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La Ruta Turca. De Belgrado a Pozega. 24JUL2019

El hotel de Belgrado era especial… por llamarlo de alguna manera. Su puerta está escondida en un patio interior al que se accede desde la calle. Difícil de entender, pero es así. Nos atendió una señora rubia entrada en años, que bien podría ser prima de la que nos encontramos de luto y despeinada hace unos días en una curva. Por dentro, el hall era espectacular, con una gran escalera y un primer piso con barandilla. Todo correcto, al parecer.

Pero por la mañana ha comenzado el terror. Nos levantamos, tras una noche oyendo gotear varios grifos. Y no había nadie. Ni en el hall, ni en ningún lado. No habíamos tenido opción de preguntar la hora del desayuno, ya que al llegar de cenar no había nadie en recepción. Indagando, bajamos unas escaleras y encontramos el restaurante, con un señor entrado en años desayunando y la dueña/recepcionista de ayer con los mismos pelos. Se levantó rápidamente.

—Allí tenemos un jardín —dijo mientras nos invitaba a salir extendiendo el brazo. Así que salimos. Agradable. Nos sentamos en una mesita que había bajo una gran higuera, mientras que otra familia acababan su desayuno que que presumiblemente habían traído en unas bolsitas de papel. Todo comenzaba a ser extraño. La señora había desaparecido, y pensamos que estaría haciendo el desayuno. Esperamos. Observamos el gato que dormitaba sobre un tejado. Seguimos esperando. La familia había desaparecido. Me adentré nuevamente en el edificio. El señor que desayunaba ya no estaba. Ni rastro de la señora. Me asomo en la cocina destartalada. Tampoco estaba. Así que volví a salir al patio, a seguir esperando.

A la media hora de esperar, decidimos marcharnos. Por un lío en la reserva, es posible que no tuviéramos el desayuno pagado, pero sí que teníamos la opción de desayunar por 10€… Pero allí no apareció nadie. Al salir de nuestra habitación con las maletas, en el hall apareció la señora. Seguía despeinada, rubia y entrada en años. Y con una sonrisa me extendió la factura. Pagué (con alguna dificultad por la tarjeta de crédito) y nos fuimos. Todo muy extraño.

Y el día ha seguido de mal en peor. Finalmente desayunamos en un bar chic cercano, donde tardaron lo indecible. Así que salimos de Belgrado más allá de las diez y pico de la mañana. La primera visita, en Sremski Karlovei*, pse. Pasable. Mucho palacio e iglesias por metro cuadrado, pero ya de ese estilo centroeuropeo y barroco que no me atrae mucho.

Luego, en Novi Sad** la cosa mejoró, aunque más de lo mismo. Por lo menos pudimos comer gastándonos nuestros últimos 500 dinares (unos 4€) con dos pedazo de hot dogs que me va a costar dos subidas a Gallifa en bici para quemarlo. Ilok* nos lo pasamos sin parar, porque no vi nada reseñable. Y Vukovar*, donde quería parar para ver su famoso depósito de agua, dejado todo agujereado como homenaje al asedio que vivió la ciudad en la guerra de los Balcanes… Pues que el depósito estaba lleno de andamios. Día redondo de momento.

En Dakovo** está la iglesia más valorada de esta zona de Croacia (sí, ya hemos cambiado de país, pasando por una frontera de Pin y Pon). De ladrillo, y super alta. “Imprescindible ver sus frescos del interior”, decía mis notas. Pero allí todo estaba cerrado.

—Vaya mierda de día— pensé. Pero borré ese pensamiento de inmediato. Porque un día de mierda de vacaciones, viajando por Europa en dos motos (sobre todo cuando una la robaron hace dos semanas), es mil veces mejor que el mejor día de trabajo que he tenido en veinte años.

Al final encontramos una puertecita lateral, por la que nos aventuramos a entrar, casi a hurtadillas, sin hacer ruido. La verdad es que el interior es espectacular. Lo mejor del día con diferencia, aunque eso no era muy difícil. Pero valía la pena aunque nos echaran bronca si nos encontraban. Pero lo cierto es que había gente rezando dentro. Y siguió entrando gente. Así que no estábamos tan de okupas. Solamente tendríamos que haber empujado la puerta principal para entrar. Pero a veces buscamos caminos alternativos, que no son ni mejores ni peores, sino diferentes.

Y el día de mierda se transformó al descubrir el interior de la catedral de Dakovo, y al surfear durante cincuenta kilómetros por una carretera solitaria, rodeada de girasoles en flor con buen asfalto y mejores curvas.

Porque cualquier día de mierda puede volverse del revés. Solamente hay que tener ganas de que pase. O de encontrar la puerta lateral.

