Un día en el Cap de Creus

¿Qué hacer un sábado luminoso, soleado, apacible después de todas las fiestas navideñas? Pues coger la BMW y darnos un garbeo por el norte de la Costa Brava. Cadaqués, Cap de Creus, el Port de la Selva… Estupenda salidita para dar la bienvenida a un 2012 que espero esté plagado de viajes! Aquí tenéis el vídeo.


Una vuelta por el Cap de Creus por Dr_Jaus

El Cap de Creus


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La Ruta del Cantábrico – El vídeo

Han sido muchas las imágenes que me quedo de este fantástico mini-viaje. La costa cantábrica nunca me ha defraudado. A veces las palabras y las fotos no alcanzan a explicar cada uno de los rincones que nos sorprendieron. Espero que con este vídeo muestre buena parte de esos rincones. El resto, me los guardo. Para uso personal. Faltaría más. (¿No?)

 


La Ruta del Cantábrico por Dr_Jaus

La Ruta del Cantábrico

No cerré la visera del casco mientras corría hacia mi moto al otro lado de la pista. No la arranqué presuroso intentando esquivar las otras motos que se dirigían como yo exactamente al mismo punto de frenada de la primera curva. No calculé el consumo para sincronizar los repostajes con el cambio de piloto. No sentí cómo el asfalto rascaba mi protector de rodilla mientras fulminaba la parabólica a más de 140km/h. No pasó nada de eso. En lugar de correr la carrera de resitencia que tenía programada, el destino me tenía reservado un gran viaje. Corto pero intenso. La cornisa cantábrica. Y es que a veces el destino tiene buenas ideas.

DOMINGO, 4 DE DICIEMBRE

Ese domingo tocaba levantarse pronto. Ese domingo me alegré de que el madrugón fuera para viajar al norte. Un viaje improvisado, casi sin proyectar ni preparar. Pero sabía por experiencia que el Cantábrico nunca defrauda. Salimos de Zaragoza justo para ver cómo a nuestras espaldas comenzaba a salir el sol tímidamente, apenas alcanzando a calentar el ambiente. La autovía de Logroño estaba casi desierta. Solo algunos coches con remolques llenos de perros de caza compartían con nosotros la sublime visión del Moncayo, que se desperezaba con los primeros rayos de sol. Vestido con su inmaculado manto de nieve, parecía saludarnos mientras nosotros nos desviamos hacia el norte, ya hacia tierras navarras.

En lugar de seguir la carísima autopista hacia Pamplona, decidimos afrontar la revirada carretera, que discurre en muchos puntos paralela. Nos sorprendieron los caseríos, ganaderos dirigiendo sus vacas desde sus todoterrenos, o los frondosos bosques que se desparramaban hasta el asfalto. La de cosas que te pierdes por la autovía! La primera parada fue Zarautz. Bello pueblo con playa infinita. La temperatura había ascendido hasta ser casi agradable, y decenas de personas paseaban por el señorial paseo junto a la playa. Las olas se sucedían con un ritmo constante, rectilínias, llenando de espuma toda la ensenada, invitando a surfear a los más valientes.

Seguimos la costa hasta Ondarroa, donde en su casco viejo tuvimos que preguntar por la carretera de la costa hacia Lekeitio.

-Sigue hasta la segunda rotonda, coge la calle de la izquierda, y entonces ya sigue todo recto. Bueno, recto no, que hay muchas curvas!- me indicó un lugareño ataviado con la clásica txapela.

-Eso es lo que buscamos, las curvas!- le contesté sonriendo.

Y sí que había curvas. Cientos de ellas. A veces entre los bosques de pinos y eucaliptus, a veces entre riscos y cortados que daban directamente al Cantábrico. Carretera recoleta y encabritada. Trocitos de Cantábrico iban apareciendo entre las verdes colinas y los frondosos bosques. ¿Quién dijo que el azul no combinaba con el verde? Mientras curveo, y a la vez que una leve sonrisa se dibuja en mi rostro, me doy cuenta de que esta es La Carretera. La esencia de lo que busco yendo en moto. Paisajes que te sorprenden a cada salida de curva, trazados que invitan a hacer ronronear la BMW mientras la inclinas con precisión a uno y otro lado. Solté mi mano izquierda del manillar para tocar levemente la rodilla de Belén, quería compartir estas sensaciones con ella. No había nada que decir. No quería que la magia se desvaneciera.

