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Los vídeos de La Ruta Adriática

Bueno, pues como ya tenemos todos los vídeos publicados de la ruta del verano alrededor del Adriático, qué mejor que ponerlos todos juntos.

Capítulo 1: de Zaragoza a Venecia:

Capítulo 2: de Venecia a Dubrovnik:

Capítulo 3: de Dubrovnik a Durrës:

Capítulo 4: de Bari a Siena:

Capítulo 5: de Florencia a Zaragoza:

Atravesando Albania. Retorno al Este. Cap 7

La gran decisión de la mañana fue, además de saber dónde desayunar, si realizábamos la ruta prevista hasta el Lago Ohrid atravesando toda Albania, o nos quedábamos en su capital, Tirana. La ruta total no eran más de 340 kilómetros, pero el GPS daba más de 7 horas para recorrerlos. Cosas de Albania. Al final, desayunamos cosas compradas en un supermercado y nos decantamos por la ruta larga. La aventura es la aventura.

La costa sur de Montenegro es de otro nivel a lo que ya vimos más al norte, Croacia incluida. Aquí reinan los hoteles grandes y las playas repletas de tumbonas y sombrillas perfectamente alineadas. El máximo exponente es Sveti Stefan, una isla privada para los más pudientes. 

Sabes lo importante que son los pictogramas internacionales cuando vas al baño de una gasolinera montenegrina y ves dos carteles que ponen «covjek» y «zena». Tuve que girarme a la dependienta para, señalándome a mí mismo preguntarle: «¿Covjek o Zena?»

Y tras pasar la frontera montenegrino-albanesa como dos jefes por el lado de los peatones y sin parar (gentileza de los guardias), ya rodábamos por el peligroso suelo albanés. Mi pensamiento en ese momento, además de no ser arrollado por alguno de los múltiples Mercedes que circulaban a nuestro lado, es saber cómo saldríamos por la frontera con Macedonia sin el sello de entrada al país. Pero eso ya sería después, así que mejor preocuparse por lo de los Mercedes. 

La circulación en Albania es caótica. En cada una de las tres veces que la he atravesado he notado mucha más modernidad tanto en las carreteras como en la gente que circula. Hoy por ejemplo solamente hemos visto un carro tirado por un burro, cosa que en otros viajes estaba a la orden del día. Pero lo peor han sido los atascos. Kilométricos, sobre todo de entrada en Tirana. Porque en albanés no existe la palabra «circunvalación», y tienes que atravesar la capital por el mismísimo centro para poder seguir ruta. Y si quieres comprar la preceptiva pegatina del país, date por muerto: no existen tiendas de souvenirs, o al menos, son muy difíciles de encontrar. Pero no os preocupéis, que al final, in extremis en Pogradec, el último pueblo antes de la frontera, hemos localizado una tienda de souvenirs con pegatinas. 


Y así hemos ido atravesando el país, hasta la frontera con Macedonia, ya a orillas del lago Ohrid. El funcionario albanés se ha tomado las cosas con calma, poniendo caras raras al comprobar en el ordenador -supongo- que no teníamos entrada. Pero al final nos ha sellado el pasaporte y hemos podido salir. La cola estaba ahora en el lado macedonio, y no parecía moverse. Hasta que un funcionario motero se ha apiadado de nosotros y nos ha colado. Mientras nos sellaban los pasaportes, me ha enseñado una foto de su Adventure partida por la mitad mientras le cambiaban el embrague. Entrañable. 

Hemos llegado al apartamento justo a tiempo para ver cómo se ponía el sol justo encima del lago Ohrid. Simplemente espectacular. Mañana recorreremos Macedonia y seguramente entraremos ya en Bulgaria. Os seguiremos contando si es que no os aburrimos mucho. Un saludo!

LRB. Etapa 10. Podgorica. Recorriendo Albania

Mientras sostenía la tercera CocaCola, miraba al horizonte. La brisa mecía las olas en la laguna Vainit mientras yo esperaba mi pescado a la brasa. Continuaba estando en Albania, sí. Pero hoy quise que las cosas fueran algo diferentes.

