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Altercados búlgaros. Retorno al Este. Cap. 9


Hay veces que no te entiendes con la gente. Y si son búlgaros y no tienen ni idea de inglés, más posibilidades tienes. Pues hoy ha sido uno de ellos. No uno ni dos ni tres, sino hasta cuatro veces he llegado a tener malentendidos con búlgaros. Y mira que me esfuerzo.

Todo empezó en la insulsa población de Blagoevgrado, donde debíamos buscar desesperadamente un lugar para desayunar. Y digo desesperadamente porque hoy he podido comprobar que si a Belén no le das un café con leche de buena mañana se trasforma en Mr. Hyde. Pero claro, en una ciudad prácticamente sin turismo encontrar un bar donde conseguir un café con leche y un croissant es complicado (luego comprobé que cruasan entra en su vocabulario, pero a esas horas de la mañana aún no lo sabía). Al final acabamos comprando cuatro cosas en un supermercado.

ALTERCADO 1: Ni se te ocurra subir la moto a la acera delante de la señora que cuida los tickets de la zona azul. Tendría la edad de mi madre (más o menos) e insistía que la moto en la acera nada de nada. Y yo que le decía (en un correctísimo castellano) que había otras motos en la acera un poco más arriba. Y ella erre que erre que nasti de plasti, en un correctísimo búlgaro también. La cosa es que Belén estaba a favor de ella, supongo que debido a la falta de café con leche en sangre. Al final conseguí hacerle entender que en dos minutos habríamos comprado las magdalenas y nos iríamos de allí. Aunque ella no dejó de mirar las motos por el rabillo del ojo.

En un pueblo cercano se encuentran las Stobskite piramidi, que no dejaban de ser unas formaciones montañosas en forma de pirámide. Nos pillaba de camino, así que intentamos llegar hasta ellas. Tras un trozo de pista, llegamos a un parking, una taquilla y una visita guiada. Me negué en redondo, aunque Belén (que aún no tenía su café con leche en el cuerpo) no estaba muy de acuerdo. Sin que sirva de precedente, tratándose de mujeres, logré salirme nuevamente con la mía.

Seguimos camino hasta el Monasterio de Rila. Camino por decir algo, porque nos chupamos veinte kilómetros de obras de ida, y otros veinte de vuelta. En medio de un valle entre montañas, este monasterio pintado a listas blancas y negras alberga en su centro la iglesia de la Natividad, profusamente decorada por dentro, y también por fuera, de vistosos y coloridos frescos. 


Dentro, un par de monjes ortodoxos, de casi dos metros de altura y aspecto tosco y descuidado. Afortunadamente no tuve ningún altercado con ninguno de ellos. 


Hasta Sofía quedaban poco menos de cien kilómetros que los hicimos a caballo entre la carretera y la autopista, para intentar recuperar algo del tiempo perdido en las obras. Era la hora de comer (algo pasada, en realidad incluso para los estándares españoles), así que decidimos ir a un McDonald’s de las afueras de la capital antes de ir al hotel.

ALTERCADO 2: En mis andanzas por el mundo, siempre en algún momento u otro ha caído algún McDonald’s. Suelen ser rápidos, serviciales y tener un nivel aceptable de inglés. Menos en Bulgaria. Prácticamente no había gente y tardaron más de 10 minutos en atendernos. La cara de Mario, el dependiente, era de desprecio absoluto. A duras penas entendió lo de «two menús BigMac with french fries and Coke Zero». Y luego que de Zero nada, que la máquina no iba. Pase. Y después que quería ketchup y Mr Mario Bros me pedía nosequé en Búlgaro. Y yo que le miro interrogativo y abierto a entenderle. Y a él que se le acababa la paciencia por momentos. Hasta que entiendo -casi por infusión divina- que me pedía 1LV por el ketchup. Y todo esto para tener el peor BigMac que he tomado en mi vida, con el pan más que tostado absolutamente quemado. Quiero entender que Mario aún no se había tomado el café de la mañana. 

Sofía es enorme, con grandes avenidas donde el tráfico se diluye y no sufres tanto como en Skopje o Tirana. El centro presenta algunas atracciones turísticas, aunque la más recomendable sin duda es la Catedral de Alexandr Nevski, la segunda iglesia ortodoxa más grande de los Balcanes. 


ALTERCADO 3: Dentro de la catedral ya había visto el cartel de «no fotos», así que ya había guardado la cámara. Había dos o tres señores ataviados con grandes batas negras que se encargaban de reponer las velas, o de avisar a turistas que nada de usar el móvil. Pero hacían caso omiso a una señora que estaba reventando su cámara de tanto hacer fotos. Así que ni corto ni perezoso saco la mía para hacer lo propio. En ese preciso momento se me avalanzan dos de las batas negras al unísono, casi al borde del placaje, gritándome (sí, gritándome) «PHOTOS, TEN LEVA!! PHOTOS TEN LEVA». Vamos, que la señora de la cámara había soltado las 10 levas (unos 5 euros) por poder hacer fotos. En ese mismo momento, guardé la cámara y me puse a admirar los preciosos frescos del interior de la catedral. 

Después de recorrer el centro, y ya casi en nuestro hotel, decidimos cenar en Hadjidraganov’s house. Con ese nombre no podía ser otra cosa que un restaurante típico búlgaro de los que te ponen un menú incomprensible aunque esté en inglés. 

