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De Berane a Skopje. La Ruta del Adriático. 12

Kosovo, ese país que España no reconoce y sigue sigue sonando a guerra cercana. Donde tu seguro no cubre tu vehículo y donde mejor no te sellen el pasaporte si piensas entrar en Serbia… Mola, no?

Salimos de Berane, aún en Montenegro con escasos 17ºC. Comenzamos a subiré el puerto de montaña que nos llevaría hasta los 1700 metros de altitud mientras ardillas y corzos se nos van cruzando por la carretera. De pronto, el control de pasaportes montenegrino. Y unos cuantos kilómetros más allá, la frontera con Kosovo. Si eres avispado te darás cuenta del pequeño chiringuito que hay antes, donde te harán un seguro para la moto por 10 euros. Y luego… retorno al pasado.

Porque Kosovo es retoceder 40 años atrás, como pasa con Albania (aunque cada vez menos). Coches sin matrícula, conductores sin cinturón, motoristas sin casco… Bodas formando caravanas de coches engalanados y con banderas albano-kosovares y pitando como si no hubiera un mañana. Caos circulatorio, muchos coches con matrículas alemanas, austríacas o suecas. Y no cualquier coche. Audi A6, Mercedes AMG, Mustangs… Todos de alta gama circulando con unas normas de circulación particulares… Especial cuanto menos.

Las primeras paradas son en la iglesia ortodoxa serbia de Pejan y en el Monasterio de Visoki Dechani. Como era de esperar, unos interiores profusamente decorados al más puro estilo ortodoxo. Pero por fuera… fuerzas de la KFOR, con su vehículo militar y con necesidad de enseñar los DNI para entrar. Es una pena que se tenga que utilizar fuerza bruta militar para proteger la cultura… pero el mundo es así.

Luego, y tras una laaaaarga y agónica entrada en Pristina, llegamos a la Biblioteca Nacional de Kosovo. Me hizo gracia que digan que es el edificio más feo de todo Kosovo. Una fusión de ideas albano-kosovares y serbias, en lo que fue un intento de la antigua Yugoslavia de unificar pueblos. El resultado bien lo puedes valorar tú. A mi, personalmente, me gusta.

Y tras la lluvia vespertina de costumbre, y tras una laaaarga cola en la frontera, entramos en Macedonia. Esta noche la pasaremos en Skopje. Su centro, megalómano. Grandes banderas macedonias, enormes estatuas ecuestres y no ecuestres, edificios gigantescos de dudoso gusto neoclásico… Y finalmente, un agradable paseo por el antiguo bazar, que nos recuerda su pasado otomano.

En definitiva, un día de contrastes, que es lo que en general buscamos en nuestros viajes. Por lo tanto, objetivo cumplido. Buenas noches.

De Trebinje a Kotor. La Ruta del Adriático. 10

Mira que de Trebinje a Kotor hay algo menos de 40 kilómetros, pero nos ha dado para echar el día… y al final han salido unos 400. Porque eso ya tan manido de que lo importante no es el destino sino el camino, es una verdad como un templo.

La cosa era tirar por Bosnia hacia el norte buscando el paso a Montenegro por el Cañón de Piva. Para ello, hemos pasado por el parque natural de Tjentiste, con unas montañas de altura considerable y desfiladeros de angostura más considerable aún. Poco después, el monumento recuerdo de la batalla de Tjentiste, una burrada de esas que hacían los socialistas de Tito.

Las últimas carreteras de Bosnia y Herzegovina nos han despedido con desprendimientos y tramos de tierra, mientras excavadoras intentaban arreglar el desaguisado. Finalmente, la frontera con Montenegro en un viejo puente metálico de piso de madera.

Montenegro es fiel a su nombre, y lo que no falta son sus montes. Desgraciadamente negros muchos de ellos por culpa de los incendios que lo están asolando. De hecho, ahora desde Kotor se puede contemplar el triste espectáculo de las llamas que rasgan la negrura de la noche. Desolador.

Pero lo primero que nos hemos encontrado al entrar al país es el Piva Canyon. Sin duda la zona previa a la presa es la mejor, y te coge por sorpresa. Decenas de túneles excavados en la roca viva hacen que la carretera pueda discurrir por las escarpadísimas laderas del cañón. Pero una vez pasas la presa, te encuentras con las aguas esmeraldas del embalse, que hoy además tenían un bajísimo nivel de agua. Esmeralda, eso sí.

Comimos en el parking del Pivski Manastir después de admirar sus preciosos frescos que lo cubren completamente, columnas, techos, paredes… como debe ser en un monasterio ortodoxo que se precie.

