—¿Y este tío de qué trabaja? —se ve que le preguntó el vendedor de billetes del ferry al turco afincado en Holanda que me hacía de traductor.
—Dice que es médico —contestó tras preguntármelo a mi. El vendedor de tickets puso una cara de incredulidad.
—¡Pero si se lía hasta con el cambio! —dijo aludiendo a mi primera transacción en liras turcas. —Pregúntale por mi prótesis de rodilla. Hace diez años que me la pusieron y no sé si me la voy a tener que cambiar pronto.
Y así fue cómo me vi envuelto en una conversación médica esperando el ferry a Çanakkale, atravesando el estrecho de Dardanelos entre Europa y Asia. Muy surrealista todo.
Pero lo surrealista comenzó al entrar en Turquía. Bueno, más que surrealista, realidad esperada. Kilómetros y kilómetros de caravana de gente que parecía casi haber pasado la noche en los camiones y los coches que esperaban. Tras preguntarle a un policía, procedimos a avanzar como podíamos entre las filas interminables de vehículos. Las maletas nuevas de Belén no nos hicieron ningún favor esta vez. Pero conseguimos pasar la frontera en un par de horas tras pasar tres garitas. POR FIN ESTAMOS EN TURQUÍA! Objetivo conseguido! Y mira que ha costado! Hace una semana nadie hubiera apostado que llegaríamos a Turquía con las dos motos!
La primera parada fue para sacar liras turcas en un cajero de vete a saber qué población. Avanzábamos rápidamente por autovías con buen asfalto, y aunque no es lo que más me apetecía, el hecho de recuperar el tiempo perdido en la frontera no me parecía nada mal. La segunda parada fue en un puesto de carretera, comprando unas pavías (que yo siempre he llamado nectarinas, pero la influencia aragonesa me está pudiendo) y un tomate para comer más adelante. Y la tercera parada fue para atravesar a Asia en ferry. Y tras responder a la consulta médica y unos quince minutos de ferry (el séptimo y último del viaje), llegamos a Asia.
Y en Asia todo seguía igual… pero con más atascos. Se ve que hoy es el día de la Democracia y de la Unidad del País, y hay juerga por todos lados. Nos las vimos y deseamos para poder ver el caballo de Troya de la película Troya que está en Çacakkale*. Y a partir de ahí, la autovía retrocedía treinta años en el tiempo. Se convirtió en una trampa mortal de esas que tiene pasos de cebra, cruces y semáforos cada dos por tres. Difícilmente podías estar más de un kilómetro circulando a 110 km/h. De hecho era especialmente peligroso hacerlo.
Y a cada paso por una población costera, atascazo! Y así una tras otra. El tiempo se nos iba consumiendo y las posibilidades de ver las ruinas de Pérgamo antes de instalarnos en el hotel se iban diluyendo kilómetro a kilómetro. En realidad no soy muy de ruinas. A ver, soy de piedras, pero no de ruinas. Arquitectura con su tejado y todas sus piedras. Y ver Pérgamo, Éfeso, Afrodisias,… y tantos y tantos enclaves arqueológicos como que se me hace bola. Por lo tanto, y debido a que tenemos que recuperar tres días perdidos por un asuntillo de un robo de una moto -recordáis?-, pues como que vamos a limitar bastante las vistas pedrestres.
Paramos a dar una vuelta por Ayvalik**, un pequeño pueblo a orillas del Egeo muy turístico, con una zona antigua donde las callejuelas se hacen estrechas y están llenos de puestecitos y pequeños restaurantes. Allí intimo con la policía, que pensaba que nos iba a decir que no podíamos dejar las motos encima de la acera… pero no. Se han acercado a alabar nuestras BMW. El pobre tenía que patrullar con una Varadero, no como sus colegas de Estambul, que van con GS!
Llegamos a Bergama a nuestro maravilloso hotel con parking privado. La verdad es que por fuera da miedo. Y por dentro, al menos hasta que entras en la habitación. Al menos el parking es seguro: nada menos que el restaurante del hotel. Se apartan unas cuantas mesas y listo! En definitiva, que todo da miedo. Menos la Wifi, que no puede dar miedo porque casi ni la olemos.
La cena… espectacular. Belén es una crack cuando llega a lugares exóticos: coge la carta, le dice al camarero que quiere lo que sale en la foto, y hemos comido de miedo por 5€ cada uno. Y de momento hemos podido prescindir del comodín del kebab. Aunque estando en Turquía… todo se andará.