Me levanté tarde. Es lo que tiene acostarse casi a las dos de la madrugada escribiendo el post y editando fotos. De todas formas a esas horas seguía teniendo un exceso de adrenalina y no podría haberme dormido fácilmente a pesar del cansancio. Una vez desayunado, a eso de las diez de la mañana, la prioridad era encontrar un soldador. En España hubiera sido una ardua tarea, pero tenía la certeza que en Albania sería más fácil. En el hotel no me dieron ninguna solución, así que cogí la moto y comencé camino.

A menos de trescientos metros, vi un portalón de hierro tras el cual se acumulaba chatarra y hierros oxidados. Aunque no me pudieran allí soldar el soporte de la maleta, seguro que sabrían dónde. Con un poco de mímica y buena voluntad por parte de ambos, el chatarrero me indicó dónde podrían ayudarme. No lo localicé a la primera, pero tras preguntar en un mecánico de camiones cercano, encontré al soldador. Después de 10 minutos, tenía ya el soporte perfectamente soldado. La sorpresa fue cuando pregunté el precio.

– Dos dólares -me dijo el hombre, mientras un hilillo de sangre corría por su frente, fruto de un pequeño encontronazo con el portaequipajes de la BMW.

– Solo tengo euros. Te va bien que te de cinco?- le dije mientras le acercaba el billete.

Meneó la cabeza abrumado. Echó mano al bolsillo y sacó un fajo de billetes albaneses. El pobre hombre estaba buscando cambio.

– No! Quédate el cambio! – le expliqué. Su cara cambió con una enorme sonrisa.

– Gracias, muchas gracias! – me dijo.

Seguí ruta hacia Krujë, a escasos treinta kilómetros de Tirana. Allí hay un castillo, orgullo patrio, pero que a mi me resultó algo soso. La calle central del pueblo era estrecha y llenas de tienduchas de las que venden artesanía típica. Suelo huir despavorido. Así lo hice.

Las alternativas eran pocas. No quería volver a hacer pasar a la BMW por otra jornada como la de ayer. No se lo merecía. A duras penas salimos casi ilesos como para volver a meternos en otro fregado. La subida hacia las montañas del norte otra vez por pistas quedaba descartada. En su lugar, enfilé la nacional hacia Skodër, que en algunos puntos es incluso una autopista. Me fui desviando a ver algunas cosas, entre ellas la laguna Vainit, un parque natural cerca de Lezhë. Nada del otro mundo. Marismas, aguas estancadas, alguna garza real y poca cosa. Pero me pegué el homenaje en la comida. Entre otras cosas, porque me sobraba moneda local que debía ir liquidando antes de salir de Albania.

Recorriendo el país te das cuenta de dos cosas fundamentales y diferentes del resto. Una son los lavacoches, Lavazh los llaman aquí. Los hay a centenares, sobre todo a la salida de las poblaciones. Unos pegados a otros. No son más que un compresor con una manguera. En Albania todos quieren tener sus Mercedes -la mayoría seguramente proveniente del mercado del coche robado europeo- como los chorros del oro. Y tal como tienen las carreteras, el negocio de los lavacoches sigue siendo floreciente.

Otra particularidad son los búnkers. Son pequeñas “setas” de hormigón que puedes ir viendo por el camino. Ahora completamente abandonados son una herencia de la paranoia antiinvasora de Hoxa, el dictador militar comunista que lideró Albania hasta los años 80. Ahora no dejan de ser desechos de cemento que se mezclan con el resto de basura que suele haber a la salida de los pueblos.

Tras atravesar Skodër, solo faltaban los últimos 40 kilómetros para llegar a la frontera con Montenegro. El año pasado ese tramo nos costó más de una hora, ya que estaba sin asfaltar y en muy malas condiciones, cuando no en obras. Ahora, las obras han finalizado y hay una bonita y lisa capa de negro asfalto. Sin pintar. Eso lo dejarán para el próximo año.

Poco después llegaba a Podgorica. Los 200 kilómetros de hoy habían sido un paseo. Quería tener otro recuerdo de Albania, aunque las montañas y las pistas no las podré borrar de mi mente. Tanto para bien como para mal. Es lo que tiene cuando consigues amar y odiar al mismo tiempo a un país. Albania no es un país de medias tintas. Quién carajo viajaría hasta aquí para quedar indiferente? Pero las cosas cambian muy deprisa en el país. Aunque creo que tenemos pistas de montaña para rato. No lo dudes ni un segundo. Albania te espera. Ven a sufrir. Ven a disfrutar.

