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Poker de ases. Los Dolomitas. Retorno al Este. Cap. 21.

Pues sí, hoy nos hemos hecho con un poker de ases. Si empezamos por el Grossglockner, y seguimos por el Passo Gardena, el Sella y el Pordoi, tenemos ganancia asegurada. Y con un día tan espectacular como el de hoy, más aún. Y mira que hemos empezado con mis dudas ya habituales cuando la ruta no está definida. Que si van a a ser muchos kilómetros, que si son muchas curvas, etc. Todo para conseguir el beneplácito de Belén, que sin rechistar dijo «si» a esto también. Pero comencemos por el principio.


El principio fue el paseo matinal por Salzburgo. Tras recorrerlo ayer por la noche casi al trote buscando dónde cenar, decidimos darle un tiempo esta mañana. Total, hoy solamente teníamos que atravesar los Alpes, así que teníamos tiempo de sobra. Y lo cierto es que me gustó más ayer noche que esta mañana. Los edificios iluminados y eso le dan un toque mucho más bonito que los camiones haciendo el reparto de esta mañana. De todo, me quedo con la cúpula de la catedral.


El Grossglockner, a pesar de costar 25€ por moto, vale la pena a la primera curva. Los verdes valles te rodean por todos lados, con los picos aún nevados en lo alto. Las nubes se van formando caprichosamente en las laderas de las montañas y todo es extremadamente bello. El tráfico era fluido a pesar de la gran afluencia de motos, coches y bicicletas. Pero allí nadie va rápido, intentado saborear el paisaje cambiante en cada curva. Es, sin duda muy recomendable. 


Y tras regocijarnos en él, seguimos ruta hacia el sur para encontrarnos con los Dolomitas. Enormes paredes de piedra van surgiendo como setas entre las altísimas montañas repletas de abetos. Cuando parecías haber rodeado una de esas paredes gigantescas, aparecía otra de mayores dimensiones tras la curva. El Gardena sobre todo, pero después el Passo Sella y el Pordoi nos han dado una excelente visión de conjunto de esta zona de los Alpes, quizá de las más recomendables. 


Y con eso que comienza a caer la noche y aún nos quedan más de 60 kilómetros para nuestra pensión. Menos mal que tenía la aprobación matinal de Belén, porque si no, me hubiera caído un rapapolvo como la del Stelvio hace cinco años, donde acabamos subiéndolo de noche tras 700km de puertos de montaña suizos. Belén aún me lo recuerda. Así que cansados pero siguiendo a buen ritmo, finalmente hemos acabado en nuestra habitación. Del temor a preparar una ruta con excesivas curvas ha salido un día excepcional. Excepto por los últimos kilómetros. Supongo que tampoco estaba tan mal planificado. 

Y es que cada día se aprende. Hoy hemos aprendido que a veces temes a las grandes piedras, pero son las pequeñas las que te pueden hacer caer. Lo mejor de todo, es que si te lo propones, siempre acabas levantándote. 

En ruta por los Alpes. El vídeo.

Poco a poco vamos procesando todo el material que nos trajimos de La Ruta de Oriente. Tras las crónicas, vienen las fotos y los vídeos. Y aquí tenéis el primer vídeo. Cuatro días por los Alpes, de sur a norte y de oeste a este. Más de mil kilómetros por carreteras de montaña. Belleza insuperable por los cuatro costados. Son poco menos de cuatro minutos que simbolizan una pequeña parte de lo que sentimos allí. Porque en moto, los Alpes hay que sentirlos.
Dentro video!


En ruta por los Alpes por Dr_Jaus

Etapa 3. Stelvio y los 1001 tornanti

«10 tornanti». Eso rezaba la señal. Si ya es duro de por si meter los 300 kilos de moto en esas curvas de primera y embrague, más lo era de noche. Agotado, o más bien extenuado, la tarea de negociar esas diez endiabladas curvas se me antojaba imposible. Llevábamos más de nueve horas y media encima de la moto, setecientos kilómetros de curvas alpinas a nuestras espaldas. Eran más de las diez de la noche y estábamos subiendo el Stelvio.

