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Día 15. 7 de Agosto. Enontekiö

La noche en Nordkapp fue algo especial. El sol se ponía a eso de las 23:30 y volvía a salir a las 2 de la mañana. Así que las luces del ocaso se confundieron con las del alba. La oscuridad nunca apareció, y las nubes con tintes rojizos estuvieron presentes durante ese lapso de tiempo. A duras penas pude cerrar las cortinas -cortas, como su propio nombre parece indicar- de mi habitación, así que pude ser testigo de ello.

Por la mañana soplaba un potente y cálido viento del sur, por lo que las temperaturas seguían siendo altas, rayando los 20ºC. Con el cielo algo tapado, pero con visos de mejorar, comencé a enfilar los más de 100 kilómetros que separan Skarsvåg -que así se llama el pueblecito de pescadores donde dormí, a escasos 12 kilómetros de Nordkapp- del continente. Las carreteras continuaban siendo tan divertidas como ayer, pero el viento que soplaba de frente se convertía en lateral en cada curva. A pesar de ello, una KTM 990 Adventure de una pareja de italianos y yo la recorrimos a buen ritmo.

En Honninsvåg paré a repostar, coincidiendo allí con los primeros españoles en moto que coincido en toda mi ruta. Una GoldWing, una Harley y una Paneuro. Nos saludamos, hablamos de la ruta a seguir, y me recomendaron que entrara en la gasolinera a comprar unos adhesivos conmemorativos de Cabo Norte que no vendían arriba. Así lo hice, claro está. Nos despedimos, ellos siguieron ruta, y yo me adentré en el pueblo en busca del Artico Ice Bar AS, un bar “de hielo” con tienda de recuerdos que regentan unos españoles. Recomendable si se pasa por ahí (que se ha de pasar por narices camino a Cabo Norte).

Camino del sur, el calor comienza a apretar. 24ºC fueron suficiente como para desprenderse de los forros térmicos. Esperaba que fuera definitivo, me apetecía algo de calor en la moto de una vez.

En Kautokeino, último pueblo de cierta importancia antes de la frontera con Finlandia, me volví a encontrar al trío de los españoles que intentaban arreglar algo de la Harley Davidson. Me acerqué a preguntar.

– Se le ha soltado algo del reenvío del cambio de marchas- me contestó el de la GoldWing. -Ya sabes,… Harley Davidson.

– Sí, ya parecía raro que una Harley no perdiera aceite. Algo le tenía que pasar- puntualizó el de la Paneuro.

Les ofrecí bridas para arreglarlo, pero ya habían comenzado la reparación de urgencia con cinta americana. Es importantísimo llevar inexcusablemente como equipo de supervivencia un buen manojo de bridas y cinta americana. Junto con el velcro, son sin duda el mejor invento de la humanidad después de la rueda y del video betamax.

Nos volvimos a despedir, con la convicción interna de que los volvería a ver antes de Helsinki, donde nos dirigíamos todos, aunque por diferentes rutas. Poco después paré a comer en un merendero de carretera que estaba completamente desierto. Saqué el omnipresente salami y el pan de molde. Al poco rato se acercó un coche del que bajaron una mujer y cuatro mocosos que comenzaron a revolotear por todo el recinto, convirtiéndo lo que era un agradable paraje natural en un inmenso chiquipark. Afortunadamente poco después llegó una VFR 750 del ’89 (no es que recuerde todos los modelos, eso es más cosa de Luis, mi mánager…, es que me lo dijo su dueño) con una pareja de suizos entraditos en años, que según me dijeron se dirigían a Cabo Norte. -dónde si no-. Habían llegado en tren y ferry hasta Estocolmo, y desde allí subían en moto, en una moto de más de 20 años…

Los paisajes eran especialmente monótonos. El viento había amainado, el calor continuaba conmigo. Los bosques de coníferas y abedules alternaban con pequeños lagos a lado y lado de la carretera. Y así, sin cambiar nada del entorno llegué a Finlandia, que siguió exactamente igual. De hecho, hacía bastantes kilómetros que tenía la sensación de haber salido de Noruega. En cuanto me adentré en el continente comenzaron a ser habituales las tiendas de campaña sami (si no idénticas muy parecidas a la de los indios americanos), donde vendían baratijas, cuernos y pieles de reno y cosas por el estilo, anunciándolo en grandes carteles donde con letra tosca anunciaban la venta de souvenirs. Y es que estaba en Laponia, independientemente si la frontera indicaba Noruega o Finlandia.

En Enontekiö, llegué al hotel. En compañia de cientos de mosquitos -los famosos mosquitos estivales de Finlandia-, me dediqué a cambiar la bombilla del faro suplementario que llevaba desde Alemania fundida. Mi primo, que hace las veces de director técnico de la expedición, me advirtió pocas semanas antes de la partida que no me llevara bombilla de repuesto, que era mejor dejarla fundida, a tenor de lo complicado que era desmontar el dichoso faro. Tenía razón. Pero como en este viaje estoy aprendiendo a que las cosas suelen salir si le pones ganas y paciencia, y ya que había encontrado en la última gasolinera una bombilla compatible, dediqué un par de horas a cambiarla. Y lo conseguí.

REFLEXIONES ESCANDINAVAS:

– ¿Por qué la mayoría de los coches que veo llevan grandes faros antiniebla como los que se les ponían a los Seat 1430de los años 80? ¿No saben que ahora hay unos más pequeñitos? Da un poco de grima ver un Honda Civic de los nuevos con esos faros!

– ¿Por qué tienen la manía de mezclar los sabores de los zumos?¿No han probado nunca un buen zumo SOLO de naranja?

– ¿Por qué en las gasolineras tienen mil tipos de chocolatinas y un gran surtido de chuches pero solamente 2 o 3 tipos de galletas?

– ¿Por qué los españoles gritamos tanto por la calle? Paseando por las silenciosas calles de Tromsø eran inconfundibles.

Hoy he recorrido 478 kilómetros en 5 horas y 38 minutos, a una media de 84,6 km/h. El consumo ha sido de 4,9 l/100km. Llevamos 8514 kilómetros. La ruta de hoy la tenéis aquí:

The Long Way North. Day 15


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