La siguiente parada era otro monasterio, el de Ostrog, que se encuentra encaramado en la roca, a casi 1000 metros de altura sobre el fondo del valle. Para llegar allí debes sufrir la penitencia de una estrecha carretera repleta de tornantis de los más retorcidos que he hecho en mi vida, incluidos los de la bajada a Chiavenna del Splugenpass. Con este son ya tres los edificios religiosos incrustados en la roca que  visitamos en este viaje, junto con la Madonna della Corona y el Dervish House de ayer.

Seguimos ya con la tormenta vespertina de turno a nuestras espaldas que finalmente solo nos mojó unos 10 minutos, y avanzamos hacia la bahía de Kotor. Previamente, un accidente grave cortaba la carretera. Es intrigante que con lo agresivo que conducen en estos países siempre sea en Montenegro donde veamos los accidentes, ya nos pasó en uno de nuestros viajes previos.

Y con Kotor en la lejanía, el protagonismo lo robaba el incendio que asolaba las enormes paredes boscosas de los montes que rodean la bahía. En varios puntos salían columnas de humo, mientras un par de helicópteros intentaban sofocarlos inútilmente. Un intenso olor a leña quemada nos ha acompañado hasta prácticamente dentro de la habitación del hotel.

Kotor… ¡Qué decir de esta maravilla! Es la primera vez en el viaje que repito una visita y me parece 100 veces más impresionante que el recuerdo que tenía. Callejear por sus angostas callejuelas, encontrarte agradables placitas donde te sorprende una vieja iglesia o un cuarteto de cuerda,… A pesar del gentío el pasear por su laberinto de calles es de lo más amable. Sin duda, Kotor ha pasado a ser, en su segundo intento, uno de mis lugares favoritos de este planeta. Si el fuego se apiada de él.

De Mostar a Trebinje. La Ruta del Adriático. 9

Desgraciadamente en cada viaje tengo algún día cruzado. Pues en este, ha sido hoy. Y la mala leche se va acumulando a lo largo del día por pequeñas cositas que me van pasando, como que no se me haya cargado el móvil por la noche o que se me haya roto el candado que asegura la bolsa impermeable. Son chorradas pero que si me pillan en uno de esos días cruzados yo las interpreto como verdaderas afrentas del destino. Así que agarrémonos que vienen curvas y el día es muy largo. ¿Qué más puede pasar?

Salimos de Mostar con el móvil cargando de la batería externa y mi bolsa impermeable asegurada con otro candado que llevo. A pocos kilómetros se encuentra Dervish House, un monasterio sufí que parece incrustado en la roca. Muy al estilo de la Madonna della Corona de hace unos días. Allí me enfrento al señor del parking que me quería hacer pagar 2€ por las motos… cuando a pocos metros podíamos aparcarlas gratis en la calle. No sabía el pobre aparcacoches que yo tenía el día cruzado.

Pocos kilómetros después paramos en Pocitelj, un pequeño pueblo encaramado a la montaña con infinidad de escalones y unas cuantas calles de piedra, una torre, una fortaleza y una mezquita, todo bastante diseminado. Ya lo tenía catalogado como de 1 estrella (sobre un máximo de 3)… y así se quedará. Pasable.

Seguimos por la M6 dirección Trebinje, donde tenemos el hotel. Es pronto, pero nos dejan ya la habitación por lo que nos cambiamos y nos ponemos cómodos para pasar la frontera con Croacia y visitar Dubrovnik. La carretera con curvas chulas, y una vez en Croacia se despeña hacia el Adriático regalándonos unas vistas de la Perla del Adriático de lo más motivadoras (por cierto, mi cabreo ya estaba solucionado a esas horas).

Una vez en Dubrovnik y de aparcar la moto como campeones a escasos 20 metros de una de las puertas de entrada de la ciudad antigua, sobreviene el agobio: riadas y riadas de personas inundan la ciudad por todos los rincones. Ya recordaba lo más interesante de la ciudad, pero notaba que esta vez no me estaba gustando tanto. ¿Sería que cuando vuelves a un sitio que ya conoces nunca lo disfrutas como la primera vez? Puede ser, pero mira que he estado veces en Venecia y es cierto que la emoción es diferente, pero la disfruté mucho hace unos días. Posiblemente era la gente. O el tipo de turismo al que va encaminado: turismo de crucero, mucho souvenir, mucho terraceo, nada auténtico… Al final disfruto más de la pequeña carretera que tiene unas vistas espectaculares o de la pequeña iglesia ortodoxa en cualquier pequeño pueblo.