Hoy ha sido un gran día, de esos que recuerdas toda la vida. Las aventuras han de ser duras para ser recordadas, y la de hoy lo ha sido. No voy a comentar en esta crónica los pormenores de la ruta, lo que pasó aquí y allí, o dónde desayunamos o pusimos gasolina. Solamente quiero dejar constancia de lo que hicimos o de lo que sentimos. Será tema de otro post, quizá ya en casa, analizar uno por uno todos los puertos de montaña por los que hemos pasado. 

A pesar de que puede parecer que acabamos de llegar del infierno, la verdad es que hoy hemos visitado el paraíso. Los paisajes, las montañas, los valles y los bosques me han hecho incluso derramar alguna que otra lagrimita. Estábamos en el mejor lugar del mundo! En ocasiones, los caprichosos bucles, curvas, contracurvas o galerías de las carreteras nos han hecho reír. En definitiva, Cabo Norte ha de ser visitado alguna vez en la vida, pero quien recorre los Alpes en moto dudo que se conforme con una sola visita.

Kausenpass, Sustenpass, Grimselpass, Furkapass, St. Gothard Pass, Passo de San Bernardino, Splügenpass, Malojapass, Berninapass, Passo del Foscagno y Paso del Stelvio, casi todos ellos de más de 2000 metros de altura. Todos estarían en el carnet de baile de un motorista que quiera pasar una semana por la zona. Pues nosotros los hemos hecho en un solo día. Las hazañas se forjan con sufrimiento, y este ha sido el nuestro. Si para mi ha sido duro, no puedo ni imaginar cómo ha sido para Belén, que ha aguantado estoicamente todos esos puertos. Hoy ha nacido una heroína. @MaryPomppins se ha licenciado como motera. Cum Laude. 

 

La ruta de hoy:

Etapa 3: De Zurich a Stelvio


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Etapa 2. Zurich y las soleadas montañas alpinas

Sordo. Así es el dolor que me recorre los brazos desde las muñecas hasta más allá del codo. No es intenso, pero es insistente. Me recuerda al «viaje de prueba» que hice hace más de un año al Cantábrico. Era la primera vez que apareció, al segundo o tercer día de viaje. Por aquel entonces, pensaba que sería irreparable, que arruinaría todo lo que quedaba de viaje, y que me haría desestimar mi locura del Cabo Norte. Pero, y no es por contradecir las Sagradas Escrituras, al cuarto día, desapareció. También pasó en Suecia el verano pasado. Al cuarto día todos los males desaparecen. En este viaje falta poco para eso, lo espero ansioso.

La jornada de hoy está programada para hacer pocos kilómetros (menos de 300), para descansar algo del palizón de ayer. Hemos de sumarle los cien que no hicimos ayer (de hecho el plan original era seguir hasta Sion, en lugar de quedarnos en Aosta). Por lo tanto, fuimos algo tarde a desayunar. De hecho, éramos casi los últimos, y el desierto comedor estaba repleto de mesas sin recoger, donde era evidente que ya habían desayunado el resto de huéspedes.

Es solamente el segundo día, pero ya hemos adquirido ciertas habilidades para guardar el equipaje. Cada vez tenemos más sitio, y los bultos quedan mejor repartidos. El día está radiante, cielo prácticamente despejado y visibilidad excepcional, perfecto para contemplar el paisaje de altas montañas que nos rodea. Hacia el norte, más allá de la pista de aterrizaje que tenemos enfrente, es posible distinguir una pequeña brecha en las montañas. Es allí donde comienza el primer puerto de montaña del día, el Gran San Bernardo.