 

Balcanes 10


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LRB. Etapa 6. Kolasin. El montañoso Montenegro

A unos doscientos metros de mí se encontraba un hombre vestido de azul en medio de la carretera y un coche de policía en el arcén. Aminoré la velocidad. De pronto el coche encendió las sirenas y me hizo luces. No tenía la menor duda, debía parar. Detuve la moto al lado del coche patrulla, y el policía dijo algo ininteligible haciendo gestos negativos con la mano. Yo no sabía qué hacer ni a qué atenerme. Le miré de modo interrogatorio. Se acercó otro hombre, vestido con pantalones militares de camuflaje y camiseta amarilla. -La carretera está cortada. Hay un incendio- dijo.

Salir de Mostar fue tarea fácil esta vez, aun sin llevar las carreteras en el GPS. Me lo había empollado todo durante el desayuno, así que sabía más o menos hacia dónde tirar. La carreterita atravesaba las montañas hacia el interior, mostrándome nuevos valles de altura, con sus pastos y sus bosques de abetos. De repente, un cartel y una bandera me anunciaron que acababa de entrar en la República de Srpska, un reducto serbio dentro de la Federación de Bosnia y Herzegovina. En ese punto, el asfalto se iba poniendo cada vez peor, aunque nada que no se solucionara bajando un poco el ritmo.

Cada cambio de carretera era una incertidumbre total. Las indicaciones brillaban por su ausencia, y no paré de preguntar a lugareños. Era difícil -mucho- entenderlos, ya que casi nadie hablaba inglés, pero enseñando el mapa y observando sus gestos me iba cerciorando de lo acertado -o no- de la ruta. Tras cada curva me esperaba una nueva sorpresa, ya sea una vaca -aquí cuando ponen una señal de “peligro vacas” es porque hay vacas-, unas obras que dejaban profundos socavones sin señalizar en el asfalto, o unos labriegos con sus herramientas.

De pronto, en el horizonte aparece la silueta inequívoca de una central nuclear. – ¿Pero estos tienen energía nuclear? – pensé en voz alta. Una señal de “prohibido fotos” contrastaba enormemente con la vaca que en ese momento pasó entre la central y yo. Super cutre-secretismo. De Anacleto, Mortadelo y Filemón juntos. Después, la carretera fue mejorando nuevamente, metiéndose por desfiladeros y pequeños valles que surgían de la nada. Las montañas ocupaban todo el horizonte que me permitía ver el casco. Realmente estaba en un lugar remoto.

Al fin, la frontera con Montenegro. Los bosnios me abrieron la barrera sin problemas. Después, un vetusto puente de suelo de madera me pasó al otro lado del río, donde los montenegrinos se entretuvieron algo más con el pasaporte. Siguiendo la carretera, entré en el cañón de Piva, donde precipicios de vértigo se alternaban con estrechos puentes suspendidos de la nada o una ristra enorme de túneles excavados en la roca. Tras pasar la presa, comenzaba un alargado embalse de aguas verde esmeralda. Sin duda, de lo mejor del día.

De Niksic debía salir una carretera comarcal, pero no la encontré. Tras preguntar a varias personas me hicieron retroceder sobre mis pasos una veintena de kilómetros. No concordaba con lo que tenía en el mapa, pero realmente llegué donde debía llegar. En descargo del mapa Michelin, la carretera parecía totalmente nueva, con asfalto limpio y liso y curvas rápidas de vértigo.

Montenegro es muy montañoso, con valles y prados de más de 1000 metros de altura, que refrescaron las temperaturas hasta hacerlas agradables para disfrutar en moto. Cadenas montañosas iban seguidos de valles alpinos, con sus típicas casas con los tejados muy inclinados, preparadas para las nevadas invernales. Al intentar desviarme hacia el cañón de Tara, me encontré al coche de policía. Ya era extraño que los múltiples incendios que iba viendo los últimos días no me jugaran una mala pasada. Precisamente en ese momento, que llevaba más de seis horas y media para recorrer 400 kilómetros.

