Sí, es el capítulo 6 porque ayer era el 5. ¿Que no hubo capítulo? Vale. Pero hubiera sido el 5. Aclarado este importante tema, vamos al lío.
Mira que me las prometía felices cuando hemos salido del hotel de Mestre con 29ºC… Pero pocos kilómetros después ya estábamos a los habituales 36ºC. Algo más nublado, lo que en ocasiones la sombra te daba algo de tregua. La primera parada fue Palmanova, una belleza de sitio… siempre que lo veas a vista de pájaro. Patrimonio de la Unesco y todo, fundamentalmente por ser una ciudad fortificada en forma de estrella, con muralla, foso y toda la mandanga. Calle radiales, algunas calles perimetrales… Una gozada para el viajero con algo de TOC como yo. Pero lo chulo es verla desde el aire. Si has llegado a este blog buscando consejos de viaje por la zona, ya te digo que mejor te vayas a Údine y no pierdas el tiempo en Palmanova.
Desde allí, y ya con 38ºC seguimos avanzando penosamente por las carreteras que transcurren entre polígonos, de rotonda en rotonda, buscando la frontera con Eslovenia. En Koper (o Capodistria, que es más explicativo, al ser la primera localidad de la península de Istria), acabamos refugiándonos en un McDonalds para comer una ensalada. Seguimos después caravana tras caravana hacia Piran, que ya habíamos visitado otras veces, pero nos apetecía volver. Pues misión fallida. Ya no puedes llegar al pueblo, te cortan el paso unas barreras que te obligan a aparcar en el parking de pago… y no encontramos sitio gratuito para las motos, así que un poco agobiados abortamos misión y nos fuimos hacia el interior.
Y allí todo cambió. La temperatura comenzó a bajar. Soplaba un viento con algo de frescura prominente de las tormentas cercanas que nos alivió. Y las carreteras volvieron a ser carreteras, serpenteando entre colinas, bosques y pequeños pueblos pintorescos. Y así, con esta alegría en el cuerpo llegamos al Castillo de Predjama, que volvíamos a visitar 10 años después de nuestro primer viaje a Estambul. Allí estaba, impertérrito. Sin siquiera reaccionar a lo que ha cambiado el mundo tras la pandemia. Por él no pasan los años.
Después, una rareza. El Monasterio de Bistra. No estaba previsto en la ruta hasta ayer, cuando cambiamos el destino -que inicialmente era Pula- debido a lo desorbitado del precio de los hoteles en la costa croata. Así que buscando un hotel medianamente asequible hemos acabado en el interior de Eslovenia, cerca de Ljubljana. Y pasando por este pequeño y coqueto monasterio que más bien parece un castillo medieval, donde la carretera atraviesa incluso una de sus puertas.
Y aquí me tienes, en Novo Mesto intentando metabolizar la jarra de cerveza y la barbaridad de comida de la cena. No me digas qué era… porque uno era un plato “sorpresa” donde se combinaban mejillones, cigalas, pulpo y palitos de cangrejo con una sabrosa salsa de tomate con ingentes cantidades de queso fundido. Y el otro plato, también se las traía, pollo con queso y jamón, todo rebozado y nadando en un mar de patata gratinada. Al menos, hemos podido pedir “café con leche pequeño, con poco café y descafeinado”. Lo que viene siendo un cortado descafeinado corto de café. Después, paseo nocturno por el parking del hotel para ver… ¡un pedazo de avión que tienen aquí aparcado! Pero no una Cessna, no… Diría que es todo un CRJ700. Finalmente, hemos comenzado a encontrar lo que veníamos buscando: reencontrarnos con estas peculiaridades que te hacen disfrutar cada minuto del viaje. Buenas noches.