No sé cómo pude dudar del destino de ese fin de semana. Se acababa octubre, y no nos podíamos quedar sin ver los colores del otoño en los bosques navarros. Si ya una vez nos sorprendieron los innumerables tonos de verdes de la zona, ese fin de semana quería descubrir el rango de ocres de sus árboles.
Tener como destino el viernes una población a escasos cien kilómetros de Zaragoza no me inspira nada de aventura. Pero cuando trazas una ruta alternativa, rodeando el Moncayopor Soria para llegar a Tudela ya bien entrada la noche tras más de doscientos cincuenta kilómetros de curvas, la cosa cambia. Así que a buen ritmo recorrimos los primeros setenta kilómetros de autovía hasta llegar a El Frasno, y una vez allí nos adentramos en la red terciaria de carreteras, la que más mola.
Llegamos a Illueca con las últimas luces, lo justo para poner gasolina, revisar presiones de las ruedas y divisar en lo alto del pueblo el castillo-palacio del Papa Luna. Sin mucho más tiempo que perder, seguimos por carreteras de dudoso asfalto y poco calibre, insuficiente como para albergar un coche y nuestras motos con maletas, así que extremamos precauciones. Además, la noche ya era casi cerrada cuando vi al primero de los dos corzos que se cruzaron esa noche delante nuestro, sin contar con el pobre pajarillo -o murciélago, vete a saber- que impactó con el protector de manos y de rebote con mi casco, afortunadamente sin daños (para mí… para él… creo que bastantes).
Ágreda quedó a la derecha, y llegamos a Tudela justo a tiempo para recorrer su casco viejo por callejuelas que posiblemente no sean muy recomendables a esas horas, hasta que llegamos a la catedral. Su Puerta del Juicio se esconde entre esquinas y callejuelas adyacentes. Nos acompañaba el sorprendente ruido de los picos de las múltiples cigüeñas que, como si fueran blancas quimeras, permanecían inmóviles repartidas por el techado de la vieja catedral. Unos acordes de órgano salían por la puerta entreabierta, lo que invitaba a entrar a pesar de las intempestivas horas -más de las diez de la noche-. Pero no lo hicimos, prefiriendo no estorbar al organista que a buen seguro ensayaba para la misa del día siguiente. Huevos con patatas y pimientos, pulpo, caldo y boletus al ajillo acompañaron al rioja que saboreamos para reponer fuerzas.
La mañana amaneció gris y apagada el sábado en Tudela. Tras el desayuno y la visita a la decepcionante torre de Monreal, pusimos rumbo al cercano pueblo de Fitero, que alberga un monasterio incrustado entre sus callejuelas del centro. Se denomina belena al pasadizo que queda entre el perímetro del monasterio y las casas adyacentes, y lo recorrimos en busca de la mejor foto del conjunto románico, que sin duda se encuentra en la parte trasera de la iglesia, donde se abre una plaza con el ábside.
Calatayud presenta una catedral, a poco de entrar en el pueblo y atravesar el río Cidacos, que no entusiasma por fuera pero que sí lo hace en su interior, así que hará bien el viajero que no la pase de largo. Así como visitar el claustro plateresco del monasterio de Iratxe, o probar el vino tinto que sale de la fuente cercana, destinada a aliviar el Camino a los peregrinos.
El Cerco de Artajona es un conjunto poco conocido, pero no por ello menos bello. Cuando llegas a la población por el sur, la vista decepciona, ya que únicamente puedes ver parte de las murallas y una iglesia en lo alto de la colina. Pero si la rodeas por la cara norte, la muralla muestra sus magníficas torres de vigilancia, dotando al conjunto de la belleza esperada. Hará bien el viajero de no perder excesivo tiempo en el interior del cerco, ya que no presenta el interés que suscita desde fuera.
Comida a base de tosta en Tafalla, y visita fugaz a Olite, con su castillo y su iglesia. Turismo a tope, para ver un castillo con el que seguramente se podría inspirar el señor Disney o el señor Exín. Como ya habíamos estado en alguna otra ocasión, nos vamos hacia Ujué y su iglesia fortificada. Las callejuelas en forma de almendra rodean el conjunto, que bien vale una visita, tanto por dentro como por fuera. Y después San Martín de Unx, donde tras pasear por la zona histórica, prácticamente desértica, repusimos fuerzas en un bar frecuentado por algún que otro motero. Y es que las carreteras de la zona bien lo valen.
Ya con el ocaso acechando tras cada curva, tomamos carretera hacia Olleta y después hacia Pueyo. Malas carreteras, estrechas y casi olvidadas, como nos gustan a los viajeros. Todo un acierto para llegar finalmente a Santa María de Eunate, la iglesia templaria octogonal con un curios claustro que la rodea. Quizá, lo mejor del día, la guinda del pastel antes de llegar a Pamplona y su calle Estafeta, que sigue siendo mi preferida a pesar de que la oferta gastronómica parece haberse concentrado en la calle San Nicolás.
El domingo nos levantamos con una hora más en el bolsillo y con la «patada-incidente» entre Rossi y Márquez, detalle que suscribo aquí a sabiendas que el hecho será un hito histórico para todos los que nos apasionan las motos. Pero nosotros tenemos otras expectativas casi mejores, como adentrarnos en los bosques del norte de la comunidad Foral. Por ello nos dirigimos por nacional hasta Espinal, para luego coger la fantástica NA-140 hasta Escároz. Las colinas verdes, los bosques de infinitos colores ocres, y las nubes cresteando la frontera con Francia amenizaron nuestra ruta, que se dirigió luego hacia el sur hacia la Foz de Arbayún primero, y la de Lumbier después. Sin ninguna duda, mucho más recomendable la primera que la segunda, tanto por la espectacularidad de las vistas, como por la menor afluencia de gente. La Foz de Lumbier requiere caminar algunos cientos de metros, atravesando un antiguo túnel ferroviario, y los buitres te observan desde pocos metros, en lo alto de los peñascos, pero el espectáculo paisajístico no es comparable a las de Arbayún.
Dada la hora, nos saltamos Javier y su castillo, ya conocido en otras rutas, así como Sos del Rey Católico y Sádaba. Lo que sí apunté en la lista de cosas pendientes es visitar Sangüesa en la próxima ocasión. Y así, a la hora de comer, llegamos finalmente a Zaragoza.
Debería mencionar sin dudarlo ni un instante la sorpresa que me produjo el ritmo que Belén imponía a su nueva F650GS. Era la segunda ruta y yo prácticamente no tuve que esperarla o darla indicación alguna, llevando un ritmo cómodo de viaje, lo suficientemente rápido como para disfrutar del trazado sinuoso, lo suficientemente lento como para disfrutar de los paisajes que nos brindó el incipiente otoño de Navarra. Huelga decir que descubrí ocres y marrones que no conocía, y a pesar de que el ojo masculino es incapaz de ver mucho más allá que seis o siete colores, disfruté con ese caleidoscopio otoñal. Ni me imagino lo que sería para Belén, que a pesar de un fuerte trancazo e incluso algo de fiebre, derramaba felicidad y alegría como cada vez que se pone al mando de su nueva BMW.
Como ya va a ser habitual, podéis descargaros la guía turística y el roadbook completo de este viaje desde la página de roadbooks de este sitio.