Las alternativas eran claras. O seguía las carreteras principales hacia el norte, entrando en Serbia para retornar posteriormente a Montenegro, o cogía una carretera local justo antes de cruzar la frontera, que me llevaría al punto de destino sin salir del país. Unos decían que esa carretera local no era más que una pista ponzoñosa, mientras otros me aseguraban que estaba asfaltada. Es lo que tiene preguntar lo mismo a más de una persona.

Obviamente y sin dudarlo ni un instante, opté por la carretera local. Me costó encontrarla, ya que las señales indicadoras no coincidían con las poblaciones de mi mapa. Y además estaban escritas únicamente en cirílico. De hecho tras más de cincuenta kilómetros no estaba seguro de haber cogido la ruta correcta, hasta que encontré alguien a quien preguntar. Afortunadamente estaba asfaltada, aunque grandes socavones hacían que rodar a más de 30 km/h fuera una temeridad.

Finalmente llegué a Kolasin, punto final de la ruta, 9 horas y media después de salir de Mostar, y tras más de 8 horas encima de la moto. Ha sido duro, si. Pero hoy aprendí una cosa: sin GPS, con la necesidad de preguntar, me he dado cuenta que la gran mayoría de las personas que encontré en el camino estaban más que dispuestas a ayudar. Y eso, cuando te crees perdido, es media vida.

 

Balcanes 6


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Etapa 7: Dubrovnic y los melocotones

La carretera 8 continuaba bajando hacia Dubrovnik, de la misma manera que vimos ayer: rodeada por uno y otro lado por miles de carteles donde se podía leer “Apartmani”. Incluso cientos de personas cartel en ristre se desvivían por que les alquilases una habitación para esta noche.

La primera parada del día fue en Makarska. Ciudad costera, coqueta y perfecta para navegar y bucear, pero algo sosa para pasearla. La semiaventura del día fue intentar subir al Sveti Jure, montaña de 1500 metros que se encuentra a poquísima distancia del mar. La carretera, por llamarla de alguna forma, tenía cuestas pronunciadísimas que hacían sufrir al embrague de la BMW. Las curvas y tornanti harían palidecer al mismísimo Stelvio, todo ello con un aire más de camino de carro que de verdadera carretera. A los pocos kilómetros, y viendo que el camino empeoraba y que el embrague comenzaba a oler, desistimos de seguir adelante. De hecho, las vistas sobre Makarska ya eran desde allí suficientemente impresionantes como para subir más.

Parar a comprar unos melocotones en uno de los múltiples puestecitos que inundan las carreteras y encontrarse con la hospitalidad de la gente croata fue una de las sorpresas del viaje. Nos invitaron a sandía (a más trozos de los que nos pudimos comer) y a una grappa de nueces, que obviamente no probé -más teniendo en cuenta que nuestros anfitriones no paraban de hablar de recientes accidentes moteros por la zona-. Fue una parada muy agradable, refrescándonos con fruta fresca a la sombra de un toldo en plena carretera.

Tras la curiosa entrada y salida en Bosnia y Herzegovina (una franja de este país separa la provincia de Dubrovnik del resto de Croacia), nos encontramos con la Perla del Adriático. La ciudad amurallada de Dubrovnik, reconstruida tras la guerra de los Balcanes, se muestra esplendorosa. Es tan esplendorosa que está atestada de turistas venidos de todos los rincones del mundo, por aire, tierra y mar. Cuando cae la noche, es casi imposible andar por las calles cubiertas de brillantes adoquines.

Pensar que hace pocos años este país estaba en guerra a veces me nubla los sentidos. No puedo dejar de imaginar -quizá sin razón alguna- que las múltiples lápidas con flores que inundan las curvas de la sinuosa carretera no son muertos en accidente, sino macabras señalizaciones donde se ajustició a inocentes. No paro de pensar que ese fornido camarero cuarentón con cuello de toro y fuertes brazos, hace veinte años podía estar partiendo los escuálidos pescuezos de sus enemigos. En mi cabeza, más que memoria histórica, tengo imaginación histérica.

Y a la vez que las luces de la ciudad se encienden y cae la noche sobre Dubrovnik, contemplamos el ocaso compartiendo un kebab y una amena conversación sabiendo que aún nos quedan muchas cosas por sentir y por vivir.

La ruta de hoy la tenéis aquí:

Etapa 7: De Split a Dubrovnik


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