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NK21. Bruselas-París. Bajo la lluvia

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Habéis tenido suerte. Porque ha faltado muy poquito para que no pueda escribir hoy la crónica. Solo a mi se me ocurre, después de un día de perros, eso sí, dejar el Mac debajo del pantalón de la moto que estaba colgado en el armario del hotel. A la que me he querido dar cuenta, el armario parecía las cataratas del Niagara. Y debajo el Mac. Pobre. Sin rechistar. Y hasta esta tarde a la antena del Wifi le ha dado por no ir. Hasta esta tarde. Ahora ya va. Por eso digo, habéis tenido suerte. Vale, yo más.

Y es que lo que ayer parecía un día genial de moto, viendo allá en Bruselas el Atomium [que entre tú y yo, le da cien mil vueltas al Manneken Pis][bueno, hasta la Sirenita de Copenhague le da cien mil vueltas al Manneken Pis][bueno, de hecho casi cualquier cosa le da cien mil vueltas al Manneken Pis], se convirtió en el segundo Diluvio Universal. Creo que nunca he estado tanto tiempo bajo la lluvia como ayer: 11 horitas. Sin parar. De hecho, tuvimos que refugiarnos en un Leclerq a comer algo sin mojarnos.

Además, salir de Bruselas fue la pera de divertido. Porque tu quieres ir donde te dice el GPS y te encuentras que la calle está cortada. Vas por la que te indican como desvío y acabas en otras obras que también están cortadas. Al final pasas de todo, y tiras por una calle hasta que se acabe la ciudad. Y aún así, parece que a la ciudad le cuesta acabarse.

Y luego la risa son las carreteras belgas. A ver, señores belgas: a los noruegos ya les di en otro post unos consejillos, así que ustedes no van a ser menos: está bien usar el verano para hacer obras, todos los países lo hacen. Pero no puede ser que en los 10.000km que llevamos el 95% de las carreteras y calles cortadas los hayamos encontrado en Bélgica, con lo pequeña que es. Revisen ese punto.

Y otra cosa, señores belgas: si tienen una carretera donde van a poner semáforos, no la pongan de 90 km/h, que cuesta mucho parar desde esa velocidad. Por no decir lo de limitar el paso de algunas poblaciones a 70 por hora, mientras que en otras la cosa es ir a 30. ¿Pagan menos impuestos o algo? Y ya, si en lugar de esas planchas de cemento ponen asfalto en las carreteras, casi podríamos decir que habrán llegado al siglo XXI. Digo yo, eh?

Y por último, señores belgas, no se me ofendan, pero los coches de policía en blanco con cuatro líneas en tonos azul clarito queda un poco gay. Usen colores fuertes. El naranja queda más varonil. Pero es un consejo, eh? Que yo de colores, voy flojo.

Total, que nos ha caído el diluvio. Pero fuerte, fuerte. Vimos la catedral de Amiens con el casco puesto y el chubasquero. Preciosa, eso sí. Altísima, esbelta. Que le da mil vueltas a Notre Dame. Y eso bajo la lluvia. En seco debe ser la leche. ¡Vaya arbotantes y contrafuertes! ¡Qué vidrieras! Un diez, señores amientinos, tienen una catedral de 10. No como los belgas, con el Manneken Pis.

Y luego hicimos una pequeña paradita en Auvers. Bueno, Belén hizo la paradita algo mas heavy, que le dio por tirar la moto al suelo después de hacer la foto en la iglesia que inmortalizó Van Gogh. Pero nada, cero daños. ¡Ah!, ella tampoco se hizo nada. Y la iglesia, preciosa. Coqueta pero tímida. Antigua pero orgullosa. Delicada pero robusta.

Y bajo la cortina de agua y el velo de la noche, llegamos a París esquivando un accidente múltiple. Tendríais que ver a Belén pasando entre los coches, de noche. Aún me acuerdo hace justo un año, cuando practicaba en el polígono de al lado de casa… Porque a veces la miro encima de su Derbi y me parece mentira que venga de Nordkapp. Me sigue alucinando. Olé!

Lo primero que vimos al entrar en París fue el titileo hortera que hace la torre Eiffel en las horas en punto. Pero sonreí al verlo. Habíamos llegado a la ciudad de la luz. Casi sin duda, la jornada más dura del viaje, y ahí estábamos, atravesando la ciudad de norte a sur hasta nuestro hotel. Esa noche disfrutamos. Del descanso, digo. Hasta que sonó la alarma de incendios a las dos de la mañana. Debimos ser los únicos que no bajamos a recepción en zapatillas. Somos españoles. Así que tras un vistazo al rellano y cruzar una mirada con el turco de la habitación de enfrente, nos encogimos de hombros y volvimos a la cama. Lo más normal es que alguien se hiciera un cigarrito en la habitación. La cosa se repitió a las 8 y a las 8.30. Y es que hay gente que fuma mucho.

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