Lekeitio era el lugar perfecto para comer mientras disfrutamos de las incansables olas que intentaban tumbar el coqueto pero resistente malecón que protegía el puerto. Y así seguimos avanzando hacia el oeste, adentrándonos casi sin querer en el marinero pueblo de Elantxobe. Muy cerca de allí, desde un mirador cercano pudimos observar la belleza de la playa de Laga, con una arena rojiza que me recordó el color del desierto del Namib. Tan cerca y tan lejos. Rodeamos la ría de Mundaka donde las aguas buscaban tímidamente la salida al mar entre inmensos bancos de arena. Alcanzamos Bermeo, y de allí hacia los alrededores del cabo de Matxixako, donde ya comenzó a ponerse el sol.

A veces la vida te lleva por caminos inesperados. Por mucho que te empeñes en dirigirla, ella se empeña en ir por otro lado. Eso es lo bonito que tiene. Ese camino que salía hacia la derecha, bordeando los arrecifes y rodeado de verdes campos no se habría cruzado en nuestras vidas si hubieramos seguido haciendo caso al GPS. Aparatito diabólico que tanto te saca de un apuro como te mete en un lío. A veces me dan ganas de apagarlo, seguir el instinto y que la vida te lleve a los paisajes que el destino había programado para ti. La puesta de sol por esa minúscula y desierta carretera que nos llevó hasta Bakio son de esas cosas que no olvidaré.

Desde allí a Bilbao fue un paseo, por carreteras ya más transitadas. Tras sufrir el atasco a la entrada de la ciudad, encontramos el hotel, descargamos la moto y nos dispusimos a descubrir en la noche la belleza del Guggenheim, el calor del casco antiguo y las exquisiteces de la cocina vasca.

LUNES, 5 DE DICIEMBRE

Llovía. No muy copiosamente, como lo suele hacer en el norte. Desde la ventana de la habitación del hotel, las nubes impedían ver las montañas. Allí abajo, las luces de los coches resplandecían reflejadas en el asfalto mojado. Conocíamos la previsión meteorológica desde hacía días, pero no podíamos dejar de conocer el Cantábrico en su salsa. Así que la lluvia, por una vez, fue bienvenida. A pesar de ello, decidimos avanzar por autovía hasta Santander. A ambos lados se iban sucediendo playas, colinas verdes y pueblecitos marineros que bien valían haber parado, pero queríamos llegar antes de la puesta de sol hasta Cudillero. Y en el viaje había aún muchas cosas que ver.

Llegando a Comillas seguía lloviendo ligeramente. Nos desviamos por callejuelas en principio prohibidas al tráfico, excepto al vecindario. Estúpida norma para alguien que se siente ciudadano del mundo. Buscábamos el Capricho, peculiar edificación de Gaudí, escondida entre otros caserones y callejuelas. Acertamos solamente a adivinarla entre los árboles de su frondoso jardín. Intentamos salir del entuerto de calles por caminos vecinales que nos obsequiaron una imponente vista de la Universidad Pontificia, otro de los atractivos arquitectónicos de esta pequeña población cántabra.

Desde allí seguimos hasta San Vicente de la Barquera, con su puente sobre la ría. El tiempo nos dio un respiro, y a pesar de que continuaba nublado, al menos había dejado de llover. Incluso en algún momento tímidos rayos de sol salpicaban el paisaje de luz y de color. Camino a Llanes, la visión de un gran Naranjito metálico (sí, el del Mundial ’82), almacenado tras una valla con otras excentricidades ochenteras me dejó perplejo. Es como si unas neuronas dormidas, de esas donde tenemos arrinconados pedacitos de memoria, se hubieran desperezado inundando mi imaginación con recuerdos ya casi olvidados. Imarchi, Citronio, Clementina y Naranjito. Uh! Qué recuerdos!

