le restan encanto a este Santuario situado en un lugar natural privilegiado. Hago la visita y las fotos de rigor, y decido huir rápidamente. Los Lagos de Enol son únicamente accesibles desde autocar, y no me apetece dejar sola la moto tan cargada de cosas valiosas. Así que continúo hacia mi siguiente objetivo que no es otro que acercarme a ver el Naranjo de Bulnes -Picu Urriellu, le llaman por aquí-. Por la AS-114 me acerco a Cabrales -famoso por sus quesos. Yo quería comprar uno, pero es que no me cabe nada más en la moto!!- Desde Cabrales hay diversos miradores donde se puede distinguir sin dificultad la majestuosa silueta del Naranjo.
Reculo por donde he venido hasta tomar la carretera que me lleva a Llanes, donde hoy tengo alojamiento. Llanes me ha sorprendido por la cantidad de gente que hay en las calles, por los atascos de tráfico en la única calle medianamente transitable y por sus sidrerías. Repongo fuerzas en una de ellas, y ya con el estómago y el alma calmada, ahora toca descansar el cuerpo.
Puedes descargarte la ruta de hoy para verla en el Google Earth aquí.
DATOS DE LA RUTA:
273km
4h56m en movimiento
Velocidad media: 55km/h
Consumo medio: 4,1 l/100km