La Ruta Turca. De Niš a Belgrado. 23JUL2019

Si ya lo decía Belén. Que una especie de cachopo enrollado y unas albóndigas que flotaban en una especie de salsa de queso es todo menos una cena ligerita. Y si le ponemos el postre especial, ese que lleva un poco de todo -sí, como un pijama. Con bola de helado incluida-, pues como que casi hemos llegado rodando al hotel. A pesar de eso, y de haber dejado el mantel tan lleno de manchas que al pobre camarero de poco le da un patatús, ahí va la crónica del día.

Carreteras… hoy hemos tenido unas cuantas más de las que sí. Las que llevan al monasterio de Studenica** bien merecen un notable alto. A pesar de que si te caes según Belén la causa de muerte sería sin duda el tétanos que pillas con el quitamiedos tan oxidado. Y árboles. Comienzan a haber árboles, eso que casi no hemos visto en todo el viaje. Árboles que abrazan la carretera, dejando justo ese espacio anguloso justo para que pase la caja del camión. Como diciendo “vale, tú pasas por la carretera, pero porque yo te lo permito”.

Y gente, muy alta, por cierto. Gente que va pululando por la carretera sin saber dónde irán. Alguna podría ser la “chica de la curva” entradita en años. Porque mira que el susto que nos hemos pegado al verla toda vestida de luto y con su cardado rubio al viento… Bueno, esa fijo que iba a la peluquería. O regresaba al cementerio. Porque los cementerios los veo como repletos de gente. Recordad que estamos en Serbia, y aquí hace unos años había una guerra, como bien te lo recuerdan algunos edificios que siguen ruinosos en Belgrado. Porque cada vez que estoy por esta zona y veo una persona mayor de cincuenta años pienso “este es posible que haya matado a alguien”. Intento escudriñar en sus ojos algo de ese pasado que a buen seguro le remueve su interior.

En cuanto al turismo puro y duro… el monasterio de Studenica está en restauración de sus frescos, pero a pesar de ello es digno de ver, tanto el edificio principal como la otra capilla, que también tiene frescos. Todo entre montañas verdes y rodeadas de una muralla defensiva. Dos estrellas le pongo. Y Belgrado**, bueno, una gran ciudad, donde no les importa mucho tenerlo todo sin rebozar y como salido de una guerra, pero sin el como. Y aquí no guardan algunos edificios con orificios de bala, no. Aquí todo a lo grande: tanto el ministerio de defensa como el edificio de la TV pública siguen abiertos en canal, con todas sus tripas al aire.

La cabeza me dice que la sangre necesaria para seguir escribiendo la crónica se requiere urgentemente para hacer la digestión de la cena de hoy. Menos mal que también hemos tomado una ensaladilla de tomate y pepino cubierta de… queso. Hay, Dios mío! Comienzo a sentir un mareo que necesito tumbarme. Igual el medio litro de cerveza también tiene algo que ver.

La Ruta Turca. De Kazanlak a Niš. 22JUL2019

Las carreteras se dividen simplemente en dos clases. Las que sí y las que no. Desgraciadamente este viaje está siendo muy rico en vivencias, en emociones, en sensaciones, pero bastante pobre en conduccion motera por carreteras de esas que sí. Pues hoy la cosa ha comenzado a cambiar. Hoy hemos pillado una carretera de esas “que sí”.

Pero para llegar hasta ella hemos tenido que seguir atravesando Bulgaria y hacer la paradita oficial en Sofía**. A pesar de que la recorrimos hace unos tres años, quería volver a ver la maravilla de catedral de Aleksandar Nevski y sus cupulitas verdes y doradas. Y recordar otros edificios de estilo soviético y otras iglesias, y… vamos, que la cuidad da para una visita obligada si es la primera vez que pasas.

Después de comer, seguimos atravesando Bulgaria por carreteras y esperando a la tormenta que se avecinaba a nuestro frente. Algunos tramos estaban en obras y nos desviaron por una carretera lateral adoquinada que estaba entre mal y fatal. Sobre todo cuando empezó a llover. Porque la tormenta finalmente llegó. En dos actos. Antes y después de la frontera con Serbia. Y en el entreacto, una horita de cola fronteriza.

Y llegó la carretera que sí. Estrecha, con más parches que asfalto, combada por el tiempo y ajada de la edad. Superviviente de batallas y escaramuzas bélicas con seguridad. Me imagino los tanques pasando sobre ella mientras que en sus cunetas marchan soldados parapetándose en los pocos árboles que la circundan. Joer, es entrar en los Balcanes y pegárseme el estilo de Pérez Reverte. Mejor seguimos con lo nuestro.

Pues eso, una carretera con más baches que zonas lisas, pero de las que disfrutas de verdad, después de tantas autovías, carreteras desdobladas y rectas insulsas. Y de postre, ha atravesado un pequeño cañón que nos ha parecido precioso. Espera, ¡que no os la he presentado! Es la 428 entre Pirot y Bela Palanka, en Serbia.