Llegamos a Llanes a la hora de comer. Seguía sin llover, por lo que aprovechamos para ir al puerto a contemplar los cubos coloristas de Ibarrola. Los bloques de cemento que forman el rompeolas componen esta pintoresca obra llamada «Los cubos de la memoria». Desde allí se podía observar cómo rompía con fuerza el Cantábrico en los peñascos cercanos que formaban entre ellos mansas ensenadas de arena fina. En ese lugar pugnaban dos tipos de belleza por ser la más esplendorosa: la creada por el hombre y la formada por la naturaleza. Yo, sin lugar a dudas, me quedo con la más natural. Aunque ya sabéis, para gustos, los colores.

El día no estaba luminoso, y había comenzado a llover de nuevo. Así que volvimos a entrar en la autovía A-8 hasta las proximidades de Cudillero. Precioso pueblo encaramado a las escarpadas laderas de la montaña, que se desparrama hasta tocar el pequeño puerto. Era media tarde y llovía copiosamente. El paraguas? No, no llevábamos paraguas. Así que nos dispusimos a recorrer sus empinadas y a veces estrechísimas calles plagadas de rinconcitos y escaleras bajo una pertinaz lluvia. Llevábamos ya muchos kilómetros, la mayoría de ellos en mojado, pero el día estaba siendo pleno. Ya de noche seguimos la autopista hasta Oviedo, donde pasaríamos la noche al abrigo de un hotel, unas botellas de sidra recién escanciada, y unas fenomenales tablas de quesos.

MARTES, 6 DE DICIEMBRE

Nada más bajar a la calle, comprobamos que siguiendo con la mirada la calle hacia el sur, en el horizonte se dibujaba la silueta de las grandes montañas de la cordillera Cantábrica, de la cual forman parte los famosos Picos de Europa. Ayer, entre la negrura de la noche y lo nublado del día, hubiera sido imposible verlas. Hoy tocaba regreso. Pero siempre intento regresar avanzando. Regresar pero continuar descubriendo parajes para el recuerdo. Con esa objetivo Mieres pasó a nuestro lado como una exhalación, mientras nosotros seguíamos rumbo a León.

Cuando era pequeño me encantaban los mapas. Si, ahora también, pero de pequeño me bebía todos los que tenía mi padre. Un libro al que le tenía devoción era un viejo ejemplar de «El libro de la carretera», con sus tapas duras de tela verde. No era más que un compendio de mapas Michelín de toda España y Portugal. Aún debe andar por casa de mi madre. Allí, entre mapas y más mapas una de las páginas albergaba los perfiles de los grandes puertos de montaña del país. Y entre ellos, el Puerto de Pajares. Ahora yo lo tenía frente a mi. Largas curvas aún mojadas de la noche anterior se iban sucediendo mientras ganábamos los más de 1.300 metros de altitud del puerto. Grandes circos verdes rodeados de picos ligeramente espolvoreados de nieve nos rodeaban. Y allí estaban las joyas de la corona: las rampas quizá más pronunciadas de España. Carteles de 17% de desnivel se iban sucediendo curva tras curva mientas una sonrisa se dibujaba en mi rostro a la vez que recordaba ese libro de tapas verdes de tela.

León nunca defrauda. Su catedral con sus torres dispares, esas inimaginables vidrieras de mil y un colores que bien valen una visita a la ciudad por ellas mismas… En pocas catedrales (y eso que tenemos en España una buena colección de ellas) me siento tan pequeño y tan impresionado como en el interior de la Catedral de León. Y quería que Belén la conociera. Quería que sintiera también el Síndrome de Stendhal que yo sentí cuando estuve hace un par de años. Descubriendo mundo.

Siguiente objetivo, Burgos. Ahí no había pérdida. Tomamos las de Villadiego -pueblo cercano a Burgos- y nos metimos en la autovía. Parada en Melgar de Fernamental, para repostar tanto gasolina como alimentos, aunque con poco acierto esta vez en cuanto a viandas se refiere. Llegamos a Burgos -más concretamente a su Catedral, que es lo que veníamos a ver- sobre la hora de la merienda. El sol coloreaba de un rojo intenso las altivas y orgullosas torres góticas de la estrecha pero delicadísima catedral. La joya más preciada del gótico español se mostraba, ufana y presumida, en todo su esplendor. Seguimos por carretera y más autovía, pasando por Santo Domingo de la Calzada y Logroño, para coger finalmente la autopista hasta Zaragoza, donde finalizaba nuestro viaje. En la retina diferentes recuerdos competían para ganarse un hueco en mi memoria: las elegantes torres de la Catedral de Burgos, los saturados colores de los mosaicos de León, el imposible equilibrio de las casas de Cudillero, o los verdes paisajes del más salvaje Cantábrico… No me preocupa. De momento creo que me queda suficiente disco duro para todos ellos.