Sea como fuere, después de dos o tres horas en Dubrovnik decidimos largarnos a cenar a Trebinje: los precios en Bosnia están mucho más ajustados y la comida es mucho más “auténtica” que en una terraza para turistas. Cordero y ternera asados con patatitas y cebolla. Ni tan mal. Mañana seguiremos explorando Bosnia hacia el norte, para entrar en Montenegro por el Cañón del Piva y en teoría intentaremos llegar a Kotor. A ver cómo se da el día. Buenas noches.

De Bihac a Mostar. La Ruta del Adriático. 8

“Caer chuzos de punta”: fig. coloq. loc. Dícese de la cantidad de agua que les han caído a Belén y Sergio camino de Mostar. 

Y mira que el día comenzaba bien con sus 19 graditos y un sol radiante. Y así iniciamos viaje por Bosnia y Herzegovina en lo que sería un día espectacular sobre la moto (hasta llegar a los chuzos de punta, claro).

Primera anotación: La M14 desde Bihac hasta Bosanska Krupa es una pura maravilla. El asfalto así así, pero los paisajes… El río bravío en algunos momentos, calmado y cristalino en otros, con pequeñas islitas plagadas de árboles, juncos aquí y allí… Y decenas de pasos a nivel sin barrera (es Bosnia, ¿qué querías?).

Después de un buen rato llegamos a Banja Luka, y fuimos directos a ver su catedral ortodoxa. Coqueta, muy fotogénica. Y por dentro, como corresponde, con iconos de fondo dorado y los techos profusamente pintados con pantocrator, vírgenes y santos en vivos colores. De dentro, por respeto, decidimos no hacer fotos, porque la gran mayoría de la gente que había allí no estaba de turismo.

Segunda anotación: La M16 desde poco después de salir de Banja Luka hasta casi Jajce es también de una belleza espectacular: transitas junto al río Vrbas y sus colores turquesas, algunas veces anchísimo como cuando forma la herradura (vale la pena pararse: el punto sale en google maps). Otras veces más estrecho, cruzado por puentes que en su día después de la guerra fueron provisionales, y a día de hoy parecen definitivos. Alguno estaba igual que cuando lo fotografié allá hace unos 11 años.

Jajce tiene una cascada de 17 metros que nos hizo sudar para encontrar desde dónde verla. Hay unos miradores en un lado, pero habíamos leído que eran de pago y te quedabas empapado de lo cerca que estabas. En realidad, desde el aparcamiento de esos miradores ya se puede hacer la foto. Pero nosotros fuimos desde el pueblo, que da a una especie de jardines. Aprovechamos para comer nuestras ensaladísimas (esta vez trajimos tenedores… bueno, tenedor, que cometimos un error de selección al traerlos).

Y a partir de ahí… el diluvio. Dos truenos y aparecieron los chuzos, de punta, sin punta, del través y del revés. Paramos en una gasolinera a forrarnos de chubasqueros y seguir para delante. Pero fueron tres horas sin parar de llover, con relámpagos y truenos resonando en todos lados. Seguíamos hacia Jablanica y Mostar. A la hora de parar en una gasolinera, elegimos una por tener un precio ajustado… ¡Error! Al ir a pagar… la tormenta le había dejado sin internet, y el datáfono se negaba a colaborar. ¡Y no llevábamos efectivo! La única solución fue dejar a Belén en prenda y retroceder 10 kilómetros hacia atrás bajo la tormenta a sacar dinero en un cajero. Y volver a la gasolinera, claro…

Tercera anotación, ya más conocida: la M17 desde Jablanica a Mostar la carretera vuelve a ser espectacular, con unas montañas que suben desordenadas desde la orilla del río Neretva. Comenzaba a amainar, y hasta casi salir tímidamente el sol y el arcoíris, lo que nos permitió levantar la vista del húmedo asfalto y admirar esa naturaleza agreste.

Y en Mostar… pues ya no llovía. Paramos en el hotel, nos despojamos de la ropa mojada, salimos a cruzar el puente justo para ver el saltador (hay unos tipos que saltan por cuatro monedas casi cada hora en punto), y cenar con los pocos marcos bosnios que quedaban admirando el puente iluminado mientras los muyahidines llamaban a la oración desde los múltiples minaretes. En definitiva, y a pesar de los chuzos de punta, uno de los mejores días del viaje. ¡Y anda que no quedan aún días para superarlo!

