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De Torino a Brescia. La Ruta Adriática. 3

A ver, hoy no esperéis muchas florituras que si supieseis el esfuerzo que estoy haciendo para escribir esto, fliparíais. A modo de resumen: 400 km a unos constantes 30-34ºC. Media de velocidad total de menos de 45 km/h. No he cenado y me muero de sueño. Así que vamos al lío.

Torino, un auténtico caos a las 8 de la mañana. Imposible llegar a los pies De la Torre Antonelliana. Al final, una foto mal hecha desde el paso de peatones. Y salimos corriendo entre el tráfico de la gran ciudad.

Llegamos a Ivrea. Queríamos visitar su castillo de tres torres (eran 4 antes de que cayera un rayo en la que precisamente albergaba el polvorín). Problemas para encontrar aparcamiento para las motos, pateada hasta el castillo, que no me parece tan impresionante como me lo imaginaba y listos.

Seguimos hasta el Ricetto di Candelo. Es una miniciudad amurallada (más bien un barrio) con 5 o 6 calles formando una especie de cuadrilátero. Es curiosa, cuanto menos. Pero le falta una vuelta de cara a que haya más turismo: hay un par de tiendas de artesanía, algunos bares -la mitad cerrados- y por tanto se encontraba casi desierto. Que le da un encanto, oye… pero vista una callejuela, vistas todas.

El Lago di Orta ha sido lo mejor de la jornada. Un estupendo lago con una isla en medio llena de palacetes y una basílica. Y todo ello lo puedes ver desde San Giulio, a pie de lago desde pequeños embarcaderos escondidos o desde la bulliciosa plaza llena de puestecitos de artesanía y terrazas. Pero para nada masificado a niveles de Como. Comimos allí un par de ensaladísimas. Por cierto, señores de La Carretilla… ¿desde cuándo no ponéis tenedores en vuestras ensaladas? Ha sido un poco desagradable comerme la ensalada de pasta y atún con un trozo del cartón del embalaje.

En Varese teníamos que ver el interior de la Basílica de San VIttore. Pero resulta que tenían un funeral dentro, por lo que ha sido entrar de puntillas, admirar rápidamente sus trabajados techos y ni hacer la foto por respeto. Luego nos hemos resarcido con una Coca-Cola en un bar de un centro comercial lleno de la tercera edad contando batallitas.

A partir de ahí todo ha sido un despropósito: el GPS me envía a Suiza camino del Lago di Como, Como lleno de atascos, y la carretera por el borde del lago hasta Bellaggio se hacía interminable, a 40 por hora, por la estrechísima carretera intentando sobrevivir a las tapias de las casas, los autobuses en sentido contrario o los peatones que circulaban por ella. Y Bellaggio no ha valido la pena. La verdad es que las vistas hasta llegar, si, pero tampoco podía apartar mucho la mirada. Luego, poner gasolina a 2,25€ (y descubrir luego que a 300m había una a 1,75€…).

En ese momento habíamos decidido que nos saltábamos Lecce (del que ya vimos a lo lejos su torre con una peculiar forma de lápiz) y Bérgamo (que ya visitamos en un viaje anterior). Así que nos dirigimos a nuestro hotel en un pueblecito cerca de Brescia. Llegamos a eso de las 21h, y -¡oh sorpresa!- no pudimos cenar en ningún lado. Así que ya me veis, en la cama hincando el diente al fuet mientras escribo estas líneas. Así que nada, a dormir que con el sueño se mata el hambre.

El track de la ruta:

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San Boldo y las tres damas del Véneto. Retorno al Este. Cap. 22.

Los regresos nunca tienen que ser regresos sino descubrimientos en sentido contrario. Y este retorno al oeste, lo está siendo, sin duda. Hemos comenzado hoy con un plato contundente, el Passo San Boldo. Déjate de Stelvios y otras mandangas que serán muy bonitas y fotogénicas. El -relativamente- poco conocido San Boldo te dejará con la boca abierta. Sí, ya sé que muchos lo buscaréis en Google si no lo habéis hecho ya. Y -como yo- os sabréis las fotos al dedillo. Pero es que por muchas fotos que veáis, os va a impresionar igual. Pedazo obra de ingeniería de principios del siglo XX. ¿Habéis hecho tornanti en túnel uno detrás de otro? Pues los mejores son estos y los de la bajada a Chiavenna (el lado italiano del Splugenpass) que también es de locos.

Y luego el día se ha ido por el lado más delicado. Hemos comenzado en Asolo, un bonito pueblo medieval rodeado de viñedos donde las uvas maduran a la espera de convertirse en prosecco, una especie de champán típico del Véneto. El pueblo no mata, pero tampoco está mal. De hecho, está considerado (en esas listas que seguro que entras pagando) como uno de los pueblos más bonitos de Italia. 


Vicenza también tenía una parada. Su Piazza dei Signori es tan alargada como bonita. Hay alguna otra lista que la pone como la más bonita del país. Discrepo profundamente. Así a bote pronto se me ocurren la del Campo en Siena, la de la Signoria en Florencia o la de San Marcos en Venecia. Pero si te tomas un helado de nocciole sentado en unas escalinatas escuchando un acordeón que toca a Sinatra, la cosa cambia. 