La Ruta del Cantábrico


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La Ruta de Retor


LaRutaDeRetor por Dr_Jaus
 

Me parece asombroso lo que pueden hacer las redes sociales. Posibilitan conocer gente afín a ti que se encuentran a cientos de kilómetros de distancia. A pesar de que la amistad y el conocimiento mutuo adquirido es grande, es mucho mejor consolidarlo delante de unas cañas o un buen vino. Con Fernando Retor ya había cubierto esas dos etapas. Recuerdo que un día mi primo me habló de su web, www.dondevasconesamoto.com que yo por otro lado ya conocía: “Hay un tío con dos pelotas que se ha recorrido medio mundo en una Derbi 125”, me dijo. Leyendo sus crónicas y viendo sus vídeos comencé a conocerle. En Mallorca, en la I Muestra de Vídeos de Grandes Viajes en Moto, confirmé lo que ya sospechaba. Ese tío con dos pelotas y ni un pelo de tonto era un gran tipo. Como la mayoría de los moteros viajeros que iba conociendo. Igual es que somos de la misma pasta.

Por ello no podía dejar de asistir a la reunión que se organizó en Peñafiel, Valladolid con varios amigos suyos, tanto virtuales como de carne y hueso. Setecientos kilómetros me parecían una distancia salvable para afrontarla en un solo fin de semana. Así que nos liamos la manta a la cabeza y reservamos un par de hoteles.

Recoger a Belén en Zaragoza era coser y cantar. No voy a narrar aquí un viaje que comienza a ser como ir a comprar el pan, aunque son trescientos kilómetros, que se dice pronto. Pasar por los Monegros es como escuchar ese canto de sirenas que te invita a apartarte del camino establecido y te empuja a romper el programa. Pero ese viernes no podía ser. Tenía mucho camino por delante. Ya con copiloto, rompimos la negrura de la noche y recorrimos una A-2 bajo una lluvia intermitente. Una vez en Calatayud, las carreteras nacionales, casi desiertas, nos acompañaron en nuestra travesía. El asfalto seguía húmedo de las lluvias recientes, y así llegamos a El Burgo de Osma, donde una sopa castellana y un buen Ribera del Duero nos alimentó cuerpo y alma.

El día siguiente se presentó meteorológicamente más estable que el viernes. Unos pocos kilómetros y mi BMW pasó a ser cincuentenaria. 50.000km en 14 meses se me antoja un buen ritmo! A pesar de que todo hacía indicar que no llegaríamos a tiempo al punto de reunión, un ritmo rápido entre las vides aún rojizas del otoño nos puso en la Plaza del Coso de Peñafiel justo a tiempo. Allí nos fuimos juntando una buena docena de desconocidos -en algunos casos no tanto- con Fernando Retor y su www.dondevasconesamoto.com como nexo en común. Como no podía ser de otra manera, se volvía a confirmar mis sospechas: los moteros viajeros estamos hechos de la misma pasta. Una pasta que congenia a la primera.

Una apacible ruta a ritmo de 125 por carreteras ya conocidas de algún que otro viaje nos llevaron a las Hoces del Duratón y a pueblos cercanos. Justo para fabricar el hambre suficiente como para intentar comernos el gigantesco cocido que nos pusieron delante a la hora de comer. Risas, vino y garbanzos a partes iguales.

Por la tarde, traslado a Cuéllar, ciudad natal de un Explorador Olvidado a tomar un café y a seguir las decenas de tertulias diferentes que surgen entre amigos. Ya de noche, acomodación en el hotel y a prepararnos para la siguiente tanda de comilonas: el lechazo del Mannix. Costó que entrara, ya que el cocido le restaba sitio en nuestras ya de por si abultadas barrigas, pero obviamente no le hicimos un feo. Después de la oportuna sobremesa, cortamos la noche, menos gélida de lo esperado, para descansar en Peñafiel.