Niš* era nuestro destino de hoy no por nada, sino por estar en nuestro camino. Luego resulta que tiene cosas interesantes con nombres sugerentes, como la torre de las calaveras, que si se tercia igual la veremos mañana. Pero nada más interesante. Bueno, un castillo y alguna cosita más, como el campo de refugiados de la Cruz Roja en la II Guerra Mundial, que seguramente no nos dará tiempo. Y un H&M enorme. Hemos paseado entre sus calles buscando heridas de guerra, que puede que no existan por esta zona, pero que sea como fuere no he logrado encontrar.

Y mañana sin duda seguirán esas carreteritas que sí. Porque ahora me he empeñado yo en buscarlas. Que ya llevábamos 7000 kilómetros que no. Pero eso será mañana. Con las calaveras y un montón de cosas más.

La Ruta Turca. De Estambul a Kazanlak. 21JUL2019

A ver, que la chica del restaurante muy bien de inglés, muy simpática ella pero ha sido más lenta con el postre y la cuenta que el coche de Fernando Alonso. Y ya no son horas de ponerse a hacer una crónica larga. Los que la leéis por la mañana con el café con leche y el cruasán nada, pero que se me caen los ojos de sueño. Aunque igual es la cerveza, que llevábamos más de una semana sin catarla.

Y es que hoy ha cambiado el panorama por completo. Pero tranquilos, que esta vez estaba planificado. Es como me gustan los viajes, que sean muy cambiantes (sales con dos motos, y casi vuelves con una… y cosas así). A lo que iba, que me enrollo: pues que hoy hemos dejado Turquía y nos hemos adentrado en Bulgaria. Ya estuvimos durante una semana hace tres veranos aquí y la vimos en profundidad. Pero no por eso quería dejar de ver alguna cosilla de ese comunismo trasnochado que gastaban por aquí. Pero empecemos por el principio.

Estambul un domingo a las ocho de la mañana es una delicia. Los casi treinta y cinco kilómetros que nos ha costado salir de él han sido casi en solitario. La zona moderna es eso, muy moderna. He visto hasta ciclistas. Y en poco más de dos horas, nos hemos plantado en la frontera. Cinco kilómetros de caravana de camiones que nos hemos saltado tan ricamente, y luego el papeleo habitual. Pero ya volvemos a estar en la Comunidad Europea, con sus matrículas con banderita, su gente que (casi) respeta los semáforos, sus moteros domingueros,… y también sus rodaras, su asfalto pésimo (aunque eso no ha cambiado mucho desde Turquía) y sus monumentos megalíticos de la época comunista.

El primero que hemos visitado ha sido como de pasada, en Stara Zagora*. El monumento a la bandera, o algo así. A parte de la torre con formas cúbicas y extraños dorados, lo que me llamaba la atención para desviar la ruta eran sus estatuas de bronce descomunales. A ver, si pones a un mariscal búlgaro (o general, o lo que se estile por aquí) de un tamaño de 5 o 6 metros en bronce, eso da un respeto que te mueres. Y si pones cinco o seis ni te cuento. Y si le pones unas escaleras infinitas para llegar (cosa muy típica comunista, por lo que se ve), pues tienes el escenario perfecto.

Y finalmente, en Kazanlak, hemos vuelto a subir a Buzludzha***, el famoso ovni comunista encaramado en lo alto de la montaña. Ya intentamos verlo hace tres años y lo conseguimos parcialmente, entre la espesísima niebla que había. Además, la ilusión es poder entrar y disfrutar de los mosaicos hipermegagrandes y de la cúpula ruinosa y dorada. Pero está prohibida la entrada. Desde hace años. Pero la gente se ingeniaba siempre para encontrar un huequecito. Pero esta vez nos hemos dado cuenta que es prácticamente imposible: todos los huecos han sido tapiados o enrejados.

Pues ya está. Ahora me levantaré del sofá de piel de 6 plazas en L que tengo en la habitación de hotel, recorreré los quince metros que tengo hasta la cama y a soñar con nuevas aventuras. Pero eso ya será mañana, que cambiaremos nuevamente de país y de escenario.

La Ruta Turca. De Göreme en la Capadocia a Estambul. 19 y 20JUL2019

A ver, que estos dos días están siendo durillos en el plano emocional, pero no quiero salirme mucho -supongo que es mi carácter mal que me pese- de mi “línea editorial”. Así que brindando este post al cielo -o al mar, o a donde quiera que te hayas ido- empecemos con el tema. Y menudo tema toca hoy. Nada menos que la Capadocia. Estará a la altura.

La Capadocia*** es, en cuatro palabras, ES PEC TA CU LAR (vaya, son 5). Tanto, que aquí eso de que más vale una imagen que mil palabras viene al pelo. Así que no voy a intentar describirlas en este post. Que para eso tenéis el buscador de imágenes de Google. La cosa va de contar impresiones, no? Pues eso. ESPECTACULAR. Así en mayúsculas.