ALTERCADO 4: Cuando la camarera viene a tomarnos la comanda, yo intenté pedir alguna aclaración de unos de los platos. La chica me corta, y con una mirada que podría cortar un cristal blindado me dice «Good evening!!!» Ups! Y yo que creía que mi «Hello» con sonrisa incluida cuando se acercaba ya sería suficiente formalidad… Pues no, se ve que hay que ser extremadamente educado en Bulgaria. Al final, tuvimos hasta el equivalente búlgaro de la tuna tocándonos los grandes éxitos búlgaros de ayer y hoy especialmente para nosotros. 

En definitiva, que hoy he aprendido muchas cosas. Pero con total seguridad la que más me va a servir en la vida es que Belén necesita sí o sí su café con leche por la mañana. 

Atravesando Albania. Retorno al Este. Cap 7

La gran decisión de la mañana fue, además de saber dónde desayunar, si realizábamos la ruta prevista hasta el Lago Ohrid atravesando toda Albania, o nos quedábamos en su capital, Tirana. La ruta total no eran más de 340 kilómetros, pero el GPS daba más de 7 horas para recorrerlos. Cosas de Albania. Al final, desayunamos cosas compradas en un supermercado y nos decantamos por la ruta larga. La aventura es la aventura.

La costa sur de Montenegro es de otro nivel a lo que ya vimos más al norte, Croacia incluida. Aquí reinan los hoteles grandes y las playas repletas de tumbonas y sombrillas perfectamente alineadas. El máximo exponente es Sveti Stefan, una isla privada para los más pudientes. 

Sabes lo importante que son los pictogramas internacionales cuando vas al baño de una gasolinera montenegrina y ves dos carteles que ponen «covjek» y «zena». Tuve que girarme a la dependienta para, señalándome a mí mismo preguntarle: «¿Covjek o Zena?»

Y tras pasar la frontera montenegrino-albanesa como dos jefes por el lado de los peatones y sin parar (gentileza de los guardias), ya rodábamos por el peligroso suelo albanés. Mi pensamiento en ese momento, además de no ser arrollado por alguno de los múltiples Mercedes que circulaban a nuestro lado, es saber cómo saldríamos por la frontera con Macedonia sin el sello de entrada al país. Pero eso ya sería después, así que mejor preocuparse por lo de los Mercedes. 

La circulación en Albania es caótica. En cada una de las tres veces que la he atravesado he notado mucha más modernidad tanto en las carreteras como en la gente que circula. Hoy por ejemplo solamente hemos visto un carro tirado por un burro, cosa que en otros viajes estaba a la orden del día. Pero lo peor han sido los atascos. Kilométricos, sobre todo de entrada en Tirana. Porque en albanés no existe la palabra «circunvalación», y tienes que atravesar la capital por el mismísimo centro para poder seguir ruta. Y si quieres comprar la preceptiva pegatina del país, date por muerto: no existen tiendas de souvenirs, o al menos, son muy difíciles de encontrar. Pero no os preocupéis, que al final, in extremis en Pogradec, el último pueblo antes de la frontera, hemos localizado una tienda de souvenirs con pegatinas. 


Y así hemos ido atravesando el país, hasta la frontera con Macedonia, ya a orillas del lago Ohrid. El funcionario albanés se ha tomado las cosas con calma, poniendo caras raras al comprobar en el ordenador -supongo- que no teníamos entrada. Pero al final nos ha sellado el pasaporte y hemos podido salir. La cola estaba ahora en el lado macedonio, y no parecía moverse. Hasta que un funcionario motero se ha apiadado de nosotros y nos ha colado. Mientras nos sellaban los pasaportes, me ha enseñado una foto de su Adventure partida por la mitad mientras le cambiaban el embrague. Entrañable. 

Hemos llegado al apartamento justo a tiempo para ver cómo se ponía el sol justo encima del lago Ohrid. Simplemente espectacular. Mañana recorreremos Macedonia y seguramente entraremos ya en Bulgaria. Os seguiremos contando si es que no os aburrimos mucho. Un saludo!

Bosnia pasada por agua. Retorno al Este. Cap. 5


Sabes de esos días que el sol da con fuerza, el asfalto parece que se derrita bajo tus ruedas y te sobra toda la ropa de la moto? Pues hoy no era ese día. Ya ha amanecido en Zadar algo nublado, aunque la vista de la costa desde el apartamento presagiaba otro día radiante. Solamente hacía falta darse la vuelta para ver los nubarrones. Pero bueno, así hemos llegado hasta Šibenik. Pero nos ha costado lo suyo. Kilómetros y kilómetros de caravanas a poco que llegabas a un pueblo. Como no hacía buen día se supone que los turistas han abandonado las paupérrimas playas para lanzarse a la carretera. Porque allí estaban todos. Fijo. 

En Šibenik, tras una buena caravana de entrada -como no- finalmente hemos encontrado sitio, más o menos, en un aparcamiento de motos. Hemos callejeado hasta la catedral. Es extraña, de esas en las que su fachada principal no vale mucho la pena, su fachada lateral tampoco, y su interior no mata. Pero el conjunto es armonioso y aprueba con nota. 


Luego hemos intentado encontrar el Drazen Petrovi? Memorial, una pequeña estatua conmemorativa al jugador de baloncesto más grande que dio la ciudad. Después de mucho buscar, solamente hemos encontrado un mural, pero sin rastro de la estatua. Y a bien seguro que estaba cerca. Otra vez será.