Domingo, día de despedidas. Un desayuno juntos, unos cuantos abrazos y sonrisas, y toca ponerse en marcha otra vez. Ahora sol, ahora lluvia desandamos lo andado hasta Barcelona, previo paso por Zaragoza. Sin música en el casco, era el momento para reflexionar sobre la amistad, las buenas personas, los grandes amigos casi desconocidos y los grandes viajeros. El hecho de querer conocer mundo, y querer hacerlo encima de una moto quizá nos una. Pero también nos hace especiales. Dejamos la comodidad de nuestro sofá, despreciamos el lujo del coche y preferimos enfundarnos un casco y salir a vivir el mundo. A olerlo. A sentir ese sol abrasador o esa lluvia gélida intentar colarse entre nuestras capas y capas de ropa. Y eso ha de unir. Por fuerza. Comienza a formarse un grupo de gente estupenda, y todo gracias internet. Y es que no solamente Google es el gran invento de la red.

La Ruta de Retor


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La Muestra de Vídeos de Grandes Viajes en Moto

 

El vaivén del barco comenzaba a hacerse insoportable. Llevaba unas cuantas horas así, viendo cómo los vasos de cristal danzaban en las mesas del bar en un equilibrio precario. Intentaba acomodarme en el pequeño sillón para poder dormir un poco, cuando un camarero se acercó para decirme que cerraban el bar. Debía buscar acomodación en las butacas. No fue fácil. Finalmente compartí espacio con un enorme camionero que me amenizó lo que quedaba de noche con sus fuertes ronquidos, al ritmo de los bandazos que daba nuestro ferry.

Tras ocho horas de travesía insufrible, ya estaba en Mallorca. Cansado pero contento. Asistir a la primera Muestra de Videos de Grandes Viajes en Moto merecía esa noche casi en blanco. Serían un par de días de saludar a amigos moteros, muchos de ellos desconocidos en la realidad. Internet es lo que tiene, que te permite conocer las vidas y andanzas de gente interesante. Pero no por ello deja de ser más interesante si cabe conocerlos en persona. Fue una delicia compartir unos días, unos cuantos desayunos, comidas, cenas y algunas copas con gente como Charly Sinewan (Madrid-Sydney en moto), Fernando Retor (múltiples destinos en una 125cc), Lluís Oromí (África de sur a Norte), Lone Wolf y Txoni (Campeones de España de mototurismo), Eduard y Simona de Ride to Roots, Fernando Prieto de Exploramoto, David y Ana de 2TMoto y por supuesto a los organizadores Coco, Rafa y Goldfinger de IMM Rent & Tours. Risas aseguradas, buenas anécdotas y mucha pasión por la moto. Faltaba Belén. Seguro que le hubiera gustado conocerlos.

Dos tardes viendo vídeos, escuchando las aventuras de los protagonistas y compartiendo experiencias, reforzando amistades y sellando vínculos en una isla estupenda con un clima fantástico que nos dejó algo de tregua durante todo el puente.

El lunes pudimos realizar una ruta por la parte más agreste de la isla, por la parte norte de la Sierra de Tramuntana, desde Formentor hasta Lluc. Carreteras estupendas, buenos amigos en moto (se unieron otros conocidos virtuales como Pere con su V-Strom), unas cuantas curvas para disfrutar y varias secuencias de video para un futuro reportaje.

En definitiva, miles de momentos de esos que abres bien los ojos, como cuando era niño escuchando aventuras imposibles. Pero las aventuras que me contaron estos días se que son ciertas. Me las narraron los propios protagonistas con los ojos incluso más abiertos que los míos. Y concluimos que el gran viajero no es aquél que atraviesa continentes, sino aquél que se propone un reto a pesar de saberlo imposible, y se lanza a la carretera para cumplirlo. Y de esos grandes viajeros, conocí a muchos este fin de semana. Incluso algunos habían atravesado continentes. Y ahora, son mis amigos.

 

Más abajo, el vídeo y la ruta.