Pero vamos, no tiremos las campanas al vuelo. (Disclaimer: el siguiente párrafo está pensado para desmitificar un poco la Capadocia, por si aún tienes la boca abierta después de ver las fotos de Google. No lo leas si no quieres recibir un shock):

Está petao de gente. Gente rara, incluso. Gente que se levanta a las 4 de la mañana para hacerse fotos en trajes de fiesta encima de coches americanos de los años 60 mientras le pasan globos por encima. Y todo pa Instagram. De hecho, la Capadocia no deja de ser unas Bardenas Reales o unos Aguarales de Valpalmas pero a lo bestia, donde los lugareños que debían ser unos mantas en lugar de levantar edificaciones les dio por hacer boquetes en las rocas con un pico y una pala y ponerse a vivir dentro. Y que lo pillas con mucha ilusión, oyes. Pagas la entrada del museo, te das un garbeo por las múltiples iglesias -algunas con unos frescos que flipas- y sigues embobado. Te das una vuelta por los diferentes valles (el rosa, el rojo, el de las palomas, el de los monjes,…) y ya la cosa como que te satura un poco.

Pero luego llegas al hotel, miras las fotos que has hecho, y llegas a la conclusión de que la Capadocia es ES PEC TA CU LAR. Y uno de los lugares que debes ver una vez en la vida, a pesar de todos los peros.

Vale, pues eso fue ayer. Esta mañana, hicimos también de chalaos levantándonos a las cinco de la mañana para ver los globitos volar en el amanecer. Y sí, los chinos con sus poses instagrameras, algunos perroflautas con sus tiendas y sus guitarritas,… pero la imagen de esos cientos de globos sigue siendo ES PEC TA CU LAR.

Y luego, autopista y manta para llegar a Estambul, que estaba a unos 750 kilómetros de distancia. Con esto ya hemos recuperado el tiempo perdido con todo el tema de la mafia siciliano-ghanesa y el robo de la Merkel. Y como hoy hemos puesto varias veces gasolina, me apetece contaros el sistema que tienen aquí para repostar. Curioso cuanto menos:

Llegas a la gasolinera (todas con servicio atendido, por supuesto). Un tipo te mira la matrícula y la introduce en una máquina. Te pone gasofa (ojito que en alguna la de 95 octanos parecía que tuviera algunos menos). Y cuando acaba te vas a pagar dentro. OK, de momento todo correcto. Pues dentro hay una pantalla con recuadritos, cada uno con un surtidor, donde ves tu matrícula. Por si acaso, tú te sabes el número de surtidor, claro. Pagas, y el tipo de da dos tickets de recibo de la VISA. Sales y uno de ellos se lo das al que te ha puesto gasolina, que te extiende otro ticket con lo que te ha puesto. Total, que acabas con dos tickets y un lío de narices. Sobre todo cuando te encuentras al gasolinera turco con mentalidad noruega que no te deja repostar las dos motos con la misma manguera, porque te_tiene_que_poner_las_dos_matrículas_y_solo_puede_hacerlo_de_una_en_una.

Total, que ya me he rebotado con él. Seguramente era el madrugón, el estrés emocional de estos días, o los seiscientos kilómetros que ya llevaba. Y el pobre turco con mentalidad noruega no tenía la culpa. Me insistía que era su jefe el que le obligaba. Y yo diciéndole que llevaba una semana en Turquía repostando dos veces al día y es la primera vez que no me dejaban repostar las dos motos a la vez. Al final Belén -que a veces tiene la paciencia de Job conmigo- ha ido religiosamente a pagar dos veces.

Y con estas cosas hemos llegado a Estambul. Y hemos disfrutado de la tarde-noche de la bulliciosa ciudad con el relajo de ya conocerla de otros viajes, y limitarse a pasear y disfrutar de sus bellezas, de su gente y de sus bocadillos de sardinas a pie de Bósforo.

(Te dije que era un buen post, no? Va por ti).

La Ruta Turca. De Karaman a Göreme. 18JUL2019

Y por fin llegamos. La Capadocia era el destino final del viaje. El punto más alejado suele coincidir con el lugar más exótico y diferente a lo que es tu hogar y tu zona de confort. Y en este caso así es. Porque lo que hemos visto hoy es sin duda algunas de las cosas más alejadas a nuestro pequeño mundo que conozco. Y todo empezó con el desayuno de la mañana en Karaman.

Porque ya es extraño que de todos los -pocos- huéspedes que nos alojábamos en ese hotel con pretensiones (Nadir Business, le habían puesto de nombre), todos excepto Belén eran hombres. Turcos, de esos que se echan eructos sonoros en la habitación con paredes de papel de fumar. Extraño cuanto menos.

Y a cuarenta kilómetros, entre nubes negras amenazadoras que luego no lo fueron tanto y asfalto malo tirando a pésimo, nos encontramos con las casas excavadas de Manazan**. Sorprendentes, más que espectaculares. Pero sin duda, únicas. Puedes subir por unas pasarelas de madera y visitarlas por dentro, e incluso subir algunos niveles si la linterna del móvil y las agallas te son suficientes para compensar la oscuridad y lo desconocido.

