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Etapa 19. Cannes y la bofetada del glamour

Cuando piensas en Pisa piensas en la torre inclinada. Si no estuviera inclinada, seguro que no tendría la fama que tiene. Y es una pena. Porque todo el conjunto del Campo dei Miracoli (Battisterio, Iglesia y Campanario) es de una belleza extrema. Pero no. Aquí hay que venir a hacerse la foto aguantando la torre. De hecho, la explanada entera parece una concentración de gente haciendo Tai Chi, con los brazos en extrañas poses haciendo ver que aguantan la gran torre de mármol. Sea como fuere, no nos fuimos de allí sin hacernos nosotros la foto. Dicen que allá donde fueres, haz lo que vieres…

“Gire a la derecha en 150 metros”. Y yo, giro a la derecha. “Gire a la izquierda”. Y lo hago. Seguía a pies juntillas las indicaciones del GPS. La idea era salirnos de la autopista en Génova para hacer un repaso rápido a la ciudad y comer por ahí. Aún no sé cómo acabé nuevamente en la autopista dirección Milán. Quería dar la vuelta, pero el Garmin no hacía más que darme indicaciones aparentemente sin sentido. Las flechas de su pantalla parecían nudos de corbata intentando guiarme por las infinitas salidas de la autopista. Al final no pudimos hacer una visita rápida a al puerto italiano al pie de las montañas, donde vivía nuestro amigo Marco. Tuvimos que pagar dos veces el mismo tramo de autopista para acabar finalmente saliendo de la ciudad en la dirección correcta.

Las autopistas italianas merecen un párrafo aparte. Túneles y más túneles, enormes puentes sustentados en altísimas columnas sobre verdes valles que acaban desparramándose cerca del mar. Curvas donde poner a prueba tu sangre fría mirando el quitamiedos que da más miedo que otra cosa. Y los límites de velocidad… Aún no he visto ninguna señal donde te indique ese límite. Y mira que la he buscado. En ninguna parte. Solamente en algunas curvas peligrosas o a la entrada de los túneles puedes ver un tímido “110”.

A lo tonto a lo tonto, y tras casi quinientos kilómetros de autopista, llegamos a Cannes. Menos de cinco horas para la misma distancia que otros días nos había costado casi diez. Pero desde luego bastante más aburrido. Cannes nos abofetea con su glamour, sus yates, sus sesentones con el cuello del polo subido y sus cincuentonas con minifalda y doce centímetros de tacón. Qué lejos quedan las calles de Albania o las carreteras bosnias. Qué cerca queda el final del viaje y la rutina del día a día. Hoy no tenemos que buscar hotel para mañana. Porque mañana dormimos en casa.

Etapa 19: De Florencia a Cannes


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Etapa 18. Florencia y la libertad

Hoy hemos vuelto a cambiar la ruta. Hace unas semanas lo hicimos por primera vez, obligados por una errónea planificación y una mala elección del hotel. Pero hoy lo hemos hecho porque nos ha dado la gana. Una fugaz idea se me cruzó por la cabeza, cambiar el Lago di Como y Milán por Florencia y Pisa. ¿Difícil elección? Ya había estado en los dos sitios, pero tengo una especial predilección por la ciudad del Ponte Vecchio. Hoy dejé de mirar el rutómetro, puse un nuevo punto en el GPS y hacia allí nos hemos dirigido.

Quizá por un excesivo miedo a lo desconocido, quizá por la necesidad de planificar, y un poco por tener una fecha concreta para volver, el viaje está algo encorsetado. Me encantaría tener la libertad de poder salir en un momento dado de casa sin rumbo fijo, donde el destino te lleve. La vida es una sucesión de cruces de camino donde has de elegir hacia dónde quieres ir. O si lo prefieres, como diría Miquel Silvestre, es un millón de piedras que has de esquivar, conformando la ruta que vas a seguir. Esta mañana teníamos delante un cruce: o Milán o Florencia. Y hemos tenido la libertad de elegir el destino.