Y luego ha comenzado el diluvio. Rayos y truenos y lluvia copiosa y continua hasta llegar a la frontera con Bosnia. Y luego más agua y más truenos. Había diseñado una ruta por alguna carretera pintoresca, pero visto el percal he decidido meterle directamente la dirección del hotel en Mostar. Pero sabes de esos días en los que el GPS se pone tontorrón y te quiere buscar las cosquillas? Pues eso. Primero que nos quería meter por unas pistas. Y mira que no le suelo hacer ascos a un poco de tierra, pero las condiciones climatológicas no invitaban a muchas alegrías. Así que recalculando nuevamente, mi Garmin ha decidido que lo mejor es llegar a Mostar por las peores carreteras del mundo. Os juro que sacaba la pierna para sentir el agarre del asfalto y parecía hielo. Sí, una sensación muy parecida a cuando subí a Cabo Norte en invierno. El asfalto bosnio es incompatible con el agua, os lo digo yo. 

Y con mucho cuidado hemos llegado, sin parada para comer, a Mostar. Y nada más llegar al hotel, vemos cómo unas ¿rumanas? eran pilladas por la propia víctima tras mangar unas carteras. Forcejeos gritos… Toda una bienvenida a la ciudad. En ese momento, la recepcionista del hotel nos ha invitado a dejar las motos en un parking interior «para más seguridad». Por supuesto que sí!

Mostar… preciosa al atardecer. Porque a todo esto había dejado de llover pocos kilómetros antes de llegar a la ciudad. Incluso ha salido un tímido arco iris. Pasear por el casco viejo, descubrir nuevamente el puente, escuchar a los muyaidines vociferar desde cada mezquita… Otro mundo. La puesta de sol nos ha brindado, sin duda, el momentazo del día. Toda una recompensa a un día duro de verdad, en el que Belén, como ya me tiene acostumbrado, se ha portado como una campeona, tras muchas horas sobre la moto y bajo la lluvia y el frío, y sin rechistar ni un solo momento. Ole, valiente!


Seguro que Belén os habla en su crónica de las niñas pidiendo por las calles y todo eso, pero yo prefiero quedarme con los colores del atardecer sobre el río Neretva. 


Mañana seguirá lloviendo, así que puede que improvisemos un cambio de ruta sobre la marcha. Eso me suele estresar, pero en el fondo, me hace sentir vivo. Buenas noches, aventureros!

Sardinas junto al mar en Zadar. Retorno al Este. Cap. 4


En un cubilete de cartón, la chica fue metiendo uno a uno todos los ingredientes. Primero, unas hojas verdes. Luego, una especie de patata asada. Posteriormente unas verduras asadas, juntamente con unos trozos de tomate aliñados y un pesto. Y finalmente las sardinas recién asadas. A rebosar. Como para una boda. Fuimos encontrando todos esos sabores sentados en el muelle de Zadar, con los pies colgando mientras las olas se esforzaban por llegar a nuestros pies. Allá a lo lejos, los relámpagos iluminaban parcialmente un horizonte completamente a oscuras. «Será un recuerdo de esos imborrables«, pensé.

Pero el día había empezado mucho antes, cerca de Opatija. Pasamos brevemente por Bakar, una pequeña población encajonada entre autovías e instalaciones industriales, pero que conserva la esencia de un tranquilo y pequeño puerto de mar. Y luego por Senj, donde existe un monolito que recuerda que allí atravesamos el paralelo 45º. O lo que es lo mismo, que nos encontramos exactamente a la misma distancia del polo norte que del ecuador, pero eso es más que discutible. Cosas del achatamiento de los polos. Y también es discutible que haya exactamente 5.000 kilómetros a cualquiera de esos dos puntos. ¿Exactamente? ¡Anda ya!


Las caravanas de la costa nos estaban volviendo locos. Es mi tercer agosto por estas tierras, y nunca había visto tal densidad de tráfico. Era agobiante. Entre caravana y caravana, nos quedábamos embobados deleitándonos con las vistas de la costa croata. Pero al final decidimos meternos hacia el interior. Y allí comenzaron a aflorar los edificios con desconchones de bala, que nos recuerdan la cercana guerra de los Balcanes. Pero seguro que en los próximos días veremos más de eso. 
Nuestro siguiente objetivo era la base aérea abandonada de Zeljava. Una frikada, vamos. Pero ha molado. De las entradas de los búnkers salía un aire fresco que contrastaba con el ambiente sofocante del exterior. Una señal recuerda que la zona puede tener aún minas, así que había que ir al tanto. Y a nuestro frente, las pistas de aterrizaje. Y de despegue, que son las mismas. Las recorremos con un sentimiento de travesuras difícil de explicar. ¿Quién no ha deseado nunca rodar con tu moto por una auténtica pista de aterrizaje? (O de despegue).


Y tras una comida a pie de carretera con hornillo incluido, acabamos en Zadar. Ya la conocíamos de otro viaje anterior, pero esta vez veníamos a escuchar el órgano marino, un original muelle con unos orificios donde entra el oleaje del mar, creando sonidos armónicos como si de un órgano se tratara. Al principio era un sonido melódico, como de esos que escuchas cuando entras en el Natura. Pero en un momento en el que las olas rompían con fuerza, el órgano pareció encabritarse, aullando estridentes notas a cuál más discordante, como si del final de Encuentros en la Tercera Fase se tratara (sí, hay que ser muy friki para entender el símil, ya sé).

Y tras despedir al sol y ver cómo la descomunal placa solar descargaba miles de colores en el suelo del muelle (pagarán tasa solar, estos?), decidimos cenar. Y aquí es donde vienen las sardinas (el lector poco ducho en lecturas debe saber que a veces se altera el orden de los acontecimientos para dar algo más de interés al inicio de la narración. Pero por supuesto, tú ya lo sabías).