 

De Novo Mesto a Bihac (BiH). La Ruta del Adriático. 7

Cuando comienzo a ver mezquitas, las calles huelen a cordero a la brasa y el camarero te entiende a medias cuando le hablas en inglés, es que he llegado a donde quería llegar. El viaje por fin ha empezado a ser trascendente, de esos que recuerdas año tras año: “¿te acuerdas cuando el camarero me traía una cerveza más en lugar de traerme la cuenta?”. Si, hemos llegado a Bosnia y Herzegovina.

Hemos empezado el viaje en Eslovenia, con mucha calma ya que debido a la improvisación de ayer, hoy debíamos hacer pocos kilómetros. Pero cruzaríamos un par de fronteras. En Novo Mesto, al lado del hotel, fuimos a ver su castillo, que más que castillo era un caserón del siglo XVIII. Pero con encanto. Después de eso, y sin encontrar -por enésima vez- una pegatina de Eslovenia, pasamos la frontera croata.

Seguimos la ruta, hasta que vimos en Ribnik un precioso castillo circular que no teníamos  previsto encontrar. Muy fotogénico. Además, con escasos 20ºC y cielos nublados todo nos parecía 100 veces más maravilloso que los días previos, donde el calor no favorecía disfrutar de prácticamente nada.

Seguimos hasta el castillo de Frankopan, que en realidad sería mucho más antiguo pero no era nada del otro mundo, al menos a nivel estético. Dos fotos de rigor y seguimos ruta entre frescos bosques, verdes laderas y pastos con olor a heno. La siguiente parada era el monumento Banija & Kordum, que es de estos de la antigua Yugoslavia que están medio destartalados pero que a mi me gustan tanto. Pero a 3km de llegar la carretera presentaba unas barreras que dejaban claro que por ahí no se podía pasar. Paramos un rato a descansar a su lado hasta que vimos una pareja croata con una V-Storm que venían desde el otro lado de la barrera. Intentaban pasar por una pasarela de madera medio podrida que en realidad era el camino peatonal que salvaba la barrera. Lo vi en dificultades así que me ofrecí a ayudarles empujando su moto. Entre los cuatro, conseguimos que pasara. Hacía tiempo que no sentía ese espíritu de camaradería entre moteros, más allá de hacer “V’s” cuando te cruzas. Pasamos un agradable rato charlando de esas cosas que hablamos los moteros.

Tocaba pasar de frontera nuevamente, esta vez a Bosnia y Herzegovina. La frontera fue más trabajada con control de documentos nuestros y de las Ducati. Todo en orden, podíamos seguir camino. A poco de pasar la frontera abortamos la idea de llegar hasta el castillo de Velika Kadusa, debido fuertes rampones sin asfalto que llegaban hasta él. Seguimos camino con tranquilidad, parándonos a comer a pie de carretera en una antigua parada de autobús, quedaba poco más de media hora para llegar al hotel e íbamos genial de tiempo.

La última visita programada del día era el castillo de Ostrozac. Sin mucha idea de si había que pagar o no, acabamos en sus jardines interiores lleno de esculturas pintorescas. Admiramos su arquitectura y salimos sigilosamente por si en un descuido nos habíamos saltado las taquillas.

A pocos kilómetros de allí encontramos nuestro hotel, nuevo, de gran categoría y barato: otro de los alicientes de estos países balcánicos. Descansamos, hicimos la colada y por la noche dimos una vuelta por la ciudad cenando comida local (con algún que otro problema idiomático con el camarero, que confundía “bill” con “beer” y de poco me trae otra! Mañana toca viajar por Bosnia, con temperatura similar y seguro que con tan buenas sensaciones como las que nos ha deparado el día de hoy.

De Venecia a Novo Mesto (Eslovenia). La Ruta Adriática. 6

Sí, es el capítulo 6 porque ayer era el 5. ¿Que no hubo capítulo? Vale. Pero hubiera sido el 5. Aclarado este importante tema, vamos al lío.

Mira que me las prometía felices cuando hemos salido del hotel de Mestre con 29ºC… Pero pocos kilómetros después ya estábamos a los habituales 36ºC. Algo más nublado, lo que en ocasiones la sombra te daba algo de tregua. La primera parada fue Palmanova, una belleza de sitio… siempre que lo veas a vista de pájaro. Patrimonio de la Unesco y todo, fundamentalmente por ser una ciudad fortificada en forma de estrella, con muralla, foso y toda la mandanga. Calle radiales, algunas calles perimetrales… Una gozada para el viajero con algo de TOC como yo. Pero lo chulo es verla desde el aire. Si has llegado a este blog buscando consejos de viaje por la zona, ya te digo que mejor te vayas a Údine y no pierdas el tiempo en Palmanova.