Y Verona, la ciudad de Romeo y Julieta. Famoso es el balcón de la casa de Julieta (que se ve que lo pusieron hace menos de un siglo), pero me quedo con la Piazza delle Erbe. También alargada, pero con media docena de edificios de lo más interesante.


Con todo esto, hemos acabado en Brescia, otra ciudad que yo recordaba desierta pero con encanto, y que nos ha recibido con el mismo encanto, pero con banda de rock y multitud de gente disfrutando de la apacible noche. Pero lo mejor de todo el día, ha sido cómo hemos mejorado nuestro italiano. Casi a nivel nativo. Así que os despidi a tutti esperandi que la notti sea apacibili comi per noi. Buoni seri signorini.

Día 23. 15 de Agosto. Brescia

Hoy he sido realmente consciente de que el viaje está tocando a su fin. Estaba en los tres últimos días, aquellos que -como a la ida- eran simplemente de traslado, de retorno a casa. Autopista en su mayor parte. Simplemente trazar una línea recta entre Zagreb y Barcelona y hacer las paradas pertinentes. Pero una parte de mí se negaba a que esto fuera así, tenía que exprimir lo poco que quedaba de una ilusión que se convirtió en realidad.

Desayunar con mis amigos y echar las últimas risas ha sido muy gratificante. A pesar de que se escondan más que el Dioni cuando se escapó con el furgón: ha sido prácticamente imposible localizarlos a la primera en el lugar donde estaban desayunando.

– Oye, ¿y tú estás seguro que has llegado al Cabo Norte?- me preguntaban con guasa.

– Es que ahora me he relajado, y por eso me pierdo tanto. – contesté. Me relajo tanto que he cometido errores imperdonables en los últimos días. Paso a enumerarlos:

  1. Me quedé sin baterías en la cámara de fotos por dejarla encendida con el GPS conectado durante toda la noche.
  2. Borré inconscientemente el 80% de las fotos del viaje, por lo que solamente dispongo de las que he ido subiendo al flickr. (Por si no las has visto, www.flickr.com/photos/smorchon )
  3. Casi me quedo sin poder escribir hoy la crónica porque el enchufe del hotel no aceptaba el enchufe de pivotes gordos del ordenador. Afortunadamente, esto es lo único que he podido subsanar.
  4. No he mirado el nivel de aceite de la moto en todo el viaje.

Así que tras el desayuno, y con la ayuda de mis amigos, nos pusimos a mirar el nivel de aceite de la BMW; tal y como me dijeron en BMW Scratch de Terrassa, no tendría problemas con eso, a pesar de pasarme de los kilómetros de cambio de aceite: la BMW no ha gastado ni una gota en 12.500 kilómetros que llevaba!

La ruta me llevó a Eslovenia. La frontera fue como las de antaño: una cola interminable para enseñar el pasaporte. Y la cola continuó en la siguiente gasolinera para comprar la viñeta correspondiente a los peajes eslovenos.

Primera parada en Ljubljana, acogedora ciudad completamente levantada por las obras, que respiraba la tranquilidad de un domingo al mediodía. Cientos de pequeños restaurantes a la orilla de su río que parte su núcleo por la mitad. Tanto la calle del río como las aledañas merecen una visita con calma. El ambiente que se respira es bastante más culto y educado que en los países vecinos: no son bares sino vinotecas; no son tiendas de souvenirs, sino de artesanía local. Esto último me impidió comprar la preceptiva pegatina del país.

Y en poco rato, llegué a Italia. Los carteles de la autopista ya rezumaban familiaridad, con ciudades como Venecia, Milan o Verona. Eso me hizo reflexionar en todo lo que había visto en los últimos 23 días. Había estado en lugares remotos, había ido más allá, y ahora estaba volviendo. Una sensación agridulce. El largo viaje tanto tiempo soñado se estaba acabando. Como dice M-Clan, “ahora que el viaje termina me invade la calma”.

Brescia fue la ciudad elegida para pasar la noche. Llegada a la ciudad con las últimas luces del día y con una inquietante tormenta sobre mi cabeza. Un agradabilísimo paseo por sus calles casi desiertas y por su Duomo elegantísimo en la hora azul. Y tocaba cenar.

Permitidme que pase unos minutos comentando uno de los placeres que aún no había tocado en este viaje. Hemos hablado de paisajes extasiantes, de lugares remotos, de fotografía, y he intentado utilizar estos textos para haceros sentir algo parecido a lo que he sentido yo. Pero es que hoy he cenado en Italia. Y en Italia se come muy bien. Y eso es difícil de describir. Unos fiselle con mozzarella y tomate, y unos spaghetti con salmón y anchoas, todo con un aroma a albahaca que lo perfumaba todo. Espectacular. Obviamente, a pesar de que no estaba en la carta, el regente del local me ha ofrecido un tiramisú casero, que no he podido rechazar. Un final de fiesta que ha transformado un soso día de traslado en una jornada especial.

Hoy he recorrido 583 kilómetros en 5 horas y 38 minutos, a una media de 103 km/h. El consumo ha sido de 5,8 l/100km. Llevamos recorridos 13.108 kilometros. La ruta de hoy la tenéis aquí:

The Long Way North. Day 23


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