A poco de acostarnos solo espero que la jauría de niños que alborotan la casa donde tenemos nuestro ático se cansen pronto de vociferar por el pasillo, porque soy capaz de invocar a San Herodes como no callen. O lo que viene a ser lo mismo: 

Cuán gritan esos malditos! Más mal rayo me parta, si en concluyendo esta carta no pagan caros sus gritos…

pero en versión moderna. Buenas noches. 

Istria y los melocotones en remojo. Retorno al Este. Cap. 3

La península de Istria es un pedazo de tierra que cuelga de lo alto de Croacia y que en algún que otro viaje por la zona me lo salté. Hasta que la visité y desde entronces no puedo dejar de hacerlo. Y aún no sé por qué. Igual es por no perderme Piran, aún en Eslovenia y su callejuelba a pie de puerto. 

O igual es por Pore?, ya en Croacia y su casco antiguo. Esta vez visitamos la Basílica Eufrásica y sus mosaicos milenarios. O puede ser por Rovinj, que se unía a última hora a la ruta al ver hace poco una foto que quería hacer. Porque no es la primera -ni la última- vez que viajo en pos de una foto concreta. Y hoy la ruta persiguió a esta foto: 

Igual ya no me salto Istria por visitar Pula y su magnífico anfiteatro romano, el quinto mayor del mundo, y todo un desconocido hasta que Toño Aracata fue portada de TheRutaMagazine con él a su espalda. O quizá por la costa este de Istria, con unas vistas al mar Adriático desde lo alto que quitan el hipo, y que no dejan de sorprenderme cada vez que paso por allí. 

Pero ahora hay otro motivo para visitar Istria en cada viaje por Croacia. Y no es otro que recordar a Belén, vestida de moto pero con los pantalones arremangados metiendo los pies en el agua mientras disfruta de un melocotón. Ver su cara de felicidad con tan pequeño gesto, ha valido los 400 kilómetros de hoy, y la caravana que hemos sufrido llegando a Opatija. Pequeños detalles.

Entrenando con los amigos…

Un paseo por la Catalunya Norte


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Son 590. Ni 4, ni 8, ni 15, ni 16 ni 23 ni 42. 590 es mi “número chungo”. Desde que conzco esa cifra escandalosa, a veces pienso que no seré capaz. 590 son la cantidad de kilómetros que he de hacer cada día durante el viaje al Cabo Norte. Algunos días más, y algunos días menos… es lo que tienen las medias (las medias estadísticas, me refiero).

Por ese motivo, cualquier excusa para ponerme encima de la moto y hacer kilómetros no la dejo desaprovechar. He de autoconvencerme que puedo hacer 590 kilómetros al día durante 26 días (vamos mal… solamente de escribirlo me entra vértigo…). Este fin de semana, tras aplazarse un viaje previsto a Biarritz (en moto, por supuesto… pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión), aproveché una salida motera de mis amigos para ir a hacer kilómetros. No han sido 590, han sido unos pocos menos, unos 445 en poco más de 5 horas y media. Algo de autovía y mucho de carretera de montaña. Ripoll, Berga, Coll de Nargó… las poblaciones iban apareciendo y desapareciendo rodeando la carretera. Algunas veces con buen asfalto, otras con no tanto; algunas veces húmeda pero la mayoría en seco; pero siempre divertidas. Durante el trayecto hemos tenido que socorrer a una Ducati Monster que ha acabado bajo el guardarraíl de estas carreteras de montaña, afortunadamente sin consecuencias graves para sus ocupantes. Durante más de una hora hemos demostrado que el espíritu motero sigue ahí, a la espera de ayudar al compañero accidentado hasta que lleguen las asistencias. Y eso reconforta tanto por hacer de buen samaritano como por saber, a ciencia cierta, que si yo me encuentro en esa situación, alguno de nuestra “familia motera” vendrá a socorrerme.

Los neumáticos de la BMW F800GS no se encuentran en su mejor momento ni mucho menos. Están en fase de “estirar” su duración lo máximo posible, y por ello no me daban excesiva confianza. Pero aún así hemos ido lo suficientemente rápidos como para que me plantee si estos kilómetros me han servido de entrenamiento. Pero sí, ha habido algunos aspectos interesantísimos que servirán en gran medida para el gran viaje.

El GPS. El alimentador del GPS falla más que una escopeta de feria, y al final he decidido utilizarlo con las pilas, en lugar de con la toma de corriente de la BMW. Es un detalle a mejorar de cara al próximo viaje.

El casco. Llevo dos días utilizando un Shoei Multitech convertible que me ha dado buenas sensaciones. A pesar de ser menos liviano que mi BMW Enduro, su mayor aerodinámica lo hace más confortable. Hoy me he puesto el habitual BMW y en la autovía, con bastante viento y a un ritmo rapidillo se hace muy incómodo. Claro que las ventajas de la gran amplitud de visión y la comodidad también pesan, pero con viento no hay color. Además un convertible me permite hacer fotos sin quitarme el casco (llevo una reflex). Es un dato que seguiré analizando antes de tomar la decisión definitiva.

El ir acompañado. Indudablemente echaré en falta las risas que me pego con mis amigos en las paradas. Indudablemente es mucho más divertido ir en compañía. Pero las paradas siempre son más largas, los adelantamientos se eternizan y en definitiva se pierde tiempo. A demás, TheLongWayNorth es un viaje de aventura, y la aventura está en esa cifra mágica (590) y en la soledad durante 26 días.