Desde allí, y ya con 38ºC seguimos avanzando penosamente por las carreteras que transcurren entre polígonos, de rotonda en rotonda, buscando la frontera con Eslovenia. En Koper (o Capodistria, que es más explicativo, al ser la primera localidad de la península de Istria), acabamos refugiándonos en un McDonalds para comer una ensalada. Seguimos después caravana tras caravana hacia Piran, que ya habíamos visitado otras veces, pero nos apetecía volver. Pues misión fallida. Ya no puedes llegar al pueblo, te cortan el paso unas barreras que te obligan a aparcar en el parking de pago… y no encontramos sitio gratuito para las motos, así que un poco agobiados abortamos misión y nos fuimos hacia el interior.

Y allí todo cambió. La temperatura comenzó a bajar. Soplaba un viento con algo de frescura prominente de las tormentas cercanas que nos alivió. Y las carreteras volvieron a ser carreteras, serpenteando entre colinas, bosques y pequeños pueblos pintorescos. Y así, con esta alegría en el cuerpo llegamos al Castillo de Predjama, que volvíamos a visitar 10 años después de nuestro primer viaje a Estambul. Allí estaba, impertérrito. Sin siquiera reaccionar a lo que ha cambiado el mundo tras la pandemia. Por él no pasan los años.

Después, una rareza. El Monasterio de Bistra. No estaba previsto en la ruta hasta ayer, cuando cambiamos el destino -que inicialmente era Pula- debido a lo desorbitado del precio de los hoteles en la costa croata. Así que buscando un hotel medianamente asequible hemos acabado en el interior de Eslovenia, cerca de Ljubljana. Y pasando por este pequeño y coqueto monasterio que más bien parece un castillo medieval, donde la carretera atraviesa incluso una de sus puertas.

Y aquí me tienes, en Novo Mesto intentando metabolizar la jarra de cerveza y la barbaridad de comida de la cena. No me digas qué era… porque uno era un plato “sorpresa” donde se combinaban mejillones, cigalas, pulpo y palitos de cangrejo con una sabrosa salsa de tomate con ingentes cantidades de queso fundido. Y el otro plato, también se las traía, pollo con queso y jamón, todo rebozado y nadando en un mar de patata gratinada. Al menos, hemos podido pedir “café con leche pequeño, con poco café y descafeinado”. Lo que viene siendo un cortado descafeinado corto de café. Después, paseo nocturno por el parking del hotel para ver… ¡un pedazo de avión que tienen aquí aparcado! Pero no una Cessna, no… Diría que es todo un CRJ700. Finalmente, hemos comenzado a encontrar lo que veníamos buscando: reencontrarnos con estas peculiaridades que te hacen disfrutar cada minuto del viaje. Buenas noches.

 

De Brescia a Venezia. La Ruta Adriática. 4

Vamos a ver, que 800 cl de cerveza 4 lúpulos no dan para mucho más que para acordarme ligeramente de qué ha ido el día de hoy. Intentaremos tirar de notas escritas y no hacer faltas de ortografía. 

El día comenzaba tensando mi cadena, que ya hacía demasiado ruido. SPOILER: tuve que volver a destensarla, porque me pasé de tensión. Añoro mi cardan de la BMW… Pero todo sea por disfrutar. ¡Para disfrutar, hay que sufrir!

Mira que el 99% de los recorridos que estamos haciendo por Italia son completamente prescindibles. Y eso que huimos de las autopistas. Pero es que en esta zona norte se van empalmando un pueblo con otro, una rotonda con la siguiente, un atasco con el próximo. Pero las curvas y el asfalto impoluto de la subida al Santuario de la Madonna della Corona, cercana al Lago di Garda, fueron espectaculares. Y una vez allí, una hora, 3 km y medio de subidas, bajadas y más escalones para llegar a ese santuario, colgado literalmente de una pared de piedra. Vale la pena el sitio, sí.

En Mantova llegamos cuando desmontaban el mercadillo de la plaza, rodeado de palacios ducales, iglesias y otras viviendas nobles. Pasabas de una plaza a otra, de un palacio medieval a otro, de una basílica a otra. La que veníamos a ver, la Basílica de San Andrea, resulta que estaba cerrada a mediodía, y no abrían hasta las 15:00. Así que volvimos a las motos admirando nuevamente la plaza, sus palacios y sus iglesias, mientras degustábamos un par de nectarinas y agua fresca, que se ha convertido en el bien más preciado en este viaje. Y sí, me tocó destensar un poco la cadena que parecía que estaba sufriendo más de lo previsto. ¿Os he dicho que añoro mi cardan de la BMW?

