De Novo Mesto a Bihac (BiH). La Ruta del Adriático. 7

Cuando comienzo a ver mezquitas, las calles huelen a cordero a la brasa y el camarero te entiende a medias cuando le hablas en inglés, es que he llegado a donde quería llegar. El viaje por fin ha empezado a ser trascendente, de esos que recuerdas año tras año: “¿te acuerdas cuando el camarero me traía una cerveza más en lugar de traerme la cuenta?”. Si, hemos llegado a Bosnia y Herzegovina.

Hemos empezado el viaje en Eslovenia, con mucha calma ya que debido a la improvisación de ayer, hoy debíamos hacer pocos kilómetros. Pero cruzaríamos un par de fronteras. En Novo Mesto, al lado del hotel, fuimos a ver su castillo, que más que castillo era un caserón del siglo XVIII. Pero con encanto. Después de eso, y sin encontrar -por enésima vez- una pegatina de Eslovenia, pasamos la frontera croata.

Seguimos la ruta, hasta que vimos en Ribnik un precioso castillo circular que no teníamos  previsto encontrar. Muy fotogénico. Además, con escasos 20ºC y cielos nublados todo nos parecía 100 veces más maravilloso que los días previos, donde el calor no favorecía disfrutar de prácticamente nada.

Seguimos hasta el castillo de Frankopan, que en realidad sería mucho más antiguo pero no era nada del otro mundo, al menos a nivel estético. Dos fotos de rigor y seguimos ruta entre frescos bosques, verdes laderas y pastos con olor a heno. La siguiente parada era el monumento Banija & Kordum, que es de estos de la antigua Yugoslavia que están medio destartalados pero que a mi me gustan tanto. Pero a 3km de llegar la carretera presentaba unas barreras que dejaban claro que por ahí no se podía pasar. Paramos un rato a descansar a su lado hasta que vimos una pareja croata con una V-Storm que venían desde el otro lado de la barrera. Intentaban pasar por una pasarela de madera medio podrida que en realidad era el camino peatonal que salvaba la barrera. Lo vi en dificultades así que me ofrecí a ayudarles empujando su moto. Entre los cuatro, conseguimos que pasara. Hacía tiempo que no sentía ese espíritu de camaradería entre moteros, más allá de hacer “V’s” cuando te cruzas. Pasamos un agradable rato charlando de esas cosas que hablamos los moteros.

Tocaba pasar de frontera nuevamente, esta vez a Bosnia y Herzegovina. La frontera fue más trabajada con control de documentos nuestros y de las Ducati. Todo en orden, podíamos seguir camino. A poco de pasar la frontera abortamos la idea de llegar hasta el castillo de Velika Kadusa, debido fuertes rampones sin asfalto que llegaban hasta él. Seguimos camino con tranquilidad, parándonos a comer a pie de carretera en una antigua parada de autobús, quedaba poco más de media hora para llegar al hotel e íbamos genial de tiempo.

La última visita programada del día era el castillo de Ostrozac. Sin mucha idea de si había que pagar o no, acabamos en sus jardines interiores lleno de esculturas pintorescas. Admiramos su arquitectura y salimos sigilosamente por si en un descuido nos habíamos saltado las taquillas.

A pocos kilómetros de allí encontramos nuestro hotel, nuevo, de gran categoría y barato: otro de los alicientes de estos países balcánicos. Descansamos, hicimos la colada y por la noche dimos una vuelta por la ciudad cenando comida local (con algún que otro problema idiomático con el camarero, que confundía “bill” con “beer” y de poco me trae otra! Mañana toca viajar por Bosnia, con temperatura similar y seguro que con tan buenas sensaciones como las que nos ha deparado el día de hoy.

De Venecia a Novo Mesto (Eslovenia). La Ruta Adriática. 6

Sí, es el capítulo 6 porque ayer era el 5. ¿Que no hubo capítulo? Vale. Pero hubiera sido el 5. Aclarado este importante tema, vamos al lío.

Mira que me las prometía felices cuando hemos salido del hotel de Mestre con 29ºC… Pero pocos kilómetros después ya estábamos a los habituales 36ºC. Algo más nublado, lo que en ocasiones la sombra te daba algo de tregua. La primera parada fue Palmanova, una belleza de sitio… siempre que lo veas a vista de pájaro. Patrimonio de la Unesco y todo, fundamentalmente por ser una ciudad fortificada en forma de estrella, con muralla, foso y toda la mandanga. Calle radiales, algunas calles perimetrales… Una gozada para el viajero con algo de TOC como yo. Pero lo chulo es verla desde el aire. Si has llegado a este blog buscando consejos de viaje por la zona, ya te digo que mejor te vayas a Údine y no pierdas el tiempo en Palmanova.