En definitiva, una salida a un ritmo elevado, que no tiene nada que ver con el viaje de este verano… pero del que se puede aprender y madurar. Lo maduraremos esta semana, porque la semana que viene todos Salimos a dar una Vuelta con Fabián. No? (que por cierto, me ha nombrado su médico oficial durante su viaje de dos años… y yo encantado!! Esperemos que no me de nada de trabajo!).

De momento te puedes descargar la ruta de hoy para el Google Earth aquí.
Y si no tienes Google Earth, también puedes ver la ruta aquí.

TheLongWayLeft, el video

Los últimos días me he dedicado a finalizar la edición del video resumen de TheLongWayLeft. No es mi mejor video. Su finalidad era servir de prueba del material. La cámara del casco estuvo siempre torcida. Su distancia focal no es la más idonea. Pero a pesar de ser una prueba -y en este sentido ha sido muy útil- no podía dejar de compartirlo. Además, el YouTube no me ha dejado poner la banda sonora original (que quedaba muy bien) y he tenido que cambiarla. Así que sed benevolentes!

TheLongWayLeft: Epílogo

El viaje ya ha tocado a su fin y desde la serenidad de mi casa es momento de hacer balance. He encontrado muchas cosas positivas, y alguna negativa pero salvable.  De hecho, el principal motivo de hacer este viaje es el de encontrar estos pequeños -o grandes- problemas antes de irme hacia Noruega. Así que vamos por partes.

Moto:
La moto ha estado soberbia. No deja de sorprenderme a cada kilómetro que hago con ella. El motor tiene suficiente potencia para realizar cosas razonables en ruta. Obviamente no tiene la aceleración ni la velocidad de una superdeportiva, pero es que no es una superdeportiva. Mucho peso -sobre todo con las maletas-  para pistas sin asfaltar, pero tampoco es para lo que la necesito. Una de mis mayores preocupaciones era lo incómodo del sillín, muy estrecho y duro. Y es verdad que lo es, pero con los días me he ido acostumbrando. Quizá sería conveniente mirar alguno de esos cojines de gel que se pueden acoplar. Pero me da miedo entonces que sea más alta de lo que ya es.
Una cosa molesta que ha ido incrementando a lo largo del viaje son las vibraciones que transmitía el manillar. En las autopistas, sobre todo a la ida, se me llegaban a dormir las manos al cabo de unas cuantas horas. Pero el mayor problema son las sacudidas –shimmies– que notaba entre 80 y 100 km/h. Clásicamente suelen ser debidos a problemas con el tren posterior, generalmente desgaste del neumático. El neumático estaba casi en las últimas -han llegado como para hacer 1000 o 2000 kilómetros más, tanto el delantero como el trasero. Esta moto gasta los dos neumáticos por igual…-. Si le añadimos el peso de las maletas, lógicamente la geometría de la moto cambia, por mucho que haya intentado compensar con el reglaje del amortiguador. Acabo de quitarle las maletas. Mañana veremos si sigue vibrando. 
Los consumos han sido muy comedidos los días que no he pisado la autopista -del orden de 4,2 litros/100km- pero me han sorprendido por lo elevados en las vías rápidas, donde se disparaban a los 6 litros, sin hacer puntas de velocidad muy grandes. Obviamente las maletas muy aerodinámicas no eran, y supongo que esa es la explicación más plausible. 
Accesorios:
Las maletas me han encantado. Son algo estrechas para que me quepa bien las mochilas que llevo, pero he aprendido a estibar la carga de manera que no tenga problemas. Tenía miedo por si entraba agua, y llevaba preparadas diversas fundas impermeables para todos los bultos, pero no han hecho falta, y mira que ha llovido. Son verdaderamente estancas. Las apoyé una vez en la excursión por la tierra del segundo día, pero ni se nota. Lo que sí se nota es el bollo que le hice con una pilona metálica días antes de salir.