En Ferrara, buscando un lugar donde aparcar nuestras Ducati acabamos dando un garbeo por todo el centro peatonal de la ciudad, para acabar aparcando a unos cuantos cientos de metros de su catedral. Es impresionante cómo el mismo concepto -catedral- se pueda materializar de tantas formas diferentes. Porque la de Ferrara es, cuanto menos, espectacular, la mires desde donde la mires. Mármol rosa y blanco en su fachada (que aunque estaba parcialmente cubierta de andamios, éstos te dejaban hacerte una idea de la belleza que se escondía tímidamente detrás de los plásticos), y los laterales con tres pisos impresionantes de arcos hechos con ladrillo y columnas variadas de mármol. Un 10 de catedral. Y al lado, el palacio y el castillo comp,lentamente rodeado de un foso. Mucho mejor que el mejor castillo que haya yo podido construir de pequeño con el Exin Castillos.

Y por último Padova, con la Basílica dedicado a San Antonio (de Pádua). Impresionante por fuera, con sus grandes -y pequeñas- cúpulas que me transportaban casi a Estambul (o mejor dicho a Bizancio). Y el interior, tan variado como espectacular: tan pronto te encontrabas una capilla lateral completamente cubierta de mármol, como otra rematada con arcos ojivales y frescos de cientos de colores. Igual tenías unos techo perfectamente pintados con diferentes motivos, como una salida a un variopinto claustro. Otro 10.

Y ya temiendo por no encontrar restaurante para cenar (y resarcirnos del fuet de ayer en nuestra habitación) recorrimos la escasa hora que nos separaba de Mestre, donde dormimos hoy. Y sí, llegamos al restaurante, cayó una ensalada Caprese, una pizza con prosciutto y nosequé mas y unos spaghetti de nosequé que estaban de muerte. Y sí, los 800 ml de cerveza de cuatro lúpulos., Ahora me voy a dedicar en cuerpo y alma a metabolizar semejante cena y formar las proteínas suficientes para que mañana podamos pasear todo el día en Venezia, entre góndolas de los turistas que habrán pagado 60€ por un viaje de media hora, los chinos que habrán desembarcado en el último crucero o el españolito que grita entre los canales recién bajado de su avión de Ryanair. Buenas noches.

El track de la ruta:

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De Torino a Brescia. La Ruta Adriática. 3

A ver, hoy no esperéis muchas florituras que si supieseis el esfuerzo que estoy haciendo para escribir esto, fliparíais. A modo de resumen: 400 km a unos constantes 30-34ºC. Media de velocidad total de menos de 45 km/h. No he cenado y me muero de sueño. Así que vamos al lío.

Torino, un auténtico caos a las 8 de la mañana. Imposible llegar a los pies De la Torre Antonelliana. Al final, una foto mal hecha desde el paso de peatones. Y salimos corriendo entre el tráfico de la gran ciudad.

Llegamos a Ivrea. Queríamos visitar su castillo de tres torres (eran 4 antes de que cayera un rayo en la que precisamente albergaba el polvorín). Problemas para encontrar aparcamiento para las motos, pateada hasta el castillo, que no me parece tan impresionante como me lo imaginaba y listos.

Seguimos hasta el Ricetto di Candelo. Es una miniciudad amurallada (más bien un barrio) con 5 o 6 calles formando una especie de cuadrilátero. Es curiosa, cuanto menos. Pero le falta una vuelta de cara a que haya más turismo: hay un par de tiendas de artesanía, algunos bares -la mitad cerrados- y por tanto se encontraba casi desierto. Que le da un encanto, oye… pero vista una callejuela, vistas todas.

El Lago di Orta ha sido lo mejor de la jornada. Un estupendo lago con una isla en medio llena de palacetes y una basílica. Y todo ello lo puedes ver desde San Giulio, a pie de lago desde pequeños embarcaderos escondidos o desde la bulliciosa plaza llena de puestecitos de artesanía y terrazas. Pero para nada masificado a niveles de Como. Comimos allí un par de ensaladísimas. Por cierto, señores de La Carretilla… ¿desde cuándo no ponéis tenedores en vuestras ensaladas? Ha sido un poco desagradable comerme la ensalada de pasta y atún con un trozo del cartón del embalaje.

En Varese teníamos que ver el interior de la Basílica de San VIttore. Pero resulta que tenían un funeral dentro, por lo que ha sido entrar de puntillas, admirar rápidamente sus trabajados techos y ni hacer la foto por respeto. Luego nos hemos resarcido con una Coca-Cola en un bar de un centro comercial lleno de la tercera edad contando batallitas.

