La Ruta Turca. De Zungoli a Potenza. 01JUL2019

Nos dio la mano efusivamente cuando llegamos al restaurante. Sin duda era el dueño. A pesar de haber sobrepasado ampliamente la edad de jubilación, ahí estaba al pie del cañón una vez más. Al rato, vino a tomarnos nota.

— Quiero eso de ahí —dijo Belén señalando una apetitosa cazuela llena de mejillones y almejas tapada con masa de pizza que acababan de servir en la mesa de al lado.

—¡Ahh!— asintió el viejo Giuseppe. No sé si se llamaba Giuseppe, pero por qué no? Pues Giuseppe comenzó a navegar por la carta, página arriba, página abajo, buscando dicho plato. Pero que nos daba igual cómo se llamaba, queríamos ese. Y siguió buscando, dando la sensación que no sabía mucho de su propia carta. Pero no dejaba de tener una sonrisa en la boca.

—L’antipasti mixta di vongole e cozze —dijo finalmente con cara satisfecha.

—Pues eso —dije. —Y de segundo, esta pizza —dije señalando con el dedo una de sus pizzas del apartado de pizzas especiales de la dichosa carta.

Ma questa non é una pizza— dijo. Leches, pero si está en la página de las pizzas. —Ma tranquilo, la facchiamo en pizza.

La verdad es que lo que trajeron luego a la mesa ni era una pizza -era un calzone- ni tenía la rúcula y el parmigiano que ponía en la carta. Pero vale, estaba buena.

Y si tenemos en cuenta que luego nos cobró dos veces el servizio de dos personas, podríamos decir que la cena fue un desastre. Pero nada más lejos de la realidad. El trato servicial de Giuseppe y la calidad de los productos fue lo que me queda en la memoria. Y al viejo sentado en su pequeña mesa de despacho, repasando una y otra vez esa carta que posiblemente comience a disiparse ya de la suya.

Esta mañana hemos comenzado nuevamente la ruta, que discurría casi en su totalidad por carreteritas venidas a menos, con esas que tienen mil y una cicatrices. Pero cicatrices gordas gordas. Infinidad de colinas tapizadas de dorados campos de cereal nos rodean durante toda la mañana. Bovino ha sido el primer pueblo. No estaba en los planes, pero ha resultado de los más agradables para pasear, con sus paredes encaladas y su intrincado callejero. Tan intrincado que el agradable paseo casi se ha convertido en una verdadera scape room. Mientras buscábamos la salida del pueblo, los más viejos del lugar nos miraban descaradamente al pasar, supongo que por nuestra pinta de astronautas.

En Calitri había depositado todas mis esperanzas, pero finalmente la vista del pueblo ha sido infinita mente mejor desde lejos que desde dentro. El pueblo, muy caluroso y desierto, no nos ha enseñado gran cosa, a excepción de una fuente en las afueras para refrescarnos.

Venosa, tras la comida a pie de carretera, ha servido para ver el imponente Castillo Aragonés -tengo que buscar por qué se llama así- y para tomarnos un pedazo de helado italiano -claro- de los que quitan el sentido y dan mucha sed.

Y el último pueblo del día ha sido Acerenza, que aparecía en el risco muy altanero y orgulloso. Por dentro no estaba mal, pero no supera, a mi entender, a Bovino.

Y finalmente el hotel en Potenza. Habitación moderna y acogedora, pero barrio aparentemente complicado. De hecho estoy esperando que comience la redada en cualquier momento.

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