Los faros auxiliares me tienen enamorado. Me gustan estéticamente, y cuando los conectas de noche, se hace de día. Obviamente de noche deslumbran, y hay que usarlos como si fueran largas, pero la mayor utilidad la he encontrado de día, donde aumentan enormemente tu visibilidad a los otros vehículos. Vamos, que se enteran que vienes.
Las defensas afortunadamente no las he probado. La única vez que apoyé la moto en el suelo, únicamente tocó la maleta y la estribera. Veo que las defensas, con las maletas puestas, no tienen excesiva función, al menos en caídas en parado. Esperemos no tenerlo que probar en caídas más rápidas.
Soberbia la idea de incorporar un candado de bici para dejar allí el casco cuando me alejo de la moto. No cabe en las maletas laterales, y muy justo en el cofre, siempre que esté vacío. 
Gadgets:
La cámara portátil es lo que me ha dado más dolores de cabeza. Tras 6 días de uso aún soy incapaz de ponerla alineada con el horizonte. Cuando parece que lo tengo, veo que sigue torcido al probarla. Pero vamos, supongo que será cosa de seguir probando. De todas maneras veo que tiene una focal demasiado grande, me gustaría que fuera algo más gran angular. Pero por el precio, tampoco puedo pedir mucho. Si es que graba hasta el sonido! El mayor problema lo tuve a la vuelta. Se me “inundó” el bolsillo de la chaqueta y quedó ahí flotando. De momento no funciona, pero la tengo ahí secándose, a ver si suena la flauta.
El GPS me va genial. Quizá para ruta sería mejor de otro tipo, pero el Garmin GPSMap 60CSx me permite también excursiones fuera pista o trekkings. No lo cambio por ningún otro. Debido a la lluvia del último día parece que el adaptador tipo “mechero” que le daba corriente también ha dicho basta. Los últimos 150 kilómetros los hice con pilas, y se me iba apagando cada cierto tiempo. El indicador de la batería fluctuaba mucho, pero las pilas que le puse estaban ya bastante trotadas. Lo ideal es comprar otro adaptador de mechero y aislarlo del agua con alguna chapucilla. Se admiten ideas que no sea la típica cinta aislante.
El intercomunicador Midland BT2 ha sido de gran utilidad para amenizar los tramos interminables. Por autopista, si se instalan los altavoces de manera correcta, permite escuchar bien la música -conectando via bluetooth el iPhone- hasta los 120 km/h. Más allá, o cuando hay mucho viento, comienzan a molestar. Obviamente no los he utilizado como intercomunicador, y sí algunas veces como teléfono manos libres, pero su mayor funcionalidad la encuentro en escuchar música. El pero es que se le acaba bastante rápido la batería, y en 4 o 5 horas de uso contínuo -al menos mi unidad- ya comienza a fallar. Tendré que probar sustituir el bluetooth por un cable, y así supongo que consumirá menos.
Otros:
He llevado demasiado equipaje. La mitad de las camisetas ni las he usado. He llevado dos mochilas para la cámara y objetivos, una para el transporte en la moto y otra para usarla mientas hago turismo, y podría haber llevado únicamente la pequeña. Así tendría más espacio para repartir la mochila de la ropa -que evidentemente ocupará más de cara al viaje al Cabo Norte-. En este sentido, el viaje ha sido muy provechoso para darme cuenta de ello.
El kilometraje que he ido haciendo también me ha servido para comprobar determinadas cosas: puedo aguantar sin dificultad unas 6 horas encima de la moto cada día. Obviamente el primer día de viaje puedes tirar más largo, y se pueden hacer 8 o 10, y llegar más allá de los 1000 kilómetros, pero estas alegrías no te las puedes permitir durante muchos días seguidos. Así que planificaré el viaje en etapas de unos 600 – 800 kilómetros, dependiendo del tipo de vía -intentaré utilizar la mínima autopista posible-.
Bueno, éstas han sido mis conclusiones después de 2.499 kilómetros en 35 horas y 55 minutos. Y en base a ellas seguiré preparando el viaje. TheLongWayLeft ya es historia, Ahora solo quedan 4 meses para TheLongWayNorth!!