 


Mallorca, evento IMM por Dr_Jaus

Una vuelta por Mallorca


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Escapada a Andorra a por la RevIt!

Desde que pasé tanto calor este verano vengo pensando en una solución. Mi chaqueta Dainese, va fenomenal en invierno y en entretiempo, pero es excesivamente calurosa en verano. Fue imposible aguantar los más de 40ºC que tuvimos que soportar en más de la mitad del viaje a Estambul. Tras barajar diferentes posibilidades, y asesorado convenientemente, finalmente me he decantado por la RevIt! Defender GTX. La gente de MotoSprint-Shop de Andorra me ha tratado de una manera excepcional, con una profesionalidad extraordinaria.

Una chaqueta tricapa, de GoreTex con ventilaciones suficientes para soportar viajes al Sahara y material térmico como para no pasar frío en excursiones invernales.

Esa fue la excusa para pegarnos una pequeña ruta desde Barcelona, pasando por Zaragoza para recoger a Belén, hasta Andorra. Hemos descubierto carreteras tan bonitas como la de Aínsa a Castejón de Sos, con unos cañones de vértigo. Hemos visto las primeras nieves en el Pas de la Casa. En definitiva, hemos disfrutado de otro fantástico fin de semana rutero. Por desgracia, cuando llegamos a casa nos enteramos de la trágica muerte de Marco Simoncelli. A pesar del blanco inmaculado de mi chaqueta RevIt!, el mundo motero está de luto. Va por tí, SuperSic!

 

BCN-ZAZ-AND-BCN


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El Retorno de La Ruta de Oriente. El vídeo

Todo acaba y toca volver. Pero volvimos descubriendo la desconocida Bulgaria, la sorprendente Rumanía, la histórica Sarajevo o la cosmopolita Serbia. Todo esto, concentrado en unas modestas imágenes, es lo que contiene el siguiente vídeo.

 


El Retorno de la Ruta de Oriente por Dr_Jaus

Desde la costa dálmata a Estambul. El vídeo

Segunda entrega de los vídeos de La Ruta De Oriente. Desde Eslovenia, bodeamos toda la costa croata hasta Dubrovnik. Atravesamos Montenegro, penetramos en la inexplorada Albania. Exploramos los Monasterios de Meteora, en Grecia y finalmente alcanzamos Asia en Estambul.

 


Desde la Costa Dálmata a Estambul por Dr_Jaus

Las hoces del Duratón y la Ruta de Segovia

Clonk! Noté un fuerte golpe en la parte trasera de la BMW. Me había acostumbrado al ruido de las piedras que saltaban con fuerza al paso de la moto. Las secas pistas de los Monegros están mayoritariamente compuestas de terreno duro y piedras sueltas. Pero este ruido era diferente. Sin parar eché una fugaz mirada a la parte trasera. La cámara de vídeo, convenientemente montada en un velcro sobre la maleta había desaparecido. En su lugar, la cinta que la aseguraba bailaba libremente al viento. Detuve la moto con un frenazo. En ese momento, media docena de buitres levantaron pesadamente el vuelo a pocos metros de mi. Un vuelo lento y majestuoso que me hizo abstraerme durante unos segundos del problema. Cuando se alejaron, bajé de la moto y me puse a buscar la cámara.

Mi deseo de practicar sobre tierra con la GS 1200 varió mi habitual ruta por autovía a Zaragoza. Disponía de unas horas libres y decidí perderlas entre el calor y el polvo de los Monegros. Había trazado una ruta en el mapa, un poco al tuntún, y quería comprobar si sería capaz de seguirla. Los Monegros es un laberinto de caminos y pistas que van y vienen de aquí a allá sorteando campos, pequeños bosques o montañas de blanquecina y delicada roca terrosa. Tras unos primeros kilómetros para coger confianza en los desgastados neumáticos mixtos, me di cuenta que la cosa no era tan difícil, mientras no usara el freno delantero, no hiciera cambios bruscos de dirección ni tuviera excesiva alegría con el gas.