Pero a escasos cuatro kilómetros de ahí, el pueblo de Taskale*** me pareció casi surrealista. En el lateral de la montaña comenzamos a ver puertas y paredes de ladrillos que tapiaban cuevas habitadas. Hasta que aparece la gran pared repleta de pequeños ventanucos formando un rascacielos irreal. La roca muestra pequeñas hendiduras estratégicamente situadas para poder encaramarse a los ventanucos más elevados. Y el resto del pueblo estaba igualmente sumido en el siglo XVII. Pero vivo, con habitantes que iban y venían con sus rebaños o con sus aperos de labranza. Parece que hemos viajado tanto en el espacio como en el tiempo.

Y ya tras unos cuantos kilómetros anodinos, mezclando carreteras desdobladas y alguna que otra autopista (esta vez sonaron las alarmas en el peaje, tendremos que solucionar el tema entre mañana y pasado si no queremos tener problemas), llegamos a la ciudad subterránea de Derinkuyu**. No voy a decir que es espectacular, porque no lo es. Pero si excepcionalmente asombrosa. Porque comienzas a bajar por unos túneles minúsculos y vas viendo niveles laberínticos llenos de pequeñas habitaciones, y sigues bajando niveles y niveles… Dicen que hay más de 8 niveles y que se baja a más de 85 metros de profundidad. Lo dicho, no es espectacular, pero no había visto nada igual.

Y poco después, saliendo de una curva, nos encontramos a la Capadocia*** en su máxima expresión. El castillo excavado de Uçhistar aparecía ante nosotros, rodeado ya de las típicas rocas cónicas excavadas con pequeñas ventanitas. Y si seguíamos cuatrocientos metros más allá, desde el mirador veías Göreme y todas sus formaciones rocosas en una imagen que me explotó la cabeza. Sin duda, ya guardada en la memoria como el reciente amanecer con globos en Pamukkale. Capadocia está ya (sin verla en profundidad, que a eso dedicaremos el día mañana) en uno de los top5 mejores lugares que he visto.

Y a partir de ahora, estaremos cada vez más cerca de casa. Más cerca del trabajo, de las rutinas y de los problemas cotidianos. Pero por supuesto no será un retorno en línea recta. Seguiremos viendo cosas sorprendentes. Seguiremos intentando llenar esa estantería de recuerdos imborrables. Y lo más importante, afrontaremos los problemas cotidianos con otro talante, después de haber superado la cantidad de aventuras y vivencias que nos ha deparado (y posiblemente nos siga deparando) este viaje. Vivir para viajar o viajar para vivir. En este caso el orden de factores no altera el producto.

La Ruta Turca. De Pamukkale a Karaman. 17JUL2019

Quizá la noticia del día es que no ha pasado nada extraño. Que ya es mucho decir, teniendo en cuenta lo que llevamos pasado en este viajecito. Hoy el sol me ha despertado a las 6:30, justo para ver cómo se elevaban los globos sobre la blanca silueta de Pamukkale. Imagen que quedará en mi mente, como la del amanecer en el desierto de Erg Chebbi en Marruecos o las auroras boreales de Islandia.

Pamukkale** y su travertino era uno de los objetivos principales del viaje. Así que le teníamos muchas ganas. Y el día, con esas vistas desde la ventana comenzaba pero que muy bien. Pero como suele pasar cuando le tienes muchas ganas a algo, luego te acaba decepcionando un poco. Porque te imaginas pozas y pozas de agua azulada sobre fondo blanco, y allí agua solo hay en las que llenan para las fotos. Fotos que es imposible hacer de la cantidad de gente que hay chapoteando… En fin, cosas del siglo XXI.

Lo que sí que fue una gran sorpresa fueron las ruinas de Hierápolis*** que se encuentran justo al lado. De hecho la entrada a los dos lugares es combinada. Además de ser bastante grande y conservar algunos edificios bastante imponentes, lo que verdaderamente imponía era su teatro. Y mira que de lejos me parecía otro más, incluso de bastante menor tamaño que el de Pérgamo. Pero al entrar y ver todas sus gradas intactas, y el frontal del escenario con todas sus columnas, te da un subidón. Valió la pena la caminata hasta lo más alto de la colina para verlo. Sí señor. Me deja un buen sabor de boca.

Y luego, carretera y manta. Mucha carretera y poca manta, a pesar de que hoy el día ha estado más fresco e incluso nos ha llovido algo. Por enésima vez en lo que llevamos de viaje, nos hemos vuelto a saltar la planificación para recuperar un par de días de los tres perdidos. Hemos prescindido de la zona de Anatolia, en el sur de Turquía para ir llegando más directos a la Capadocia, destino principal del viaje. Y por eso hoy no han habido más visitas turísticas. Al menos la carretera durante un tiempo ha dejado de ser desdoblada y presentaba algunas curvas y buen asfalto. Y los paisajes han comenzado a ser dignos de lo que se espera de ellos: algún salar, algún lago y algunas montañas. Esto ya es otra cosa.