TheLongWayLeft, episodio6: El Retorno

Burgos me despierta con el repiqueteo de las gotas de lluvia en la ventana de mi habitación. No me importa. Hoy es el regreso, y no tengo previsto hacer turismo. En lugar de volver por el camino más directo, haré alguna carretera de montaña que me acercará a la provincia de Soria, y una vez allí ya cogeré vías rápidas para llegar a casa lo antes posible.
Tengo el GPS programado para que no utilice ni autovías ni autopistas, ni tampoco pistas no asfaltadas. No quiero sorpresas, pero a pesar de esto, suelo tenerlas -bueno, la aventura es la aventura, no?-. Salgo de Burgos a las 10.30 de la mañana, y por culpa de esas sorpresas sigo en Burgos a las 11. La ruta parecía fácil: salir de la ciudad por la carretera de Logroño, y luego desviarse hacia Pineda de la Sierra por el Embalse de Arlanzón. El afán de mi Garmin por hacer que recorra menos kilómetros hace que me desvíe por carreteras secundarias que me acercarían -en teoría- a dicho embalse. Pero lo que no sabe el aparatejo que alguna de las carreteras secundarias que pretendía que recorriera estuvieran reposando debajo del lecho de un río. Aparte de que de asfaltada solamente tenía algún parche, la carretera desaparece bajo el agua a pocos metros de mis narices, mientras dos caballos que pastaban por la zona me miran sorprendidos. No hay alternativas posibles. Lo mejor es dar la vuelta, retornar a Burgos y seguir “a mano” las indicaciones de la N-120 hacia Logroño. 
Una vez en el camino correcto me arrepiento de pensar que me daba igual que lloviera. Los primeros tramos de la ruta, desde Villorobe hasta Salas de los Infantes son de un asfalto pésimo. Parches, socavones, gravilla… y además lloviendo! Menos mal que -aunque con dos armarios roperos colgando- llevo una trail. La suspensión trasera con más precarga de lo normal y el desequilibrado reparto de pesos hacen que tenga la sensación de que la rueda delantera esté casi flotando. Y es una sensación que no transmite ninguna confianza al negociar las curvas con este asfalto. Aprieto los dientes y voy avanzando bache a bache, socavón a socavón. Puede empeorar algo más? Claro que sí!. Echo un vistazo al termómetro de la BMW y veo un 2.5ºC parpadeando; peligro de hielo. Pues con el asfalto -por llamarle de alguna manera- empapado y con la lluvia que cae, tengo todas las papeletas para coger placas de hielo. Cualquier charco del asfalto -y hay muchos- que refleje más de la cuenta me asusta. Voy tanteando de vez en cuando el agarre de la carretera arrastrando el pie. “No, no resbala mucho aún” y sigo avanzando penosamente. El termómetro marca 1.5ºC y bajando. Cuanto más asciendo por la carretera, más desciende la temperatura. Finalmente llego a los 1400 metros del Puerto del Manquillo con nieve en los laterales y 1ºC en el termómetro. Pero ahora toca bajar. Prohibido tocar el freno delantero. Trazadas redonditas y suaves, reteniendo con el motor todo lo posible…
Desde Salas de los Infantes a San Leonardo de Yagüe la carretera es preciosa. Buen asfalto, curvas divinas, paisajes maravillosos. Sigue lloviendo, pero aún así voy disfrutando. A pesar de la climatología me cruzo con unas cuantas motos, lo que prueba que es una buena ruta motera. Continúa lloviendo camino a El Burgo de Osma y Almazán. Largas rectas hacen que recupere un poco de tiempo perdido en el pantano. Paro a comer en Morón de Almazán. Estoy empapado, pero por suerte el Gore-Tex ha hecho bien su trabajo. Allá donde dejo la chaqueta queda un charco de agua, que creo no le hizo mucha gracia a la camarera. Me disculpo, claro está. A pesar de que continúo seco, el frío me ha calado hasta los huesos, pero a los pocos minutos de estar encima de la moto se me pasa -o lo olvido, no lo sé-.
En Ariza me incorporo a la A-2 hacia Zaragoza. Se acabaron las carreteras, la última fase de TheLongWayLeft discurre íntegramente por vías rápidas. Replanifico el GPS para que no me intente sacar de la autovía en cada salida, y logro cruceros de 120 – 140. Paradójicamente, ha dejado de llover en el tramo que menos me importaba que lo hiciera. Algo de viento, pero no muy molesto. Aprovecho para secarme.
Cuando me quedan escasos 150 km para llegar a casa, los aparatos electrónicos que llevo encima se revelan. El intercomunicador que me proporciona música lo hizo muchos kilómetros antes -se me olvidó cargarlo anoche-. El alimentador del GPS comienza a dar problemas, conectándose y desconectándose. Supongo que le habrá entrado demasiada agua. Al parar en la gasolinera de Pina de Ebro aprovecho para ponerle pilas nuevas y quitarle el enchufe a la toma de corriente de la BMW. También saco la cámara que llevo en el bolsillo, para grabar los últimos kilómetros. Pero parece que  no cerré bien dicho bolsillo y está empapada. Tanto que no funciona. Qué más puede fallar?
El GPS, a pesar de tener pilas en teoría a tope de carga, comienza a hacer el tonto y se va desconectando de manera aleatoria. De hecho, en los últimos 100 kilómetros se me ha desconectado 3 veces. Vaya final de viaje! Entre desconexión y desconexión voy repasando mentalmente todo lo que he aprendido de este viaje. Equipaje, complementos de la moto, gadgets… Próximamente plasmaré todas estas conclusiones.
Alrederdor de las 19 horas llego a la puerta. TheLongWayLeft toca a su fin. La etapa maratón del viaje se me ha hecho corta, y podría incluso seguir varios días más encima de la moto. Una de las dudas que tenía de cara al viaje a NordKapp era si yo aguantaría física y mentalmente tantos kilómetros en solitario. Continúo teniendo la duda, pero esto pinta bien!
Podéis descargaros el archivo para ver la ruta en el Google Earth MAÑANA.
DATOS DE LA RUTA:
619km
6h45m en movimiento
Velocidad media: 91km/h
Consumo medio: 5,6 l/100km