En comparación con su hermano pequeño, el Gran San Bernardino tiene otra categoría, otra clase. Al ir acercándote a la pared, comienzas a ver sus tornanti construidos en piedra, amplias rectas entre uno y otro, que casi acaparan todo tu horizonte. A pesar del frío reinante, son muchos los descapotables que se aventuran a recorrer el puerto sin sus capotas. Y es que la belleza del paisaje es tal, que sería un sacrilegio taparlo con un techo. Si multiplicamos el efecto, se podría comprender cómo se disfruta en moto por estos parajes.

Ya en Suiza, y con la preceptiva vignette para las autopistas helvéticas, iniciamos la bajada. La carretera está algo menos cuidada, más hacheada y sin tanta clase como desprendía el lado italiano. Y es que la orgullosa Suiza parece tener bastante con sus Furkapass o Grimselpass, y relega al Gran San Bernardo a un segundo o tercer plano.

El Valais y el valle de Sion, rodeado de enormes montañas por donde trepan como pueden los cultivos vinícolas, desaparecieron casi por arte de magia, deseosos como estábamos del plato fuerte del día, el Grimselpass. Las paellas se suceden una tras otra para ganar altura, alternando el protagonismo con los túneles para el vistoso y antiguo tren de vapor. En un momento dado, la carretera se bifurca. A un lado el Grimselpass, y al otro el inicio del Furkapass. Mires donde mires, no ves otra cosa que paellas y más paellas que ascienden por las laderas escarpadas, como si de un gran milagro de la ingeniería se tratara.

A los lados, paisajes típicamente heidianos, donde parace que de un momento a otro van a aparecer Pedro con las cabras o el abuelo con el perro. Casas de madera oscura y geranios que cubren todos sus balcones forman pueblos tan perfectamente alpinos que sería imposible incluso imaginarlos. Praderas solitarias con unos pocos abetos salpicándolas, se intercalan con los herméticos bosques lúgubres y tenebrosos que casi se desparraman hasta la carretera. También es posible ver algún que otro lago, con agua de color blanquinoso, alimentados por pequeños ríos que bajan con fuerza de los glaciares cercanos.

Finalmente llegamos a Interlaken, cuna del alpinismo selecto.Pasamos frente al Casino, que mira incansable día y noche al nevado Jungfrau, que asoma entre las montañas cercanas. Mientras, los parapentistas no paran de despeñarse desde la retaguardia, para dejarse posar grácilmente en el jardín cercano. En Interlaken es difícil no dejarse embaucar por las tiendas de souvenirs repletas de navajas suizas, o por las selectas tiendas de relojería suiza. Nosotros no pudimos resistirnos a la tentación y pasamos un agradable rato de escaparates.

Se hacía tarde, y decidimos acercarnos a Luzern por la vía rápida, a través del Brünigpass y sus pequeños pueblecitos de montaña. La luz de la tarde bañaba el famoso puente de madera forrado completamente de geranios, y nos perdimos entre la riada de paseantes que disfrutaban de la agradable temperatura. Un corto pero revitalizan paseo. Camino de Zurich, y casi llegando ya, nos sorprende la cegadora luz de un flash que nos retrata por delante, y también por detrás. Aviso a navegantes. Afortunadamente no íbamos excesivamente rápidos.

La aventura final del día vino impuesta por no haber cargado el mapa de Zurich. Un poco de intuición, un mucho de orientación y una pizca de suerte nos hicieron dar con el hotel mucho antes de lo que suponía. Ahora solamente quedaba disfrutar de la maravillosa ciudad con sus innumerables iglesias puntiagudas iluminadas y reflejadas en las tranquilas aguas del río Limmat.

Cansados pero no tanto. Contentos por poder disfrutar de estas maravillas en moto. Agradecidos por un día radiante que atemperó algo los fríos puertos de montaña. Los dolores, sordos o no, son parte del viaje. Y se a ciencia cierta que al cuarto día desaparecerán. Aunque parezca difícil superarlo, esto no puede ir más que a mejor.

La ruta del día la podéis consultar aquí:

Etapa 2: Aosta – Zurich


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