A partir de ahí todo ha sido un despropósito: el GPS me envía a Suiza camino del Lago di Como, Como lleno de atascos, y la carretera por el borde del lago hasta Bellaggio se hacía interminable, a 40 por hora, por la estrechísima carretera intentando sobrevivir a las tapias de las casas, los autobuses en sentido contrario o los peatones que circulaban por ella. Y Bellaggio no ha valido la pena. La verdad es que las vistas hasta llegar, si, pero tampoco podía apartar mucho la mirada. Luego, poner gasolina a 2,25€ (y descubrir luego que a 300m había una a 1,75€…).

En ese momento habíamos decidido que nos saltábamos Lecce (del que ya vimos a lo lejos su torre con una peculiar forma de lápiz) y Bérgamo (que ya visitamos en un viaje anterior). Así que nos dirigimos a nuestro hotel en un pueblecito cerca de Brescia. Llegamos a eso de las 21h, y -¡oh sorpresa!- no pudimos cenar en ningún lado. Así que ya me veis, en la cama hincando el diente al fuet mientras escribo estas líneas. Así que nada, a dormir que con el sueño se mata el hambre.

El track de la ruta:

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De Montpellier a Torino. La Ruta Adriática. 2

Calor. Lo único que quería era regresar a la fuente de Saignon para volver a refrescar mi gorra y esperar a que chorretones de gélida agua resbalaran por mi cuerpo, antes de desaparecer a los pocos segundos evaporados al entrar en contacto con los más de 40ºC de mi piel. ¿Exagero? Sí, un poco.

Pero es que el día ya amaneció caluroso en Montpellier. A pocos centenares de metros del hote estaba la primera parada, L’Arbre Blanc: un edificio de viviendas que se asemejaba a eso, a un gran árbol blanco donde cada balcón era una rama. Difícil de explicar, fácil de buscar en google y verlo. Así que ya tardas.

Atravesamos la Camarga de forma fugaz, destino de tantos viajes anteriores. Olores a lodo, a aceite y a heno. Caballos, garzas, garcetas… pero esta vez no hay toros de cuernos esbeltos.

En la Abadía de Saint Roman tuvimos que hacer una excursión desde el parking hasta el complejo troglodítico, donde las celdas, las tumbas e incluso la iglesia estaban excavadas en la roca. Mira que veo más fácil ir poniendo una piedra encima de la otra, construyendo una catedral si quieres… pero a estos franceses de Saint Roman les dio por excavar.

Ya estábamos a más de 34ºC cuando llegamos a Saignon, un típico pueblecito provenzal con las casas de piedra y los porticones de color lavanda. Subimos a La Roca, el castillo que suele tener en lo más alto cualquier pueblecito que se precie. Bueno, Belén se sube mientras yo la miro desde abajo. Tras la penosa ascensión, nos pusimos ciegos de sardinas con tomate al pie de la fuente. ¡Y vaya fuente! Fresca, refrescante, gélida,…

Pero había que seguir ruta. Pasamos por las Roches des Pénitents, una especie de Montserrat de pocas decenas de metros que admiramos desde las motos, sin parar. Teníamos que llegar a Sisteron, último pueblo francés que visitaríamos hoy. Conseguimos aparcar las motos, comprar un agua fría y pasear hasta la orilla del río para ver sus curiosas formaciones rocosas.

Y una vez visto, rumbo a Italia. Cambiamos la ruta prevista, ya que se iba haciendo tarde. Briançon y el Col de Montgenèvre, llegando a Italia cerca de Sestriére. Se agradecieron los 19ºC  que había en la cima. Y luego, la bajada, disfrutando de las curvas italianas, mirando cómo el termómetro volvía a subir hasta casi los 30ºC y teniendo cuidado de los italianos, que a pesar de ser el norte de Italia, ya ejercen de ser un poco caóticos en su conducción. Mil ojos para ir acostumbrándonos a lo que nos encontraremos en los Balcanes.

Finalmente llegamos a Torino sobre las ocho y media de la tarde. Tras alojarnos en el hotel, mirar por la ventana la inexistencia de vistas y ducharnos para recuperar una temperatura corporal normal, salimos a degustar nuestras primeras pizzas italianas acompañadas de Birra Moretti. Y con esa alegría en el cuerpo acabo de escribir esta crónica. Seleccionaré una foto cualquiera para ponerla ahí arriba de todo, y me dispondré a reponer fuerzas para mañana, que promete ser un día igual o más interesante y algo menos cansado. Ale, que a las 8 de la mañana comienzan a poner multas allá donde hemos dejado las motos. Buenas noches.