Desde allí, y ya con 38ºC seguimos avanzando penosamente por las carreteras que transcurren entre polígonos, de rotonda en rotonda, buscando la frontera con Eslovenia. En Koper (o Capodistria, que es más explicativo, al ser la primera localidad de la península de Istria), acabamos refugiándonos en un McDonalds para comer una ensalada. Seguimos después caravana tras caravana hacia Piran, que ya habíamos visitado otras veces, pero nos apetecía volver. Pues misión fallida. Ya no puedes llegar al pueblo, te cortan el paso unas barreras que te obligan a aparcar en el parking de pago… y no encontramos sitio gratuito para las motos, así que un poco agobiados abortamos misión y nos fuimos hacia el interior.

Y allí todo cambió. La temperatura comenzó a bajar. Soplaba un viento con algo de frescura prominente de las tormentas cercanas que nos alivió. Y las carreteras volvieron a ser carreteras, serpenteando entre colinas, bosques y pequeños pueblos pintorescos. Y así, con esta alegría en el cuerpo llegamos al Castillo de Predjama, que volvíamos a visitar 10 años después de nuestro primer viaje a Estambul. Allí estaba, impertérrito. Sin siquiera reaccionar a lo que ha cambiado el mundo tras la pandemia. Por él no pasan los años.

Después, una rareza. El Monasterio de Bistra. No estaba previsto en la ruta hasta ayer, cuando cambiamos el destino -que inicialmente era Pula- debido a lo desorbitado del precio de los hoteles en la costa croata. Así que buscando un hotel medianamente asequible hemos acabado en el interior de Eslovenia, cerca de Ljubljana. Y pasando por este pequeño y coqueto monasterio que más bien parece un castillo medieval, donde la carretera atraviesa incluso una de sus puertas.

Y aquí me tienes, en Novo Mesto intentando metabolizar la jarra de cerveza y la barbaridad de comida de la cena. No me digas qué era… porque uno era un plato “sorpresa” donde se combinaban mejillones, cigalas, pulpo y palitos de cangrejo con una sabrosa salsa de tomate con ingentes cantidades de queso fundido. Y el otro plato, también se las traía, pollo con queso y jamón, todo rebozado y nadando en un mar de patata gratinada. Al menos, hemos podido pedir “café con leche pequeño, con poco café y descafeinado”. Lo que viene siendo un cortado descafeinado corto de café. Después, paseo nocturno por el parking del hotel para ver… ¡un pedazo de avión que tienen aquí aparcado! Pero no una Cessna, no… Diría que es todo un CRJ700. Finalmente, hemos comenzado a encontrar lo que veníamos buscando: reencontrarnos con estas peculiaridades que te hacen disfrutar cada minuto del viaje. Buenas noches.

 

De Brescia a Venezia. La Ruta Adriática. 4

Vamos a ver, que 800 cl de cerveza 4 lúpulos no dan para mucho más que para acordarme ligeramente de qué ha ido el día de hoy. Intentaremos tirar de notas escritas y no hacer faltas de ortografía. 

El día comenzaba tensando mi cadena, que ya hacía demasiado ruido. SPOILER: tuve que volver a destensarla, porque me pasé de tensión. Añoro mi cardan de la BMW… Pero todo sea por disfrutar. ¡Para disfrutar, hay que sufrir!

Mira que el 99% de los recorridos que estamos haciendo por Italia son completamente prescindibles. Y eso que huimos de las autopistas. Pero es que en esta zona norte se van empalmando un pueblo con otro, una rotonda con la siguiente, un atasco con el próximo. Pero las curvas y el asfalto impoluto de la subida al Santuario de la Madonna della Corona, cercana al Lago di Garda, fueron espectaculares. Y una vez allí, una hora, 3 km y medio de subidas, bajadas y más escalones para llegar a ese santuario, colgado literalmente de una pared de piedra. Vale la pena el sitio, sí.

