En busca del Sur

A ver, que siempre que te planteas ir al sur siendo del norte es toda una odisea. Sobre todo por lo lejos que está. Que nos quejamos de Cabo Norte, pero luego comienzas a ver en GoogleMaps y se te cae el alma al suelo si quieres planificar una rutita por los pueblos blancos de Cádiz en un fin de semana. Pero como ese fin de semana era un fin-de-semana-y-comienzo-de-la-siguiente algo largo, pues como que empezaban a cuadrar los números.

Así que el viernes, ya de noche, salimos de Zaragoza camino de La Mancha. Porque nos gusta La Mancha y sus molinos. Y porque pillaba de paso. Café en Guadalajara, tráfico en Madrid, y llegada a Consuegra a eso de las 11 de la noche. Hotel mu cuco pero sin calefacción. Bueno, con una de esas bombas de calor que tardó más de media noche en calentar. Llamarlo «bomba» de calor ahora me suena excesivo.

molinoY por la mañana, eso de levantarte y ver esos pedazo de molinos en la cresta de la montaña es la leche. Es una pena, porque le quitan todo el protagonismo al castillo, que lleva mucho más tiempo ahí que los molinos. Pero mira, castillos hay muchos y molinos… menos. Allá en el cerro calderico tuvimos que apartar a unos cuantos chinos para que no salieran tapando los molinos, pero no nos entretuvimos mucho, que ya habíamos ido unas cuantas veces a ver la docena de molinos. Así que rápidamente cogimos la autovía dirección sur.

—Tendríamos que haber comprado un queso manchego— le decía a Belén al ver la cantidad de fábricas a pie de autovía que anunciaban venta directa.

—Pues sí— contestó Belén rápidamente. ¡Con lo que le gusta a ella comprar cosas de comer directamente del productor! Siempre me retrae que no paremos cuando hay vendedores de setas en los arcenes.

—Pues mira, ahí venden queso artesano— dije mirando un molino que se acercaba rápidamente a la derecha de la autovía. —¡Salimos en la siguiente!

Un galgo ladraba y decenas de gatos nos miraban aburridos mientras dejábamos las motos al otro lado de la valla. Una señora entrada en años y en carnes, nos decía que pasásemos sin miedo.

—Lo recogimos hace unas semanas. Se ve que le habían dado de palos, al pobre— dijo señalando al galgo, que seguía ladrando pero más por miedo que por fiereza. —Llamamos a la perrera, pero nos dijeron que los galgos los llevaban a Holanda, que allí son muy cotizados—. La frase no tenía mucho sentido, pero no insistí en el tema.

—Queríamos un queso— dijo Belén.

—¡Claro! Aquí tenemos quesos denominiación de origen. Nos lo trae directamente el pastor. Es puro de oveja. ¿Quieren probarlos?— Sacó un cuarto de queso y comenzó a cortar unos pequeños triángulos.

—Nosotros querríamos solo una parte, no nos podemos llevar el queso entero.

—Pues eso no podrá ser— dijo. —Por la denominación de origen. Solo podemos venderlos enteros, o como máximo, la mitad.

—¿Y cuánto cuesta la mitad de un queso?

—Pues va a peso. Pero unos veintitrés euros.

—Uf! No podemos… Es que vamos en moto y hasta dentro de unos cuantos días no llegaremos a casa… Se nos secará por el camino— dije.

—Es por la denominación de origen, ¿sabe? Antes podíamos, pero ahora con la carretera al lado, solo nos dejan vender quesos enteros o medios. Por la denominación—. La conversación estaba tomando unos tintes tanto o más surrealistas que lo de los galgos en Holanda. En ese momento me arrepentí de no haber puesto la cámara a grabar.

—Pues no va a poder ser— dijo Belén.

—Como favor, les puedo vender este trozo— dijo levantando un cuarto de queso del que nos estaba cortando las cuñas para probarlo. El aspecto era bastante seco, pero al probarlo me pareció ver a Don Quijote y Dulcinea besándose, y una sensación de placer inusitada llegó a mi cerebro más primitivo proveniente de mis papilas gustativas. ¡Qué pedazo de queso!

—Pero no pueden guardarlo en la nevera— siguió contando.

—Ya. Porque se seca, no? —contesté.

—No, por la denominación de origen. El suero es tan fuerte que puede con la nevera. Fermentará todo lo de dentro y tendrá que tirarlo. El queso también— dijo.

Así que salimos del molino con nuestro queso envuelto en un mantel de papel, pensando que igual llevábamos material apto para la guerra biológica. Un trocito de queso podría llegar a acabar con todas las neveras del mundo. ¡Cuidadín!