Casi quinientos kilómetros de monótona autopista, múltiples atascos tanto en Eslovenia -estamos ya casi acostumbrados- como en Italia. Y es que es sábado, el último de agosto. El trayecto transcurrió entre Bruce Springstee, Sting o Madonna, bajo un sol abrasador -también ya acostumbrados- y alguna tímida gota de lluvia, que fue la novedad del día.

La cúpula de las Flores, el Campanile, el Battisterio, la Piazza della Signoria… No es de extrañar que Sthendal se inventara aquí un síndrome. El Ponte Vecchio, la Signoria,… ¿qué mejor que todo eso para pasar una soleada tarde de verano? El viaje se va acabando, y es necesario disfrutar de cada segundo que nos queda. En Florencia, la palabra disfrutar se escribe en mayúsculas. Y elegir Florencia nunca puede ser una equivocación.

Etapa 18: De Ljubljana a Florencia


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Etapa 3. Stelvio y los 1001 tornanti

«10 tornanti». Eso rezaba la señal. Si ya es duro de por si meter los 300 kilos de moto en esas curvas de primera y embrague, más lo era de noche. Agotado, o más bien extenuado, la tarea de negociar esas diez endiabladas curvas se me antojaba imposible. Llevábamos más de nueve horas y media encima de la moto, setecientos kilómetros de curvas alpinas a nuestras espaldas. Eran más de las diez de la noche y estábamos subiendo el Stelvio.

Hoy ha sido un gran día, de esos que recuerdas toda la vida. Las aventuras han de ser duras para ser recordadas, y la de hoy lo ha sido. No voy a comentar en esta crónica los pormenores de la ruta, lo que pasó aquí y allí, o dónde desayunamos o pusimos gasolina. Solamente quiero dejar constancia de lo que hicimos o de lo que sentimos. Será tema de otro post, quizá ya en casa, analizar uno por uno todos los puertos de montaña por los que hemos pasado. 

A pesar de que puede parecer que acabamos de llegar del infierno, la verdad es que hoy hemos visitado el paraíso. Los paisajes, las montañas, los valles y los bosques me han hecho incluso derramar alguna que otra lagrimita. Estábamos en el mejor lugar del mundo! En ocasiones, los caprichosos bucles, curvas, contracurvas o galerías de las carreteras nos han hecho reír. En definitiva, Cabo Norte ha de ser visitado alguna vez en la vida, pero quien recorre los Alpes en moto dudo que se conforme con una sola visita.

Kausenpass, Sustenpass, Grimselpass, Furkapass, St. Gothard Pass, Passo de San Bernardino, Splügenpass, Malojapass, Berninapass, Passo del Foscagno y Paso del Stelvio, casi todos ellos de más de 2000 metros de altura. Todos estarían en el carnet de baile de un motorista que quiera pasar una semana por la zona. Pues nosotros los hemos hecho en un solo día. Las hazañas se forjan con sufrimiento, y este ha sido el nuestro. Si para mi ha sido duro, no puedo ni imaginar cómo ha sido para Belén, que ha aguantado estoicamente todos esos puertos. Hoy ha nacido una heroína. @MaryPomppins se ha licenciado como motera. Cum Laude. 

 

La ruta de hoy:

Etapa 3: De Zurich a Stelvio


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Etapa 1. Aosta y el frío agosto de los Alpes

Se supone que debería comenzar los relatos de esta nueva ruta de Oriente con unos textos vivos, mordaces, frescos e ingeniosos. Pero después de 950 kilómetros y casi diez horas encima de la moto, creo que el ingenio y la frescura quedaron atrás, quizá perdidos entre las mil y una curvas del Col de l’Iseran. Sea como sea, vamos a intentar llevar a buen puerto esta primera crónica comenzando por el principio.