En Mantova llegamos cuando desmontaban el mercadillo de la plaza, rodeado de palacios ducales, iglesias y otras viviendas nobles. Pasabas de una plaza a otra, de un palacio medieval a otro, de una basílica a otra. La que veníamos a ver, la Basílica de San Andrea, resulta que estaba cerrada a mediodía, y no abrían hasta las 15:00. Así que volvimos a las motos admirando nuevamente la plaza, sus palacios y sus iglesias, mientras degustábamos un par de nectarinas y agua fresca, que se ha convertido en el bien más preciado en este viaje. Y sí, me tocó destensar un poco la cadena que parecía que estaba sufriendo más de lo previsto. ¿Os he dicho que añoro mi cardan de la BMW?

En Ferrara, buscando un lugar donde aparcar nuestras Ducati acabamos dando un garbeo por todo el centro peatonal de la ciudad, para acabar aparcando a unos cuantos cientos de metros de su catedral. Es impresionante cómo el mismo concepto -catedral- se pueda materializar de tantas formas diferentes. Porque la de Ferrara es, cuanto menos, espectacular, la mires desde donde la mires. Mármol rosa y blanco en su fachada (que aunque estaba parcialmente cubierta de andamios, éstos te dejaban hacerte una idea de la belleza que se escondía tímidamente detrás de los plásticos), y los laterales con tres pisos impresionantes de arcos hechos con ladrillo y columnas variadas de mármol. Un 10 de catedral. Y al lado, el palacio y el castillo comp,lentamente rodeado de un foso. Mucho mejor que el mejor castillo que haya yo podido construir de pequeño con el Exin Castillos.

Y por último Padova, con la Basílica dedicado a San Antonio (de Pádua). Impresionante por fuera, con sus grandes -y pequeñas- cúpulas que me transportaban casi a Estambul (o mejor dicho a Bizancio). Y el interior, tan variado como espectacular: tan pronto te encontrabas una capilla lateral completamente cubierta de mármol, como otra rematada con arcos ojivales y frescos de cientos de colores. Igual tenías unos techo perfectamente pintados con diferentes motivos, como una salida a un variopinto claustro. Otro 10.

Y ya temiendo por no encontrar restaurante para cenar (y resarcirnos del fuet de ayer en nuestra habitación) recorrimos la escasa hora que nos separaba de Mestre, donde dormimos hoy. Y sí, llegamos al restaurante, cayó una ensalada Caprese, una pizza con prosciutto y nosequé mas y unos spaghetti de nosequé que estaban de muerte. Y sí, los 800 ml de cerveza de cuatro lúpulos., Ahora me voy a dedicar en cuerpo y alma a metabolizar semejante cena y formar las proteínas suficientes para que mañana podamos pasear todo el día en Venezia, entre góndolas de los turistas que habrán pagado 60€ por un viaje de media hora, los chinos que habrán desembarcado en el último crucero o el españolito que grita entre los canales recién bajado de su avión de Ryanair. Buenas noches.

El track de la ruta:

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De Torino a Brescia. La Ruta Adriática. 3

A ver, hoy no esperéis muchas florituras que si supieseis el esfuerzo que estoy haciendo para escribir esto, fliparíais. A modo de resumen: 400 km a unos constantes 30-34ºC. Media de velocidad total de menos de 45 km/h. No he cenado y me muero de sueño. Así que vamos al lío.

Torino, un auténtico caos a las 8 de la mañana. Imposible llegar a los pies De la Torre Antonelliana. Al final, una foto mal hecha desde el paso de peatones. Y salimos corriendo entre el tráfico de la gran ciudad.

Llegamos a Ivrea. Queríamos visitar su castillo de tres torres (eran 4 antes de que cayera un rayo en la que precisamente albergaba el polvorín). Problemas para encontrar aparcamiento para las motos, pateada hasta el castillo, que no me parece tan impresionante como me lo imaginaba y listos.

Seguimos hasta el Ricetto di Candelo. Es una miniciudad amurallada (más bien un barrio) con 5 o 6 calles formando una especie de cuadrilátero. Es curiosa, cuanto menos. Pero le falta una vuelta de cara a que haya más turismo: hay un par de tiendas de artesanía, algunos bares -la mitad cerrados- y por tanto se encontraba casi desierto. Que le da un encanto, oye… pero vista una callejuela, vistas todas.

El Lago di Orta ha sido lo mejor de la jornada. Un estupendo lago con una isla en medio llena de palacetes y una basílica. Y todo ello lo puedes ver desde San Giulio, a pie de lago desde pequeños embarcaderos escondidos o desde la bulliciosa plaza llena de puestecitos de artesanía y terrazas. Pero para nada masificado a niveles de Como. Comimos allí un par de ensaladísimas. Por cierto, señores de La Carretilla… ¿desde cuándo no ponéis tenedores en vuestras ensaladas? Ha sido un poco desagradable comerme la ensalada de pasta y atún con un trozo del cartón del embalaje.