Hemos llegado a Karaman, una ciudad nada turística donde ni en la recepción del hotel ni en el restaurante hablan inglés. Pero nos hemos entendido, como suele suceder. Es curiosa la doble sensación de inquietud, al no saber si te van a entender, y de satisfacción, al encontrar ese punto exótico que busca cualquier viajero. Y mañana llegaremos a la Capadocia pero antes pasaremos por un par o tres sitios que creo que nos van a sorprender. Pero eso será mañana.

La Ruta Turca. De Bergama a Pamukkale, pasando dos veces por Smirna. 16JUL2019

Hay quien dijo que los viajes se hacen no para ver cosas sino para que pasen cosas. Pues ya puedo afirmar que este de Turquía es un pedazo de viaje. Hoy ha vuelto a pasar eso de que se te cae el alma a los pies, piensas que tienes encima un problema irresoluble, se juntan tres tipos hablando en turco, te medio solucionan la vida pero tú aún no te lo crees, y al cabo de dos horas y 200 kilómetros de más te das cuenta de que al final todo se ha arreglado y solo has perdido esas dos horas

Todo empieza en Bergama, donde después de comprar un candado para Merkel, la Renacida por 20€ (con alarma y todo…) salimos dirección Éfeso. Pero lo importante de hoy no fue que vimos las ruinas, la excepcional biblioteca de Celso incluida, o que perdimos las pegatinas de Turquía que acabábamos de comprar. No. Lo importante tampoco fue contemplar las casas de colores que adornaban el paisaje de Kusadasi. Para nada.

Lo realmente excepcional del día es que la aventura nos volvió a poner a prueba. Belén dice que la moto hace un ruido al frenar, y me doy cuenta que prácticamente se ha comido toda las pastillas de freno delantero. Hierro con hierro, vamos. Estamos a unos 150km del destino de hoy (Pamukale) y dudo que tengan allí pastillas de freno. De momento estamos parados frente a un bar en un pueblo cualquiera de esos por los que pasa la carretera. Se acerca un señor al vernos mirar la rueda de la moto y pregunta qué pasa. A partir de ahí se desencadenan una serie de acontecimientos que para mi son la esencia de los viajes. No las columnas corintias del Ágora de Éfeso.

Acabamos en una tienda que venden motocultores, donde el señor del bar, el dueño de la tienda y otro que aparece de vete a saber dónde frenéticamente llaman desde sus teléfonos a mecánicos, servicios oficiales BMW, etc… para localizar unas pastillas nuevas. Les oigo gritar indignados al saber que no hay ningún servicio BMW de motos a 200 kilómetros a la redonda…

No me digas cómo, acabo con un papel con una dirección casi ininteligible escrita.

—Ves allí, en Esmirna. Allí puede que tengan las pastillas —me dijo el tercer hombre, que era un ganadero de la zona y que chapurreaba el inglés mezclado con alemán.

Y ahí me ves, con las pastillas de la moto de Belén en la mano, que nos montamos en la Merkel para retroceder 100 kilómetros en busca de pastillas. Y para ir más rápìdo, decidimos ir por autopista de pago… de esas que necesitas una pegatina, o un telepass o vete a saber qué necesitas y que aún no tenemos. Y me vuelves a ver andando un buen trecho por la autopista, sin pasar las barreras de peaje, para preguntarle a unos policías que estaban al otro lado.

—Pasa sin problemas. Tienes 15 días para registrarte en el sistema en una estafeta de correos —me dijo.

OK, problema solucionado.

Y la dirección resultó ser correcta. Y se me encendieron los ojos al ver tres BMW medio desmontadas en el taller de mala muerte de Esmirna. Y allí estaba el mecánico, esperándome con las pastillas correctas preparadas para darme. Otros 20€. Y cuando ya me montaba en la moto, tuvo que enseñarme su preciosidad de BMW de los años 30 que estaba restaurando. Se le iluminaban los ojos cuando nombrabas esas letras: Be-eme-uve… Y a mí se me iluminaba la cara.

Y al cabo de una hora ya estaba todo resuelto, y volvíamos a rodar en dirección a Pamukkale. Quién dijo que la vida era una caja de bombones? Pues hoy el mío tenía licor dentro. Porque si este fuera mi primer viaje en moto, con todo lo que llevamos pasado, os aseguro una cosa: o me olvidaba de los viajes para siempre, o me enganchaba a esa adrenalina de tal manera que no hubiera podido dejarlos nunca más. Afortunadamente a estas alturas de mi vida, veo las cosas con más calma. O no.