Menos mal que miré el GoogleMaps antes del viaje, porque no me hubiera perdonado pasar Despeñaperros por el túnel. ¡Con lo bonita que es la carretera! No es de los desfiladeros más impresionantes del mundo, pero después de las larguíiiiisimas rectas manchegas, un poco de rock and roll siempre viene bien. Bueno, slow rock, porque las vistas curva a curva son bien bonitas y hay que disfrutarlas. Y por fin, Andalucía.

montoroLa primera parada fue Montoro. No el ministro, el pueblo. -Festival del Humor-. Era nuestro primer pueblo blanco, aunque no está recogido en la lista oficial de pueblos blancos. Pero es que la mayoría de pueblos por aquí son blancos… Pero Montoro, situado en un pequeño risco formado por el Guadalquivir, ofrece unas vistas que bien valen pararse a comer un buen trozo de queso manchego denominación de origen.

Y Almodóvar del Río y su castillo a contraluz allá a lo alto, mientras nosotros nos tomábamos el café con hielo en mangas de camiseta en pleno diciembre… Cosas del Sur. Y Olvera, con sus castillo y su iglesia formando un skyline que ya querría para él otras ciudades más cools… O Setenil de las Bodegas, donde llegamos con las últimas luces del día. Desde arriba, viendo cómo el pueblo tapiza completamente de blanco el barranco, como debe ser. Porque todo el mundo va a ver sus calles-cueva, pero lo que de verdad nos impresionó de Setenil fue la vista desde arriba. Y sus villancicos al amor de la lumbre en el mercadillo, y la juerga andaluza que ya se vislumbraba por los cuatro costados.

¡Qué decir del tajo de Ronda! Que no es el río, sino el «tajo», de «corte». Porque como si alguien hubiera cortado la ciudad, un gran barranco la separa en dos mitades. Y allí está el Puente Nuevo para unirlas. Una mole de ingeniería de otros siglos que aúna funcionalidad con belleza. Para verlo en su máximo esplendor, lo mejor es recorrer un camino empedrado que se mete en lo mas hondo del tajo. Y hacelo ya de noche y en moto, es lo más… Hasta que llegas al mirador y te encuentras un coche con los vidrios empañados… ¡A ver desde dónde hago yo la foto ahora! Pero la hicimos, que conste.

rondaPor la mañana, descubrir las alturas del tajo desde el Balcón del Coño, o atravesar el puente de un lado a otro disfrutando del solecito, hicieron que saliéramos algo tarde de Ronda. Hay unas carreteras magníficas por la zona, con unas vistas espectaculares. Nos dirigíamos a Zahara de la Sierra, que se apareció ante nosotros presidiendo el embalse, de aguas turquesas. Recorrimos sus empinadísimas calles siempre encaladas, hicimos las fotos oportunas y seguimos camino hacia Grazalema por el Puerto de Las Palomas. ¡Qué maravilla de carretera! Podíamos ver sus muretes allá arriba, simulando enormes murallas que coronaban los riscos. La carretera va y viene adentrándose en la montaña, para reaparecer nuevamente en el otro lado.

Grazalema… Me quedo con la vista desde la carretera, a ras de tejados, que te dan una visión diferente de lo que habíamos visto hasta ahora. Volando bajo. Y Ubrique. Sí, el del torero. Mucho más grande de lo que imaginaba. Paramos a comprar pan en una tienda, donde el tiempo es más relativo que en casa de Einstein. Ritmo sureño, le llaman.

No zerá polizía, no? —dijo un señor arrugado y de una tez verde aceituna dirigiéndose a Belén. —Con er trahe eze fosforito, lo pareze. Aquí tenemo una polizía que ez hembra como uhté. Pero no, no eh uhté—. Para gente del norte como yo, aunque tenga la mitad de mi sangre andaluza, sigue siendo sorprendente la gente del sur.

Cuando ves un cartel en la carretera que pone «peligro, carretera ondulada», nunca sabes si se refiere a ondulaciones en el plano horizontal o vertical. O sea, que si es en el plano vertical significa que hay curvas -guay-, pero si es en el horizontal lo que significa es que te vas a meter en una carretera con más baches que la madre que la parió. Y así fue mientras recorríamos el Parque Natural de los Arcornocales dirección Algar, donde finalmente volvimos a sacar nuestro queso manchego bajo la atenta mirada de un puñado de gallinas, que tenían los parterres del pueblo como extensión pija de su corral. Sorprendía ver a todo el pueblo de fiesta, llenando las terrazas de los dos o tres bares que tiene el pueblo, vestidos de domingo. Vale, que era domingo, pero sorprende. Se ve que era la fiesta del jamón y del queso -mira por dónde-.

arcosubriqueEn Arcos de la Frontera seguía la jarana. La plaza y el balcón estaban ocupadas por la fiesta y el baile, a pesar de ser media tarde. La fiesta del jamón, nuevamente. Sorprende ver como en cada bar un grupo de parroquianos se arrancaban a cantar y a tocar palmas a la mínima. Y es que yo, cuando veo eso en alguna peli extranjera ambientada en España, me pongo negro pensando en el topicazo y en la exageración… pero se ver que por el sur esto es muy normal. Olé!