En Varese teníamos que ver el interior de la Basílica de San VIttore. Pero resulta que tenían un funeral dentro, por lo que ha sido entrar de puntillas, admirar rápidamente sus trabajados techos y ni hacer la foto por respeto. Luego nos hemos resarcido con una Coca-Cola en un bar de un centro comercial lleno de la tercera edad contando batallitas.

A partir de ahí todo ha sido un despropósito: el GPS me envía a Suiza camino del Lago di Como, Como lleno de atascos, y la carretera por el borde del lago hasta Bellaggio se hacía interminable, a 40 por hora, por la estrechísima carretera intentando sobrevivir a las tapias de las casas, los autobuses en sentido contrario o los peatones que circulaban por ella. Y Bellaggio no ha valido la pena. La verdad es que las vistas hasta llegar, si, pero tampoco podía apartar mucho la mirada. Luego, poner gasolina a 2,25€ (y descubrir luego que a 300m había una a 1,75€…).

En ese momento habíamos decidido que nos saltábamos Lecce (del que ya vimos a lo lejos su torre con una peculiar forma de lápiz) y Bérgamo (que ya visitamos en un viaje anterior). Así que nos dirigimos a nuestro hotel en un pueblecito cerca de Brescia. Llegamos a eso de las 21h, y -¡oh sorpresa!- no pudimos cenar en ningún lado. Así que ya me veis, en la cama hincando el diente al fuet mientras escribo estas líneas. Así que nada, a dormir que con el sueño se mata el hambre.

El track de la ruta:

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De Montpellier a Torino. La Ruta Adriática. 2

Calor. Lo único que quería era regresar a la fuente de Saignon para volver a refrescar mi gorra y esperar a que chorretones de gélida agua resbalaran por mi cuerpo, antes de desaparecer a los pocos segundos evaporados al entrar en contacto con los más de 40ºC de mi piel. ¿Exagero? Sí, un poco.

Pero es que el día ya amaneció caluroso en Montpellier. A pocos centenares de metros del hote estaba la primera parada, L’Arbre Blanc: un edificio de viviendas que se asemejaba a eso, a un gran árbol blanco donde cada balcón era una rama. Difícil de explicar, fácil de buscar en google y verlo. Así que ya tardas.

Atravesamos la Camarga de forma fugaz, destino de tantos viajes anteriores. Olores a lodo, a aceite y a heno. Caballos, garzas, garcetas… pero esta vez no hay toros de cuernos esbeltos.

En la Abadía de Saint Roman tuvimos que hacer una excursión desde el parking hasta el complejo troglodítico, donde las celdas, las tumbas e incluso la iglesia estaban excavadas en la roca. Mira que veo más fácil ir poniendo una piedra encima de la otra, construyendo una catedral si quieres… pero a estos franceses de Saint Roman les dio por excavar.

Ya estábamos a más de 34ºC cuando llegamos a Saignon, un típico pueblecito provenzal con las casas de piedra y los porticones de color lavanda. Subimos a La Roca, el castillo que suele tener en lo más alto cualquier pueblecito que se precie. Bueno, Belén se sube mientras yo la miro desde abajo. Tras la penosa ascensión, nos pusimos ciegos de sardinas con tomate al pie de la fuente. ¡Y vaya fuente! Fresca, refrescante, gélida,…

Pero había que seguir ruta. Pasamos por las Roches des Pénitents, una especie de Montserrat de pocas decenas de metros que admiramos desde las motos, sin parar. Teníamos que llegar a Sisteron, último pueblo francés que visitaríamos hoy. Conseguimos aparcar las motos, comprar un agua fría y pasear hasta la orilla del río para ver sus curiosas formaciones rocosas.

Y una vez visto, rumbo a Italia. Cambiamos la ruta prevista, ya que se iba haciendo tarde. Briançon y el Col de Montgenèvre, llegando a Italia cerca de Sestriére. Se agradecieron los 19ºC  que había en la cima. Y luego, la bajada, disfrutando de las curvas italianas, mirando cómo el termómetro volvía a subir hasta casi los 30ºC y teniendo cuidado de los italianos, que a pesar de ser el norte de Italia, ya ejercen de ser un poco caóticos en su conducción. Mil ojos para ir acostumbrándonos a lo que nos encontraremos en los Balcanes.