Monegros Sep 2011 por Dr_Jaus

 

 

 

El calor apretaba, el sol aún estaba alto y los monótonos paisajes esteparios me evocaban soñados viajes por Mongolia o por Atacama. Diversos cambios aleatorios de dirección me llevaron a improvisados y áridos campos de golf -vestidos de césped artificial que simulaban perfectos y verdes greens-, multitud de casas en ruina, aún utilizadas para resguardar el ganado, o grandes acequias que alimentaban el antinatural riego por aspersión de los maizales. En mis múltiples paradas para consultar el GPS o hacer alguna foto, el denominador común era el silencio. Con el viento en calma y ningún ser humano en kilómetros a la redonda, la soledad se traducía en un silencio que lo llena todo en cuanto apagaba el motor de la BMW. Un silencio calmado, relajante y adictivo que hacía juego con las grandes extensiones de terreno vacío que inundaban mi vista.

 

 

Desde Fraga llegué hasta Sariñena, y de allí bajé hasta Monegrillos atravesando la sierra de Lanaja. Una ruta facilona para un inexperto como yo. Después de hora y media de masticar polvo ya era hora de llegar a Zaragoza por las larguísimas y rectilíneas carreteras locales. Había recuperado la cámara de vídeo en un estado lamentable. Seguramente funionaría cuando le acoplara otra batería, porque la que llevaba decidió quedarse a vivir en los Monegros, al lado de los buitres.

Una vez recogida Belén, iniciamos el trayecto, ya casi de noche, hasta Sigüenza. La autovía de Madrid estaba transitada pero sin aglomeraciones. Negros nubarrones ocultaban el horizonte, y cada poco tiempo un relámpago iluminaba la escena. De golpe, aunque de manera previsible, comenzó a llover. Grandes goterones se empeñaron en limpiarnos el polvo del desierto, cosa que consiguieron en parte. La tormenta fue intensa pero corta, el tiempo de superar el Alto de la Perdiz. Llegamos a Sigüenza a las diez de la noche, just para contemplar maravillados su grande y hermosa catedral iluminada. Su interior y el famoso Doncel deberían esperar a mañana.

Me encanta escuchar las campanas de las iglesias de los pueblos dar sus últimos tañidos nocturnos, cuando ya todo está oscuro y en silencio. Y despertarte nuevamente con ellos te da una vitalidad y una fuerza que añoramos los urbanitas. Nos levantamos en un soleado día dispuestos a contemplar la maravillosa estampa del Doncel, reclinado y rendido a la literatura mientras la sangre y la muerte de las batallas bailaba a su alrededor. Al entrar en la Catedral nos recibió por sorpresa la alegre, elaborada y envolvente música de Bach que salía a raudales de los enormes tubos cobrizos del órgano. Una música espléndida para un lugar eepléndido. El Doncel, encerrado en su alojamiento, seguía leyendo paciente hasta la visita concertada de las 12. De todas formas, se dejaba ver entre las rejas, con un semblante más propio de los vivos que de las estatuas de mármol.

Avanzamos por desiertas carreteras secundarias de Guadalajara y Segovia hasta llegar a Riaza, recomendación personal de Alicia Sornosa. Típico pueblo castellano, con robusta iglesia de piedra blanca y plaza mayor porticada. Desgraciadamente esta última estaba ocupada en su totalidad con una plaza de toros desmontable donde gran parte del pueblo se deleitaba con el final del encierro. Y es que Riaza estaba en fiestas. Aprovechamos entonces para degustar en uno de sus bares unos maravillosos torreznos que nos abastecieron de grasa para lo que queda de mes.

En Sepúlveda visitamos la iglesia de El Salvador, quizá la obra más antigua del románico de la zona. Data del siglo XI y mantiene elementos decorativos más propios del prerrománico. Pero lo que nos llevó hasta allí es la privilegiada vista que tiene de todo el pueblo. Tejados, tejadillos patios y terrazas pugnan por un hueco allá abajo. Al otro lado, las hoces del río Duratón comenzaban a formarse y nos llamaban irremediablemente. Así que nos subimos nuevamente en la moto rumbo hacia allí.