El track de la ruta:

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La Ruta Turca. De Trento a… Milán? (y final). 27-30JUL2019

—Noto algo raro en el manillar —me dijo Belén por el intercomunicador. —Es como si la moto vibrara.

No sabía bien qué era. El neumático trasero se había ido gastando, y yendo cargados es normal que el manillar se mueva cuando no lo agarras fuerte. Pero así de golpe… No me cuadraba. Incluso cogí yo su moto unos cientos de metros y sí es cierto que algo parecía pasar. La verdad es que el asfalto entrenado en Crema** dejaba bastante que desear, pero…

Seguimos así algunos kilómetros. En la siguiente parada revisé si había juego en la rueda trasera y… zasca! Vi la viruta de metal que salía del alojamiento del rodamiento. Se acabó. No podíamos continuar.

“¡Qué mala suerte!”, pensé. Porque ya es mucha mala suerte que en un mismo viaje te roben la moto, te quedes sin pastillas de freno en la Turquía profunda, o rompas un rodamiento de la moto. Dan ganas de tirarlo todo por la borda, coger un avión y regresar a casa. Necesito descansar ya de tanta tensión. No podemos estar solucionando problema tras problema día tras día. Es agotador. Faltaban solamente dos días y… “Qué mala suerte”, me volví a repetir.

Que sí, que hay que revisar las motos antes de afrontar un viaje de más de 10.000 kilómetros. Y sí, la moto de Belén había pasado no una sino dos veces por el mecánico justo antes del viaje para tenerla a punto y sin problemas. Pero a veces tienes mala suerte. Esa mala suerte que te pone justo en el límite de tu aguante. Porque ya son muchos cambios de planes. Ya son muchos encajes de bolillos para poder seguir con este viaje inolvidable. “Te acordarás de él toda la vida”, me decís algunos. Pues qué quieres que te diga… me gustaría recordarlo por otras cosas, la verdad.

Y es mala suerte que no os pueda hablar con más entusiasmo del Lago di Garda***, de la Strada della Forra*** o de la Iglesia de Santa Maria della Croce en Crema. Porque no estoy de ánimos. Llevamos un día perdido en Milán esperando que mañana lunes abran el taller y poder arreglar la moto. Porque es mala suerte que tengamos que estar sí o sí el martes en España. Se acabaron las carreteritas secundarias y las visitas programadas. Ya no habrá más estrellas detrás de un nombre de pueblo. Nos tocará, en el mejor de los casos, volver por autopista a toda prisa. No me digáis que no es mala suerte.

Pero en realidad no sabría etiquetar a la suerte como buena o mala. Porque también podría decir que encontrar a Merkel, la Renacida una semana después que la robaran es de tener muchísima buena suerte. Y prácticamente sin ningún rasguño. Es de excepcional suerte entrar en ese club de gente a la que le han robado la moto y la han recuperado. Somos muy pocos.

Y es muchísima suerte encontrar un cuarteto de amigos turcos entraditos en años que se desvivieran por teléfono para encontrarnos unas pastillas de freno, aunque fuera a cien kilómetros de distancia. Porque nadie le preguntó nada al hombre ese. Se acercó y preguntó. Y todo lo demás lo hizo porque quiso. Y sus amigos lo mismo. Fue una gran suerte encontrarlos.

O romper el rodamiento en Milán y no en un pueblo perdido de la mano de Dios. Y que fuera un sábado por la tarde. Gran suerte poder haber tenido tiempo de subir al techo del Duomo de Milán***. No lo hubiéramos hecho de otro modo.

O contar con el RACC para que también eche una mano. O por supuesto tener amigos como José Luis, Xavi, Dani o Eduard que nos han ayudado enormemente en solucionar el problema de los rodamientos (si todo sale bien, claro). Eso sí es tener muy buena suerte. O los cientos de amigos que nos habéis apoyado en cualquiera de estos imprevistos de viaje. Nos habéis dado muchos ánimos, en serio. Habéis sido fundamentales.

Así que… ¿Puedo decir que hemos tenido mala suerte? Para nada. Creo que nos llevamos de este viaje mil veces más de lo que nos ha quitado. Porque si algo he aprendido en este viaje es que la suerte no es ni buena ni mala. Buena o mala es la actitud con la que afrontas los problemas. Y en eso, sin duda, hemos ganado la batalla.

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Y los post se acaban aquí, porque no tiene mucho sentido escribir sobre las bondades de las autopistas italianas y francesas. Si la suerte nos acompaña, claro. Gracias por seguirnos durante este viaje inolvidable.