Seis de la mañana. El despertador se empeña en despertarnos incluso antes de que lo haga el sol. La noche ha transcurrido en un auténtico suspiro, un visto y no visto que se antoja a todas luces insuficiente para soportar el intenso día que nos espera. Los trastos están listos en la moto desde anoche, por lo que en poco más de una hora estamos en ruta. La autopista hacia La Jonquera se desliza silenciosa por su habitual recorrido. Los primeros momentos van sucediéndose entre pensamientos tristones y desalentadores. Quizá sea un exceso de responsabilidad -esta vez no voy solo, no puedo pretender que mi viaje ideal sea el mismo que el de Belén-, quizá el temor a la dura jornada que tenemos por delante… Sea como fuere, hasta que no retumbaron en mi casco esos ritmos activadores de las canciones de mi iPhone no pude esbozar una sonrisa. Café con leche en La Jonquera, junto con los últimos tweets con 3G. A partir de ahora, solamente dependeremos de la benevolencia de los wifis foráneos.

Como suele pasar en los primeros kilómetros franceses, el viento arrecia desde el oeste, haciendo la conducción algo pesada e incómoda. Y así estuvo hasta bastante más allá de Montpellier. Pensando en otras rutas de otros viajes, se que el secreto es ir dejando pasar los kilómetros de autopista uno tras otro, sin mirar en exceso esa ventanita del GPS que va indicando lo que falta.

Pasado Grenoble, la autopista comienza a ascender, y el frío empieza a hacerse notar. Los desvíos se van sucediendo entre nombres de míticas etapas del Tour de Francia. Croix de Fer, Galibiers,… y al poco rato, el Col de l’Iseran, donde nos desviamos. La carretera asciende por las verdes laderas, casi sin molestarlas, pidiendo permiso. Curva aquí y pendiente allá, vamos ascendiendo hasta la cima, a 2770 metros. Allí nos recibe un fuerte viento y un frío de órdago, sobre todo si vas con la equipación de verano. Hago las pocas fotos que me permiten mis entumecidos dedos, y hago cola entre otros moteros y ciclistas para hacerla en el preceptivo cartel indicador, mientras el termómetro de la BMW marca los 4,5ºC.

La bajada hacia Val d’Isère nos va devolviendo algún grado más de temperatura, mientras nos cruzamos con multitud de motoristas. La moto parece rugir con fuerza en los múltiples túneles de la carretera, mientras las nieves perpetuas coquetean con los grises nubarrones que de momento no se atreven a descargar.

El Piccolo San Bernardo sería el puerto de montaña que nos llevaría hasta Italia. Un sinfín de paellas -o tornanti, como les llaman los italianos- dan a la carretera el aspecto de un acordeón. En su cima, una gran estatua del pobre santo, que tiene que cargar con la pena de ser confundido con un perro con un barril de whisky cada vez que se le nombra. De hecho, la estatua de San Bernardo también compite con un perrazo de cartón piedra que sin duda es el preferido para las fotos de los que por allí pasan.

Finalmente el Valle de Aosta. Preferimos hacer los últimos cuarenta kilómetros por la autopista, plagada de túneles «perpetrados» en las laderas del valle en aras de una mejora en la comunicación del valle con el exterior. El hotel se encuentra pared con pared del aeropuerto donde de manera casi incesante, van despegando y aterrizando helicópteros, incluso ya en la negrura de la noche. A nosotros solamente nos queda cenar en el bonito pueblo alpino y regresar al hotel a reponer fuerzas.

La ruta del día la podéis ver aquí:

Etapa 1: Terrassa – Aosta


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Día 25. 17 de Agosto. Terrassa

Letze Runde” o “Last Lap” son frases que están en mi vocabulario desde niño; son cosas que pasan por ver carreras desde tiempos de Freddie Spencer. Last Lap es lo que parecía decir esa señora que agitaba su pañuelo blanco y negro en el paso de peatones de una calle de Mónaco.

Era la última jornada. Última vez que empaquetaba mi equipaje, última vez que introducía la ruta en el GPS, última vez que comprobaba que todo estaba en orden antes de encender mi BMW… “Last Lap, Sergio”, pensé. Y qué mejor última vuelta que darla en un circuito mítico, aunque no sea de motos. Tener Montecarlo tan cerca y no aprovecharlo no entraba en mis planes. Así que enfilé Santa Devota, subí hacia el Casino, Mirabeau, Loewe, el Túnel, la Rascasse… Poco a poco fui pasando por esas curvas míticas mientras pensaba en mi última etapa.

