A ver, que parece que haces las cosas con lógica y luego resulta que has dado un giro de 360º y te has quedado mirando para el mismo sitio: cambiamos la ruta de hoy, que trascurría por la costa de La Specia, Génova y todo eso para acabar en San Remo, pero como los hoteles eran muy caros decidimos ir por el interior a visitar alguna cosa que tenía pendiente. Hasta ahí todo lógico y correcto. Lo que deja de tener lógica es que hemos acabado en un sitio costero en un hotel a 50 metros de la playa por 100 euros la noche… ¿Alguien lo entiende? La aventura es la aventura.
Salimos pronto de Piacenza, porque además al dichoso hotel había que llegar antes de las 19:30h. En un buen rato, llegaríamos al primer punto improvisado del día: el “árbol doble”. Ni me digas tú de dónde, pero vi una imagen en la que había un árbol creciendo encima de otro… Vamos, que habían injertado una ramita y la cosa se fue de las manos. Pues ahí hemos estado. La verdad, es que en directo no impresiona tanto, pero no deja de ser curioso. En invierno, con menos hojas, igual se ve mejor.
La siguiente parada improvisada fue todo un acierto: Serralunga d’Alba es un pequeño pueblo en forma de almendra coronado por un castillo. Y todo lo que ves alrededor son colinas y colinas repletas de viñedos, todos en fila y cultivados en zona de pendiente. La carretera ha acompañado y ha sido un rato agradable.
Seguimos con las paradas improvisadas, esta vez en el Santuario de Vicoforte. A ver cómo te lo explico: tú vas por carreteritas parecidas a las que iría Heidi a ver a Pedro: colinas con praderas, alguna vaca por ahí pastando, pequeñas granjas… y de pronto te encuentras así como de la nada un pedazo de santuario todo redondo. Una cúpula, diría yo. Pero a lo grande.
Y por dentro, alucinas: toda esa cúpula está decorada con frescos y tranpantojos, que parece que estás ascendiendo al mismísimo cielo y San Pedro te va a dar en cualquier momento la bienvenida. Pues eso.
Y ya tocaba atravesar los Alpes Mediterráneos por el Passo di Nava hasta alcanzar la costa. Los radares meteorológicos (en plural, porque siempre miro tres o cuatro) indicaban que esas preciosas nubes de algodón que teníamos en el horizonte estaban descargando rayos y centellas a tutiplén. Desviamos algo la ruta para evitarlas, pero al final la magia ha acudido en nuestra ayuda y se han ido disipando. Así que hemos llegado a Diano Marina bien secos y acalorados. Ahora, desde nuestra habitación con vistas a la piscina, con olor a cloro y a bronceador, y con la Costa Azul allá en el horizonte, pensaremos si nos vamos a la playa o a pasear por el paseo marítimo a ver el precio de las colchonetas y las palas de playa.