La Ruta Turca. De Alexandropolis a Bergama. 15JUL2019

—¿Y este tío de qué trabaja? —se ve que le preguntó el vendedor de billetes del ferry al turco afincado en Holanda que me hacía de traductor.

—Dice que es médico —contestó tras preguntármelo a mi. El vendedor de tickets puso una cara de incredulidad.

—¡Pero si se lía hasta con el cambio! —dijo aludiendo a mi primera transacción en liras turcas. —Pregúntale por mi prótesis de rodilla. Hace diez años que me la pusieron y no sé si me la voy a tener que cambiar pronto.

Y así fue cómo me vi envuelto en una conversación médica esperando el ferry a Çanakkale, atravesando el estrecho de Dardanelos entre Europa y Asia. Muy surrealista todo.

Pero lo surrealista comenzó al entrar en Turquía. Bueno, más que surrealista, realidad esperada. Kilómetros y kilómetros de caravana de gente que parecía casi haber pasado la noche en los camiones y los coches que esperaban. Tras preguntarle a un policía, procedimos a avanzar como podíamos entre las filas interminables de vehículos. Las maletas nuevas de Belén no nos hicieron ningún favor esta vez. Pero conseguimos pasar la frontera en un par de horas tras pasar tres garitas. POR FIN ESTAMOS EN TURQUÍA! Objetivo conseguido! Y mira que ha costado! Hace una semana nadie hubiera apostado que llegaríamos a Turquía con las dos motos!

La primera parada fue para sacar liras turcas en un cajero de vete a saber qué población. Avanzábamos rápidamente por autovías con buen asfalto, y aunque no es lo que más me apetecía, el hecho de recuperar el tiempo perdido en la frontera no me parecía nada mal. La segunda parada fue en un puesto de carretera, comprando unas pavías (que yo siempre he llamado nectarinas, pero la influencia aragonesa me está pudiendo) y un tomate para comer más adelante. Y la tercera parada fue para atravesar a Asia en ferry. Y tras responder a la consulta médica y unos quince minutos de ferry (el séptimo y último del viaje), llegamos a Asia.

Y en Asia todo seguía igual… pero con más atascos. Se ve que hoy es el día de la Democracia y de la Unidad del País, y hay juerga por todos lados. Nos las vimos y deseamos para poder ver el caballo de Troya de la película Troya que está en Çacakkale*. Y a partir de ahí, la autovía retrocedía treinta años en el tiempo. Se convirtió en una trampa mortal de esas que tiene pasos de cebra, cruces y semáforos cada dos por tres. Difícilmente podías estar más de un kilómetro circulando a 110 km/h. De hecho era especialmente peligroso hacerlo.

Y a cada paso por una población costera, atascazo! Y así una tras otra. El tiempo se nos iba consumiendo y las posibilidades de ver las ruinas de Pérgamo antes de instalarnos en el hotel se iban diluyendo kilómetro a kilómetro. En realidad no soy muy de ruinas. A ver, soy de piedras, pero no de ruinas. Arquitectura con su tejado y todas sus piedras. Y ver Pérgamo, Éfeso, Afrodisias,… y tantos y tantos enclaves arqueológicos como que se me hace bola. Por lo tanto, y debido a que tenemos que recuperar tres días perdidos por un asuntillo de un robo de una moto -recordáis?-, pues como que vamos a limitar bastante las vistas pedrestres.

Paramos a dar una vuelta por Ayvalik**, un pequeño pueblo a orillas del Egeo muy turístico, con una zona antigua donde las callejuelas se hacen estrechas y están llenos de puestecitos y pequeños restaurantes. Allí intimo con la policía, que pensaba que nos iba a decir que no podíamos dejar las motos encima de la acera… pero no. Se han acercado a alabar nuestras BMW. El pobre tenía que patrullar con una Varadero, no como sus colegas de Estambul, que van con GS!

Llegamos a Bergama a nuestro maravilloso hotel con parking privado. La verdad es que por fuera da miedo. Y por dentro, al menos hasta que entras en la habitación. Al menos el parking es seguro: nada menos que el restaurante del hotel. Se apartan unas cuantas mesas y listo! En definitiva, que todo da miedo. Menos la Wifi, que no puede dar miedo porque casi ni la olemos.

La cena… espectacular. Belén es una crack cuando llega a lugares exóticos: coge la carta, le dice al camarero que quiere lo que sale en la foto, y hemos comido de miedo por 5€ cada uno. Y de momento hemos podido prescindir del comodín del kebab. Aunque estando en Turquía… todo se andará.

La Ruta Turca. De Tesalónica a Tesalónica pasando por Estambul, Catania y Corfú. 11-14JUL2019

—Le llamamos desde la comisaría de policía de Lentini, en Sicilia —dijo una voz en italiano —Hemos encontrado su moto.