Finalmente llegamos a Torino sobre las ocho y media de la tarde. Tras alojarnos en el hotel, mirar por la ventana la inexistencia de vistas y ducharnos para recuperar una temperatura corporal normal, salimos a degustar nuestras primeras pizzas italianas acompañadas de Birra Moretti. Y con esa alegría en el cuerpo acabo de escribir esta crónica. Seleccionaré una foto cualquiera para ponerla ahí arriba de todo, y me dispondré a reponer fuerzas para mañana, que promete ser un día igual o más interesante y algo menos cansado. Ale, que a las 8 de la mañana comienzan a poner multas allá donde hemos dejado las motos. Buenas noches.

El track de la ruta:

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De Zaragoza a Montpellier. La Ruta Adriática. 1

Vamos a ver, que cuando hay pocas cosas que contar, lo mejor es ser conciso. Y en la ruta de hoy solamente hay un par de cositas que valen la pena ser contadas. La primera y mas importante, es… ¡que hemos vuelto! Salimos de nuevo en una ruta de tres semanas por Europa.  Es la primera vez desde la Era Covid. La primera vez que salíamos de España desde 2019 y la primera vez que sacábamos a nuestras Ducati a ver mundo.

Lo demás, después de eso… como que carece casi de importancia. Ni pasar el túnel de Bielsa, ni las 2.326 rotondas que hemos hecho en suelo francés, ni los 39ºC que hemos visto por el camino, ni la gruta de Mas d’Azil (que por cierto, ya la conocíamos), ni pasar por Carcassonne (que por cierto, ya sería la 5ª vez), ni saltarse Narbona porque no podíamos ya del calor y del cansancio. Y es que han sido 666 kilómetros en casi 10 horas, todas ellas (menos 20 kilómetros) por carreteras y pocas autovías.

¿Veis cómo teníamos poco que contar? Alguno se preguntará… “vale, has dicho que ibas a contar un par de cosas. ¿Cuál es la segunda cosita?” Pues mira, que son casi las diez y media de la noche y que estoy reventado. Con lo que yo era… Yo no sé si es la falta de práctica, los años o  yo qué se, pero me han sobrado un par de horas y unos cientos de kilómetros. Hoy la visita a Montpellier (cuarta vez que dormimos por aquí) ha dado para probar unos tacos en un chiringuito de comida rápida con un Sprite. Y es que mañana hay que madrugar:  mañana tenemos que atravesar los Alpes y seguir haciendo callo.

Os dejo el track de la ruta, para los más curiosos:

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Una ruta por… El Levante

 

De eso que quieres marcarte una ruta por el Cantábrico hasta Asturias y resulta que dan lluvias. Este fin de semana podíamos salir el mismo viernes por la tarde, así que era el momento adecuado. Pero tampoco apetece pasarse el fin de semana a remojo. Así que cambiamos planes buscando el buen tiempo y decidimos repetir por el Levante, volviendo a Valencia como hace unas pocas semanas, pero esta vez del tirón el viernes, para comenzar el Sábado por toda la costa hasta Alicante.

Desayunamos en un bar de Paterna de dudosa reputación, donde el personal únicamente tenía carajillos y coñac como consumiciones básicas, mientras nosotros desentonamos con nuestras tostadas y café con leche. Escuchamos conversaciones de todo tipo sobre los temas menos interesantes, y opiniones bañadas en alcohol que daban una mezcla de risa y pena…

Enfilamos la carretera de la costa por el Saler y la Albufera, con algo más tráfico de lo deseable, aunque estábamos preparados para eso. La primera parada, el castillo de Cullera, con unas subidas brutales en las que unos cuantos ciclistas dejaban el hígado. Desde arriba, unas espectaculares vistas de la ciudad hacían que valiera la pena el esfuerzo (el de ellos, que nosotros y nuestras Ducati subimos a golpe de gas como señores).

La siguiente parada fue quizá lo mejor del fin de semana. La Valldigna y su Monasterio de Sta. María de la Valldigna. Tras entrar en sus jardines, te encuentras con las ruinas que en realidad la hacen mucho más fotogénica. Lo primero que haces es entrar a su iglesia restaurada, con sus impresionantes frescos de su techo. Y después paseas por las ruinosas dependencias que aún conservan arcos, columnas y nervaduras. Espectacular. Merecen 3 estrellas (que por otro lado es mi máximo).

Salimos de la Valldigna por la CV-675 hacia Gandía. Parad en el Mirador de la Visteta, para darle un último vistazo al valle desde arriba. Luego nos movimos por zonas mucho más turísticas, como Dènia, donde comimos a pie de puerto, Jávea donde admiramos alguna de sus calas desde miradores de urbanizaciones privadas, o el Cabo de la Nao y su Mediterráneo de azul océano.