Y fueron pasando kilómetros y kilómetros de aburridas autopistas, unos cuantos repostajes -en uno de los cuales un argentino afincado en Italia con una enorme Harley Davidson Fat Boy me preguntó por el viaje, intrigado por la cantidad de pegatinas que llevaba la moto- y algún que otro peaje. Era territorio conocido de recorrerlo bastantes veces en coche y alguna que otra en moto, así que ya me encontraba casi en casa. Y tenía tiempo de pensar.

Pensar en lo que había hecho. 14.500 kilómetros en 25 días. Y todo para llegar al mismo sitio de partida. Y todo para ver una simple bola de hierros en la otra punta de Europa. Pero no. Era mucho más que eso. Ha sido un Viaje, un Viaje con mayúsculas. Una de las premisas que impuse a la salida que lo más importante del viaje no era el destino, sino el camino. Y ahora puedo añadir que lo importante no es solo el camino, sino la compañía. Porque no me he ido solo. Aunque parezca un tópico, he viajado con vosotros. Una de las cosas más importantes que hacía cada día, a pesar de la hora o de lo cansado que estaba, era escribir esta crónica. Porque necesitaba compartirlo con vosotros. Necesitaba viajar con vosotros. Y esta noche no podía ser menos. Last Lap… Por cierto… gracias por acompañarme!

Y finalmente La Jonquera. Solamente quedaba hora y media para que The Long Way North finalizara, para que bajara la bandera a cuadros, para que muchos meses de ilusiones y de trabajo concluyeran. Último repostaje. No estaba acostumbrado a esa presunción de culpabilidad de las gasolineras españolas que es el prepago o el mostrar el DNI al pagar con tarjeta; llevaba 25 días fuera de casa, mil y un repostajes, y no he visto esa desconfianza en ninguno de los 15 países recorridos. Pues bien… último repostaje y… se acabó. A las 17:05 horas, apagué el motor de mi F800GS en el parking de casa. Lo que para mí era una hazaña, había finalizado con éxito.

Pero esto no acaba aquí. Como decía SuperRatón, “No se vayan todavía, aún hay más!”. Ahora vienen los análisis, las anécdotas, algún que otro vídeo pendiente de colgar… Seguiremos informando!

Hoy he recorrido 732 kilómetros en 6 horas y 33 minutos, a una media de 112 km/h. El consumo ha subido hasta los 6,2 l/100km. Hemos recorrido 16 países en 25 días durante 14.441 kilómetros y más de 170 horas sobre la moto. La ruta de hoy la tienes aquí.

The Long Way North. Day 25


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Día 24. 16 de Agosto. San Remo

Se me debía de haber secado el cerebro. Llevaba 24 días fuera de casa, más de 13.000 kilómetros, y la jornada de hoy se me hacía corta. No quería limitarme únicamente a recorrer los casi 350 kilómetros de autopista que me separaban de Mónaco. Además, desde el Paralelo 71 (allá por Noruega) que no cogía una curva en condiciones. Así que decidí dar un rodeo. Hace unos años estuve en el Lago di Como, del que guardo un buen recuerdo, por lo que no podía dejar pasar la oportunidad de visitar el Lago di Garda, a pocos kilómetros de Brescia.

Sus aguas azules me dieron la bienvenida a través de unos frondosos árboles. A pesar del intenso tráfico, pude disfrutar en compañía de otros siete moteros italianos de una magnífica ruta, por la carretera que rodea la orilla oeste del Lago di Garda. Múltiples túneles desvían la carretera de su ruta inicial, que debía de ser más divertida si cabe. Durante el recorrido se suceden hasta casi el infinito las típicas villas italianas, con sus piscinas exclusivas a pie de lago, y sus jardines que se extienden hacia las laderas plagadas de cipreses.