La carretera discurre primero desde lo alto de los riscos, desde donde puedes contemplar cómo el río va labrando la orografía. Asfalto correcto, sin pretensiones. Curvas que invitan más a paladear el paisaje que a enroscar el puño. Luego la ruta desciende hacia el río, aún joven y estrrecho, rodeado por una verde y refrescante vegetación. Una vez cruzado, volvimos a ascender y a separarnos de su cuenca, hasta Villaseca, donde nace la pista forestal que nos llevaría a la ermita de San Frutos. Ancha y sin más problemas que los grandes socavones que aparecían sin avisar o el rizado típico de las pistas por donde pasan multitud de coches. Eran las dos de la tarde, y a pesar de eso, una romería de coches iban y venían por el camino. Tras llegar al aparcamiento, aún quedan unos diez minutos andando para llegar a la ermita, estratégicamente situada en medio de una fantástica curva del río Duratón. Pero antes, se ha de atravesar por un puente una brecha en la piedra, la llamada cuchillada de San Frutos, formada milagrosamente para alejar a los sarracenos del santo y de la ermita.

Bajo el altar se encuentra la piedra del santo. Dice la leyenda que dando tres vueltas a ella (acuclillándose por un estrechísimo pasadizo) se curan las hernias. Otros dicen que se cumplen deseos, por lo que no pudimos dejar de probar suerte. Para el dolor de muelas deberíamos dar una vuelta entera a la ermita. Nosotros fuimos más allá, donde el acantilado dejaba paso a la grandiosidad de los meandros del río. Al frente, decenas de buitres descansaban en los riscos, mientras otros nos sobrevolaban en formación, rompiendo el silencio del lugar con el silbido del viento en sus alas. Con el compromiso del santo de cumplir nuestros deseos, desandamos el penoso camino hasta el aparcamiento bajo un sol abrasador, y sin un triste trago de agua que llevarnos a la boca.

En poco menos de una hora llegamos a Segovia. Los últimos rayos del día se posaron en el famoso Acueducto, que cruza majestuoso y altivo el centro de la ciudad. Una sobre otra en un frágil equilibrio, las piedras graníticas forman unos arcos gráciles pero sólidos, elegantes a la vez que sobrios. Desde allí parte una concurrida y animada calle peatonal donde paisanos y turistas disfrutaban de terrazas y restaurantes con olor a cochinillo. Llegamos a la catedral, que con la rotundez de su campanario parece reivindicar un protagonismo perdido en favor de su vecino acueducto. La hora azul, con sus colores eléctricos y saturados, cubrió la plaza mayor mientras nosotros buscábamos un buen lugar para degustar una maravillosa sopa castellana y un buen cochinillo. Con los niveles de grasa en su máximo nivel, despedimos nuevamente a la Catedral y al Acueducto, mientras nosotros reposábamos nuevamente al amparo de las cercanas campanas que tocaban a la medianoche.

El otoño apareció de noche, sin avisar. La mañana se presentó detrás de la capa fina de nubes que auguraban un frío día. La temperarura bajó bruscamente, y de los más de treinta grados del día anterior, hoy no veíamos más allá de los trece. Apertrechados como pudimos, iniciamos el camino de regreso a casa previa parada en el otro icono de la ciudad. Las murallas del Alcázar, que acaban formando una afilada proa que desafía a los vientos de poniente, realzan la fortificación que se muestra altiva y señorial, suspendida en lo alto de una loma.

Desde allí, y otra vez por pistas improvisadas, partimos rumbo a la carretera de Soria. De pasada, visitamos Ayllón, que se nos despistó a la ida. Rodeamos las callejuelas adyacente a su rotunda iglesia, mientras todo el pueblo desprendía un insinuante olor a refrito de ajos. El día avanzaba tímidamente, como perezoso, mientras nosotros devorábamos la carretera dirección Zaragoza, donde llegamos a mediodía. Unas horas de descanso sirvieron para reponer fuerzas y afrontar, ya de noche, la última etapa de la ruta hasta Barcelona. El viento tomó el protagonista cerca de Lleida, pero no impidió que llegara, al filo de la medianoche sano y salvo a destino, aunque algo cansado. Cansado tras más de 1500 kilómetros, pero contento por haber podido disfrutar de los paisajes segovianos, de las pistas monegrenses y por supuesto de la inestimable compañía de la mejor copiloto que nunca soñé.

 

Las Hoces del Duratón y la Ruta de Segovia


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