Buscando la iglesia prioral del Puerto de Santa María se nos hace de noche. Y…  ¿por qué el Puerto?, pensaréis. Porque de ahí provengo. Al menos en un cincuenta por ciento. De salió mi padre buscando el Norte. Tenía que devolverle la visita, no? ¿Y adivináis qué me encontré en plena plaza? Pues una hoguera dentro de un bidón, unas cuantas sillas en círculo y gente cantando. Ole, ole… y Ole!

¿Que a qué sabe Cádiz? Sin duda a cazón en adobo. Da igual si estás de cara al Atlántico o mirando las marismas. Da igual si te encuentras en el Castillo o admidando su catedral. Cái huele a cazón.

puertoLa mañana del inicio del retorno puede ser triste… o no, en función de lo que te encuentres. Y nosotros nos encontramos al cabo Trafalgar. Sí, donde Nelson nos dio pal pelo. Pero míralo él, allí encima de una columna en un Londres lluvioso y oscuro, mientras aquí los chavales se pasan la mañana entre las arenas de Caños de Meca haciendo kite surf. ¿Al final quién gano, Nelson? ¿Eh?

Zahara de los Atunes, Barbate, la duna de Bolonia… Seguíamos avanzando hacia el sur mientras el viento nos dificultaba el camino. ¡Cuántas veces habré oído eso de «temporal de levante en el Estrecho«! Pues ahora lo estábamos sufriendo en nuestras propias carnes. Pero llegamos finalmente al sur. Tarifa.

N36º0’31.135″. Ese es el punto más al sur de Europa donde puedes llegar en moto, sin coger barcos.  Y estábamos ahí, frente al fuerte y el faro. Yo he llegado 4 veces en moto a Cabo Norte, su homónimo septentrional. Belén una (y en 125cc!!).  A Punta Tarifa le traía noticias de su primo del norte: «Mira, primo: que sepas que aquí se pasa mucho frío en invierno, y lo mismo que tú tienes surferos,  en los veranos vienen a visitarme muchos moteros. Bueno, alguno se viene incluso en invierno, pero debe estar un poco tarado…» Y cosas por el estilo. Cosas de familia.

tarifaY como siempre que llegas al punto más alejado, solamente queda volver. Volver por el Mirador del Estrecho, viendo cómo la costa africana se desdibujaba por las nubes bajas, por Marbella y su puerto Banús, que también infectamos con nuestro fermento del queso manchego, rodeados de las miradas de asombro de gente extraña que se bajaba de Ferraris o Maseratis. ¿Por qué visten tan raros los ricos? ¿Acaso son daltónicos? ¿Se inventan todas esas combinaciones de colores o les dieron un manual de pequeños? Misterios de la jet set.

Y el broche del  fin de fiesta fue la cena de picoteo en Jaén, con nuestro amigo Paco. Es muy curioso, porque nunca sabes qué vas a cenar. O sea que tú pides las cañas, y ellos te ponen algo. Gratis. Que sí, que ya sabía de qué iba esto del tapeo, pero para un catalán acostumbrado a pagar 2.60€ por una caña y 1.50€ por un plato de aceitunas -que no olivas-, que te pongan un plato de migas, unas bravas o unos choricitos con encurtidos así por la cara, como que choca. Para bien, pero choca.

A ver… Que con la tontería nos hemos plantado ya en el martes, y al día siguiente había que trabajar. Si miras el mapa, ves que te encuentras a 900 kilómetros de casa. Mejor pongo novecientos en letra, que parecen menos sin tanto cero. Así que al final decidimos tragarnos toooda la autovía A-4, y luego tooooda la A-2 para -previo paso por Zaragoza- llegar a casa. Cansado pero satisfecho.

Me llevo de Andalucía los sabores a cazón y pescaíto frito. El olor a alegría. A mar y a fino. A manzanilla y oloroso. A fiesta. Como un soplo de aire fresco, los rancios del norte deberíamos empaparnos de esa alegría, envolverla en un mantel de papel como si fuera un queso manchego denominación de origen y traérnosla a nuestros aburridos días cuadriculados aquí, en el Norte. Porque no sé si todo Sur necesita algo del Norte, pero estoy seguro que todo Norte requiere algo de Sur. Una pizca aunque sea. Una miaja.

2 comentarios en “En busca del Sur

  1. Pablo Sancho

    Buen relato. Todo sea por la denominación de origen y los pantalones rojos, con camisas a cuadros de la «Jet Set» marbellí.

    😉

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.