Tras un paso por un mirador (también en una zona privada) en todo lo alto de Benidorm, casi atropellar a dos o tres guiris algo bebidos en la decadente ciudad de los rascacielos playeros (al parecer este ha sido un fin de semana marcado por el alcohol…) y visitar las casas de colores de Villajoyosa (ni una estrella le pongo), seguimos hasta Elche. Muchísimos problemas para aparcar las motos, pero finalmente pudimos ver su Basílica de Santa María (prescindible) y su Palmeral (desde fuera). Y como ya era tarde, autovía hasta Almansa, sin las paradas previstas (pero ya realizadas en otros viajes) de Novelda y Villena.

Al día siguiente, tras cenar en el Bar Rey de Almansa y disfrutar de la vista de su castillo, nos dirigimos a Jarafuel. No por otra cosa, sino porque sabía que allí existía una Plaza Morchón. Y como tira el apellido, y quedaba cerca,… allí que fuimos. Callejear fue muy agradable, y descubrí que no solamente había una calle, sino una plaza, una plazuela y una subida. Ahora falta saber el por qué de ese nombre, pero me atrevo a pensar que no es por el apellido sino por algún tipo de accidente geográfico. Tengo que investigarlo más.

Pasando por Cofrentes y sus carreteras plagadas de moteros con mono de piel y rascadores, fuimos al Embalse del Molinar, espectacular y en el que las circunstancias quisieron que no haya imágenes. La bajada hasta la presa es simplemente sublime para la vista. Y la subida por el lado contrario, con varios kilómetros de pista, fue emocionante al estrenar nuestras Multistrada por primera vez en este elemento. Muy fácil recorrido, eso sí.

Buscando una gasolinera la ruta nos llevó a Alcalá de Júcar, que admiramos desde uno de los miradores en el que no habíamos estado en los dos viajes anteriores por la zona. No hay dos sin tres, que dicen. Comida en Minglanilla a base de raciones, y seguimos la N-330 hasta Teruel, donde autovía mediante, alcanzamos finalmente Zaragoza.

Un fin de semana de Junio con algo de calor, algo de tráfico, pocas piedras pero muy interesantes, y algunas vistas. En definitiva, completo para haber sido una ruta alternativa, sustituta de la original y preparada en el último momento. Como siempre, tenéis las rutas del GPS en estos enlaces de Wikiloc:

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Una ruta por… Segovia


Nuestro paseo de ese fin de semana nos deparó un par de agradables sorpresas en forma de agradables carreteritas secundarias en las que disfrutamos de la ruta. Pero no adelantemos acontecimientos, y pongamos el contexto.

El contexto era «ola de calor extremo en toda España», con lo que a la postre serían cifras récord de temperaturas para el mes de Mayo en toda la historia de registros meteorológicos. 35º a la sombra para el sábado, vamos. Así que nos pusimos nuestros trajes de verano, nuestro chaleco refrigerado por agua (una maravilla) y… al lío!

Comenzamos con un clásico, como es el cañón del Río Mesa, comenzando desde el embalse de la Tranquera. Para mí, uno de los cañones más espectaculares de la península, por lo cerrado y escarpado de sus paredes. Si no lo conoces… ya tardas! Parada a hacer la foto de rigor en Chaorna, un pueblecito incrustado en la pared de la montaña y seguimos hacia Sigüenza, donde no paramos por la cantidad de veces que hemos dormido allí y visto al Doncel.

La iglesia de Sta. Mª de la Varga nos sorprendió. Se encuentra a las afueras de Uceda. Es una bonita iglesia románica… a la que le falta la mitad frontal, además del tejado. Y que han reconvertido en cementerio! Digna de ver. Además de ahí mismo sale una antiquísima y empinadísima calzada romana que conserva varios tramos de piedra.

Santa María de la Varga

La ruta por los pueblos negros de Madrid comenzó torcida, ya que en Patones de Arriba no pudimos ni parar la moto, de la cantidad de coches que inundaban hasta los arcenes de la carretera. Decidimos dejarlo para otra ocasión. Seguimos hacia la Sierra del Rincón, que me sorprendió de la cantidad (millones de millones) de flores de jara que inundaban de blanco todo lo que abarcaba la vista. Además de ello, las vistas de las laderas de las montañas enmarcaban una carretera ratonera, que a decir verdad se nos hizo un poco bola a esas alturas de ruta que ya llevábamos. Los pueblos… pues pse: demasiado remodelados y restaurados, convertidos en segunda vivienda de urbanitas con cierto poder adquisitivo. Al menos paramos en La Hiruela, donde el poder lo ejercían los miles de mosquitos que pululaban por sus calles de piedra.

