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De Mauthausen a Hallstatt. Retorno al Este. Cap. 20.

La vida es un álbum de recuerdos lleno de contrastes. Como el de hoy. Hoy hemos recorrido de un extremo a otro desde lo más mísero de la humanidad hasta paisajes prácticamente celestiales. Desde el horror del campo de concentración de Mauthausen hasta la belleza plácida de pueblecitos como Hallstatt. De 0 a 100 en poco menos de 140 kilómetros.


La llegada a Mauthausen se hace por una carreterita estrecha y empinada. Al alcanzar el final de la colina te topas de frente con la mole gris de sus paredes y sus torres de vigilancia. Después de haber visto Auschwitz, pensaba que esta vez iba a dejar las emociones en el parking, junto a las motos. Pero no ha podido ser. De hecho, no debía ser. Pasear por los barracones, la cámara de gas o el crematorio, la tristemente famosa escalera de la muerte o pasar los dedos suavemente por los miles de nombres allí escritos… Miles de vidas truncadas sin motivo. Y muchas (pero muchas muchas) con apellidos conocidos. Porque al contrario que en Auschwitz fueron muchos los compatriotas que allí terminaron sus días. Y eso te toca.

Pero afortunadamente el día ha dado mucho más de sí. Dejamos atrás (sin olvidar, eso sí) los horrores de Mauthausen para adentrarnos en las verdes colinas y frondosos bosques de las primeras estribaciones alpinas. A pesar de que el cielo está bastante gris, la hierba refulge inundándolo todo con ese verde casi fluorescente. Vamos dando un rodeo disfrutando de los paisajes hasta llegar a, según dicen muchas listas, el pueblo más bonito de Europa.


Hallstatt es simplemente precioso. Cuidadísimas callejuelas a pie de lago, con paredes montañosas repletas de abetos que lo rodean. Absolutamente pintoresco. Las fotos que había visto en decenas de posts  le hacen justicia. No sabría decirte si es el más bonito de Europa (de hecho, resulta algo absurdo clasificar la belleza), pero sí estaría entre mis top 5. A pesar de los japoneses.


Si ya he visto Reine en Noruega (tres veces) y Hallstatt en Austria, prácticamente según internet no me queda nada más bonito que ver en Europa. Así que una de dos: o ampliamos fronteras en próximos viajes o le quitamos la razón a Google e intentamos que el mundo se entere que la belleza la podemos encontrar en infinidad de lugares, muchas veces muy cerquita de casa. Seguiremos buscándola cada fin de semana. 
Y hoy dormimos en Salzburgo. La vuelta que hemos dado esta noche por el centro nos ha hecho cambiar los planes y mañana saldremos algo más tarde a la carretera: apetece ver y fotografiar la ciudad de día. Y ya luego nos metemos en los Alpes y a ver si escribimos con un tono algo más simpático. Porque qué quieres, hoy no me salía escribir de otra manera. 

Etapa 4. Austria y las pelotas en la sopa

Sopa con una bola enorme de Whiskas. Eso es lo que hemos cenado. El chico del hotel decía que era casera, pero el aspecto era de Whiskas. Al menos estaba bueno. O eso, o que tenía mucho hambre. Llegar a las 21:30 de la noche al hotel implica cenar lo que buenamente quieran prepararte. Y es que hoy ha vuelto a ser un día duro, de los de más de nueve horas en moto. Después de hoy, ya lo puedo decir: me equvoqué. La teoría de que al cuarto día de moto desaparecen todos los males es incorrecta. A partir de mañana las tiradas en moto serán más cortas, y tendremos más tiempo para reponernos. Al menos eso es lo previsto.

Después del desayuno, nos dispusimos a visitar el famosísimo Stelvio. Es la meca tanto del motero como del ciclista, que a pares iguales abarrotan desde buena mañana los pequeños puestecitos de souvenirs en busca de la ansiada pegatina que certifique haber estado allí. Las vistas desde ahí son espectaculares. Pueden divisarse desde ahí gran parte de los tornanti que van bajando en volandas la carretera por la escarpada ladera de la montaña. Y ya. Stelvio no tiene más. Está sobrevalorado. Ni el paisaje es especialmente bonito, ni por supuesto el trazado de las curvas hace disfrutar de la moto. De hecho es un sufrimiento ir sorteando uno tras otro los tornanti rebozados de pésimo asfalto. Hay que ir tirando de embrague en cada uno de las curvas, y la moto tiene tendencia a caerse hacia el interior. Desde luego, la foto queda bonita, pero realmente no tiene nada más. Para los ciclistas subirlo debe ser toda una hazaña, y es que las caras que ponen al subir los más de 50 giros eran patéticas. Por cierto, nunca he visto un ciclista sonriente, ni siquiera bajando puertos. Les queda ya la frente arrugada y el rictus de sufrimiento casi de por vida.

Después vendrían unos cien kilómetros de atestadas carreteras italianas, pasando pueblecitos con un tráfico horrible. Eso cansa a cualquiera. Atravesamos Austria de sur a norte, pasando por típicos pueblecitos tiroleses, con sus iglesias puntiagudas y sus miles de hectáreas de pastos verdes. La idea era llegar hasta el castillo de Neuschwanstein, la locura que Luis II de Baviera construyera entre montañas. Y lo vimos. Y como el Stelvio, ese castillo está sobrevalorado. Walt Disney lo copió y lo mejoró. Sin duda.

Lo mejor de hoy ha sido los casi cien kilómetros por carreteras secundarias alemanas, con un asfalto perfecto, diseñadas para motoristas, para hacerlas a un ritmo rapidillo sin tener que frenar. Y todo ello embellecido por perfectos fondos de pantalla de Windows. Colinas y más colinas de un verde intenso, de ese que hace hasta daño a la vista, de ese que lo inunda todo con el sol del atardecer y hace que solamente puedas pensar en verde…

Vuelta a entrar en Austria, y otros doscientos cincuenta kilómetros hasta Oberdrauburg. Las nueve y media de la noche y nos recibe una banda de música en el centro del pueblo. Pero lo que queremos es encontrar el hotel y cenar. Aunque sea una bola de Whiskas. Pero me ha gustado.

La ruta del día la tenéis aquí:

 

Etapa 4: Del Stelvio a Oberdrauburg


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