Hay días en los que no te levantarías de la cama. Abres un ojo y miras el despertador. No tienes ánimo para avanzar y acabar lo que has comenzado. Todo te da igual: la ruta, las cosas que tienes previsto ver,… ¿Qué hago yo aquí? ¿No podría estar disfrutando de mis vacaciones tumbado al borde de una piscina con una clara bien fría y unas aceitunas rellenas de anchoa? ¿Se puede saber qué hago madrugando en un pueblo perdido en medio de Bulgaria? A pesar de todo, acabo montando todos los bultos en la moto y comenzando la ruta. Mis pensamientos siguen dándole vueltas a lo absurda de la situación. Hasta que echo la mano atrás y toco la rodilla de mi copiloto. En ese momento es como si se encendiera una luz en la oscuridad, como si salieras en el otro lado del túnel: en realidad estoy donde quiero estar y con quien quiero estar. ¿No es eso ya bastante? Una caricia en el momento justo hizo desaparecer los miedos. Un acelerón en el momento justo me devolvió a la libertad.
El primer punto de interés del día era el monasterio de Arbanasi. Después de recorrer el pequeño pueblo plagado de hoteles de arriba a abajo y de abajo arriba, no había rastro del monasterio, y eso que estaba reiteradamente anunciado. El tiempo que teníamos para visitarlo ya lo habíamos perdido buscándolo. Así que desistimos y seguimos ruta hasta Ivanovo. Allí nos esperaba una iglesia incrustada en la roca. Bueno, de hecho nos esperaban 132 escalones, 4 euros de entrada y una pérdida de tiempo importante. No podíamos creer que la visita fuera solamente esa estancia excavada en la roca. Desde luego fue absolutamente prescindible.
Ruse era el punto elegido para pasar la frontera hacia Rumanía. Una garita, nos miran los pasaportes. Otra garita para comprar la viñeta, de la que estamos exentos. Y una cola enorme para atravesar el puente sobre el Danubio -que por estas tierras ni es azul ni tiene ya ningún tipo de glamour-. La entrada a Rumanía sería el fiel reflejo de lo que es el sur del país: un auténtico caos. Pocas señalizaciones, carreteras mal cuidadas, suciedad por todos lados… Los camiones dejan enormes y profundas roderas en un asfalto envejecido y moribundo, resquebrajado y pidiendo a gritos un lifting que no llegará.
Tras unos cientos de kilómetros de autopista llegamos a Curtea de Arges, inicio sur de la mítica Transfagarasan Road, carretera que cruza los Cárpatos de lado a lado. Casi cien kilómetros de curvas y curvas para superar los 2000 metros de altura y descender hacia Transilvania. Rivaliza con el Stelvio por ser la mejor carretera de montaña, por lo que merecía una visita obligada en este viaje. Los primeros cuarenta kilómetros son un absoluto infierno. La carretera está llena -y cuando digo llena quiero decir llena- de socavones de más de un palmo de profundidad. Meter la rueda delantera en uno de ellos es caída asegurada. En más de diez ocasiones tuve que acelerar para “volar” por encima de ellos. Afortunadamente los restantes 60 kilómetros tienen un asfalto más que aceptable. Hasta los últimos cuarenta kilómetros, la carretera no asciende excesivamente, es casi plana. El trazado de la carretera es perfecto, curvas amplias o más ratoneras, pero siempre magníficamente hilvanadas, nada de los aburridos y peligrosos tornantis. El paisaje va cambiando desde los bosques de abetos hasta los más impresionantes circos montañosos que puedas imaginar. Las verdes laderas ya desprovistas de árboles bajan primero bruscamente, y luego ya de manera más pausada hasta encontrar la carretera.
El final de la ascensión viene marcado por la entrada en un oscuro túnel y la salida al lado norte de los Cárpatos. Unos cuantos chiringuitos de artesanía y souvenirs -para nada tan explotado como el Stelvio- dan paso a una magnífica vista de Transilvania, que se extiende allá a lo lejos, casi dos mil metros a nuestros pies. Para llegar hasta allá abajo, la carretera se vuelve nuevamente sinuosa, dibujando curvas y más curvas sobre el valle que desembocará en Cartisoara, a los pies de los cárpatos. Allí la noche lo envolvió todo, dejando los últimos cincuenta kilómetros del día al amparo de los faros de la BMW. Al contrario que la zona sur del país, parece ser que Transilvania tiene unas carreteras mucho más cuidadas. Y es que es territorio del Conde Dracula. Mañana lo comprobaremos.
Etapa 13: De Veliko Tarnovo a Sibiu por la Transfagarasan Road
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Q suerte ser tu copiloto, gracias-
Si todos los días del verano fueran acompañados de una clara bien fría a parte de aumentar esa tripita te llegaría a aburrir. Estás viviendo cada día una aventura y además ya tienes la compañía de una buena rubia, más de uno y dos y tres y …te envidian