Y acabamos en Segovia, en las afueras, justo cuando las tormentas descargaron con fuerza, mientras nosotros las observábamos desde la seguridad del hotel. El Venta Magullo, donde cenamos con la presión de sustituir a nuestro habitual Mesón José María y su ribera del Duero «Pago de Carraovejas». No fue lo mismo, pero los postres bien vale que si pasáis por allí, os deis un homenaje.

El domingo amaneció con temperaturas mucho más agradables. Chaleco en la maleta e incluso nos tuvimos que parar a poner un forro. La primera parada, a presentar nuestras nuevas Ducati al Acueducto de Segovia. Paramos justo en su base, y con la atenta mirada de los policías locales, a los que perjuramos que solo era una foto y nos largábamos, inmortalizamos el momento.

Riaza, de la que utilizamos su plaza para abrigarnos algo más, sirvió de inicio de una espectacular carretera, con un trazado muy divertido y un asfalto perfecto que nos llevó a Madriguera y su espectacular color rojizo y luego a Somolinos, con curiosas formaciones rocosas. Paramos el Albendiego para volver a admirar el impresionante ábside de la iglesia de Santa Coloma, donde ya estuvimos hace unos años. Después, la última parada fue en Medinaceli, para conectar ese acueducto romano de Segovia donde comenzaba la ruta, con el Arco del Triunfo de Medinaceli, previamente a meternos en la autovía y acabar la ruta.



En definitiva, sorpresón en las carreteras de la Sierra del Rincón, así como en la SG-V-1111 entre Riaza y Madriguera. No os las perdáis. Tenéis los enlaces de las rutas en Wikiloc ahí abajo (y el vídeo del fin de semana ahí arriba).

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El bucle vasco-navarro

Este fin de semana disponíamos de algo más tiempo de lo que nos viene siendo habitual, y pudimos salir de ruta tanto sábado como domingo. Así que nos levantamos pronto y aprovechamos esos dos días de ambiente primaveral.

Los primeros 150 kilómetros fueron anodinos. Bueno, todo lo anodinos que pueden ser los kilómetros con dos Ducati Multistrada, donde cada adelantamiento y cada roscada de puño supone una sonrisa en la cara. Llegamos al primer punto previsto, La Basílica de San Gregorio Ostiente. Se encuentra en lo alto de un monte muy cerca de Los Arcos, donde está el circuito de carreras. Mira que pasamos solo por la carretera, pero me da a mi que Los Arcos tiene mucho encanto. De hecho me lo apunté para volver. Pero hoy tocaba subir a San Gregorio. Pista asfaltada estrechísima y con mucha pendiente, que se iba elevando rápidamente sobre los preciosos campos de colza que están en esta época del año en todo su esplendor. Y arriba… la pequeña iglesia, con un sorprendente pórtico barroco con sus columnas salomónicas y todo. Como desproporcionado, me pareció. Y cerrada. Y eso que me había cerciorado de los horarios. Allí no había ni el tato. Pero no nos importó mucho. Las vistas lo suplían todo.

A pocos kilómetros de allí, siguiendo una divertida carreterita de montaña, se encuentra el Santuario de Codés, punto de partida de múltiples excursiones por la montaña navarra. El entorno es maravilloso, con las escarpadas montañas rodeando todo el santuario… que también estaba cerrado. Pero tampoco nos importó, porque lo que veníamos a buscar era la foto con las montañas. Pero vamos… que sorprende.

Ya enfilando hacia el norte, y extasiados con la verdura de las montañas navarro-euskaldunas, nos fuimos acercando a la ermita de la Antigua…. que estaba ya cerrada cuando llegamos casi a la hora de comer. ¡Pero bueno! ¿Qué planificación es ésta? Pero tampoco nos importó, porque ya la habíamos visto hace unos pocos años, y en realidad comimos muy a gusto en la ladera verde que rodea la ermita.

Continuamos hacia el norte, atravesando riberas de ríos, colinas y montañas vascas, hasta llegar a Lekeitio. Allí solo íbamos a ver el Cantábrico… y a comenzar una de las carreteras más impresionantes de nuestra geografía: la BI-3438 (y luego GI-638) desde Lekeitio a Deva. Curvitas de esas para bailar con tu moto, entre los bosques de eucaliptus y la escarpada costa del Cantábrico. Cada vez que venimos aquí a rodar cargamos las pilas para muchos meses.