Las altas montañas pre alpinas me hicieron considerar al Lago di Garda como una versión latina, más cálida y cercana, más pasional quizá, de esos fríos fiordos noruegos que ya comenzaba a añorar. La carretera seguía discurriendo con suaves curvas al borde del lago, como acariciando los cuidados tirabuzones que forma su orilla. El aire mediterráneo, plagado de olores a pino, a bergamota y a jazmín daban el toque perfecto a un día radiante, perfecto para rodar en moto.

La carretera entre Storo y Breno, que pasa por Bagolino es simplemente increíble. Comienza a estrecharse, aún con buen asfalto, y se introduce entre los bosques de la zona, tanto que el sol llega a desaparecer. Se estrecha tanto que comenzaba a dudar si cabríamos la moto, yo y un ocasional coche que se presentara de frente. Asciende hasta los más de 1200 metros de altura, ya rozando las nubes en una pista típicamente de montaña, con un asfalto salpicado de grandes baches, como infestado de viruela. Los “tornanti”, como llaman aquí a esas curvas imposibles, se van sucediendo uno tras otro, primero de subida y luego de bajada, hasta llegar a carreteras ya más convencionales, cerca de Bergamo.

Solo quedaba enfilar la autopista, primero hacia Milán, y luego hacia Génova, pero me llevo en el recuerdo esos más de 250 kilómetros extras de curvas que ya añoraba. La autopista, desde pocos kilómetros antes de Génova se torna divertida, con curvas, puentes y túneles que sirven para salvar las montañas costeras, y que no me abandonarán hasta llegar a San Remo, lugar escogido para pasar la última noche del viaje. Allí, y para despedir mi querida Italia, me deleité con unos spaghetti con almejas, que haría llorar y arrollidarse pidiendo perdón al pobre turco que me sirvió esa pasta incomible en Estocolmo.

Hoy he recorrido 586 kilómetros en 8 horas y 5 minutos a una media de 72 km/h. El consumo ha sido de 4,5 l/100km. Llevamos recorridos 13.709 kilómetros. La ruta del día la tienes aquí:

The Long Way North. Day 24


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Día 23. 15 de Agosto. Brescia

Hoy he sido realmente consciente de que el viaje está tocando a su fin. Estaba en los tres últimos días, aquellos que -como a la ida- eran simplemente de traslado, de retorno a casa. Autopista en su mayor parte. Simplemente trazar una línea recta entre Zagreb y Barcelona y hacer las paradas pertinentes. Pero una parte de mí se negaba a que esto fuera así, tenía que exprimir lo poco que quedaba de una ilusión que se convirtió en realidad.

Desayunar con mis amigos y echar las últimas risas ha sido muy gratificante. A pesar de que se escondan más que el Dioni cuando se escapó con el furgón: ha sido prácticamente imposible localizarlos a la primera en el lugar donde estaban desayunando.

– Oye, ¿y tú estás seguro que has llegado al Cabo Norte?- me preguntaban con guasa.

– Es que ahora me he relajado, y por eso me pierdo tanto. – contesté. Me relajo tanto que he cometido errores imperdonables en los últimos días. Paso a enumerarlos:

  1. Me quedé sin baterías en la cámara de fotos por dejarla encendida con el GPS conectado durante toda la noche.
  2. Borré inconscientemente el 80% de las fotos del viaje, por lo que solamente dispongo de las que he ido subiendo al flickr. (Por si no las has visto, www.flickr.com/photos/smorchon )
  3. Casi me quedo sin poder escribir hoy la crónica porque el enchufe del hotel no aceptaba el enchufe de pivotes gordos del ordenador. Afortunadamente, esto es lo único que he podido subsanar.
  4. No he mirado el nivel de aceite de la moto en todo el viaje.

Así que tras el desayuno, y con la ayuda de mis amigos, nos pusimos a mirar el nivel de aceite de la BMW; tal y como me dijeron en BMW Scratch de Terrassa, no tendría problemas con eso, a pesar de pasarme de los kilómetros de cambio de aceite: la BMW no ha gastado ni una gota en 12.500 kilómetros que llevaba!