A partir de ahí, el viaje debe cambiar de nuevo. ¡Ya me dirás! Emociones a parte, en mi cabeza explotaban los datos y las posibilidades. Pero… ¡habíamos recuperado a La Merkel! El único problema es que ya estábamos a más de mil kilómetros de distancia, a dos ferrys, en otro país y a cuatro días de camino en moto. Esta es la historia de la recuperación de mi GS 1200 Adventure, antes conocida como “La Merkel” y desde ahora mismo como “Merkel, la Renacida”.

Todo empezó unos días atrás, el 7 de Julio (San Fermín) en Catania, Sicilia, cuando Belén se dio cuenta mirando por la ventana del hotel, durante el desayuno, que donde habíamos dejado las motos la noche anterior, ahora solamente parecía haber una. Y efectivamente así era. La reconstrucción de los hechos -según los datos de los que dispongo- es aproximadamente ésta:

Entre las doce de la noche y las nueve de la mañana uno o más individuos (ahora sé que uno de ellos era de origen ghanés y tenía 41 años) se acerca a la moto con no muy buenas intenciones. Lo primero que hace es romper la tapa que cubre la batería para comprobar que no tenga ningún cable extra conectado. Por si fuera una alarma. Cuando ve que no, procede a cortar con una sierra radial de mano el candado del disco delantero. Al forzar el manillar para romper el clausor, se percata de que hay unos cables extraños en la zona, y procede a comprobarlos. Finalmente respira tranquilo al ver que solamente son los cables de alimentación del GPS. Una vez liberada, y con ayuda de alguien, se dispone a meter la moto en la furgoneta que espera en doble fila.

Una GS Adventure con el depósito lleno y tres maletas pesa como un muerto. Y así lo comprueban al meterla en la furgoneta, ya que se les vence a la derecha, rozando la maleta de aluminio izquierda y destrozando el intermitente delantero del mismo lado. Intentando enderezarla, se les cae hacia la izquierda rompiendo el cubremanetas derecho. Pero finalmente la tienen dentro de la furgoneta -presumiblemente también robada.

Luego comprobarían qué había dentro de las maletas laterales: nada. En el topcase encuentran un GPS Garmin Montana, que desprecian, y una batería externa de 16.000 mA que se ve que les hace gracia. Les vendrá bien para cargar el móvil, que a esas horas de la noche ya estaba algo tieso de batería. “La próxima vez robaré una furgoneta con un cargador de mechero”, pensó. Intenta descubrir qué hay en la bolsa impermeable que está asegurada con una malla metálica en el asiento trasero. “Parece que solo es comida”. Ni se molestó en romper la malla con la radial. Y se fue.

Lo que no supuso nunca es que días después unos policías que habían detectado la furgoneta le siguieran hasta Lentini, una población a unos 25 kilómetros de Catania y le detuvieran, como ya habían hecho otras veces. Al abrir la furgoneta, la Polizia Statale descubre a La Merkel dentro. Doble win.

Cuando llamó la policía, nos encontrábamos a unos sesenta kilómetros más allá de Tesalónica, en Grecia. Rápidamente paramos en una gasolinera y comenzamos a intentar encajar las piezas del puzzle para poder seguir viaje. Había múltiples posibilidades y había que explorarlas todas.

La primera que se me ocurrió fue seguir viaje con la moto de Belén y cambiar la vuelta para recoger mi moto. Era lo más lógico, estando tan lejos de Sicilia. Pero cambiar el retorno suponía perder casi cinco días de viaje. De hecho, más o menos los que perderíamos si volvíamos a Sicilia en avión a por la 1200 y luego continuábamos viaje con las dos motos. Y así además podríamos seguir haciendo la mayor parte del viaje con las dos motos. Decidido. Había que buscar billetes de avión.

Tesalónica-Estambul esa tarde, pasar la noche en el aeropuerto y Estambul-Catania a primera hora de la mañana del viernes. Un taxi hasta Lentini y tendríamos toda la mañana para el papeleo en la policía y arreglar imprevistos. Pensamos que el ferry de Bríndisi a Igumenitsa era el mejor y nos daría tiempo a cogerlo al día siguiente, si avanzábamos lo suficiente con La Merkel a pesar de no haber dormido. Y así fue. Aunque fueron los kilómetros más agónicos -por el cansancio- de todo el viaje. Parábamos en cada gasolinera a tomar un espresso, un red bull o lo que fuera. Pero llegamos.

Ahora estamos atravesando nuevamente el Adriático, esta vez con la 1200. Si todo va bien mañana al mediodía recogeremos la moto de Belén del aeropuerto de Tesalónica y seguiremos camino. Habremos perdido en total tres días en todo el proceso. Un éxito planificando, creo. El domingo seguiremos viaje hacia Turquía, y ya nos encargaremos de recuperar esos tres días en el regreso por Europa. Habrá palizones de kilómetros y deberemos prescindir de unos cuantos lugares a visitar, pero eso no quitará que este viaje sea, sin duda, uno de los que más recordemos para siempre. Sobre todo Merkel, la Renacida.