Nos paramos nuevamente en Zumaia, para ver la ermita de San Telmo, pero para bajar a la playa y conocer de cerca la verdadera joya de esta zona: el flysch. Lascas y más lascas de roca que cortan la montaña, la playa y el mar como si de un cuchillo se tratara. Todo un hallazgo que nos sorprendió aunque ya lo habíamos visto de lejos en multitud de ocasiones. No dejéis de bajar a la playa de Zumaia en cuanto podáis.

Y ya para el hotel, que esta vez era un sencillo B&B en plena carretera entre Errenteria y Pasaia. Cenaríamos de lujo en el Yola Berri de Pasajes de San Juan, con unas maravillosas vistas a la ría. Ojito a la hora de aparcar la moto, que ponen multas si la dejas en la acera. 32€ con pronto pago nos soplaron…

Al día siguiente tocaba el viaje de retorno. Sin nada muy organizado, en el último momento elegimos la GI-3420 (y luego NA-4000) que va de Oyarzun a Lesaka. ¡Qué festival de verdes nos dimos! Fueron 80 kilómetros de ensueño, rodeados de bosques, lagos, rayos de sol filtrándose entre las hojas… y un asfalto y un trazado envidiables. ¡Sin duda este tramo entra de pleno derecho en mi lista de los TOP 5! Pasamos por el valle de Baztán y seguimos hasta Pamplona por la variante de la Nacional, esquivando los insulsos túneles e intentando exprimir al máximo el fin de semana. Y desde Pamplona, por las rutas habituales llegamos a comer en Zaragoza, después de un fin de semana muy aprovechado de los que hacía muchos meses que no disfrutábamos.

Los archivos .gpx de las rutas de ambos días los podéis encontrar en Wikiloc:

Sábado
Domingo

Un día por… El Moncayo

A ver, que seguimos  con la tendencia de viajes de un solo día, y esta Semana Santa planteamos una ruta para rodear el Moncayo. Que en realidad es un decir, porque al Moncayo se le admira más desde lejos, surgiendo como un macizo solitario espolvoreado de las últimas nieves del invierno. Pero dejemos la cursilería a un lado y vamos a lo que vamos: Si vas por su parte suroeste verás unas carreteritas estrechas y bacheadas ideales para testar las suspensiones de las Multistradas. Si bien mi 950 S tiene el tarado estándar algo duro para mi gusto, la posibilidad de escoger entre cinco tipos de dureza me permite ponerlas algo más blandas en su mapa “Touring”. Menos mal de las vistas, con pueblos colgados de las faldas del Moncayo como Purujosa, porque la carreteras se nos presenta con curvas muy bacheadas, asfalto lleno de parches y gravilla en infinidad de puntos.

Ya en la provincia de Soria nos dispusimos a enfrentarnos con el Puerto de Piqueras que nos acercaba a Logroño, pero antes teníamos que pararnos a ver el Castillo de Magaña. Te lo encuentras así de sopetón, al salir de una curva. En lo alto, como toca estar a un castillo que se precie. Tienes una zona parar parar justo al lado de un viejo puente. Muy recomendable. Y eso que como ya viene siendo habitual, no subimos al castillo.

Pues lo dicho, sierra de Cebollera para arriba, algo de fresco en el Puerto de Piqueras (que recorrimos íntegramente por sus ocho o diez tornanti, pasando del moderno túnel que lo atraviesa. El mirador… pse. Luego, por la zona de Cameros y tras comer el ya habitual bocata de tortilla de atún de Belén rodeados de vacas y terneros que nos “deleitaron” con su concierto de cencerros, llegamos al mirador del cañón del río Leza. Espectacular, sobre todo si te da por asomarte al abismo.

La tarde se nos pasó entre darnos cuenta que ya habíamos estado en Cornago, en volver a ver el monasterio de FItero, ya en Navarra, conocer el milagro del Bardal (que paso de transcribir aquí, que lo explico en el vídeo) y hacer una visita rápida a Corella. Teníamos previsto volver por Tarazona y Vera del Moncayo, para que la vuelta al mismo quedara perfectamente delimitada, pero mira,… que al final decidimos llegar a Zaragoza de día dejarlo quizá para otra excursión de esas del día. Que hay más días que longanizas.