La ruta me llevó a Eslovenia. La frontera fue como las de antaño: una cola interminable para enseñar el pasaporte. Y la cola continuó en la siguiente gasolinera para comprar la viñeta correspondiente a los peajes eslovenos.

Primera parada en Ljubljana, acogedora ciudad completamente levantada por las obras, que respiraba la tranquilidad de un domingo al mediodía. Cientos de pequeños restaurantes a la orilla de su río que parte su núcleo por la mitad. Tanto la calle del río como las aledañas merecen una visita con calma. El ambiente que se respira es bastante más culto y educado que en los países vecinos: no son bares sino vinotecas; no son tiendas de souvenirs, sino de artesanía local. Esto último me impidió comprar la preceptiva pegatina del país.

Y en poco rato, llegué a Italia. Los carteles de la autopista ya rezumaban familiaridad, con ciudades como Venecia, Milan o Verona. Eso me hizo reflexionar en todo lo que había visto en los últimos 23 días. Había estado en lugares remotos, había ido más allá, y ahora estaba volviendo. Una sensación agridulce. El largo viaje tanto tiempo soñado se estaba acabando. Como dice M-Clan, “ahora que el viaje termina me invade la calma”.

Brescia fue la ciudad elegida para pasar la noche. Llegada a la ciudad con las últimas luces del día y con una inquietante tormenta sobre mi cabeza. Un agradabilísimo paseo por sus calles casi desiertas y por su Duomo elegantísimo en la hora azul. Y tocaba cenar.

Permitidme que pase unos minutos comentando uno de los placeres que aún no había tocado en este viaje. Hemos hablado de paisajes extasiantes, de lugares remotos, de fotografía, y he intentado utilizar estos textos para haceros sentir algo parecido a lo que he sentido yo. Pero es que hoy he cenado en Italia. Y en Italia se come muy bien. Y eso es difícil de describir. Unos fiselle con mozzarella y tomate, y unos spaghetti con salmón y anchoas, todo con un aroma a albahaca que lo perfumaba todo. Espectacular. Obviamente, a pesar de que no estaba en la carta, el regente del local me ha ofrecido un tiramisú casero, que no he podido rechazar. Un final de fiesta que ha transformado un soso día de traslado en una jornada especial.

Hoy he recorrido 583 kilómetros en 5 horas y 38 minutos, a una media de 103 km/h. El consumo ha sido de 5,8 l/100km. Llevamos recorridos 13.108 kilometros. La ruta de hoy la tenéis aquí:

The Long Way North. Day 23


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Preparando el retorno: Cabo Norte – Barcelona


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Retorno épico. Los días se acortan cuanto más al sur me encuentre… Y sobre el mapa esos días se me antojan cortos, aunque el contador de kilómetros diarios me da vértigo. 
Ya tengo fecha de salida, el sábado 24 de julio. Y eso quiere decir, que con toda la ruta programada, tendría que tener fecha de regreso: 18 de agosto. 26 días encima de la moto. Para quererla o para odiarla, eso está por ver. Serán unos 14.000 kilómetros, 2.000 más de los previstos, a una media de 590 kilómetros diarios, si descuento el par de días de descanso (previstos en Helsinki y en Tallinn). Demasiados? El tiempo lo dirá. Despliego el mapa y observo: De Barcelona a Bali en línea recta no llegan a 13.000… Bufffff…. Las comparaciones son odiosas…
Los Países del Este bien merecerían un viaje para ellos solos, y si mi relación con mi querida BMW no se trunca tras tantos kilómetros con ella, podría ser un próximo destino. Pero ahora el tiempo apremia y el turismo ya está hecho en Noruega. Así que (con ligeras licencias) este será un retorno a tiro hecho.  He planificado paradas indispensables en las capitales bálticas, en Cracovia, Bratislava y Budapest. Así, recorreré Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Eslovenia, Italia y Francia, para regresar nuevamente a España. Junto con los países de la ida, serán 16. Un buen ramillete. Me cabrán todos los escudos pegados en las maletas?