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Altercados búlgaros. Retorno al Este. Cap. 9


Hay veces que no te entiendes con la gente. Y si son búlgaros y no tienen ni idea de inglés, más posibilidades tienes. Pues hoy ha sido uno de ellos. No uno ni dos ni tres, sino hasta cuatro veces he llegado a tener malentendidos con búlgaros. Y mira que me esfuerzo.

Todo empezó en la insulsa población de Blagoevgrado, donde debíamos buscar desesperadamente un lugar para desayunar. Y digo desesperadamente porque hoy he podido comprobar que si a Belén no le das un café con leche de buena mañana se trasforma en Mr. Hyde. Pero claro, en una ciudad prácticamente sin turismo encontrar un bar donde conseguir un café con leche y un croissant es complicado (luego comprobé que cruasan entra en su vocabulario, pero a esas horas de la mañana aún no lo sabía). Al final acabamos comprando cuatro cosas en un supermercado.

ALTERCADO 1: Ni se te ocurra subir la moto a la acera delante de la señora que cuida los tickets de la zona azul. Tendría la edad de mi madre (más o menos) e insistía que la moto en la acera nada de nada. Y yo que le decía (en un correctísimo castellano) que había otras motos en la acera un poco más arriba. Y ella erre que erre que nasti de plasti, en un correctísimo búlgaro también. La cosa es que Belén estaba a favor de ella, supongo que debido a la falta de café con leche en sangre. Al final conseguí hacerle entender que en dos minutos habríamos comprado las magdalenas y nos iríamos de allí. Aunque ella no dejó de mirar las motos por el rabillo del ojo.

En un pueblo cercano se encuentran las Stobskite piramidi, que no dejaban de ser unas formaciones montañosas en forma de pirámide. Nos pillaba de camino, así que intentamos llegar hasta ellas. Tras un trozo de pista, llegamos a un parking, una taquilla y una visita guiada. Me negué en redondo, aunque Belén (que aún no tenía su café con leche en el cuerpo) no estaba muy de acuerdo. Sin que sirva de precedente, tratándose de mujeres, logré salirme nuevamente con la mía.

Seguimos camino hasta el Monasterio de Rila. Camino por decir algo, porque nos chupamos veinte kilómetros de obras de ida, y otros veinte de vuelta. En medio de un valle entre montañas, este monasterio pintado a listas blancas y negras alberga en su centro la iglesia de la Natividad, profusamente decorada por dentro, y también por fuera, de vistosos y coloridos frescos. 


Dentro, un par de monjes ortodoxos, de casi dos metros de altura y aspecto tosco y descuidado. Afortunadamente no tuve ningún altercado con ninguno de ellos. 


Hasta Sofía quedaban poco menos de cien kilómetros que los hicimos a caballo entre la carretera y la autopista, para intentar recuperar algo del tiempo perdido en las obras. Era la hora de comer (algo pasada, en realidad incluso para los estándares españoles), así que decidimos ir a un McDonald’s de las afueras de la capital antes de ir al hotel.

ALTERCADO 2: En mis andanzas por el mundo, siempre en algún momento u otro ha caído algún McDonald’s. Suelen ser rápidos, serviciales y tener un nivel aceptable de inglés. Menos en Bulgaria. Prácticamente no había gente y tardaron más de 10 minutos en atendernos. La cara de Mario, el dependiente, era de desprecio absoluto. A duras penas entendió lo de «two menús BigMac with french fries and Coke Zero». Y luego que de Zero nada, que la máquina no iba. Pase. Y después que quería ketchup y Mr Mario Bros me pedía nosequé en Búlgaro. Y yo que le miro interrogativo y abierto a entenderle. Y a él que se le acababa la paciencia por momentos. Hasta que entiendo -casi por infusión divina- que me pedía 1LV por el ketchup. Y todo esto para tener el peor BigMac que he tomado en mi vida, con el pan más que tostado absolutamente quemado. Quiero entender que Mario aún no se había tomado el café de la mañana. 

Sofía es enorme, con grandes avenidas donde el tráfico se diluye y no sufres tanto como en Skopje o Tirana. El centro presenta algunas atracciones turísticas, aunque la más recomendable sin duda es la Catedral de Alexandr Nevski, la segunda iglesia ortodoxa más grande de los Balcanes. 


ALTERCADO 3: Dentro de la catedral ya había visto el cartel de «no fotos», así que ya había guardado la cámara. Había dos o tres señores ataviados con grandes batas negras que se encargaban de reponer las velas, o de avisar a turistas que nada de usar el móvil. Pero hacían caso omiso a una señora que estaba reventando su cámara de tanto hacer fotos. Así que ni corto ni perezoso saco la mía para hacer lo propio. En ese preciso momento se me avalanzan dos de las batas negras al unísono, casi al borde del placaje, gritándome (sí, gritándome) «PHOTOS, TEN LEVA!! PHOTOS TEN LEVA». Vamos, que la señora de la cámara había soltado las 10 levas (unos 5 euros) por poder hacer fotos. En ese mismo momento, guardé la cámara y me puse a admirar los preciosos frescos del interior de la catedral. 

Después de recorrer el centro, y ya casi en nuestro hotel, decidimos cenar en Hadjidraganov’s house. Con ese nombre no podía ser otra cosa que un restaurante típico búlgaro de los que te ponen un menú incomprensible aunque esté en inglés. 

ALTERCADO 4: Cuando la camarera viene a tomarnos la comanda, yo intenté pedir alguna aclaración de unos de los platos. La chica me corta, y con una mirada que podría cortar un cristal blindado me dice «Good evening!!!» Ups! Y yo que creía que mi «Hello» con sonrisa incluida cuando se acercaba ya sería suficiente formalidad… Pues no, se ve que hay que ser extremadamente educado en Bulgaria. Al final, tuvimos hasta el equivalente búlgaro de la tuna tocándonos los grandes éxitos búlgaros de ayer y hoy especialmente para nosotros. 

En definitiva, que hoy he aprendido muchas cosas. Pero con total seguridad la que más me va a servir en la vida es que Belén necesita sí o sí su café con leche por la mañana.