TheLongWayLeft, episodio5: El Dr. Mateo, Seve y el Cid

Amanece tarde en Llanes. Me alojo en el el Hotel Rural Cuartamenteru, en Poo de Llanes, a menos de 2 km del núcleo urbano. Aunque he estado bien en todos los hoteles de la ruta, me ha encantado el trato personalizado y las ganas de agradar del personal; Altamente recomendable si vais por la zona. 
Por enésima vez vuelvo a cargar los trastos en las maletas de la moto. La mochila donde llevo la ropa y el Mac siempre se resiste a entrar, pero con autoridad y dotes de mando, finalmente la puedo meter en vereda a empujones. En uno de estos empujones se me ha caído el casco al suelo, rompiéndose el deflector de salida de aire. “Habrá que comprar pegamento”, pienso para mis adentros; pero soy consciente que un Viernes Santo será difícil encontrar un sitio donde tengan pegamento. Así que guardo la pieza y me olvido del tema.
Haciendo caso al personal del hotel, en lugar de enfilar hacia Comillas y Santillana del Mar, como tenía previsto, y en un alarde de valentía por mi parte, decido alterar mis planes y costear el cantábrico pero en sentido contrario y acercarme a Lastres, pequeño pueblecito pesquero, famoso por ser la ubicación de la serie “Doctor Mateo”. Se ve que oleadas de turistas van al pueblecito por este motivo. Yo no he visto nunca la serie, me gustaba más cuando el doctor trabajaba de camarero en el Casi Ke No. Pero el pueblo debe de ser bonito, con o sin doctor.
En lugar de coger la autovía decido ir por la carretera, la N-632. No es que la haya disfrutado mucho, porque no hacía más que pasar pueblos y pueblos. Pero me ha servido para ver una peculiaridad de la zona: muchos pueblos tienen un larguísimo tronco como si fuera un poste de teléfonos rematado con banderas españolas y asturianas. No sé si será una competición a ver quién pone el poste más grande, porque debían medir unos 20 o 30 metros de altura. La carretera, una vez pasado Ribadesella se hace más divertida, aunque tampoco como para tirar cohetes.
En Colunga, a pocos kilómetros de Lastres me encuentro con un bazar de los chinos. Rápidamente se me enciende la bombilla y paro para comprar el pegamento. Qué suerte que los chinos no celebran ninguna fiesta!! En el bazar puedes encontrar de todo. De hecho los pegamentos estaban entre los sujetadores y las compresas -quién decidirá cómo colocar el género? Obedece a una razón que se me escapa?- Así reparo de manera improvisada el primer contratiempo de todo el viaje.
Como era de esperar, miles de turistas invaden Lastres y yo tengo trabajo incluso para aparcar la moto. El pueblo tiene su encanto, es como un pequeño Positano sin tanto colorido. Escaleras y más escaleras van buscando hueco entre las casas apiñadas. Desde el puerto se tiene una bonita panorámica del pueblo y de la costa cercana.
Tras la visita toca deshacer lo recorrido. Debido a lo tarde que es y que la carretera no me gustaba excesivamente, me meto en la autovía para hacer los 65 km de retorno. Paso por San Vicente de la Barquera y llego a Comillas con el tiempo loco -ahora nubes, ahora sol-. Si el atasco de Llanes era grande, no te cuento el de Comillas. 10 minutos para recorrer 400 metros! Lástima que la moto ahora no pasa entre coches! Llego al Capricho de Gaudí y me lo encuentro cerrado -son las 2 de la tarde-. Así que sigo hacia Santillana del Mar donde dejo la moto al lado de la carretera, exactamente donde una vez, hace más de 15 años, dejé mi CBR600.
Lo primero es lo primero e intento encontrar un sitio para comer. Los tres primeros donde pruebo están a tope y al final me recomiendan un hotel restaurante a pie de carretera donde me zampo un cocido montañés y un solomillo al queso de Tresviso -huy! que es viernes Santo!- Lo del queso de Tresviso ya lo había probado hace un par de días, pero el camarero -motero, por cierto- me lo recomienda encarecidamente en lugar del rape que había pedido yo. En los postres viene a sentarse en la mesa de mi lado una leyenda viva de Cantabria: Severiano Ballesteros -David Bustamante? Y ese quién es???-. Seve llegó con pasitos cortos, renqueante y con la mirada algo perdida. Me alegra comprobar con mis propios ojos cómo le está ganando la batalla a esa grave enfermedad que padeció.
Tras la comilona, nada mejor que un paseo por las empedradas calles de Santillana. En lugar de ser la Villa más bonita de España, ahora me parece más bien un parque de atracciones. No creo que viva nadie allí dentro. Todo son tiendas de souvenirs, restaurantes u hoteles. Una pena. Habrá que volver fuera de temporada para saborearla mejor.
La última etapa de hoy me ha de llevar a Burgos. Quiero ir por el Puerto del Escudo, en lugar de por la quizá más fácil autovía de Aguilar de Campoo. Primer contratiempo para encontrar la N-623 a la salida de Torrelavega. Me pierdo en varias ocasiones hasta que finalmente la puedo enfilar. Durante todo el trayecto el GPS me intenta desviar, no sé qué mosca le habrá picado pero no quiere ni oír hablar del Puerto del Escudo. Como el que conduce soy yo, al final me salgo con la mía. Esta sí que es una carretera para disfrutar. Buen asfalto, curvas de todo tipo y muy poco tráfico. El tiempo va empeorando al acercarnos al Puerto, e incluso comienzan a caer algunas gotas de lluvia. Al Puerto del Escudo le suceden varios puertos más, y con ellos llegó el viento nuevamente. Sopla de Suroeste, por lo que durante mis días en el Cantábrico los Picos de Europa me servían de parapeto. Pero ahora vuelvo a estar al descubierto. No eran tan peligrosos como los de Hendaya, pero sí molestos.
Estoy a pocos kilómetros de Burgos y el GPS continúa emperrado en cambiarme de carretera. Lo reprogramo para ir a la Catedral en lugar de al hotel -así mañana me ahorro la visita, que tendré un día muy duro…-. Calles cortadas, puentes en obras, procesiones por las calles… Una odisea para llegar al centro. Me infiltro en varias procesiones y finalmente llego andando hasta los pies de la Catedral.
La Catedral de Burgos es el contrapunto de la de León. Había escogido estas dos ciudades fuera de la ruta natural del viaje a Picos de Europa por este motivo. Mientras que la de León por fuera es más bien austera, por dentro tiene una riqueza impresionante. Y la de Burgos te deja con la boca abierta al contemplar su fachada, pero te deja algo frío una vez en su interior. Y es que no se puede tener todo en esta vida.
Encuentro, no sin dificultad debido a las obras y las procesiones el hotel. Paso como por casualidad delante de la estatua del Cid Campeador, con su capa ondeando al viento. Era un recuerdo que tenía de pequeño y que quería volver a ver. Gran personaje, el Cid.
Puedo dejar la moto en el párking del Hotel Corona de Castilla, cosa que me agrada, ya que está en pleno centro de la ciudad, y no es plan de dejarla en la estrecha acera. Ahora saldré a merodear por la ciudad en busca de alguna foto y de alguna procesión. De hecho oigo los tambores desde mi habitación. Pero habrá retornar pronto para reponer fuerzas, que mañana me espera un día de órdago!
En fin, me quedo con el pueblo del Dr. Mateo -no con él- y con los dos Cides Campeadores, el de Burgos y por su puesto el cántabro: Severiano!

Os podéis descargar el archivo para ver la ruta de hoy en el Google Earth aquí.

DATOS DE LA RUTA:
327km
5h25m en movimiento
Velocidad media: 60km/h
Consumo medio: 4,8 l/100km